Uno llega cansado a fin de año. En el 2020 uno llega más cansado. Uno de los años más largos que recuerdo. No porque el año engrosó sus filas de días. Porque el tiempo en cada día se volvió más espeso, más denso. Me acuerdo de los hindúes: “El instante es todo lo que hay”. Y de cierta postura zen: “El mejor lugar es este”. Estoy escribiendo esto porque puedo. Hay quien aunque quisiera no podría. Antes del hindú en la memoria. Antes del zen.
Cantidad de quienes llamamos “los informales”. Algunos gobiernos los apoyaron en un primer momento de la pandemia. Otros nunca los apoyaron. El gobierno de México no apoyó a los informales. ¿Cómo pueden los gobiernos medir los medianos y largos plazos en una contingencia sanitaria? ¿Cómo pueden pensar en las nuevas generaciones cuando las nuevas generaciones están cayendo en el instante hindú y en el lugar zen, es decir ahora? El Estado pulverizó su obligación de proteger a los ciudadanos. Este es el Estado-mundo actual. Mala suerte para los que creyeron en esa especie de dios. El tiempo se estira todo lo que puede en el día y no se repliega de noche: intenta pasar desapercibido, ni blanco ni negro, se neutraliza, y aquí va dejando lugar al frío. Ayer, 21 de diciembre, fue el día más oscuro. No porque la catástrofe hubiera alcanzado su cresta, cristalizada. Porque la Tierra tocó el punto del año más alejado del sol. El invierno entró alejado, distante, sin calar en los huesos. Todavía. En 2021 no: en 2022 se conmemora el año de Trilce. ¿Viene al caso hablar de Trilce en estas condiciones de existencia? Para mí viene al caso. No separo poesía y vida ni poema de existencia. Se conmemora el año de Trilce. No quiere decir que se celebre. Traje Trilce a propósito de huesos, de “calar en los huesos”. El silencio puede calar en los huesos en un atrevido portuñol como si al fin se hubiera alcanzado un puerto añejo. El lector de poesía prefiere Poemas humanos porque César Vallejo aquí arropó al poema, encarnó la palabra, le puso carne al hueso. En 1939 la Segunda Guerra estaba ahí. La gente en guerra necesita pertrechos, abastecimiento, techo, comida y afecto humano que diga que esto vale, un poco más, la pena. Todo lo que cifra “un plato de sopa”, la cosa más alejada de una cifra, un invierno que decidiera alejarse completamente del frío. O un yo poético lanzado lo más lejos posible del poema que lo lanza, seguro hacia el siglo siguiente, a ver si el poema-lanza consigue ser modelo de la próxima generación (de poemas). Mientras tanto, ahora, hay gobiernos que no quieren saber que las próximas generaciones se salvan en el presente. Lanzan el presente al futuro para deshacerse de él.
Suspensión es la palabra que más resuena en mi memoria anual 2020. En cursivas porque la suspensión sigue su curso. Para otros “interrupción”, “pesadilla”, “catástrofe”. Pero para mí suspensión, porque la poesía para mí fue siempre suspensión. El momento de suspensión en un poema es crucial, porque el que dice no quiere suspender. Quiere seguir de largo. Grandes poetas no quisieron nunca suspender. Y me reservo la duda para algunos que admiro: Saint-John Perse, Derek Walcott, Pablo Neruda. Ahora poesía y vida hacen un dúo de suspensión. O tal vez en algún límite urbano bailan un tango. Está la economía suspendida, señor. Ninguna gran economía suspendida dura mucho tiempo. Cierto. Y ninguna humanidad que se precie dura demasiado sin suspender su acción ante un peligro invisible. Ninguna humanidad que de veras haga eco a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Es el derecho a la vida suspenderlo todo ante el peligro. Pero el capitalismo depredador no quiere suspender. Entonces niega. No existe el peligro, que es como decir que no existe el derecho a la suspensión que es como decir que no existe el derecho a la vida. Que es como decir que la poesía no existe o que el poema que suspende se somete al silencio. “Una cosa no existe: es el olvido”: esto es Borges, siglo XX. Por eso la alondra “se olvida y se deja caer” en el poema de Bernart de Ventadorn (siglo XII). La alondra actúa la inexistencia del acto, o sea, la suspensión. La alondra es casi mística. Es alegre. No él (el ruiseñor): ella (la alondra) canta al amanecer.