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Regreso con una pizca moderada de gloria: Terminator: destino oculto, de Tim Miller

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¿Recuerdan el típico dilema ético de si matarían a Adolf Hitler en la cuna para impedir la Segunda Guerra Mundial? Bueno, la respuesta de los robots que conquistaron el planeta en el futuro es un rotundo “sí”.

Por eso en 1984 llegó un robot muy parecido a Arnold Schwarzenegger con el objetivo de eliminar a (“terminar con”) Sarah Connor, quien un día sería la madre del líder de la resistencia humana. Quizás matar a la madre de Hitler hubiera sido una cuestión más sencilla.

Esta máquina no tuvo un trabajo sencillo, ya que el mismísimo John Connor, el líder de marras, mandó (desde el futuro) al soldado Kyle Reese para evitar el crimen. En una de esas paradojas temporales que tanto gustan a los seguidores de la franquicia, Kyle resultaría ser el padre biológico de John.

En 1991, que en realidad era 1995, llegó un nuevo robot, con otra misión asesina: terminar con el pequeño John. Este robot era un despelote de efectos especiales: una suerte de termómetro gigante, cuyo mercurio podía cambiar de forma con mucha categoría. Esta vez, quien impidió el crimen fue otro robot, muy parecido a Arnold Schwarzenegger.

Después de dos películas nacidas del riñón de James Cameron (que primero tuvo la idea de la segunda, pero la tecnología todavía no era capaz de transformar esa idea en realidad), Terminator se convirtió en una franquicia.

Terminator 7: misión en Moscú

Sin el menor involucramiento de Cameron, seres desnudos continuaron llegando desde el futuro en medio de una bola de rayos. La saga cinematográfica continuó en 2003, con una entrega que, al menos para quien escribe, fue bastante digna. Ninguna película (ni la de 2019) llegaría al nivel de las dos primeras, pero aquí continuaban las persecuciones motorizadas con vehículos cada vez más grandes y las simpáticas intervenciones del robot parecido a Arnold Schwarzenegger.

Hubo dos entregas más, en 2009 y 2015. La primera se centró en la lucha de la resistencia en un futuro posapocalíptico (¡2018!), mientras que la segunda buscaba iniciar una nueva trilogía de películas. A la gente no le gustó que ahora todas las películas buscaran iniciar una nueva trilogía de películas, pero tampoco le gustó la película en sí. Hasta hubo una serie de televisión, de la que deberían hablar aquellos que la vieron.

El fracaso en taquilla hizo que alguien levantara el teléfono y llamara a James Cameron, quien aceptó producir una nueva entrega. Así llegamos a Terminator: Dark Fate (que fue traducida como Destino oculto porque ponerle Destino oscuro hubiera sido demasiado fácil).

La dirección estuvo a cargo de Tim Miller (Deadpool, 2016) y la historia solamente respeta lo ocurrido en los dos primeros films. De todos modos, el mismísimo Cameron dijo que Destino oculto está pensada como... sí, lo adivinaron: el inicio de una nueva trilogía.

Destino obtuso

Sarah Connor (Linda Hamilton) no solamente salvó la vida de su hijo en la última película que “vale”, sino que eliminó la posibilidad de que una inteligencia artificial llamada Skynet comenzara una guerra entre máquinas y seres humanos. Sin embargo, descubriremos con rapidez que el futuro siempre será oscuro (u oculto) y que otra inteligencia artificial ocupó el lugar de Skynet.

Más de dos décadas después de que el robot muy parecido a Arnold Schwarzenegger se sacrificara por todos nosotros, llega un nuevo modelo con una sola misión: evitar la aparición de un nuevo líder de la nueva resistencia. Y todo indica que la mexicana Dani Ramos (Natalia Reyes) es la nueva Sarah Connor.

Sí, el futuro es latino, para bien y para mal. Porque el nuevo modelo, bautizado Rev-9, es una implacable máquina de matar que tiene el rostro de Gabriel Luna, aunque durante el film adopte otros rostros, gracias a la nanotecnología que rodea su esqueleto de metal. Y de a ratos estas dos tecnologías se separan, para hacerles el trabajo aun más difícil a los humanos.

Volviendo al tema, lo latino está muy presente en una historia que incluye un cruce de frontera y un “centro de detención” (que motiva uno de los intercambios más graciosos). El único inconveniente es que algunos actores, como Diego Boneta (Luis Miguel, la serie) y Enrique Arce (La casa de papel), tienen sus parlamentos en castellano doblados en posproducción, y se nota demasiado. Incluso en la versión original parecen sacados de una telenovela.

Algo viejo, algo nuevo...

Gabriel Luna parece imparable, pero del futuro también llegarán buenas noticias, en la forma de una humana convertida en cyborg llamada Grace, interpretada por Mackenzie Davis. Esta joven actriz canadiense, conocida por protagonizar el episodio “San Junipero” de Black Mirror, se recibe de heroína de acción con la misma parquedad que caracterizaba a sus colegas que triunfaron en los 80 y 90.

Grace y Ramos contarán con la ayuda de la experimentada Connor y de un personaje tan misterioso que lo pusieron hasta en los pósters y tráilers. Arnold está de regreso como (un) Terminator y su relación con Sarah guiará el tramo final de la trama, ya que las cosas no comenzaron de la mejor manera entre ellos.

Con 63 y 72 años respectivamente, Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger no disimulan sus arrugas ni su veteranía, aunque al segundo por momentos se lo vea un poco tosco para realizar algunas escenas de acción.

¿Entonces?

Terminator: destino oculto (puaj) no inventa la rueda como lo hicieron en mayor medida las dos primeras entregas de la saga. Para peor, su llegada se da en un mundo demasiado acostumbrado a las persecuciones, las explosiones y las caídas libres. Entonces, tenemos una historia sin sorpresas, con escenas de acción que podrían estar en un spin-off de la saga Rápido y furioso. Tal vez Fast and the Dark (“Rápidos y ocultos”).

Eso no impide que caiga en el lado pochoclero de la vida, y que dos o tres setpieces amorticen el precio de la entrada. Pero necesita mucho más que esto para diferenciarse del resto de sus compañeros de cartelera.

Terminator: destino oculto. Dirigida por Tim Miller. Con Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger. En varias salas.

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