Yo tengo una deuda. Es altísima y no es figurativa: es monetaria. Nunca habría podido desarrollar mi carrera artística si no fuera por ustedes. Suena demagógico, pero algunas verdades son así, tienen esa grandilocuencia berreta que te hace sonreír como diciendo “bueno, viene por ahí”. Toda mi educación, desde primaria hasta el posgrado, ha sido y sigue siendo financiada por el Estado uruguayo. Esta es una deuda enorme que informa e influencia profundamente toda mi producción artística.
Crear en el campo teatral uruguayo implica una serie de esfuerzos y renuncias. La mayoría vivimos de otras cosas, principalmente de la docencia, así que dedicamos el “tiempo libre” a nuestra principal profesión, sabiendo que es difícil conseguir espacios de ensayo y también es complicado acceder a salas. Sin embargo, en el presente, hacer teatro implica acceder a oportunidades que hace 20 años (cuando por primera vez actué sobre un escenario, a los 14 años, en el Carnaval de las Promesas) no existían. Acceso a becas de formación en el exterior que nos permiten especializarnos en áreas que no existen en el país; acceso a fondos internacionales de coproducción; la posibilidad de generar giras en el exterior. Dentro de este panorama, cuando tengo que pensar qué cosas son diferentes al momento en el que empecé la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático, reconozco que los programas de fondos para creación escénica del Ministerio de Educación y Cultura, de la Intendencia de Montevideo y de COFONTE (el Fondo Nacional de Teatro existe con anterioridad, pero ahora logra financiar más proyectos) son los aportes más importantes a los que nuestro medio ha accedido.
Sin embargo, la creación del Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE) y la irrupción del FIDAE (Festival Internacional de Artes Escénicas) en el paisaje del teatro uruguayo produjo huellas que marcaron a toda mi generación artística. No somos los mismos artistas que habríamos sido sin el INAE y sin este festival. Desde la primera edición del FIDAE, en 2009, he trabajado en él de distintas formas: fui asistente de producción de montaje y asistente de dirección en una coproducción. Ahora dirijo una de las cinco obras nacionales de la programación; soy una de las cuatro directoras y de las tres dramaturgas mujeres. Sí, cinco obras, cuatro directoras y tres dramaturgas mujeres, no lo podía dejar pasar.
La mía es una generación de artistas un tanto dispersa. No porque seamos poco concentradas/os, ya que en nuestras espaldas llevamos una enorme porción de la producción más independiente, la más off y la que trabaja en multiplicidad de espacios, tanto teatros como espacios no convencionales (casas, apartamentos, espacios urbanos). Andamos entre los 25 y los 40 años. Y, curiosamente, voy a parafrasear a Felipe Ipar, un colega: “Si encontrás a uno de los espectáculos y rascás un poco, encontrás a todos los demás”. Oscilamos entre la producción con fondos alternativos, como fiestas, rifas, inversiones personales que después devolvemos con el borderó; y fondos públicos que antes ganábamos ocasionalmente y ahora ganamos con mayor frecuencia. Todo esto no es casual. Aprendimos cosas. Fuimos expuestas y expuestos a una variedad de lenguajes escénicos que amplió nuestro horizonte; a entornos en los que tuvimos que explicar con palabras la obra que queríamos crear, pero que aún no existía. Aprendimos a usar herramientas para construir no sólo nuestras poéticas sino también nuestra capacidad de trabajo y el valor que tiene.
No es casual que desde que existe el FIDAE hayan comenzado a gestarse otros festivales y encuentros de teatro en Uruguay, algunos con mucha trayectoria como el TFM Uruguay (Teatro para el Fin del Mundo), que trabaja para resignificar espacios en estado de abandono o emergencia; o el Encuentro de Teatro del Litoral y del Mas Allá, una propuesta autogestionada que funciona como un espacio de encuentro entre las compañías que participan. También hay otros con trayectorias más volátiles, como el Encuentro de Colectivos Teatrales Al Borde, integrado por colectivos que se ubican por fuera del circuito comercial y trabajaban formas alternativas de financiamiento. En el presente, la Red de Artes Vivas (RAV) se conformó para generar plataformas de visibilización, colaboración y potenciación entre las obras y proyectos de artistas independientes que no están institucionalizados –que generalmente no producen dentro del marco de las instituciones teatrales independientes, que en Uruguay son una entidad en sí misma–. La RAV tendrá su primer festival en setiembre y se financiará de forma alternativa –lo pueden encontrar en redes–. Incluso algunas de las artistas y los artistas que verán en la vuelta del FIDAE están involucrados en estas iniciativas.
Lo importante de este cúmulo de información es que la existencia de un festival como el FIDAE, financiado por el Estado, no sólo me garantiza una función a mí frente a programadores internacionales. Nos garantiza a todas y todos, público y artistas, la generación de nuevas oportunidades, la posibilidad de adquirir herramientas para pensar, gestionar e imaginar el movimiento teatral y cultural que queremos construir.
No creo que sea inteligente imaginar este espacio como un puerto de llegada, sino como una de las paradas en la travesía que todos sabemos que significa trabajar en las artes en América Latina. Al igual que todo el movimiento teatral uruguayo, este festival internacional adolece de una presencia débil en el imaginario de nuestra sociedad. Sabemos el poder que tiene el arte para alimentar subjetividades, para imaginar nuevos mundos posibles, para construir pensamiento crítico. ¿Cómo llegamos a instalarnos como una actividad imprescindible en la vida de las personas? Es una pregunta que siempre debemos hacernos para tener una mirada más amplia; para poder proyectarnos hacia el futuro con la convicción de que las cosas que a veces parecen irrealizables en realidad son posibles.
Directora y dramaturga. Su obra Cheta integra la selección uruguaya del FIDAE.