Se conocieron en un ring con mucho de retro Marcel Sawchik dirigía Titanes en el Palermo Boxing, corría el año 2004. “Él hacía de Martín Karadagian, que venía del más allá, y yo de su hijo bastardo, creado para la ficción, para vengar la muerte de su padre”, cuenta Horacio Camandulle.
El actor de Gigante (Adrián Biniez, 2009) coincidió nuevamente con Pablo Isasmendi en un taller de musicalidad del clown. Era el camino para preparar Ubú Rey en versión de Polizón Teatro. “En ese ínterin, La Casa de los 7 Vientos tenía una propuesta de boliche con comidas y nos ofrecieron hacer pequeños sketches. Nos dimos cuenta de que nuestro formato era muy eficaz en escena. Un día el Enano viene y me dice: ‘Gordo, qué te parece Hermanos Massilotti?’. Inmediatamente me encantó, por toda la mística que giraba en torno a esa historia, la búsqueda del tesoro, la sociedad de la época, todo eso que era real pero parecía ficción”.
El dúo desproporcionado se movía entre el golpe y porrazo y el guiño al número de varieté. Se largaron con el vestuario que tenían a mano como presentadores de un festival que se hacía por la calle Constituyente: “El Enano hacía de mi profesor de danza y yo de su alumno sumiso, que daba el examen en público. Pablo tiene una capacidad de improvisar y una verborragia increíbles; yo iba más a lo físico. Nos complementamos perfecto. Marcel escribió dos textos más, y así surgió el espectáculo que hicimos por mucho tiempo en teatros, boliches, fiestas, eventos: Los fabulosos hermanos Massilotti”. Isasmendi corrige: “Lo seguimos haciendo cada vez que se presenta lo oportunidad. Nos identifica. Con este espectáculo que estamos por estrenar vamos por el séptimo juntos, si es que no se nos escapa alguno”.
Del estreno inminente corresponde hablar, entonces, de Domingo en el recreo, “una posición totalmente nueva para nosotros: no es comedia, no actuamos sino que dirigimos, y lo estamos disfrutando a pleno porque es un texto hermosísimo, con mucha luz, tiene su drama y tiene su esperanza”, adelanta.
Niños del torno
Es otoño y cerca del río, con las sierras de fondo, hacia la primera mitad de la década de 1940, se encuentran Pedro Pablo y María Cecilia, dos adolescentes a punto de abandonar el asilo para huérfanos donde vive cada uno. Pero hay otras voluntades que intentarán hacer de su pasaje a la adultez una historia de folletín. Esa postal podría servir de sinopsis de Domingo en el recreo, del argentino Carlos Diviesti (Lanús, 1967).
Después de haber pasado por la parodia a la lucha libre y por los inefables Massilotti, pero también por El polvo en el vendaval, esa despellejada mirada a La fuerza bruta, de John Steinbeck, que hicieron juntos el año pasado, encarnando otro texto de Diviesti, parece que la nostalgia fuera un insumo clave para estos directores debutantes. “Pablo es un tipo que usa pañuelos de tela, escucha Radio Clarín, se emociona con los primeros cómics de Batman, y le encantaría pasar las tardes en una confitería tipo Oro del Rhin. El cine en blanco y negro: es de esos que ven La fiesta inolvidable y se ríen como si fuera la primera vez. Todo eso y las historias de la Vuelta Ciclista que hacía con su abuelo, llenaron una parte de mí que hace que la nostalgia ocupe un lugar significativo. Creo que pasaron cosas tan increíbles, tan ficcionables, que hoy es un rico material para trabajar. No me creo un tipo nostálgico, pero confieso que mi sueño recurrente es que viajo en un Cooptrol”, responde Camandulle.
Su compañero corrobora cada concepto antes de agregar que “el pasado, no para vivir anclado, la historia, tienen cosas muy ricas, material que muchas veces sirve como disparador. Sin que todo tiempo pasado haya sido mejor, hoy tanta información al momento y tanta mirada sobre un mismo hecho, hasta impuesto, no dan lugar al juego de la imaginación. ‘No hay pasado que desaparezca ni futuro que lo olvide’, se dice en Domingo en el recreo. Creo que debería ser una máxima. En todos los sentidos. Olvidar el pasado, pretender ignorarlo, dar vuelta la página sin haberla leído, te corta el hilo de la historia y es, en algunos órdenes, peligroso. Acá, como siempre sucede con el arte, que te va enriqueciendo, tuvimos la maravillosa posibilidad de contactar con personas que nos abrieron puertas a otras disciplinas y realidades. Laura Osta, una historiadora que escribió Imágenes resistentes, un libro espectacular sobre las señales que se dejaban en las prácticas de abandono de niños en el torno. En la parte corporal tuvimos a Analía Fontán, que nos enseñó sobre danzas criollas y nos acercamos a su trabajo de investigación al respecto. En fin, gente que revisita el pasado, lo analiza y lo trae al presente para entender el porqué de ciertas cosas, para identificarnos, conocernos, emocionarnos”.
Tanto Camandulle como Isasmendi dicen “jugar de memoria” y con humor en la distribución de tareas. En esta dirección conjunta el primero aporta “esa mirada sensible fundamental para la obra, con los actores”, asegura su compañero. “Tiene nervios de acero, es capaz de permanecer tranquilo y con buena onda en medio de un terremoto de 10 grados en la escala Richter, lo cual es ideal para un tipo ansioso como yo. En todo eso, entre los contactos a distancia y las esporádicas venidas de Carlitos [Diviesti], fuimos amasando, conversando sobre distintos aspectos de la obra”.
“A medida que el proceso iba avanzando sentíamos que decíamos lo mismo. De alguna manera fui tomando la parte más física y de experiencias para que acontezca la sensibilidad poética, la magia, el estado, la organicidad que la obra y los actores ya tienen, pero que es necesario visualizar. Me gusta la puesta en escena, pero la dirección de actores me atrae mucho: hablar con ellos, mandarles pequeños ejercicios, crear secretos”, cuenta Camandulle.
Buscaron una escenografía despojada en la que “aparecen dos mundos que por momentos están conectados y por momentos se disocian, distintos lenguajes narrativos: aparecen el cine, la música, la danza. Hay momentos muy emotivos, momentos cómicos, momentos más hondos, para contar una hermosa historia”, dice Isasmendi. “Y por si fuera poco, en el Teatro Victoria, mi casa. Volvemos al pasado y a cómo nutre: un edificio que desde 1902 sigue en pie viendo transcurrir los años, con sus avatares y alegrías, y permanece noble para desarrollar actividades artísticas. Mejor plan, imposible”.
Domingo en el recreo, de Carlos Diviesti, dirigida por Pablo Isasmendi y Horacio Camandulle, se estrena el 5 de noviembre en Teatro Victoria (Río Negro 1477) y sigue miércoles y jueves a las 21.00. Reservas al 2901 9971. Hay beneficios para suscriptores de la diaria. Elenco: Cecilia Martínez Carlevaro, Ezequiel Núñez, Fabiana Charlo y Sara de los Santos. Escenografía, vestuario y arte: Beatriz Martínez. Luces: Juan Pablo Viera. Música original: Ismael Collazo.