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Mimetizado con el Uruguay: Directamente para video, de Emilio Torres Silva

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Este jueves se estrena la película que repasa el enigma de Manuel Lamas y su ópera prima.

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Leído por Andrés Alba.
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Acto de violencia en una joven periodista, la ópera prima (1988) de Manuel Lamas, desde hace años viene ejerciendo una misteriosa atracción entre una cantidad considerable de personas, al punto de que se habla de ella como “la única película de culto uruguaya”. Debe ser cierto: hay películas uruguayas que fueron muy elogiadas y disfrutadas, pero esta tiene fanáticos, lo que es otra cosa. Por supuesto, es un fanatismo ambiguo, basado en buena medida en lo divertido y sorprendente que es constatar sus muchas torpezas, desequilibrios y disparates, en el marco de cierta apreciación de lo bizarro y de la puesta en cuestión de algunos estándares de calidad y prestigio. Pero no parece ser lo único, y de alguna manera esa película extraña con vocación de giallo tiene cosas que muchos sentimos que no abundan en el cine uruguayo: cierta chispa delirante, algo de morbo sexual, un desenlace inesperado.

El punto de partida de Directamente para video es la fascinación por Acto de violencia... y el empeño por saber algo de la historia y circunstancias de su realización. De paso, tenemos un panorama del culto que genera, y hurgamos en el mundo de la producción uruguaya “directamente para video” (del cual el exponente mejor conocido debe ser Ricardo Islas). Todos los participantes de Acto de violencia... se mostraron misteriosamente renuentes a contar sus experiencias en cámara, lo que atizó la curiosidad del director/narrador Emilio Silva Torres y desvió entonces su investigación hacia el realizador, el ya fallecido (2004) Manuel Lamas.

Hay un curioso contraste entre la crudeza de las muchas interpolaciones que vemos de Acto de violencia... y la sobresaliente pulcritud de las imágenes y sonidos tomados especialmente para este documental. Hay todo un juego de motivos visuales (guías de teléfono, casetes VHS, pantallas de computadora) y encuadres planimétricos, que contribuyen a animar el relato. Aunque podamos saber que, por lo general, en los documentales, el suspenso dramatizado de ir descubriendo cosas es, en buena medida, una construcción cinematográfica, en este caso está hecho con una pericia tal que realmente sufrimos, por ejemplo, cuando se frustra la expectativa de ver filmada, en su imagen actual, a Blanca Giménez (la bonita y carismática “joven periodista” de la película). Como en una ficción, ese momento de frustración va a estar compensado más adelante con los datos que obtendremos sobre Lamas. Gustavo Zerbino lo describe como una figura que “se mimetizaba con la Ciudad Vieja” de los años 80, en el sentido de triste, gris, detenido en el tiempo. Por lo que se dice, era un tipo visionario, algo engreído, obstinado, voluntarioso, delirante, suficientemente organizado como para lograr hacer sus películas, pero no tanto como para convertirlas en algo redituable. La cosa va a estar coronada con la aparición de metraje previamente inédito tomado por Lamas, que se encontraba en poder del técnico y coleccionista Julio Pelossi (su relato de la experiencia de acompañar al director en un rodaje es de los momentos más impagables de la película).

Es aquí que Directamente para video hace un giro extraordinario. Al parecer, entre los testimonios y el visionado del material inédito saltaron cosas escabrosas. En un acto de pudor, y quizá también de respeto por otras personas involucradas, este documental no entra en detalles, tan sólo busca una manera de procesar su desconcierto e indignación. Y ello ocurre en un esquivo y extenso episodio de ficción, que perturba la categorización de esta película como documental.

Así, el estatuto de la película termina siendo un poco incierto e incómodo, algo que venía anticipado en el toque metacinematográfico del plano inicial, en que la cámara avanza lentamente y visualizamos los rieles del dolly. Luego del episodio de ficción, tenemos otro que involucra a Pablo Denevi. Al parecer, regresamos al documental: Pablo tuvo un vínculo muy cercano con Lamas. Sin embargo, los créditos dan pie para la desconfianza, ya que indican “Pablo Denevi como Pablo Denevi”. ¿Cuál de los dos se conmueve en cámara, la persona empírica o el personaje? Esas construcciones medio esquivas de la no ficción, al desvincularse del pacto (de por sí borroso) de la condición de documental, empujan al espectador a un estado de duda constante, muy interesante en cuanto lugar de apreciación artística, pero no confiable en cuanto información sobre el mundo extrapelícula.

Directamente para video termina desempeñándose como conflicto. ¿Qué hacer cuando la realidad investigada excede ciertos límites impuestos por el pudor, el cuidado, la legalidad, el buen gusto? ¿Será justo insinuar cosas sobre alguien pero, al no enunciarlas, quitar cualquier posibilidad de defensa, sin por eso dejar de difundir cierta impresión de turbiedad moral sobre él? ¿Las cosas que el documental optó por no revelar serán efectivamente proporcionales a esa necesidad de silencio, o será ese silencio mismo un mecanismo dramático más efectivo que la posible revelación?

Directamente para video es una película atrapante y su factura es excepcional. Funciona ella misma como un enigma sobre algunos objetos enigmáticos. Es también, creo, el primer largometraje uruguayo sobre cine uruguayo. No deja de ser irónico que los objetos específicos de atención (Acto de violencia... y Manuel Lamas) sean outsiders, antítesis de la cara más linda de la cultura uruguaya, de su autoimagen preferida, aunque, en algún punto, parafraseando a Zerbino, se mimetizan muy bien con el país.

Directamente para video. Dirigida por Emilio Silva Torres. Con Alfonso Tort. Documental. Uruguay, 2021. Cinemateca.

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