Desde la cafetería del lujoso edificio donde funcionan FM del Sol y otras tres emisoras de radio se puede observar una amplia azotea diseñada, en apariencia, con fines familiares. Sobre un costado del espacio abierto, un parrillero a estrenar reluce en sus formas modernas mientras la lluvia cae sin problemas sobre sus ángulos rectos. Diego, con las manos en los bolsillos de su campera, me cuenta que el parrillero “quedó muy cool pero no tiene fin, tope, entonces si corrés mucho las brasas se te van para donde dejaste los vasos limpios. Un detalle”.
Comenzó a trabajar a los 14 años en una textil, y dice que tuvo su mejor experiencia laboral en un depósito de una empresa de cosméticos, años antes de instalarse en los medios de comunicación. Se acercó a la radio a partir de un aviso clasificado en el diario, hizo periodismo deportivo en la Sport 890 y despuntó sus gustos rockeros en Radio Futura. Fue compañero del polémico Ricardo Gabito Acevedo en los albores de TV Libre, y también formó parte de la programación de VTV. En Canal 10 hizo Mundo cruel, Malas compañías, Plan de vuelo, Hoja de ruta, En su salsa, Escape perfecto, 2010 jugá, Yo y 3 más, y Master chef.
Fuera de las cámaras parece más bien serio y analítico, bastante diferente del bufón de cumpleaños desbordante y confianzudo que ha sabido construir, atento a las miradas del otro lado del televisor. Dice que ningún trabajo lo define y, en cualquiera de los casos, cree que lo más importante es la puntualidad y el compromiso con la tarea. Estudió comunicación en la UTU y diseño gráfico en la ORT. Suma diez años de terapia gestáltica y casi desde el principio, cuando lo convocan para un nuevo proyecto, le piden que haga de él mismo. “Mirá que yo no soy periodista”, aclaró hace unos días cuando lo llamaron para integrar el equipo de La letra chica, el nuevo programa de TV Ciudad, que irá de lunes a viernes a las 21.00. “Precisamos un Diego González” fue la respuesta desde el otro lado del teléfono.
Un rato antes de comenzar La mesa de los galanes –el programa radial del que forma parte desde sus años en Océano bajo el nombre Segunda pelota–, nos recibió para conversar sobre humor, medios y cómo es hacer de sí mismo.
¿Cómo se prepara la clásica espontaneidad de La mesa de los galanes?
Cada tanto nos detenemos a ver qué es lo que estamos haciendo. Para los productores –que son bastante nuevos en radio– fue el peor programa para empezar, porque producir la espontaneidad es mucho más complicado que tener algo muy armado. Te da cierta gimnasia, te hace usar recursos con mayor velocidad, pero no tenés el colchón de una estructura de programa: a tal hora va tal cosa y a tal hora, tal otra. Eso no lo tenemos. Nuestra estructura es un aparente caos que ya está implícito en nuestra relación. Lo que sí hacemos es que, si por ejemplo yo traigo un tema muy bueno o me pasó algo que me parece interesante, no se lo cuento a mis compañeros hasta que se prende la luz. Por más que yo caiga a la radio una hora antes de empezar el programa, en la previa hablamos de otra cosa. Descubrimos que las reacciones espontáneas son las que mejor nos salen. Si yo te cuento antes de lo que vamos hablar, te doy tiempo para que pienses una salida, y ese tiempo en nuestro programa no es bueno. Incluso cuando aparecen los personajes como El Tío Aldo y Campiglia no sabemos de qué van a hablar ni a quién van a invitar, no tenemos ni idea. Cada uno se hace cargo de su parte y sabe que cuenta con nuestras reacciones, y tenemos una dinámica de grupo que nos permite eso.
¿Crear el clima a diario para que eso suceda es puro oficio o se precisa algo más?
Eso es lo más complicado. En la época de Segunda pelota nos pasaba que nos invitaban muchos gurises que arrancaban con sus programas de radio y vos notabas que las charlas de arranque pretendían emular a las de Segunda pelota. Y es muy difícil hablar de nada todos los días. Porque nosotros ni siquiera hablamos sólo de actualidad. ¿A quién le puede interesar que al Piñe [Jorge Piñeyrúa] se le rompió un caño en la casa? Seguramente a nadie, pero es entretenimiento y es la única intención. A eso nosotros le perdimos el pudor. La gente que escucha esas charlas sobre la nada lo hace porque le atrae, de alguna manera, nuestra persona escénica. A todo el mundo se le rompió el caño, pero los oyentes quieren saber cómo reaccionó el Piñe cuando le pasó. Eso es lo entretenido, y es una construcción que lleva tiempo.
¿Y vos cómo aprendiste los ritmos humorísticos?
Es oficio. Cada uno tiene su lugar en el programa. Pablo [Fabregat] es más medido, Camilo [Fernández] y Rafa [Cotelo] hablan más, y últimamente el Piñe también, y a mí me pasa que termino siendo el más verborrágico; los silencios me matan, tal vez es un vicio televisivo. Se ve que esa presión de estar afilado, atento, es algo que me gusta, de manera natural. Incluso me resulta muy incómodo en situaciones sociales. Voy a una reunión y parece que estoy haciendo entrevistas, porque si veo que alguien está aburrido, me le siento al lado y “¿che, vos de qué laburás?” y empezamos a conversar. No me gusta que estemos todos en silencio. Puedo ser medio rompehuevos, pero ta, es un rasgo de personalidad.
Leí el otro día que te gusta Will Ferrell.
Sí, me fascina. Parece ser un gracioso involuntario, pero, en realidad, tiene un sentido de comedia increíble. Yo no soy de reírme mucho, y al loco lo miro y me río. Entiendo lo que está queriendo hacer, lo hace re bien y le saco la ficha. Pienso “mirá qué crack, ¡cómo fue para ahí!”. Es un loco que se arriesga y no tiene miedo al ridículo. Cuando tocó trabajar viajando al exterior [en el programa Plan de vuelo], corríamos el riesgo del lugar común de poner en ridículo a alguien más –por ejemplo, de reírse de un chino simplemente por chino–, pero con el equipo de trabajo llegamos al acuerdo de que, si había que burlarse de alguien, primero nos íbamos a burlar de mí. O sea, si hay que ponerse un disfraz gracioso me lo pongo yo, y al lugar donde vamos el centro es el lugar y yo quedo en un segundo plano. Ese sistema de trabajo es un poco lo que hace Will Ferrell; al tipo siempre lo vas a ver desde la posición de menos valor, nunca desde el lugar del poder, y desde ahí busca el humor. A mí dejame abajo: el importante sos vos, y si en algún momento la nota se torna ridícula, me quemo la ropa yo. Me gusta trabajar así.
¿Cómo te integrás a este nuevo programa de TV Ciudad?
La letra chica va a ser un programa de opinión y actualidad de lunes a viernes, conducido por el Profe [Ricardo] Piñeyrúa. Ahí me sumo como uno más, y los viernes va a ser un programa de archivo, más parecido a algunas cosas que ya hice, y lo voy a conducir junto con Analía Matyszczyk. Eso va a ser un poco más descontracturado. El programa de lunes a jueves tiene un tono más periodístico pero desde otro lugar.
¿Tenías ganas de hacer esto?
Nuevamente me llamaron para hacer de mí. Me dijeron: “Precisamos a alguien con tu oficio de televisión, que le guste a opinar”. Y bueno, allá fui. ¿Por qué no? Vamos a probar.
A veces sos como la voz de la gente, o algo así, ¿no?
Ese es un lugar tremendamente incómodo de ponerse, porque la gente es muy diversa. Pero quizás lo sea de parte de la gente, y eso está buenísimo. El programa va a ser muy plural y va a haber mucha gente representada. A los que trabajamos en los medios, al estar sobreinformados, a veces nos pasa que pensamos que todo el mundo lo está, y no es para nada así. Siempre es un misterio saber qué quiere la gente. Yo qué sé. Pero lo que me terminó de seducir fue el espíritu de este programa. Si bien se va a manejar información, se va a hacer desde un punto de vista amoroso, no se va a buscar confrontar. La voz te TV Ciudad intenta ser una voz alternativa, y hoy lo alternativo es lo amoroso. Hacer calentar a la gente es re fácil. Dame dos minutos, te escribo algo en el teléfono y tenés 200 personas re calientes. Buscar el otro lado es un camino más largo, pero en un programa diario se puede intentar. La gente ya está enojada, ¿para qué le vas a tirar una brasa más?
“Odio pinchar globos, pero en los programas comerciales el contenido es secundario”.
Me parece increíble que, después de toda la carrera que hiciste en los medios, cada vez que tenés oportunidad contás que tu mejor laburo fue en un depósito de la empresa Nuvó.
Porque la pasé bárbaro. Fueron siete años. Conservo amigos hasta el día de hoy. Yo tenía 22 años y fue el trabajo que me formó en una edad muy particular. Conocí gente de otros barrios, gente de mi edad que vivía otras realidades, del interior, gente sola, gente que mandaba a sus tres hijos a la escuela y pagaba el alquiler, y esa misma guita yo me la gastaba comprando vino y saliendo con mis amigos. Cuando vi el mundo adulto dije “pah, loco, soy un privilegiado”. Eso fue muy chocante, pero muy motivador también. Tenía un compañero que había vivido en Artigas en el medio rural y pudo ver la televisión por primera vez a los 17. No tenía ningún amigo, y era un tipo con una inocencia asombrosa. Fue un laburo que me abrió mucho la cabeza y la pasaba muy bien. Me encantaba ir a trabajar.
¿Fue en Malas compañías donde te dijeron por primera vez que hicieras de vos mismo?
En ese momento yo no quería trabajar en televisión. Básicamente, por muchas inseguridades, sobre todo físicas. En esa época los que salían en la tele eran lindos, con el pelo bien cortado, afeitados y vestidos muy prolijos. Yo era todo lo contrario. Durante muchos años un productor de televisión me decía que yo era antiestético, y tenía razón. Pero me dije: “Bueno, si me llamaron a mí es porque quieren que esté yo. No van a pretender que sea otra cosa. Me quieren a mí, entonces voy a hacer de mí”. Me convencí de eso.
Así que fue un razonamiento tuyo.
Es que no encontraba otra razón para que me llamaran. Yo miraba la tele y no había gente parecida a mí. “Voy a hacer de mí a ver qué pasa”, dije. Y después de ahí no paré de trabajar en Canal 10.
¿Qué significaba para vos hacer de vos mismo? ¿Cómo te ves?
Soy muy amable. Me considero una persona educada. Y algo que me di cuenta viajando, aunque sé que lo tenía incorporado de antes: yo trabajaba en Nuvó y después me pagaba la ORT. Iba a laburar con gente que no tenía para el boleto y se venía caminando desde el Cerro, y estudiaba con gurises ricos, gente que no tenía problemas económicos. Y siempre traté de que mis compañeros de trabajo se sintieran cómodos y también el rico de ORT se sintiera cómodo conmigo, pero nunca dejando de ser yo. Creo que ese es mi valor. Puedo hablar con un embajador y al otro día ir a un asentamiento, y en los dos lugares voy a buscar provocar un ambiente de calidez y amabilidad. Yo trabajo para hacer amigos. No quiero pelearme con nadie. Me encanta que la gente la pase bien y haya buena onda. Donde a mí me toque trabajar se va a pasar bien. Soy un extintor, veo que hay mala onda y voy para ahí: “¿Qué pasa? Vamo’ arriba”. Eso no se ve en cámara, pero sé que es muy valorado por mis compañeros. En eso soy bueno.
La mesa de los galanes sigue funcionando, pero en los últimos tiempos ha recibido algunas críticas por el hecho de estar integrado sólo por hombres, por ser algo así como un Club de Toby. ¿Cómo convive el programa con esas críticas?
Hay mucha fantasía con los lugares en los medios de comunicación, y está bien. Porque los medios somos generados de fantasía. Ni que hablar de un estudiante que comienza la carrera, con mucha ilusión. Nosotros esa fantasía la hemos ido perdiendo con los años, porque siempre estuvimos vinculados a medios comerciales, donde la realidad es la realidad: sos un trabajador que estás generando recursos para una empresa. Cuando dejás de ser útil, dejás de trabajar. La parte glamorosa es muy chiquita. En esta movida con Del Sol nosotros entendimos que el programa, que era exitoso comercialmente y lo sigue siendo, iba a generar puestos de trabajo. No sentimos la necesidad de tocar un programa que funcionaba, porque ese programa era el que iba a generar que hoy haya acá cuatro radios con más de 80 personas trabajando. El razonamiento fue: necesitamos que entre plata para darle trabajo a pila de gente. Vos dirás que es injusto cómo funciona el sistema comercial. Sí, podés negociar. Es decir, a la gente le gusta escuchar nuestro programa. Bien, hagámoslo como nosotros lo sabemos hacer, que siga siendo atractivo por los clientes, y esa plata se redistribuye y cae en cascada hacia posibilidades de trabajo para un montón de compañeros. A veces hay que bancar esas cosas. Odio pinchar globos, pero en los programas comerciales el contenido es secundario. Es horrible decirlo, pero es así. El dinero depende de cómo se use: puede aumentar la riqueza de un empresario, es una posibilidad, o puede generar puestos de trabajo. Críticas recibimos miles, pero le ponemos el lomo a esto. Es como te decía, a mí el laburo no me define, hoy hago esto, mañana haré otra cosa, y para las inquietudes sociales o de otro tipo que pueda tener, también encuentro espacio. Se puede hacer todo. Y si te gusta hacer otro tipo de radio no te quedes con las ganas, pero no pretendas hacer un tipo de radio que no puede meterse en un lugar comercial.
¿De dónde vendrá tu talento para generar ambientes amigables?
Después de muchos años de terapia y de mirar para atrás me di cuenta de que nunca me gustó ver gente triste. Si entraba a la escuela un compañero nuevo, iba y me acercaba y trataba de sumarlo al grupo, o cuando uno se portaba mal, que nadie quería estar al lado de él, ahí iba yo. A mí me invitaban a todos los cumpleaños, pero me pegaba en el forro que no invitaran a todos. Entonces, si iba, te caía con el que no habían invitado. Me pone muy incómodo ver a alguien solo.
Has hecho un montón de programas en radio y tevé. Casi siempre desde un lugar de no demasiado protagonismo, con la excepción de Master chef. ¿Sos de imaginar tu propio programa?
Todos los que hacemos comunicación en algún momento fantaseamos con un late show. Me encantaría, pero es muy difícil: es muy caro hacerlo bien. Es un formato, y lo tenés que hacer como se debe. Tenés que tener música en vivo, muchos guionistas; acá no se invierte en guionistas. Tenés que tener la posibilidad de descartar cosas. Capaz que un tipo te escribió chistes toda la tarde, pero al rato pasó algo nuevo y todo eso no sirve y tenés que hacer otra cosa. Acá no estamos acostumbrados. Por lo general, es un tiro y sale. Somos una televisión muy pobre.
Una pregunta descolgadísima: cierta vez, en la radio recordaste una prenda de tela satinada que usaste mucho. ¿Qué era?
Digo tanta cosa que no me acuerdo, pero puede ser en el baby fútbol. Yo llegué a jugar con la camiseta de tela y el número bordado en lana, pero en mi último año de baby fútbol aparecieron las camisetas satinadas. En mi cuadro, Arbolito, en la Curva de Maroñas, llegaron bastante tarde, pero cuando la camiseta pasó a ser igual que la de los jugadores profesionales, eso fue un momento precioso.
¿De qué jugabas?
Dos, back derecho. Horrible.
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