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Volver a ver Evangelion: La serie que cambió el animé llegó a Netflix

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“Neon Genesis Evangelion”: la serie japonesa que combinó mitología cristiana, robots gigantes y drama psicosexual.

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“¡Metete de una vez en el puto robot!” será una frase que se escuchará tan seguido en los livings hogareños como las puteadas de un argentino viendo a su selección. Y es que Netflix, luego de un largo y extenuante período de negociaciones con la productora de animación Gainax, finalmente incorporó la serie Evangelion a su plataforma de streaming.

A primera vista, pareciera haber poca novedad en un producto de animé de 1995, cuyo impacto fue tal que fue imitado y exprimido por un montón de productos que lo continuaron. Pero rever la serie –esta vez en un formato que facilita, e incluso alienta, ver todo de un tirón– no sólo sirve para hacer un repaso de los efectos que produjo en el mundo de la animación, sino también para extender el impacto (un “tercer impacto”, por acudir a la mitología de Evangelion) más allá del mundo de los entendidos otaku.

La famosa creación de Hideaki Anno le llegó al público latinoamericano gracias a su circulación en VHS y a su lugar central en la grilla del canal Locomotion. La marca generó luego un sinfín de cosplays en convenciones de cómics, un auténtico parque de diversiones en Japón, el rediseño de algunos trenes-bala (emulando la apariencia de uno de los biorrobots Eva) y un montón de referencias que se diseminarían en la cultura pop.

Más que humano

Si nos limitamos a los primeros seis capítulos de los 26 que conforman la serie (después vinieron varias películas, pero no nos adelantemos), Evangelion podría resumirse como una clásica historia del género mecha, conocido por la representación de diversos robots comandados por humanos que se enfrentan a monstruos, extraterrestres, otros robots o entidades de cualquier tipo.

Tenemos, para empezar, a Shinji, un niño huérfano de madre que, luego de un largo tiempo de incomunicación, es convocado por su padre, Gendo Ikari (el importantísimo científico detrás de la organización NERV) para pilotear un extraño robot con forma intermedia entre lo humanoide y lo jurásico. El problema es que Shinji es un pibe sumamente retraído y cobarde, una especie de tupperware lleno de las sobras de todos los traumas que había en la heladera, y en un principio se niega a manejar al bicho.

Sin embargo, a muy poco de haber pisado las instalaciones de NERV se desata la invasión de un gigantesco monstruo (al que, como a otros de su clase, se califica de ángel). La artillería militar parece hacerle poca mella, y en pocos minutos la única opción es que Shinji se meta a manejar al biorrobot Eva 01, una tarea para la que cuenta con cero instrucción. Luego de un tire y afloje en el que nos encontramos ante la desquiciante fascinación del cine japonés por destruir sus ciudades (algo que parece tanto un reflejo traumático de sus múltiples devastaciones –naturales o provocadas por la guerra– como una marca de su incomparable voluntad de resurgir una y otra vez de las cenizas), el hijo de Gendo acepta la loca demanda de pilotar la máquina sin siquiera haber recibido un tutorial. Pronto entenderemos que no fue elegido de manera azarosa, y que el piloteo tiene más que ver con la sincronización mental/emocional entre el usuario y el robot que con conocimientos propios de robótica y biomecánica. Contra todas las expectativas, Shinji logra derrotar al ángel, demostrándole al resto de los científicos de NERV que guarda un extraño diferencial que lo conecta al robot (incluso sin necesariamente estar dentro de él) más que al resto de los humanos.

En un primer esquema, la historia se reduciría a esto: un enfrentamiento, capítulo a capítulo, con diferentes ángeles que intentan destruir Tokio 3 (la capital es relocalizada y reconstruida luego de unos sucesos que detallaremos en breve), casi en la dinámica “monstruo de la semana”, en la que el personaje va descubriendo más de sí mismo mientras las contiendas lo colocan más allá de sus límites.

A su vez, las violentas sesiones marcadas por golpizas y explosiones, que harían ver a la de Hiroshima como una bomba brasilera que se arroja a fin de año, son salpicadas por esos conocidos cambios de tono del animé, en los que vemos al protagonista congeniar –o intentar hacerlo, al menos– con otras dos compañeras de pilotaje: Rei Ayanami (una chica silenciosa, al borde del autismo, que guarda con Gendo una peculiar y misteriosa relación) y Asuka Langley Sōryū (una creída e irascible piloto del Eva 02, proveniente de Alemania), mientras vive en la casa de su comandante, Misato Katsuragi (que combina su impresionante capacidad de mando con una vida afectiva tan desordenada como su casa).

Hasta acá, todo bien. Sin embargo, conforme pasan los capítulos, la trama se complejiza, generándose un mundo de referencias, conspiraciones y contraconspiraciones de escalas metafísicas y planetarias que nos alejan radicalmente de la simple batalla de robots a la que nos habíamos apuntado en un comienzo.

En primera instancia, el presente de Evangelion es un mundo que ha sobrevivido al “segundo impacto”, el supuesto choque de un gigantesco meteorito con la Antártida en 2001, que habría provocando la elevación del nivel de agua de todo el mundo y un abrupto calentamiento global (cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia). Sin embargo, luego entendemos que en realidad nunca hubo tal colisión y que aquel acontecimiento que casi extingue a la raza humana había sido producto de un experimento científico mal concluido (en una serie cuya terminología es un guiso de referencias mitológicas cristianas y griegas, no es casualidad que el apellido de Gendo sea Ikari, es decir, Ícaro).

Resulta que en Evangelion, el universo tal como lo conocemos es producto de una antigua y superpoderosa raza extraterrestre que, al borde de su declive, decidió diseminar, por el universo, cápsulas con semillas de la vida. Estas semillas de la vida son transportadas por Adán en una luna blanca, y las semillas del Fruto del Conocimiento, fuente de la ciencia y la tecnología humanas, son transportadas por Lilith en una luna negra. Cada planeta recibe una u otra semilla, pero no ambas, porque su unión terminaría generando a un ser superpoderoso similar a Dios. Pero, tras un error de trayectoria, la luna negra impactó en la Tierra, en donde ya se estaba desarrollando la vida de los ángeles, traída por Adán. La fusión de estos dos elementos generó el equivalente a una reacción nuclear en cadena, provocando una enorme explosión que en el mundo ficcional de la serie se conoce como Primer Impacto.

Sin embargo, la raza ancestral ya había ideado un mecanismo para contener el desarrollo de las dos razas en paralelo: la lanza de Longinus, que logró mantener en remisión a Adán. El fruto de conocimiento de Lilith fue lo que pobló la Tierra, y los ángeles, a los que debe enfrentar la humanidad en 2015 (el presente de la serie), son algo así como los herederos de Adán, que intentan hacer contacto con el cuerpo de Lilith, que es custodiado en la ciudad subterránea debajo de Tokio 3 (de ahí que todos los ataques caigan sobre la capital nipona).

A medida que transcurren los capítulos, iremos descubriendo que las dos organizaciones –NERV, al mando de Gendo, y SEELE, comandada por un comité de monolitos sin rostros– tienen planes privados y se traicionan mutua y sistemáticamente, con el fin de producir un oscuro plan llamado “proyecto de instrumentalización humana”.

Batalla interior

Uno de los elementos más interesantes de la serie es que, como creación completa y totalizante de un mundo propio que aprovecha la mitología más superficial del cristianismo, logra encastrar de forma perfecta en el correlato bélico y el drama psicosexual de los personajes.

En primera instancia, Evangelion es un festín para el ojo por el diseño de los robots Eva y los ángeles: los primeros, con un intrincado detallismo de estructura y funcionamiento, que por momentos parece haber sido armado más en planos que en meros dibujos; los segundos, dibujados con trazos mucho más sencillos que, al mismo tiempo que los acerca al aspecto de una raza originaria, también, en su economía de detalles, parecen corporizar la fuente primordial de un arquetipo hecho carne. Algunos ángeles son simplemente signos flotantes; otros, meros prismas o esferas, pero todos tienen una pequeña particularidad –a veces una máscara relativamente pequeña en comparación con el cuerpo– que les da un aire ominoso y semianimado.

Cuando avanzan los capítulos vamos entendiendo que los Eva distan de ser meros robots. Muy por el contrario, son entidades biológicas cuyo aparataje metálico es un exoesqueleto que, más que para controlarlos, sirve para contenerlos. Así, descubrimos que los Eva no sólo están hechos del material de las primeras semillas, sino que establecen una relación casi simbiótica con sus pilotos, acortando la distancia entre hombre y máquina.

Los combates de los Eva tienen lugar con el piloto humano suspendido en LCL, una especie de líquido amniótico (las referencias a volver al útero materno son innumerables) que, en paralelo a la lucha física, sumerge al tripulante en procesos de honda introspección, en los que ya no entabla una batalla con un otro, sino consigo mismo.

Se dice que el director y guionista Hideaki Anno, quien desde hacía mucho tiempo batallaba con una depresión crónica, volvió a recaer en uno de estos estados conforme escribía la serie, y que el acercamiento, por parte de un amigo, de un libro sobre trastornos psicológicos, no sólo le permitió empezar a entenderse, sino también incluir mucho de este material de autodescubrimiento en la trama. Así, rondando el capítulo 15, la serie incorpora más elementos introspectivos, en los que el pasado y diversas versiones del yo de los personajes eclosionan y se superponen, como si fueran auténticas sesiones de ayahuasca encapsuladas en 25 minutos de animación.

Cómo religarse

Todo esto conduce a los infaustos últimos dos capítulos de la serie. Casi un hito en la mitología de la cultura animé, los capítulos 25 y 26 dejan completamente de lado el mundo externo al borde del colapso y suceden exclusivamente dentro de la cabeza de Shinji. El producto es casi una hora de enfrentamiento de una persona con sus propios demonios, organizados de una manera que nunca se había visto en la televisión: una especie de desmontaje de un proceso psicoanalítico en tiempo real, donde la misma animación va perdiendo textura, a veces incorporando fotografías y borradores.

Más allá de que por momentos tiene un tono que bordea el psicologismo de autoayuda, el final –que dejó consternados a miles de espectadores que esperaban un auténtico showdown bélico en las puertas del apocalipsis– tiene sentido tanto dentro del espíritu de la obra como dentro de la historia. En lo que refiere a la historia (gigantescos spoilers en adelante), todo lo que sucede en realidad no ocurre exclusivamente en la cabeza de Shinji, sino tras el ya mencionado “proyecto de instrumentalización humana”. Cerca de los últimos capítulos entendemos que tal proceso es un plan de SEELE para fusionar a toda la humanidad en un mismo organismo (casi como el último y definitivo paso de la filosofía de Plotino), donde las psiquis de todos están mezcladas e indiferenciadas como en un mismo líquido.

Es el fin de la vida, pero también el acceso a la eternidad (este último elemento es curioso, porque este devaneo casi religioso era bastante similar a los del grupo Aum Shinrikyio, que perpetró atentados con gas sarín en Japón el año en que nació la serie). Lo que vemos ya no es otra de las derivas psicológicas de Shinji, sino su mente (o, más bien, la de Hideaki Anno) indiferenciada de las de los otros, porque la instrumentalización humana ya ha tenido lugar. Es interesantísimo que el capítulo parta de eso sin mostrarnos cómo llegamos a la situación, porque los apocalipsis –o las grandes catástrofes– suelen suceder así: tal como en las historias de muchos sobrevivientes de Hiroshima, un día vas caminando por la calle, ves un destello en el cielo y de repente el mundo se comprime sobre vos, descargando todo su potencial de destrucción.

Por fascinante que pareciera, el final molestó a gigantescas huestes de fans, que incluso amenazaron de muerte a su creador. Pese a estar conforme con su guion original, Anno tuvo que torcer su brazo para explicar mejor lo sucedido en lo que sería su película The End of Evangelion (también disponible en Netflix).

The End of Evangelion es algo así como lo sucedido entre el capítulo 24 y el 25, el momento donde surge todo el cataclismo. En la película, todo lo visual que era recortado en la versión final de la serie aparece condensado, explotando frente a los ojos de uno. Es una extraña y perturbadora sensación de estar viendo algo demasiado grande e invasivo para comprenderlo, una mezcla entre sentimiento oceánico de totalidad y horror como pocas veces se ha llevado a la pantalla.

El final, mucho más lúgubre que en la versión de la serie (más allá de que en ambas, lo que sucedía era lo mismo) parece no sólo un síntoma de la cabeza cada vez más perturbada de Anno, sino también un mensaje a sus fanáticos. Fascinado originalmente por la animación, Anno se fue sintiendo cada vez más decepcionado y asustado por la cultura otaku. El final original de la serie era, efectivamente, un intento para intentar abrochar este proceso interno y comunicárselo al resto de los espectadores, un mensaje que iba alrededor del aceptarse a uno mismo, que la mente del depresivo era incapaz de hacer.

The End of Evangelion propone que ese completamiento en uno mismo no es suficiente, y que el contacto con los otros es necesario y a la vez es eternamente conflictivo. Así, el protagonista se rebela ante la posibilidad de sumirse en ese líquido amniótico totalizador, volviendo a aceptar la posibilidad de una vida con individualidades diferenciadas. Así, en el final de la película, en un tour de force que rompía por completo la cuarta pared, se pasaba fugazmente capturas de pantalla con las amenazas recibidas de los fans, y escenas de las mismas proyecciones de la película en el cine. Era un auténtico comentario sobre la soledad, y cómo un género perdió su rumbo, con personas y referencias que se cierran cada vez más dentro de sí mismas.

Pocas veces alguien quiso llegar a tanto, y por eso mismo vale la pena verlo y discutirlo. En un mundo donde el límite entre lo virtual y lo corporal es cada vez más fino, y donde un fin similar al del tercer impacto parece cada vez menos ficticio, Evangelion es un lado B más oscuro de nuestra humanidad.

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