Como era de preverse a partir de los primeros meses de actividad del nuevo complejo Cinemateca, la edición 2019 del Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay fue un éxito. Se recuperó totalmente el espíritu de los festivales de los años 80, con salas llenas, fervor, filas, conversaciones de pasillo, intercambio de recomendaciones. Cinemateca volvió a ser el lugar del universo donde más me encuentro con la mayor cantidad de gente conocida, y donde más se da que termine conociendo gente nueva. Me parece que a varias personas les pasa lo mismo. Es imposible medir el valor de un lugar así para la vida cultural de una ciudad y, más allá de la exhibición de películas excelentes y curiosas, preveo un efecto positivo, que quizá nunca sea totalmente reconocido, en generar movidas en un futuro a mediano plazo (“desprovincianización”, corrientes de pensamiento y de gusto, ganas de hacer cosas, alegría de estar en Montevideo, proyectos puntuales). El clima se volvió aun más cálido con la inauguración de la cafetería.
Hay detalles mejorables. Es engorroso que las entradas no estén disponibles sino 24 horas antes de cada función. No entiendo qué se gana con impedir que uno pueda hacer una agenda de la que pueda estar seguro, y que pueda liberarse de estar cada día peleando por las entradas del día siguiente. Sería genial si se pudiera coordinar una manera para que en un complejo de salas se pueda adquirir entradas para funciones que se den en otros complejos –hubo proyecciones también en Sala B, sala Hugo Balzo, Casablanca, sala Zitarrosa y MTOP–. En las otras salas todavía no se pudo contagiar el clima festivalero-cinéfilo que se vivió en la sede. El hecho de que buena parte de las películas se hayan exhibido nada más que un par de veces, a pocos días una de otra, atenuó el efecto del boca a boca, y también de la difusión por la prensa (fue por este motivo que en la diaria no consideramos pertinente publicar artículos en el correr del festival, recomendando títulos, porque cuando se publicaran, la chance de ver esos films ya habría pasado). En algunos casos ese criterio de programación se debe a la presencia, durante unos pocos días, de los invitados vinculados a esa película, pero cuando no hay invitados no entiendo el porqué del criterio. Y aguardamos que se termine de poner a punto el sistema de sonido de las salas (al parecer, falta sólo arreglar problemas de software y cableado): la proyección (visual) ya es la mejor de Uruguay; aguardamos un sonido acorde con eso.
Son problemas nimios frente a la magnitud de lo que fue el festival, la movida que generó y el aluvión concentrado de 240 títulos.
La competencia iberoamericana: documentales
Junto a Mariángel Solomita y Martín Imer, integré el jurado de la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay (ACCU) que evaluó la competencia iberoamericana. La competencia internacional va a ser comentada próximamente por Agustín Acevedo Kanopa. Consideramos mejor película a Diz a ela que me viu chorar (de Maíra Bühler, Brasil), un documental observacional filmado íntegramente en el interior de un centro social donde residían personas adictas al crack. Siempre me pregunto cómo hacen los cineastas de ese tipo de película para meterse en esos lugares y hacerse invisibles, dejando fluir frente a la cámara conversaciones increíbles, discusiones, declaraciones de amor, canto, fiesta, una pelea violenta, el consumo de la droga. La película traduce una disposición amorosa hacia las personas que aparecen filmadas, pero no es una actitud complaciente. Vemos amenazas de muerte, una pasión desenfrenada que bien podría desembocar en femicidio, la asunción de la condición de “bandido”, y el jaque a las pretensiones del equipo de asistentes sociales (llamado De Braços Abertos) de generar un sentido de pertenencia que se traduzca en una actitud colectivista (los bienes que deberían ser comunes terminan afanados). ¿Y cuál será la salida no violenta para el tipo que muestra en su tórax las cicatrices de los cuchillazos propinados por su mujer, a la que le piden que él trate bien?
La pregunta “¿cómo diablos hizo esto?” vale para el otro excelente documental observacional, Una corriente salvaje (de Nuria Ibáñez, México), sobre la vida de dos pescadores amigos en una playa casi desierta. La poesía, el acercamiento a las personas, y el interés antropológico, me evocaron el cine de Robert Flaherty.
La brasileña Me acuerdo más de los cuervos (Lembro mais dos corvos, de Gustavo Vinagre) y la española Apuntes para una película de atracos (de Elías León Siminiani) son estudios de personajes, y ambos implican reflexividad metacinematográfica. En la primera, extremadamente sencilla en la realización, un travesti que adoptó el nombre Julia Katherine contribuye a poner en escena el relato de su vida que cuenta frente a cámara. Sus referentes son Ingmar Bergman, Woody Allen, Rainer Wender Fassbinder, Yasujiro Ozu o Lars von Trier, y sus modelos son Marilyn Monroe, Nicole Kidman y Vivien Leigh. El sexo para ella tenía más gracia cuando lo filmaba. Siempre hay cierto glamour en su manera de contar y posar frente a la cámara, que de pronto expone, con irreverencia y en un tono ligero, como si fuera cosa de chiste, las vejaciones a las que está expuesta la población trans, que Julia sobrelleva con admirable dignidad y voluntad. En la española, las asociaciones cinematográficas parten del director, ya que el personaje, un ladrón buchonero responsable por unos atracos sensacionales a siete bancos y joyerías, fue elegido en función de la fascinación del director por el film noir. Al contrario de la brasileña, es una película compleja; el director aparece en cámara todo el tiempo y tiene que lidiar con un personaje esquivo, que a veces está en la cárcel y cuya esposa está en contra de que la película se haga, y cuidando de que la película no contribuya a incriminar al personaje pero que tampoco sea una apología o disculpa del crimen. Esas limitaciones y dilemas son trabajadas en cámara por Siminiani con inventiva y humor, sustanciando una película sumamente rica.
Confesiones femeninas
El jurado ACCU otorgó una mención especial a De nuevo otra vez (Argentina), que fue la mejor película del jurado oficial. Se alternan recursos contrastantes: proyecciones de diapositivas sobre una voz over de redacción “literaria” y densa de conceptos, escenas cotidianas casi documentales (la directora actúa un personaje que se llama Romina, y los que hacen de su madre e hijo son su madre y su hijo en la vida real e improvisaron sus partes), otras escenas con actores profesionales y claramente más armadas dramáticamente, y declaraciones de distintos personajes a cámara. El vínculo de imagen y sonido puede ser directo, irónico, chistoso o aleatorio. Esa película curiosa aúna lo confesional e íntimo, lo existencial y la reflexión política (explícita en un discurso feminista frente a la cámara, y en otros casos desprendiéndose de la historia y de la personaje).
La película de Romina Paula lidia (suponemos) con su propia situación personal actual o reciente. Tarde para morir joven (de Dominga Sotomayor, Chile) usa el artificio más común de basar la ficción en lo que presumimos que sean reminiscencias de la directora (la película se ubica en el pasado reciente y está centrada en una adolescente que tiene la edad que tenía la realizadora en esos años). Por fuera de la competencia, vimos ese tratamiento en la película de apertura del festival, Deslembro (de Flávia Castro, Brasil), sobre una niña que creció en Francia durante el exilio político de su madre y regresa por primera vez a Río de Janeiro desde que era chiquita.
Mainstream y búsqueda
La competencia iberoamericana (y casi todo el festival) fue de cine contracorriente. Tarde para morir joven fue lo más cercano a un tratamiento narrativo mainstream, pero tampoco es que su historia coral y su enfoque intimista sean de lo más común. Divino amor (de Gabriel Mascaro, Brasil) es un intento de proyección futurista que refleja, en forma de extrapolación, la situación actual de Brasil. Los sonámbulos (Os sonâmbulos, de Tiago Mata Machado, Brasil) usa un tono entre lo teatral, el psicodrama y la alegoría para una visión caótica de los dilemas políticos de una posible resistencia de izquierda frente a un sistema que copó y domesticó lo que, nominalmente, figura como una democracia. Tiene un tono bastante pesado, es compleja y oscura, pero también inteligente, angustiosa, y tiene un tratamiento sonoro muy creativo.
La omisión (de Sebastián Schjaer) tiene en común con la también argentina Invisible (de Pablo Giorgelli, del festival de Cinemateca 2018) el tratamiento tipo hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne para mostrar a una joven de pocas luces que no sabe bien lo que quiere y que la película parece justificar en las muy dudosas bobadas que comete. La vasca Ciervo (Oreina, de Koldo Almandoz) prueba una narrativa agujereada, en la que entendemos muy parcialmente (o no entendemos) varios aspectos de la historia. Entre preciosas imágenes, el interés estaría en esos fragmentos de anécdota y en la apreciación de las lagunas derivadas de ese laconismo narrativo. La historia de Enigma (de Ignacio Juricic Merillán, Chile) tiene su interés: lidia con una sociedad homofóbica y las secuelas dejadas en una familia por el asesinato de una hija. Pero lo fascinante es la puesta en escena, quizá la más destacada de esta competencia, con sus juegos de espejos, los movimientos de los actores en cámara reconfigurando los espacios, unos parcos pero muy significativos movimientos de cámara, en un juego realmente sensacional.
Elucubraciones
El documental portugués Pe San Ié: El poeta de Macao (de Rosa Coutinho Cabral) fue el punto bajo: ese documental sobre los poetas Camilo Pessanha y Carlos Morais José y la ciudad de Macao se regodea en elucubraciones tontas vertidas en lenguaje intelectualoide que resulta, en el fondo, sumamente naïf.
La catalana Love Me Not (de Lluís Miñarro) es un ejercicio de surrealismo posmodernista, quizá con la pretensión de imitar a Peter Greenaway (pocas cosas pueden ser más pedantes que la imitación pretenciosa de un pedante pretencioso). Curiosamente, esa película ocasionó avalanchas de un público enfervorizado, debido a la presencia, para presentarla, del actor Francesc Orella. Quizá nadie evaluó que fuera para tanto la repercusión local de la serie televisiva Merlí, que él protagoniza, y los organizadores del festival tuvieron que arreglarse como para sacarlo a escondidas. Me lo describieron como un momento de casi pánico, y no lo dudo. Es parte del agite de todo gran festival de cine: si el festival de Cinemateca sigue creciendo de esta manera, más vale que empiecen a prepararse para asimilar esos grados menos civilizados de entusiasmo.
P.S. Lo mejor que pude ver en el festival fue la china Un elefante sentado y quieto. Es simultáneamente la ópera prima y canto de cisne de Hu Bo, quien se suicidó luego de concluirla, cuando tenía 29 años. Qué talento que se perdió. Entiendo que debe ser un lío estrenar comercialmente una película de cuatro horas de largo, pero sería genial. Si ocurre, le podré dedicar el espacio para entrar en detalles; en esta nota ya no entra. Recomiendo que traten de verla como sea.
Las ganadoras
Competencia de largometrajes internacionales
» Mejor película: Nuestro tiempo (de Carlos Reygadas, México)
» Premio Especial del Jurado: So Long, my Son (Dì jiǔ tiān cháng, Wang Xiaoshuai, China)
» Mejor dirección: ex aequo: Aniara (de Hugo Lilja y Pella Kågerman, Suecia/Dinamarca) y El hombre que sorprendió a todos (Cheloviek, kotórïy udivil vsiej, de Natasha Mierkúlova y Alieksiey Chupov, Rusia, en coproducción con Estonia y Francia)
» Menciones: I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians (Îmi este indiferent dacă în istorie vom intra ca barbari, de Radu Jude, Rumania, en coproducción con República Checa, Alemania, Bulgaria y Francia) y Catorce (Fourteen, de Dan Sallitt, Estados Unidos)
» Premio del Jurado ACCU: Repertorio de ciudades perdidas (Répertoire des villes disparues, de Denis Côté, Canadá)
» Premio del público: So Long, my Son
Competencia de largometrajes iberoamericanos
» Mejor película: De nuevo otra vez (de Romina Paula, Argentina)
» Premio del Jurado ACCU: Diz a ela que me viu chorar (de Maíra Bühler, Brasil)
» Mención del Jurado ACCU: De nuevo otra vez
Competencia de largometrajes de nuevos realizadores
» Mejor película: Sócrates (de Alexandre Moratto, Brasil)
» Menciones: Cisne de cristal (Jrustal’, de Daria Zhuk, Bielorrusia en coproducción con Alemania, Estados Unidos y Rusia) y Un elefante sentado y quieto (Dà xiàng xí dì ér zuò, de Hu Bo, China)
Competencia de derechos humanos
» Mejor película: Soles negros (Soleils noirs, de Julien Elie, Canadá)
» Menciones: Gaza (de Andrew McConnell y Garry Keane, Irlanda, Canadá y Alemania) y Los últimos hombres en Alepo (Akhar alrijal fi Halab, de Feras Fayyad, Siria y Dinamarca)
Cortometrajes
» Mejor corto uruguayo: Negra (de Lucía Nieto Salazar)
» Mención: Luz breve (de Florencia Colman)
» Mejor corto internacional: Brotherhood (de Meryam Joobeur, Canadá, Túnez, Qatar, Suecia)
» Mención: El laberinto (de Laura Huertas Millán, Colombia y Francia)