El domingo 28 tendrá lugar la postergada ceremonia de los Golden Globes (Globos de Oro). Estos premios suelen darse en los primeros días del año y abren la temporada de premios estadounidenses a la industria audiovisual (cine y televisión) que suele cerrar con los Oscar. Son las dos premiaciones más importantes, las más difundidas y que tienen un mayor impacto en el mercado y en las carreras futuras de los premiados y nominados. Los Oscar, por supuesto, mucho más que los Golden Globes, pero estos tienen un elemento adicional de prestigio porque no derivan de una votación masiva (como la de los miles de miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas) sino de la elección hecha por un selecto grupo de unos 90 críticos que integran la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (es decir, periodistas establecidos en Los Ángeles, estadounidenses o no, que colaboran para unos 55 medios de prensa extranjeros).
Normalmente, cada entrega de los Globos cubre estrictamente los estrenos ocurridos en el correr del año que terminó. Pandemia mediante, se estableció para esta ocasión un rango más extendido, hasta el propio 28 de febrero en que se entregarán los premios (por supuesto, las funciones especiales para votantes ocurrieron con antelación, para que las películas más tardías pudieran figurar en la lista de nominados).
La mitad de los premios otorgados son específicos para series, miniseries y películas televisivas. No estoy en condición de comentarlas, así que me concentraré, en esta nota, en la parte cinematográfica.
Política y diversidad
Actualmente hay una enorme vigilancia de la diversidad humana en las premiaciones. En ese sentido, la lista de nominados de esta 87ª entrega no se presta mucho a protestas. En las tres categorías de actuación masculina (actor dramático, actor de musical o comedia y actor secundario), por ejemplo, entre el total de 14 candidatos hay tres negros (superando, por lo tanto, el porcentaje de negros en la población estadounidense), un descendiente de paquistaníes, otro de argelinos y otro de hindúes, y un puertorriqueño. Hay más mujeres que hombres entre los candidatos a mejor director, y de ellas, una es china (Chloé Zhao, de Nomadland) y otra negra. De las diez candidatas a mejor película, tres son dirigidas por mujeres. La más significativa entre las causas postergadas es la diversidad idiomática: la única película en idioma no inglés que recibió alguna indicación por fuera de la categoría específica fue la italiana La vita davanti a sè.
El juego de “desenmascarar” supuestos prejuicios en la estructura de producción se desató únicamente con Music. Se objetó que el personaje del título, una joven autista, no esté actuada por una persona con autismo de verdad. Aprovechando la volada de que la película es, efectivamente, muy floja, se desató una de esas manijas sádicas y alguien llegó a publicar que un personaje, Ebo, representa el “estereotipo racista” del “brujo negro”, porque es un negro que presta ayuda a personajes blancos.
La preocupación con lo inclusivo es parte de una sensibilidad que se manifiesta en las películas en sí mismas. Por supuesto, no es nada nuevo la valorización, en este tipo de premiaciones, de películas que defienden buenas causas, ya que es uno de los factores que hacen a lo que solemos considerar “calidad”. Hollywood no es una excepción, si bien lo que suele admitir como agenda de cambios casi nunca llega a lo que sería sentido como radical. Lo interesante es que algo de lo radical de antaño se está normalizando en la conciencia mainstream.
Nomadland y Minari examinan la pobreza en Estados Unidos, y lo hacen ambas dentro de códigos asociados al realismo, pero teñidos de un peculiar lirismo. Con una narrativa más convencional, la italiana La vita davanti a sè lidia en forma sensible con la situación de un niño inmigrante indocumentado en un barrio pobre de Bari. Si no fuera por la renuencia frente a películas no habladas en inglés (especialmente lamentable en una premiación otorgada por la prensa extranjera), al menos tres de los actores de esta bonita película hubieran merecido nominaciones: Ibrahima Gueye, Sophia Loren y Babak Karimi.
El empoderamiento de las mujeres es un asunto subyacente en varios títulos (incluso Nomadland y Ma Rainey’s Black Bottom), mientras que el tratamiento que cosifica a la mujer está prácticamente desterrado. El empoderamiento femenino se alía, en Promising Young Woman, con la denuncia cáustica de abusos sexuales. Lo interesante aquí es que la vengadora (actuada por Carey Mulligan) no recurre propiamente al ojo por ojo violento, sino que pergeña intervenciones que fuerzan a la otra persona a ponerse en la piel de la víctima.
The Prom y la francesa Deux están centradas en los derechos y la aceptación social de las lesbianas. Más allá de estos títulos específicamente dedicados, prima por doquier el empeño por naturalizar a los personajes LGTBI+, en forma notoria en La vita davanti da sè, The Sound of Metal, Nomadland y I Care a Lot.
La causa más insistente es la de los derechos de los negros en Estados Unidos. Se muestran sobre todo desde una perspectiva histórica. Son los casos de Ma Rainey’s Black Bottom y The United States vs. Billie Holiday, ambos sobre cantantes históricas en las décadas de, respectivamente, 1920 y 1940. One Night in Miami discute, en forma particularmente inteligente, varias de las cuestiones en juego en el inicio del período más candente de las luchas por los derechos civiles, en un cuento ficticio con personajes históricos en 1964. Ubicada poco después, en 1969, Judas and the Black Messiah ya involucra a los Panteras Negras, la lucha armada y la “guerra sucia” emprendida por el FBI contra los movimientos revolucionarios. Es la mismísima época de The Trial of the Chicago 7, sólo que en esta la temática de los negros es secundaria dentro del contexto general de rebelión.
El abordaje historicista va hacia más atrás aun en Hamilton, ubicada entre los “padres fundadores” que lideraron el proceso de independencia de Estados Unidos, su primera Constitución y los primeros años de gobierno federativo. Aquí la lejanía y complejidad cohíbe proyecciones inequívocas a las causas políticas del presente, pero se insiste mucho en que el protagonista, Alexander Hamilton, fue un inmigrante, y se comenta su tendencia abolicionista. Es un musical, con un corte netamente no realista, y una de sus características es el casting “étnicamente ciego”, en que algunos de los otros padres fundadores están actuados por negros y la música entremezcla rap con el estilo más común de la de Broadway.
The Mauritanian aborda un pasado bien reciente, comentando la situación kafkiana de un detenido en Guantánamo. La guatemalteca La llorona lidia con los crímenes de la dictadura y la lucha por verdad y justicia en ese país. Hasta una joda como Borat Subsequent Moviefilm respira un clima antirrepublicano y de tendencia demócrata-izquierdista, presente también en el thriller I Care a Lot, referido a la inoperancia del sistema judicial y a prácticas deshonestas de los sistemas de salud privados.
Hay películas que, sin adoptar un tono que dirija a la noción de lo político, abrazan causas positivas, suscitando nuestra simpatía, compasión y entendimiento por las situaciones de discapacidad (sordera en Sound of Metal, autismo en Music, Alzheimer en The Father), o por todo un conjunto complejo de problemas sociales en Hillbilly Elegy o News of the World. Ese tono “inspirador” es parte, incluso, de la bella Soul, la nueva entrega animada de Pixar.
Frente a todo eso, no deja de ser un gozoso reposo encontrarse con una muy buena comedia romántica de entretenimiento, como la muy ingeniosa Palm Springs. En forma menos lucida, tenemos también Emma (de Autumn de Wilde), una película británica de época basada en una novela de Jane Austen. Y está Mank, la que este año recibió la mayor cantidad de nominaciones (seis), quizá porque su tema (la escritura del guion de El ciudadano, de Orson Welles) se presta a llamar la atención sobre aspectos cinematográficos y la cubre de un aura de prestigio. Mank, sin embargo, se queda más que corta en todo lo que se propone, tiene una premisa absurda y un guion especialmente descosido.
Al margen de todo eso, hay una curiosa empatía de esta tanda de películas con el teatro estilo Broadway. One Night in Miami y Ma Rainey’s Black Bottom están basadas en obras de teatro, y se nota. The Prom también, porque es un musical, pero además porque su historia es una oda a Broadway (varios de los personajes son actores o fans de musicales). Aún más significativa (y absurda) es la nominación de Hamilton, ya que ni siquiera se trata propiamente de una película, sino de un registro profesional de una función teatral de la obra.
Casi nadie cree que este tipo de premiaciones refleje el “valor” de las películas. La calidad de verdad no se vota, sino que se discute y se argumenta, y el valor es algo demasiado complejo para que pueda disponerse en una línea única cuantificado de mejor a peor. Sin embargo, estos premios configuran una especie de deporte que contribuye a mover la industria, a propiciar una mirada distinta de la del mero entretenimiento y a ilustrar tendencias temáticas y estéticas. Ya comentaremos los resultados al inicio de la semana que viene.