El primer flash es del barrio del Cordón. Una tarde de mil novecientos setenta y siete, el balcón hacia la calle Paysandú: “Derrumbado, nocturno y desván”. “Siguen ardiendo / todos los nombres / todos los sueños / dachau auschwitz treblinka / siguen quemando todos los recuerdos”.
Por esos años Atilio Duncan conducía Eco contemporáneo en Radio Centenario. Se había iniciado en CX 42 Vanguardia con dos programas: La morsa y Estos son los nuestros. Desde siempre –y hasta hace una semana en Otro rollo por las radios públicas–, la generosidad, la complicidad, la apertura mental, los aires de la radio abiertos a Dylan, la música popular uruguaya y a los músicos gaúchos, aparceros de las mismas antiguas complicidades.
En años de páramo, no aptos para cobardes, la poesía de Macuanaíma se colaba por las rendijas del silencio. Su dylaniana mirada, tan lejana a lo que pasaba en las calles en aquellos días de omnipresencia cuartelaria.
Un poeta de la resistencia, anuncia la cortina de Otro rollo.
A Derrumbado... le siguió Pasajero de las sombras / Los caballos perdidos, editado en 1980 por el sello Granaldea. “Has visto cómo tantos conocidos miran hacia otro lado / cómo se interesan por una mosca muerta en la ventana”.
¿Epitafio para el chico de la calle? ¿Para el camarada de Nibia, de Mecha, de Antonia? ¿Para el parcero de Raúl Feldman? ¿El que le dedicó un poema a Gisela y a Ramón? ¿Para el que zurció Sansueña con el Darno? “Tus ojos guardan luz y temor / como las cartas clandestinas”.
“Cuánta distancia ahora / cuánta distancia, y estoy vacío de patas [...] / con un viento mutilado / con mis dos caballos perdidos”: el track 3 del vinilo Los caballos perdidos (1982) vuelve desde Youtube una y otra vez en la voz de Leo.
Macu fue un poeta habitado; en su obra, en la que las referencias a sus amigos y lecturas son una constante, y en la añeja costumbre de crear con otros; libros, discos, espectáculos. Las presentaciones de sus dos últimos libros fueron otra vez pretexto para reunir artistas, para celebrar en formato comunión el advenimiento de la escritura.
Hay una fotografía del 83. Las emociones en recuperación, la máquina de desmaravillar en retirada. “La poesía no es una señorita timorata / pudorosa celestial / de las que aborrecen / los pellizcos furtivos [...] / la camiseta sudada del mediocampista”. “Sin usted señora mía / andaría montado en un viejo buick / de memoria / (el que usaba kerouac en el camino)”.
La tercera toma es en un apartamento de la calle Ejido: alguien, Elder, Víctor, el mismo Macu, habrá inventado aquello de perpetrar poemas en el callejón de la Universidad, en los actos de la ujota, en las asambleas sindicales, en las cooperativas. Sé que inventamos Fabla por hastío, la primera temporada de hastío, de los comisarios, de las ortodoxias, de los que se creen eternamente portadores de verdades reveladas.
Al borde de On the Road
Amigo de anarquistas y tupamaros, de bolcheviques, de socialistas “elegantes”, cuando no estaba de moda tener amigues progres. Incómodo para el establishment letrado: “el escuálido mainstream de la cultura nacional nunca ha sabido muy bien qué hacer con Macunaíma. Literato entre los rockeros y rockero entre literatos. Indócil [...], ‘poco serio’ [...]. Demasiado negro para el racismo soterrado que permea a la sociedad”, en palabras de Elbio Rodríguez Barilari.
Sus versos no están escritos para enternecer al canon. Farragosa, harapienta, buena mina, su poesía es la percanta que aguanta el temporal cuando la mano viene torcida. Nada que pueda comprender alguien que considere la literatura una carrera de 400 metros. Crítico permanente de las lastimosas insuficiencias de los elencos de izquierda al frente de la cosa cultural.
“Inquieto y desbordante, agitado como un danzarín de Artaud, irreprimible como el océano nerudiano, intransigente y puro como el viejo Ezra”, en palabras de Benavides. Cómplice en el acto de no permanecer neutral ante esa clase de gente que un día defiende una buena causa y al siguiente justifica un fusilamiento sumario. “Imre Nagy fue secuestrado / por un grupo de tareas [...] / –donde dice ‘inmunidad’ / debe leerse ‘impunidad’ / habrán pensado los soldados rojos–”.
En 2008 publicó La bufanda del aviador. Es un parteaguas en su obra: toma distancia de cierta gestualidad heredada de los maestros rioplatenses, navega sin demasiada bitácora hacia el desborde, lo festivo, el cruce de géneros, el poema como ejercicio narrado, y la exacerbación del collage como elemento constituyente de la escritura.
En Ontheroadagain. Proyecto Ferlinghetti II, su último libro (2017), la experiencia de carretera abarca toda la escena, narrando desde la escritura un viaje al corazón beatnik, al encuentro de Lawrence Ferlinghetti, sobreviviente de aquella mítica generación. “Para los puristas, los beatos de los cenáculos literarios y los habitantes de los conventillos del sur, es posible que estos poemas resulten bizarros o dislocados como un motociclista estrellado contra un muro”. Las fronteras entre géneros son cosa del pasado, la poesía es paisaje por encima de la velocidad permitida. Ejercicio ritual, celebración, noche de blues y Belchior en Malvín.
Marcas en la pared líquida es el libro que estaba preparando el poeta. “Versos nerviosos que saltan de las líneas con golpes ligeros de espada de espadachín, un estilo al mismo tiempo aquí y allá envuelto por sintaxis prosaicas como la de aparceros en un bar”, escribe desde Porto Alegre su amigo Luiz Heron da Silva.
El editor de un diario de derecha estima adecuado asignar o no espacios en la prensa cultural conforme a la distancia ¿en versos? ¿en millas poéticas? entre poéticas dignas del Cervantes y las otras, las de “los chicos de la calle”, como diría el Macu. Supongo que hacer periodismo autorreferencial es lo que mola ahora.
“No fuimos a frisco con kerouac / un viaje colosal de carreteras”. Terminó la biografía, Macu. Queda la escritura. Aquí los versos de Macedo: “no acabo la poesía / abro un lugar en el mundo”.