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En principio era el logo: Sobre Alberto Corazón, recientemente fallecido

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Leído por Andrés Alba
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Hace casi 20 años el mundo que quería oponerse al poder de las multinacionales (algunas de las cuales hoy monetizan, sin límites ni reglas, con la mismísimas vacunas) encontró su biblia en las páginas del libro No Logo, de la canadiense Naomi Klein: análisis lúcido de cómo las empresas más poderosas manipulaban al público vendiendo mucho más que productos –estilos de vida, ideología, autopercepción– y que proponía, además, formas de resistencia a los abusos que los titanes del capitalismo tardío ejercían impunemente. Huelga decir que, en términos prácticos, dos décadas después el salto de lo malo a lo peor ha sido olímpico: tenemos, por ejemplo, sumado a lo que ya estaba, Amazon y Facebook (y tantos más). Y tenemos cada vez más logos (aquí sintetizo así, como habitualmente se hace, pero me refiero en general, obviamente, a las diferentes categorías del rubro: logotipo, imagotipo, isotipo, isologo): la flecha/sonrisa del “supermercado” de Jeff Bezos es más reconocible que la de la Gioconda. El poder de estas empresas no ha bajado un ápice y el poder de la síntesis de dicho poder, los logos, tampoco (por otro lado, el mismo escueto título del libro de Klein era un logotipo –letras rojas y blancas de palo seco, condensadas, sobre fondo negro y blanco– que de hecho se repitió en las ediciones en otros idiomas).

Palladio, Villa Rotonda, 2016

1979

Ese largo preámbulo para introducir el hecho de que uno de los más prolíficos creadores de logos, el español Alberto Corazón, falleció recientemente por complicaciones debidas al coronavirus. En el ínterin, entre aquel grito de negación de Klein y esta triste ocurrencia, en cierta medida la práctica de tener un logo se ha metastatizado, llegando a desdibujarse: todos los tienen, desde la megacorporation al peluquero de la esquina, y ver uno que realmente sintetice lo que está detrás de un nombre, una “marca”, y se destaque –ya sea para bien o para mal– es cada vez más arduo, debido a dicha proliferación. Quiero decir: ya hay aplicaciones que los diseñan automáticamente en minutos. Ahora bien, Corazón, que por supuesto fue mucho más que un gráfico especializado en logos –y de eso más, en un momento–, dadas su procedencia contestataria en la España franquista y su formación como economista primero y como artista después, conservó esta actitud crítica hacia la simplificación de lectura de las imágenes y tal vez la infundió en lo que creaba. También advirtió siempre sobre los peligros que tanto la concepción como la interpretación de una imagen comportan: si no encuentran sus libros, para entender su actitud es suficiente buscar el breve video “Alberto Corazón disecciona los logos de los partidos políticos”, de 2016. Con estos lentes puestos se desmorona mucha de la gráfica que circula y nos envuelve.

1988

Ibarra Real fundida según los criterios de Alberto Corazón y José María Ribagorda.

Si los ojos de los españoles no pueden haberse escapado a casi ninguno de los innumerables logos que creó, algunos seguramente son familiares por estos lares también; pienso por ejemplo en los de Mapfre y en los de la editorial Visor, de la que Corazón curó también el diseño general de sus colecciones. Empero, la trayectoria de este gráfico fue compleja y difícilmente reducible a la de gran “loguista” (categoría que, si no existe, debería, a esta altura, inventarse). Madrileño nacido en 1942, se acercó al dibujo en el rol de editor de izquierda, como puro autodidacta: a mediados de los 60 fundó, con muchos otros, asumiendo el papel de diseñador, la editorial Ciencia Nueva, que sacudió el mundo de los libros españoles. Publicaba textos resistidos por el régimen, que, de hecho, la clausuró en 1970. Pronto, a esa actividad añadió una paralela, que nunca más abandonaría: la de producir arte fuera de los canales de su profesión. Se esmeró en pinturas, que tienen rasgos delicadamente expresionistas, aunque pasara al principio por una fase pop, y exhibió sus lienzos no sólo en España, sino también en Italia y, hacia fines de los 60, viró –en un momento en que mundialmente estaban apareciendo manifestaciones similares– hacia el Conceptualismo, proponiendo, entre otras, las primeras instalaciones del país. En efecto, en 1971, en la militante galería Redor de Madrid (y un año más tarde en Barcelona), Corazón armó su exposición Leer la imagen: decenas de imágenes massmediáticas impresas sobre transparencias colgando del techo, entre las que se podía pasear, y un fin claro: meter el dedo en la llaga de las dificultades que el ciudadano, vale decir el consumidor, tenía para descifrarlas, debido al bombardeo icónico de la nueva “aldea global” (o sea, lo que hoy se centuplicó sin que se tengan mejores instrumentos didácticos para sortearlo). En todo el desarrollo del arte conceptual español Corazón jugó un papel clave, tanto como editor del texto bandera del movimiento, Del arte objetual al arte de concepto, de Simón Marchán Fiz, cuanto como facilitador entre los polos de conceptualistas madrileños y catalanes.

Leer la imagen, muestra de 1971.

También, más tarde, incursionó en la escultura (disciplina en la que fue muy ecléctico, moviéndose entre minimalismo y realismo) y escribió libros dedicados a su campo de trabajo, el diseño gráfico, pero también ensayos más distendidos: vale la pena leer un librito, entre autobiografía y elucubración sobre el arte, ¿Es la memoria un cazador furtivo? _, dedicado a la _Cesta con fruta de Caravaggio, que se halla en la web. Ganador de innumerables premios y ocupante de muchos cargos oficiales destacados –que no copio aquí, pero que Wikipedia y similares detallan–, Corazón parece haber dedicado buena parte de su carrera a avisar sobre los peligros de sucumbir a un sistema del que, de alguna modo, formaba parte directamente. Supo, sin embargo, definir con claridad diferencias y puntos de contacto entre sus dos principales actividades, como recientemente había aclarado y como no siempre es fácil hacer: “La comunicación gráfica y la pulsión artística son dos caras de la misma moneda. Y cada una exige actitudes, comportamientos, estrategias y técnicas muy diferentes. En el arte contemporáneo veo a pintores con estrategia de diseñadores: el caso más claro es el de Andy Warhol. Y al revés, también. Para mi desesperación, observo que los diseñadores tienden a ser más artistas que profesionales. En mi opinión, cada una de esas áreas te preserva de la otra”.

Teléfono Duomo, Telefónica

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