“JK Rowling puede chupar mi enorme y jugosa verga”; “JK Rowling puede chuparse mi pija gorda y ahogarse con ella”; “JK Rowling, ¿te hiede la concha? Presiento que está podrida, por favor usá agua”. Imagínese esos mensajes multiplicados por cientos. Ahora, imagíneselos multiplicados por miles. Imagínese, ahora, que le explican que estos mensajes son “activismo de izquierda”. ¿Usted no dudaría?
La semana pasada JK Rowling, la célebre/infame (según a quién se le pregunte) autora de la serie Harry Potter, fue puesta una vez más en el banquillo de los acusados, como lo viene siendo desde el año pasado, esta vez en ocasión de que salió un nuevo libro de su serie policial protagonizada por el detective Cormoran Strike, Troubled Blood, y casi al mismo tiempo un artículo de The Telegraph advertía que esta vez la narración giraría en torno a un “asesino serial travesti” y que la conclusión general del libro era “nunca confíes en un hombre que usa vestido”. Otros medios se sumaron y agregaron que era un libro “transfóbico”. En Twitter no tardó en surgir el hashtag #RIPJKRowling, aludiendo al deseo de muchos de que la autora se muriera y en el que se incluían desde insultos misóginos hasta imágenes de gente quemando sus libros (¡!).
Al poco rato otro periodista, que había leído el libro por adelantado, aclaró que Troubled Blood no hace referencia en absoluto a las personas trans, y transcribió la única página de las 900 del libro que podría haber llevado a la tergiversación: una mujer que escapó del asesino lo describió usando “una peluca y una campera acolchada de mujer”. Según este periodista, Nick Cohen (que, reitero, sí había leído el libro y fue el primero en citarlo textualmente), es la única instancia en que se lo describe así y no tiene incidencia en el resto de la historia.
Sin embargo, la máquina ya se había puesto a andar. Otra vez.
Es que el primer choque serio de Rowling con una parte de la comunidad LGBT se remonta a 2019, cuando por medio de un tuit apoyó a Maya Forstater, una especialista tributaria que había sido despedida de su trabajo por decir, en su cuenta personal de Twitter, que el sexo biológico es inmutable. Al respecto, Rowling escribió: “Vestite como quieras. Llamate como quieras. Dormí con cualquier adulto que consienta y quiera estar contigo. Viví tu vida de la mejor forma posible con paz y seguridad. ¿Pero forzar a las mujeres a quedarse sin trabajo por decir que el sexo es real? #YoApoyoaMayaFortaster. #EstoNoEsUnSimulacro”.
A esta altura creo que hay que aclarar algo: el discurso transactivista dominante ha cambiado considerablemente en los últimos años. De decir que la situación de las mujeres y las mujeres trans era distinta pero que había cosas en común por las que luchar, hace unos años el discurso pasó a ser “las mujeres trans son mujeres” (y también, pero con mucho menor énfasis, “los hombres trans son hombres”). Un vistazo rápido a Google Trends indica que esta idea agarró fuerza recién en 2016; sin embargo, ya se ha asentado en el discurso progresista, aunque con distintos niveles de puesta en práctica según de qué parte del mundo se trate. En Europa y Estados Unidos, Forstater no está sola en su situación: varias otras mujeres, particularmente académicas y periodistas, han perdido su empleo por cuestionar este axioma.
Otro cambio importante en el discurso es que la disforia de género, es decir, la condición psíquica por la que una persona sufre por sentirse en el “cuerpo equivocado”, ya no es determinante para considerar a una persona trans. Ahora se puede ser trans sin sufrir disforia de género, y se considera transfóbico decir lo contrario.
Estos cambios conceptuales tienen consecuencias en la vida real para muchas mujeres, pero es un tema tan escabroso que las personas “progres” prefieren no tocarlo públicamente. Para las mujeres que sí se animan a hacer algunos cuestionamientos en voz alta hay una palabra especial: “TERF”.
TERF es el acrónimo de “feminista radical trans excluyente” (trans exclusionary radical feminist), pero ninguna feminista lo usa para describirse a sí misma: es un término que siempre se usa para señalar a otra mujer y siempre de forma condenatoria. Una vez que una mujer es tachada de TERF, todo vale: insultos misóginos, amenazas de tortura y de violación, incluso la agresión física directa. Basta buscar el término en Twitter o en Reddit para comprobar que no exagero. Una vez que una mujer es acusada de TERF, es deshumanizada de forma tal que se justifican –se festejan, incluso– las agresiones misóginas hacia ella. Contradicciones de la “justicia social”.
Yo me topé por primera vez con esa palabra mirando los videos de la youtuber trans Contrapoints (de la que escribí en esta misma sección el año pasado). Al principio acepté que las TERF eran malísimas sin cuestionarlo, pero al ver la misoginia extrema que les era dirigida se me prendió una alarma y quise ver por mí misma qué decían estas personas tan viles (sabiendo desde un principio que nada justifica amenazar con violencia a una mujer).
Me encontré con un panorama variopinto: lesbianas excluidas de su propia comunidad por no querer estar con personas con pene (ver el término “techo de algodón”), mujeres preocupadas por las evidentes ventajas físicas de las mujeres trans en los deportes femeninos (esa ventaja física, en el caso de deportes como el rugby o el boxeo, supone, además, el peligro de lesiones graves para otras mujeres), mujeres cuya pareja hombre había transicionado y, al no poder lidiar con eso y separarse, habían sido atacadas por ser consideradas “transfóbicas” por su entorno. También estaban las temidas feministas radicales, que postulan que el origen de la opresión de la mujer es el intento de apropiación de su capacidad reproductiva, postura que choca, claro, con la idea de que “ser mujer” es una elección identitaria. Entré en crisis, porque todas esas cuestiones me parecían dignas de ser escuchadas y para nada justificantes de violencia: ¿sería que yo también era una tránsfoba intolerante?
Es en este clima hostil que JK Rowling, luego de causar furia con otro tuit (en el que cuestionaba el uso del eufemismo “personas que menstrúan” en una nota periodística), publicó un largo ensayo explicando sus razones para hablar del sexo y el género. Se puede leer en español acá ladiaria.com.uy/U6J y recomiendo que cualquier persona que esté interesada en el tema lo lea completo y saque sus propias conclusiones. Quiero hacer énfasis en eso: se puede estar de acuerdo con ella o no, pero es importante saber lo que dice primero, y darse la libertad de pensar por uno mismo. Lo que puedo afirmar es que es un ensayo reflexivo y cuidadoso, y en respuesta recibió amenazas de muerte: eso nos debería decir algo respecto de cómo se está dando este debate.
El colectivo trans sufre innegables vulnerabilidades. Pero la forma de defenderlo no puede ser atacando a las mujeres y exigiendo que cedamos espacios ‒por los que nuestras antecesoras tuvieron que dar una larga lucha‒ sin posibilidad de negociación. Algunos de los hashtags menos violentos dirigidos a las mujeres en esta discusión son #NoDebate (“no se debate”) y #BeKind (“sé amable”). En otras palabras: “Callate, mujer”. Pero ante la misoginia no nos podemos callar. Y creo que es importante, para ambos colectivos, que la discusión se dé en otros términos. El miedo y la autocensura no llevarán nunca a la comprensión y la aceptación. Y por eso agradezco a Rowling su toma de postura. “Hay que tener un gran coraje para oponerse a nuestros enemigos, pero hace falta el mismo valor para hacerlo con los amigos”. Dumbledore dixit.