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Pretend It’s a City

En Pretend It’s a City, Martin Scorsese rinde tributo a la sagacidad y el humor de Fran Lebowitz

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La serie documental de Netflix presenta a la ingeniosa escritora y su relación de amor/odio/más odio con la ciudad de Nueva York.

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Leído por Abril Mederos
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Supongamos que no conocés a Fran Lebowitz. Es una hipótesis poco descabellada, ya que el suyo no es un nombre que circule de boca en boca por estos lares. No te preocupes, ya hablaremos de ella, lo suficiente como para que tengas herramientas tendientes a una decisión tan importante como si vas a mirar o no Supongamos que Nueva York es una ciudad (Pretend It’s a City), la nueva miniserie documental de Netflix.

Martin Scorsese adora a Fran Lebowitz. Esto es fácil de comprobar: en 2010 ya le había dedicado el documental Public Speaking, que los franceses subtitularon Si Woody Allen fuera una mujer. Allí tenemos una pista sobre ella. Pero no nos apresuremos; estábamos con Marty y su amor por este ícono de la Gran Manzana, que pudo verse en El lobo de Wall Street (2013) interpretando a una jueza, un rol que también interpretó varias veces en La ley y el orden, aunque allí era una jueza distinta.

Decíamos que el galardonado director tiene una predilección especial por el pensamiento y la palabra de esta escritora de 70 años. Por si no alcanzara con las obras mencionadas, alcanza con ver cómo se ríe a carcajadas cada vez que en esta miniserie ella pronuncia alguna frase ocurrente, haciendo que los ataques de risa de Jimmy Fallon parezcan una sonrisita en comparación.

¿Será interesante escuchar (y ver) a Fran si, al menos al comienzo del primer episodio, uno sabe poco y nada de ella? La respuesta es afirmativa. Porque el micrófono y la cámara estarán pendientes de una mente astuta, de una vieja gruñona, increíblemente cínica, pero que hace cualquier conversación más llevadera gracias a su agudo sentido del humor.

Tenemos entonces un producto que consiste, básicamente, en tres horas y media de Fran Lebowitz hablando con diversos interlocutores: Scorsese sobre todo, pero también Spike Lee, Alec Baldwin (con un tintazo criminal) y hasta Olivia Wilde. Y con ilustres desconocidos que utilizan el espacio de preguntas y respuestas para picotear un poco más ese cerebro capaz de reflexiones certeras que suelen provocar la risa.

Manzana podrida

Más allá de que los siete episodios giran alrededor de temas tan variados como el deporte, la lectura o el trabajo, detrás (o delante) de todo está la relación casi tóxica entre Fran y la ciudad de Nueva York. Sus pobladores parecen quererla casi tanto como la quiere Marty, pero ella puede enumerar cada una de las cosas que la desesperan de esa metrópolis, en especial la presencia de tantas personas en cada uno de los lugares que visita. Pero también los rascacielos, que son la copia de una copia, o los transeúntes despistados. “En Nueva York hay millones de personas. Y la única que mira por dónde camina soy yo”, dice.

La talentosa señora Lebowitz tiene una opinión para todo, y suele ser una opinión que llama a la reflexión, incluso si uno no estuviera de acuerdo con ella. Es por eso que desde la década del 70 ha compartido esa visión sarcástica sobre las cosas en columnas de diferentes publicaciones que luego se editaron en los libros Metropolitan Life, de 1978, y Social Studies, de 1981. En sitios como Amazon pueden encontrar el muy recomendable The Fran Lebowitz Reader, que recopila ambos títulos.

Desde entonces, solamente terminó el libro infantil Mr. Chas and Lisa Sue Meet the Pandas, de 1994. Pero sus apariciones públicas no disminuyeron, y es así que las nuevas generaciones de su zona de influencia saben de quién se trata y, según ella misma lo cuenta en el documental, le piden su opinión sobre las cosas.

Ahí radica gran parte de su magia. No solamente tiene las herramientas para elaborar textos humorísticos y críticos, sino que es capaz de dar respuestas rápidas que satisfacen a quien tiene enfrente. Claro que Supongamos que Nueva York es una ciudad está editado para mostrar sus mejores respuestas; claro que Scorsese reiría a carcajadas si Fran recitara la guía telefónica. De todos modos, habrá suficiente evidencia como para admirar su ingenio (eso que en inglés se define con una palabra tan hermosa como wit).

Vieja podrida

Para algunos públicos, el discurso misántropo de la Lebowitz podría caer pesado. Y es difícil de reprochar, ya que en más de una ocasión dan ganas de pararse y contestarle “ok, boomer”. Da la impresión de pertenecer a ese cada vez mayor grupo de personas que disfrutan mucho más de hablar de lo que odian que de lo que aman.

Sin embargo, hay suficientes pistas como para descubrir a una ensayista tridimensional, capaz de admirar el arte y señalar, por ejemplo, que en la subasta de un cuadro de Pablo Picasso los presentes callan cuando entra la obra y aplauden cuando se vende. “Aplauden el precio, no el cuadro”.

Es capaz de reconocer el talento y, por las figuras de las que supo rodearse, como el mismísimo Martin Scorsese, queda claro que es una capacidad que admira de las otras personas. Y especialmente se vislumbra su corazoncito cuando habla de los jóvenes y algunas de sus costumbres, como la de estar pegados a la pantalla de algún dispositivo. Para su generación no es algo normal, pero para ellos sí, y se atreve a plantear la posibilidad de que termine siendo algo positivo a largo plazo.

Soy bastante reacio al cinismo. De hecho, mi “biografía” de Twitter es un link a la despedida de Conan O’Brien de The Tonight Show, en donde lo describe como una actitud que no nos lleva a ninguna parte (luego se pone un poco hippie, pero se lo perdonamos). Ahora, si vas a vivir buscándole el pelo al huevo y después burlándote de que los huevos tienen pelos, al menos tratá de hacerlo con la inteligencia y la gracia de Fran Lebowitz. Y, en lo posible, en episodios de menos de media hora.

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