En su afán de generar contenido exitoso, el servicio de streaming Netflix ha buscado alternativas que le permitan lograr largometrajes con una llegada similar a la de sus series. Ha tenido resultados variables, así como ha tomado decisiones cuanto menos curiosas (generar un contrato por seis películas con Adam Sandler debe ser la más rara), pero también ha servido de espalda ancha para realizadores personales como Gareth Evans (Apostle) o Jeremy Saulnier (Hold the Dark).
A medio camino entre decisión curiosa y respaldo a autor queda el acuerdo que realizó con el director McG por tres películas. El director –nacido como Joseph McGinty Nichol en 1968 en Michigan, Estados Unidos– es probablemente uno de los últimos exponentes del estilo de cine de acción “noventoso”, ese que cargaba todo de explosiones y mujeres hipersexuadas, con héroes que de pronto se movían a cámara lenta mientras disparaban o daban el golpe final, o largaban una última frase demoledora antes de liquidar al malo de turno.
Como a la gran mayoría de sus compañeros de generación, a McG el salto al siglo XXI no le ha resultado fácil, pero en su caso ha sido especialmente duro. Había pasado de videoclips de variadas bandas (desde Korn a Sublime, pasando por Cypress Hill y Smash Mouth) a Los ángeles de Charlie (que sería el epítome de su estilo) logrando el suficiente éxito como para hacer también la secuela –no me pidan que diferencie una de otra, se me apelmazan en la memoria–, y hasta ahí llegó su racha.
Una olvidable entrega de la saga de Terminator (Salvation), muestra de que al robot del futuro deberían dejarlo tranquilo de una vez, una comediola espantosa como This Means War (que logra arruinar a tres estrellas prácticamente infalibles, como Chris Pine, Reese Witherspoon y Tom Hardy) y un oldxploitation fallido con Kevin Costner (3 días para matar y la prueba de que no todo veterano puede hacer la gran Liam Neeson) habían desaparecido al bueno de McG del mapa. Pero la vida, o Netflix, da revancha.
Aunque no fue anunciado como tal, es evidente ahora que el director firmó un contrato con Netflix por tres películas. La primera de ellas fue The Babysitter, una comedia de horror (ya con aire ochentoso, como la que hoy nos ocupa) con la ascendente Samara Weaving –sobrina del gran Hugo– que con más humor que espanto desarrollaba una muy peculiar noche a cargo de una niñera con gustos satanistas. La tercera está actualmente en rodaje: Wunderland promete ser una “revisión personal” de Alicia en el País de las Maravillas con Alicia reconvertida en una detective de policía de la ciudad de Los Ángeles de nuestro presente que descubre el peculiar mundo subterráneo de la novela de Lewis Carroll. La segunda, Campamento en el fin del mundo (Rim of the World), se estrenó en Netflix hace pocos días.
Estereotipos a rolete
El cuarteto protagonista se presenta rápidamente. Alex (Jack Gore) es un tímido niño que no se recupera aún de una tragedia personal; Dariush (Benjamin Flores Jr) es el niño rico y prepotente; ZhenZhen (Miya Cech) llega de China con misterio y silencio; y por último está Gabriel (Alessio Scalzotto), algo mayor que los otros y con su propia carga de problemas. O sea, el nerd blanco (encima, pelirrojo: no se consigue más blanco que eso), el negro bocón, la china recia y el latino conflictivo. La película no escatima en estereotipos ni en representatividad étnica, pero lo que a priori podría ser muy poco interesante se revierte gracias al talento y la entrega de su elenco joven (especialmente el de Miya Cech).
El peso completo de la película recae sobre los hombros de los niños. Nuestros protagonistas, junto a muchos otros niños, se encuentran comenzando su campamento de verano, en el Rim of the World del título, cuando estalla sin previo aviso la invasión alienígena. Naves espaciales surcan los cielos –que se vuelven de pronto amarillos–, las batallas estallan por doquier y los monstruos caen del espacio.
Lo que también cae fortuitamente a manos de los niños es una llave con la posibilidad de activar el único sistema de defensa ante la invasión. Excalibur es un programa de la Guerra Fría pensado para detener misiles soviéticos, pero que sirve también ante esta eventualidad. Para activarlo, los niños deberán recorrer un largo camino y vivir múltiples aventuras y peligros.
McG hecha mano de su propia nostalgia y construye al grupo protagonista a medio camino entre The Goonies, The Monster Squad y los niños de Stranger Things. Cada uno de ellos tendrá una utilidad y una habilidad específicas que permitirán superar un escollo, y a medida que avanzan su interacción los hará crecer como individuos y como grupo.
De manual, sí (cada trauma o problema presentado en uno de los niños tendrá su solución), pero no por ello menos entretenido, sobre todo si uno se pone a tono con la historia que le están contando y acepta disfrutar de una aventura sin especial complicación (por mucho peligro que entrañen los alienígenas o por mucho muerto que vayan dejando por el camino, uno no duda jamás de que los niños resultarán ilesos).
Sin embargo, ciertos “aspectos” del viejo McG se escapan por momentos, incluso en una comedia familiar como esta, con chistes de corte escatológico o hasta sorprendentes por lo políticamente incorrecto (no son muchos, pero ahí asoman) que dan, al menos, cierto matiz de humor. Algo de aventura, algo de emoción y algo de ciencia ficción estándar de la mano de un director que, sin descollar pero sin decepcionar, ha encontrado una sobrevida gracias al servicio de streaming más popular. Un pasarrato para matiné de sábado de tarde que recuerda a mejores películas de 30 años atrás, pero que también las celebra a su manera.