Cultura Ingresá
Cultura

2084, una versión uruguaya de Orwell, aborda el problema del control social autoimpuesto

3 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

La obra de teatro de Darío Klein y Marcel Sawchik se presenta en el Auditorio Nelly Goitiño.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Una nueva visión del universo de Orwell aterriza en el Auditorio Nelly Goitiño: 2084 es una idea original del periodista Darío Klein y Marcel Sawchik Monegal, dirigida por Sawchik con adaptación dramatúrgica de Eugenia Fajardo.

La puesta es una versión libre de la novela 1984 en formato de teatro audiovisual. Como la obra de Orwell, 2084 propone un futuro distópico, aunque en este caso los sistemas de control están diseñados de acuerdo a un desarrollo tecnológico actual: cámaras, computadoras, dispositivos que conectan a las personas a un sistema de red permanente, de tal forma que el ser humano queda bajo observación en todos los niveles de su vida.

La obra dispara ciertos mecanismos de alerta en el espectador (es probable que sea algo parecido a lo que les sucedió a los lectores de 1984 cuando se publicó en 1947). Es una advertencia del peligro que corremos como sociedad cuando dejamos nuestra existencia en manos de una estructura de poder que instala un sistema de control absoluto, bajo el supuesto de proteger los intereses humanos. Como dice Darío Klein, “el control social es nuestro. No fue impuesto, lo pedimos y reverenciamos. Es un sistema de autocontrol que incluye la sanción permanente de estar siendo observados o escuchados: nos controlamos entre nosotros”.

Quienes conozcan la novela de Orwell podrán advertir un interesante trayecto entre los dos relatos, que impacta en los sentidos. La omnipresencia de la tecnología en esta versión uruguaya se ve subrayada por una estrategia escénica en la que los personajes dan directivas al público acerca de las reglas de comportamiento asociadas a la emergencia sanitaria. De esta manera se dibuja una sutil y peligrosa línea entre realidad y ficción.

La obra juega con una frontera temporal. Existe un antes y un después que marca la distancia entre lo que era la vida fuera de ese sistema de control, que se enriquecía por la diversidad de perspectivas, y las condiciones posteriores, en las que van desapareciendo el arte, las palabras como un mecanismo de expresión de ideas y hasta de la memoria.

¿Cuál es ese límite? ¿Qué produce la ruptura, definida en la obra como “el apagón”? Dos elementos perfectamente reconocibles a lo largo de la historia: la construcción del relato sobre la violencia y el miedo como consecuencia de ese relato. Estos factores son los disparadores que habilitan el sistema de control, ideado por Orwell, y conocido como Big Brother o Gran Hermano. Es el ojo que todo lo ve y que define los parámetros de acción humana de acuerdo con reglas que hay que obedecer. La idea de control asociada a una vida libre de violencia impone un proyecto social en el que la violencia se vuelve sistémica y se borran los límites de lo esencialmente humano hasta reducirlo a un producto sin capacidad crítica.

Otra frontera se delinea entonces. Una brecha que separa a los seres humanos entre los “buenos” que obedecen y responden al Big Brother, convirtiéndose en controladores del comportamiento de otros, y “los subversivos”, los que alteran el orden y ponen en riesgo la existencia de esa estructura ideal. Para que el sistema funcione, el control debe instalarse más allá de la tecnología, de las cámaras, entonces las personas se vuelven parte del mecanismo, son una red de observación y denuncia que posibilita “la purga” del mal, convencidos de que la única forma de vivir la libertad es venerando esas reglas que se presentan como “benevolentes” e integradas dentro de sus vidas como algo imprescindible. Pero la aceptación pasiva del control requiere un proceso más complejo y profundo de transformación de las personas. Como nos mostraba la novela, las palabras surgen como un peligro que hay que evitar, y para eso se hace necesario manipularlas, cambiar algunos sentidos, evitar algunas frases hasta borrar el pasado.

Es muy interesante observar cómo la amenaza del miedo es un factor común en todos los tiempos para determinar el comportamiento humano: desde la creación de divinidades que todo lo ven y que imponen el temor al castigo si se actúa fuera de la norma hasta la modernidad en la que se nos ha enseñado a funcionar a partir de señales.

La obra nos pone en jaque cuando nos instala en otra frontera. Podemos ser una pieza funcional a la estructura de poder, dejando en suspenso nuestra capacidad crítica, o podemos existir, con nuestros defectos, con nuestros deseos, con nuestras debilidades, pero existir en plena conciencia de que la realidad la construimos todos. Entre la visión de Orwell y la propuesta de Klein estamos nosotros, en un tiempo intermedio. Somos, tal vez, la generación que puede cambiar ese destino. La obra nos deja una pista sobre cómo volver a conectarnos con lo humano. Se trata de la memoria: la única esperanza es mantener siempre viva la memoria para no cometer los mismos errores.

Sobre las tablas, los roles son interpretados por Franco Rilla (como Winston Sosa, versión criolla del Winston Smith orwelliano), Valentina Borrás, Adriana Ardoguein, Nancy Salaberry, Eduardo Delgado, Dylan Cortés, Franco Ballestrino, Iair Kaplan, Natalia Agosín, Cristian Toledo y Federico Zazpe, mientras que en la pantalla aparecen César Troncoso y Sergio Gorfain. Este elenco juega su rol con equilibrio y compromiso, lo que es clave para el ritmo de la obra.

2084. Idea de Darío Klein y Marcel Sawchik, adaptación de Eugenia Fajardo. En el Auditorio Nelly Goitiño (18 de Julio 930) a las 20.00 hasta el 12 de setiembre, y luego desde el viernes 17 al domingo 19. Entradas por Tickantel desde 400 pesos.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa la cultura?
None
Suscribite
¿Te interesa la cultura?
Recibí la newsletter de Cultura en tu email todos los viernes
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura