El nacimiento de la princesa concita las mayores expectativas en el reino. Sin embargo, algo ocurre en ese mismo instante que clausura la alegría por la nueva vida y sume al palacio en la desolación y el aislamiento. “El rey y la reina vieron que algo terrible le pasaba”. Esta situación sostiene la tensión narrativa de Adelaida 365, el nuevo libro de Virginia Brown y Valentina Echeverría, una dupla autoral que ya había mostrado buena conexión en Una tarde de verano el elefante (2012) y Así reinaba el rey reinante (2010).
El castillo queda vacío tras la sentencia “Nadie debe saber qué le pasa a la princesa”, proferida por el consejero real, que se convierte en quien toma todas las decisiones. Sólo quedan la pareja real, la niña, el consejero y –por error o desatención– un gato, única compañía de la pequeña. A lo largo de las páginas del libro el lector asiste al crecimiento de Adelaida, una niña como cualquier otra, curiosa, arrojada, inquieta, que se aburre en la soledad y el encierro, y en su intento de jugar y divertirse traspasa límites que desde su entorno adulto se leen invariablemente con el filtro del miedo y la consternación.
La trama transcurre en ese vaivén. La sucesión de dobles páginas muestra la flagrante contradicción entre la escena –imagen y relato– de la niña y su único amigo felino jugando plácidamente, pasándola bien, ante la mirada atónita de los adultos, enfrentada a la imposición de un castigo por parte del consejero –la ley– y, en la doble página siguiente, el cumplimiento de ese castigo: subir los 365 peldaños que conducen a la torre –sí, la misma cantidad que los días que tiene un año, así de lejos se tiene que encerrar la princesa–, que Adelaida sube, cabizbaja y con la sempiterna compañía del gato. Tres episodios paralelos, que construyen un ciclo y dan ritmo al relato, conducen al conflicto que desencadena el desenlace: a la tercera, el consejero echa al gato y eso, por supuesto, tiene consecuencias.
Adelaida 365 plantea el tema de las implicancias de la no aceptación de la diferencia: esa “marca” con la que nace la princesa, que no conocemos sino hasta el final, genera miedo, estupor y rechazo en su entorno adulto y, concomitantemente, la decisión de esconderla de la vista de los demás incita a la imaginación y la elucubración. Los habitantes del reino se preguntan qué le pasa a Adelaida y, ante el hermetismo oficial, inventan deformidades terribles, que aparecen como sombra cada vez que la princesa tiene que subir la larga escalera hacia el confinamiento.
Todo en el texto es simetría y equilibrio, con un delicado tratamiento de la materia lingüística: hay un cuidado minucioso en la elección de cada palabra. Por otra parte funciona a la perfección en ensamblaje texto-ilustración: como en trabajos anteriores, Brown y Echeverría se muestran como una pareja creativa que se entiende muy bien. Inmerso en la tradición del cuento tradicional, en Adelaida 365 Brown pone a jugar los tópicos, los personajes y la estructura de ese bagaje cultural en el que todos hemos abrevado de una u otra manera, pero para releerlos, repensarlos, darlos vuelta y ponerlos a funcionar, mediante un mecanismo de resignificación, con temáticas más actuales (o tan viejas y tan nuevas como el ser humano, pero que no pertenecían a aquellos viejos cuentos), tal como había hecho en el excelente Así reinaba el rey reinante. Ese movimiento, no obstante, no es forzado y se percibe en la lectura como un moldeado amoroso en manos de una autora que se mueve como pez en el agua en estas historias a las que siempre vuelve y en torno a las cuales ha investigado mucho.
Adelaida 365 es literatura –y buena literatura– que pone bajo la lupa al mundo adulto y a los prejuicios y miedos que muchas veces conducen a decisiones terribles e injustas. Es el triunfo de la verdad sobre el ocultamiento, de la alegría sobre la vergüenza, de la niñez sobre la adultez mal aconsejada. Y es también un cuento de gatos y ratones que Echeverría siembra aquí y allá y que tienen mucho que ver con el desenlace.
Adelaida 365, de Virginia Brown y Valentina Echeverría. Alfaguara, 2018. 36 páginas.