Hace pocas semanas se recordaba, en estas páginas y tras su fallecimiento, la trayectoria de un español destacado en el diseño gráfico, Alberto Corazón. Hoy toca hacerlo con otro gráfico español, muerto a los 89 años por problemas cardíacos: Vicente Rojo. Pero hay diferencias. Por un lado, pese a haber nacido en Barcelona, Rojo se puede considerar artísticamente mexicano: se radicó en el país norteamericano a los 17 años (su familia, comunista, escapaba del franquismo), allí desarrolló toda su carrera y nunca volvió a España. Por el otro, si Corazón fue un gráfico importante, Rojo fue realmente una de las tres o cuatro figuras más notorias en el rubro a nivel mundial, además de desarrollar una producción pictórica realmente trascendente que “modernizó” –internacionalizándolo con la abstracción– el panorama plástico de un país que ya había sido un faro vanguardista gracias al muralismo.
Justo en contra de algunas de las postulaciones estéticas del movimiento de Diego Rivera y compañía, fundamentalmente mediante el abandono del realismo, se movían Rojo y otros pintores –entre ellos Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Manuel Felguérez y Beatriz Zamora– cuando a mediados de los 60 generaron la “ruptura”: en el caso del español, también gracias a la influencia de un Pop Art “descubierto” en una Bienal veneciana, su impronta pictórica se desmarcó enseguida por su “precisión e invención” cristalizándose en una “ingeniería sonámbula”, como la llamó su compinche Octavio Paz.
Es menester recorrer la serie Señales, en la que agotaba mediante variaciones de posición y tonalidades “signos” urbanos, reapropiándose de ellos, despojándolos de cualquier funcionalidad, pero también sujetándolos a un profundo e inexorable análisis formal.
No hay duda de que su labor como gráfico, empezada a principios de los 50, luego de un breve pasaje por la célebre escuela de arte La Esmeralda, fue medular para su producción creativa, tanto en pintura y dibujo como en escultura, dos campos que para él siempre cobraron la misma importancia (en contratendencia a una regla tácita según la cual los pintores “se prestan” a la gráfica y los gráficos “experimentan” con la pintura).
Los comienzos de su carrera como diseñador no podían haber tenido mejor maestro: una vez que dejó los estudios, se convirtió en ayudante de otra figura titánica del diseño del siglo pasado, Miguel Prieto, también español exiliado. Los dos trabajaban en la Revista de la Universidad de México, pero en 1953, cuando el director era Jaime García Terrés y la publicación se volvió el crisol de la inteligencia del país azteca, Prieto se enfermó y Rojo tomó este trabajo al 100%, arrancando su extendidísima carrera de diseñador.
Cientos, más probablemente miles, de libros, revistas y afiches, nunca banales (incluso en los pocos casos más débiles), moldearon el imaginario gráfico mexicano (y no sólo) durante casi siete décadas gracias a una habilidad y profesionalidad totalmente dedicadas al campo cultural: como él mismo recordaba, sus esfuerzos editoriales siempre se dieron en el ámbito de la producción crítica y simbólica, nunca aceptó trabajos publicitarios en otras esferas como, por ejemplo, la venta de productos o de imagen para compañías comerciales (otro punto que lo diferencia de Corazón).
Su obra gráfica es inagotable e incluye, además de algunos ocasionales fonts, el diseño de diarios, por ejemplo La Jornada, y revistas, por ejemplo Artes de México, capitales para el país, y de infinitas tapas de libros, como la inolvidable segunda edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez: un resumen redondo de los recursos rojanos (geometrismo, empleo de elementos preexistentes, en este caso de impresos del siglo XIX, colores atrevidos) y de su ingenio (la famosa “e” al revés en la palabra soledad, elemento perturbador y caprichoso como la trama de la novela). Sin embargo, el apogeo como diseñador gráfico lo representan dos libros, o mejor libros objetos –ambos publicados con la editorial Era, fundada por el mismo Rojo–, que salieron en el fatídico 1968 en coautoría con Paz y que son leídos hoy como antecedentes del libro de artista en México (olvidando en general, eso sí, el Juego de cartas de Max Aub, salido cuatro años antes).
Por un lado, los Discos visuales, cuatro círculos de cartón móviles, de dos capas, que permiten, gracias a las rotaciones, ir componiendo poemas diferentes combinando los versos que asoman de aperturas en cartones coloreados con tintas atractivas y lúdicas. Por el otro, un homenaje a Marcel Duchamp: para ensamblar un texto crítico paziano, Duchamp o el Castillo de la Pureza y una selección de escritos del francés, Rojo reinventa, mezclándolas, las dos producciones editoriales duchampianas más célebres, la “caja verde” y la Boîte en valise. El resultado es un contenedor que hospeda postales con algunos readymades, el “gran vidrio” sobre lámina de claracil, dos volúmenes de formato diferente, un troquelado de cartón que puede pararse retratando a Duchamp y otros elementos que demandan una interacción activa del lector con el artefacto.
Según su amigo Carlos Monsiváis, Rojo fue el que permitió a México “el tránsito de la vieja a la nueva percepción” por sus hazañas editoriales, pero sin duda también por su vastísima obra pictórica y escultórica. Antes de resumirlas con un puñado de ejemplos –necesariamente dejando afuera cantidades de obras que merecerían ser recordadas– hay que subrayar su método, peculiar, de trabajar siempre en series, a veces con decenas de piezas contemporáneamente, creando en base a variaciones (quizá con la misma lógica de las colecciones de libros) que articulan discursos formales complejos, en los que la tensión entre rigor/libertad y funcionalidad/fantasía estructura las piezas.
Es el caso de sus Negaciones, de principios de los 70, en la que Rojo pinta los cuadros, con diferentes técnicas, como si “se negaran unos a otros, y que incluso me negaran a mí mismo como autor, que despersonalizaran mi trabajo”: entrelazando líneas verticales y horizontales, que se asemejan a una “T” (“la de VicenTE”, explicaba él), de manera que cada nueva pieza se oponga a la anterior en un juego infinito de refracciones.
En el recinto “tridimensional” cabe recordar sus obras públicas, sus grandes instalaciones urbanas y, de todas, dos. Una es la Pérgola de Ixca Cienfuegos, que Rojo, a raíz de una invitación, creó gratuitamente en homenaje a la novela de su amigo Carlos Fuentes La región más transparente, en 2014: una escultura transitable, módulos rectangulares de acero de un metro por dos, donde se alternan cuadrados de varios colores que, percibidos mientras se camina, crean un raro y removedor efecto óptico. También visualmente hipnótico resulta País de volcanes, de 2003, ubicado en las afueras de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en pleno centro de la Ciudad de México: cientos de pirámides de piedra roja, cuyas puntas sobresalen de un vasto espejo de agua, “capturando” una abstracta visión aérea del territorio mexicano, entre naturaleza (los volcanes con su potencia recurren en la obra de Rojo) y cultura (las pirámides como marca de las civilizaciones precolombinas).
Como ningún otro artista contemporáneo Rojo mantuvo, a la par, una calidad altísima en el diseño y en el arte, siempre pensados simbióticamente y considerados, los dos, modos privilegiados de producir cultura e involucrar en ella al público, solicitándole respuestas perceptivas e intelectivas siempre desafiantes. Tal vez la obra que mejor sintetiza esta visión emancipadora, por cierto su legado conceptual más importante es Artefacto, otra vez de 1968: un expositor de libros que Rojo llenó de coloradísimos cuadritos manipulables que los espectadores tenían que sacar, contemplar también táctilmente y reacomodar, premiados así por inéditas experiencias sensoriales.
Retrospectiva
La Secretaría de Cultura federal de México comunicó que en el Museo de Arte Moderno de la capital mexicana se llevará a cabo una gran exposición retrospectiva del trabajo de Vicente Rojo, para la que ya se estaba trabajando la colaboración directa con el artista. La fecha está aún por determinarse, condicionada, se supone, entre otras cosas, por la pandemia.