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Ojos grandes: “Battle Angel: La última guerrera”, dirigida por Robert Rodriguez

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Hace tres años, la adaptación cinematográfica hollywoodense de la serie de mangas cyberpunk Ghost in the Shell (La vigilante del futuro, 2016) fue un desastre, comprometida por un ritmo apresurado, un diseño visual espantoso y una definición gráfica insuficiente.

En esta nueva película, que se estrena hoy en Uruguay, la obra adaptada es un manga cyberpunk lanzado más o menos en la misma época que Ghost in the Shell (hacia 1990) y con casi los mismos ingredientes: una cyborg defiende buenas causas en una ciudad del futuro, para lo cual tiene que destrozar a trompadas y patadas a gran cantidad de villanos (varios de ellos también cyborgs). Pero es otra cosa, como se puede anticipar nomás con el nombre del productor, el casi infalible James Cameron. El hombre no se limitó a poner plata: en verdad este fue un proyecto que él quiso dirigir desde que Guillermo del Toro le mostró la serie de mangas en 1995. Cameron escribió el guion pero tuvo que posponer la realización para dedicarse a dos complejísimos proyectos, Titanic (1997) y Avatar (2009). Finalmente, soltó la mano de la dirección y se la confió a Robert Rodriguez.

Rodriguez es un excelente director, aunque irregular. Pero esta realización tiene más bien las características de un film de Cameron, quien es, entre los productores de películas de altísimo presupuesto, uno de los más apegados a las premisas del cine clásico estadounidense, lo más cercano a un “sucesor de Steven Spielberg”. La narración entonces es clara, manejada de modo de exponer en forma gradual las premisas (importante, porque en una película ubicada en el siglo XXVI hay mucho para asimilar). La prioridad siempre está en conocer bien a los personajes y distribuir nuestras simpatías y antipatías entre ellos con motivos bien fundamentados.

Alita es una cyborg recién reconstituida luego de un tiempo indeterminado de suspensión, del que se despertó con amnesia. Descubrimos el mundo del siglo XXVI junto con ella, compartiendo su extrañeza y su sensación de maravilla. Esta, a su vez, está acentuada con una dirección de arte particularmente creativa, realizada con efectos especiales con un grado de definición espectacular —como los de Avatar—. El reparto está lleno de estrellas, muchas reconocibles (Christoph Waltz, Jennifer Connelly, Mahershala Ali, Edward Norton), otras ocultas tras la fachada digital a partir de la captura de imagen (Jackie Earl Haley, Michelle Rodriguez).

No hay mucha cosa original en las líneas generales de la anécdota. Ya vimos decenas de veces ese tipo de distopía futurista, con los protagonistas que viven en una ciudad desordenada y sucia que imita los barrios marginales de las metrópolis actuales, pero enrareciada con detalles tecnológicos futuristas y que contrasta, en una exacerbación de las desigualdades capitalistas, con una ciudad flotante y limpia donde vive la elite. Entre los ejemplos recientes de eso está, hablando de Spielberg, su Ready Player One (2018). También están las dos continuaciones de Maze Runner (en la que se destacó Rosa Salazar, estrella de esta película). Maze Runner es un ejemplo también, entre muchos, del personaje desmemoriado que poco a poco va comprendiendo su condición (destino) de guerrillero resistente imprescindible para la liberación de la humanidad. La escena inicial en que Ido busca elementos entre la basura tirada por Zalem recuerda a WALL-E (2008). Los policías robot o cyborgs parecen los de Robocop. La elite que maneja un juego violento que funciona como la parte “circo” de sus mecanismos de control recuerda a Los juegos del hambre. El juego en sí, aquí llamado motorball, se parece mucho al rollerball de las películas del mismo nombre, y la variedad circense de jugadores, cada uno con su arma secreta y carácter visual bien diferenciado, es como una exacerbación de la lucha libre más circense. El vínculo entre Ido y Alita tiene algo de Geppetto-Pinocho. Incluso, dentro del universo Cameron, la escena final entre Alita y Hugo es muy parecida al momento equivalente entre los protagonistas de Titanic (citado, también, cuando ambos pasean en moto, ella parada con los brazos abiertos).

Un elemento fundamental es la propia Alita, que está actuada por Salazar en captura de pantalla. Su rostro tiene una naturalidad humana, pero le aplicaron esos ojos enormes característicos del manga y del animé. El resultado es al mismo tiempo “natural” y extraño, y recuerda las figuras pintadas por Margaret Keane. Pero resulta tan armonioso y expresivo que lo asimilamos como un ser posible, ni caricaturesco ni monstruoso. Alita es absolutamente adorable, de una ternura y delicadeza conmovedoras, aunque de pronto, cuando se pone aguerrida, condensa al mismo tiempo una energía y un poder muy convincentes. Con su inocencia inicial, además de maravillarnos con la ciudad, lo hacemos con pequeñas cosas (el sabor de una naranja, el chocolate, el afecto humano).

Los villanos son debidamente odiosos (salvo quizá Vector, un personaje medio desdibujado y anodino). Y las escenas de acción son muy buenas: hay que ver el uso del espacio que hace Robert Rodriguez: la cámara y los personajes se mueven en todos los sentidos imaginables y esto, aparte del impacto meramente gráfico, está siempre motivado a nivel narrativo, es decir, para potenciar la acción, la energía y los peligros, cuidando siempre una noción clara de quién está dónde y de cómo se distribuyen las fuerzas. También ahí hay un cuidadoso establecimiento de reglas de juego: primero conocemos la versión callejera del motorball, y finalmente llegamos a la versión profesional. Primero conocemos la espada de Zapan y, finalmente, vemos su empleo potenciado por Alita. El primer cuerpo de Alita es infantil, delicado (parece plástico blanco, con decoraciones). Luego su cerebro y su corazón se trasladan al supercuerpo marciano, que parece más bien una armadura negra –siempre con contornos sexy femeninos–.

Si bien la anécdota es un enjambre de clichés, subtextos y citas, la realización eleva todo a un nivel superior. Se dice (no tuve oportunidad de comprobarlo) que es de las pocas películas en las que la versión en 3D hace una sustantiva diferencia para mejor.

Battle Angel: La última guerrera (Alita: Battle Angel). Dirigida por Robert Rodriguez. Basado en la serie de novelas gráficas de Kishiro Yukito. Con Rosa Salazar, Christoph Waltz, Keean Johnson. Estados Unidos, 2019. En varias salas.

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