Cuando le preguntan su profesión en algún trámite contesta en perfecto orden cronológico y alfabético: actor, comunicador y periodista. “Porque siento que también mucha de mi tarea no es necesariamente la del periodismo duro, sino que tiene que ver con ejercer la comunicación. A veces estar al frente en un medio de comunicación no necesariamente me hace periodista”, dice Alejandro Camino. De todos modos, acota que tampoco “saca la pata del lazo”, y luego de tantos años de trayectoria no es “del todo inadecuado” decir que es periodista.
También es gestor cultural, y en 2002 creó el ciclo Escritores a mano, un espacio en el que conversa con autores con la literatura como excusa, en algún café, bar o teatro, pero que por la pandemia está en un impasse. En el último lustro Camino estuvo en la pantalla chica –la misma que lo hizo conocido por los albores de la década de 1990– como panelista de Esta boca es mía, en Canal 12, pero en diciembre le comunicaron que no estaría más en el programa. Ese es uno de los tantos temas que conversó en entrevista con la diaria, en la que se definió como “liberal de izquierda”.
¿Qué te dejó la experiencia como panelista de Esta boca es mía?
Lo primero que me obligo a responder, porque quiero ser leal y honesto con lo que ha sido la trayectoria de mi vida, es agradecimiento, porque durante cinco temporadas y media tuve trabajo. Yo soy hijo de una familia –podría decir de una generación–, en el marco de un origen social, económico y cultural que fue bajo, muy obsesiva por siempre tener trabajo y, por lo tanto, por siempre conseguir formas para trabajar, y siempre agradecer. Segundo: intenté hacer un ejercicio que tiene como objeto aprender a discutir mejor, tratando de seguir algunas sugerencias que [Carlos] Vaz Ferreira nos ha propuesto.
Más allá del debate en sí, a veces en Esta boca es mía hay algo de entretenimiento y de show. ¿Hasta qué punto son conscientes de eso desde dentro?
Por definición, si hay televisión hay entretenimiento. Y el entretenimiento no debería ser una mala noticia, tratándose de un medio de comunicación. Es decir, vos tenés que procurar que la gente te vea y te siga viendo. Desde ese lugar, no sólo no me sorprende sino que diría que es inherente a la condición de medio masivo de comunicación. Por lo tanto, pretender que ocurran otras cosas, bajo otras lógicas, en las que no esté el entretenimiento me parece por lo menos naíf. No obstante, puedo llegar a entender que la idea del desencuentro rinde más a la hora de la lógica del show. Y el desencuentro a mí, como ciudadano, no sólo no me molesta sino que lo reivindico, porque sobre todas las cosas se pueden tener distintas opiniones. Pero cuando el desencuentro está montado en el maltrato, la ofensa, el grito y el fanatismo, nos alejamos de Vaz Ferreira y del sentido democrático y republicano que yo abrazo, y aunque se acerque a lógicas del entretenimiento y del show, a mí ya no me gusta tanto.
¿Alguna vez sucedió eso?
Sí, alguna vez pasó. Hubo un momento en que cuando eso ocurría se advertía que formaba parte de una excepción no agradable. Conforme ha pasado el tiempo, diría que ya no es tan excepcional, y no estoy seguro de si se advierte como algo no agradable.
¿Cuál fue el motivo que te dieron desde la producción del programa cuando te dijeron que no ibas a seguir?
Se citaron dos razones que, para ser justos, ya habían sido enunciadas desde el día uno. La primera es que iba a ser panelista “durante un tiempo”. De hecho, tengo entendido que en la historia de Esta boca es mía fui el panelista que más tiempo estuvo. Por lo tanto, se está cumpliendo el anuncio. Y la otra razón es que fue una decisión entre el canal y la productora, en el marco de la “renovación del plantel”.
Te definís como una persona de izquierda. ¿En algún momento desde la producción del programa o desde el canal te dijeron que ibas a cumplir cierto rol en el panel por ser de izquierda, o no es tan esquemático?
No. Pero no quiero ser ingenuo, supongo que siempre habrán advertido que no soy una persona antidemocrática, ni conservadora, ni mucho menos reaccionaria, tampoco de derecha. Y por ahí pensaban que podía hacer un aporte, supongo. Pero no me lo dijeron, aunque es notorio que mi mirada es republicana, liberal y de izquierda.
No es muy común que se asocien esos dos términos, liberal e izquierda, porque mucha gente de derecha también se dice “liberal”.
Digo “liberal” en el doble sentido. Primero, como oposición a conservador. En Uruguay se da un fenómeno muy curioso: suele ocurrir que los más liberales suelen ser los más conservadores. Se entiende que el Estado debe estar lo menos presente en la vida cotidiana de las personas para que estas –en teoría– puedan ejercer al máximo sus libertades, pero tienen gravísimos problemas con la libertad de que una mujer resuelva sobre su cuerpo y con que las personas resuelvan sobre su identidad sexual o sobre su muerte.
Esos son liberales sólo en lo económico.
Claro, y cuando hago hincapié en que soy un “liberal de izquierda” me refiero a que la libertad es el bien supremo, pero esta no puede imaginarse –y mucho menos ejercerse– si no hay condiciones de igualdad. Esas condiciones de igualdad tienen que estar fundamentadas en un vínculo de solidaridad y fraternidad, que te permita pensar en el otro aunque esté peor que tú, y para eso es necesario el Estado; de ahí mi condición de izquierda. Desde mi perspectiva, no se concibe igualdad sin libertad, por eso soy liberal; pero no se concibe libertad sin igualdad, por eso soy de izquierda.
¿Y te considerás frenteamplista?
No. ¿Qué significa considerarse de un partido? Desde mi perspectiva: militar en él, trabajar por él y colgar la balconera. Yo soy de izquierda, por lo tanto, cada vez que hay una consulta ciudadana miro dentro de las opciones políticas cuáles se arriman a lo que considero más adecuado para Uruguay y el mundo, porque tengo una mirada global de las cosas. Hay una confusión muy grande en Uruguay: cuando uno defiende posiciones que pueden advertirse como progresistas hay una necesidad de adjudicar pretensiones y operaciones político-partidarias. Esto es así a tal punto que en Uruguay –por suerte eso ha cambiado un poco– sostener que no debe haber detenidos desaparecidos, que hay que reivindicar verdad y justicia, groseramente eso fue sinónimo de ser de izquierda. Es un absurdo. ¿Quién, no siendo de izquierda –democrático, se entiende–, puede estar de acuerdo con que haya ciudadanos enterrados debajo de nuestros pies, sin que sus familiares hayan visto nunca jamás su cuerpo? Y que además esos enterramientos hayan sido protagonizados por el propio Estado en su política de terrorismo. ¿A quién le puede parecer bien eso?
Desde hace 15 años tenés un programa periodístico en radio, La mañana en Camino, por FM Diamante. Te escuché reivindicar que lo hacés en forma independiente. ¿Qué lográs de esa forma?
La gran ventaja de ser independiente es que decido qué contenidos tiene, ni más ni menos. O por lo menos –aplicando la máxima de [Mario] Benedetti– no siempre podemos hacer lo que queremos, pero tenemos el derecho a no hacer lo que no queremos. Cuando un jefe o una empresa es quien te da el salario, ejercer esas plenas libertades no siempre es posible. No es posible en una fábrica, ni en una estancia ni en un medio de comunicación, por lo menos enteramente. Del mismo modo, ser independiente te genera fragilidades de carácter comercial y económico.
¿Alguna vez, al no ser independiente, tuviste que hacer algo que no querías, o al revés, un caso de censura, de querer hacer determinada nota y que de arriba te digan “no”?
Sí, he recibido pedidos, pero prefiero no aludir a qué circunstancia, porque los periodistas-empresarios que me lo solicitaron aún están en actividad.
Sos presentador del carnaval en el Velódromo desde hace muchos años. Imagino que sos carnavalero.
Soy carnavalero en la medida en que de niño fui al tablado, al club Industria, y después en el IAVA armamos una murga antidictadura, en la que yo era el cupletero. Y más adelante hice carnaval: en 1989 y 1990 salí en Diablos Verdes, y en 1993 en Saltimbanquis; incluso en 1990 me dieron el premio Figura de las murgas, y hace 19 temporadas que presento carnaval en el Velódromo.
En estos casi 20 años de ver murgas como presentador, ¿notaste un cambio desde el punto de vista artístico?
La murga, como toda expresión artística, tiene sus altibajos. Le pasa al cine, al teatro y a la música. Hay momentos esplendorosos y momentos de repetición, de búsqueda maravillosa y de búsqueda necesaria, pero con resultados menos buenos. Dicho esto, en líneas generales puedo decir que la murga es una expresión artística muy valiosa, porque, entre otras cosas, hay muy diversas expresiones de murga. Por lo tanto, soy de los que creen que hablar de un solo tipo de murga a esta altura es un tanto equivocado. Son muchas, muy distintas; por supuesto que tienen estructuras más o menos similares, pero cambian, y han mejorado en cuanto a calidad de canto, arreglos corales, interpretación, textos, etcétera.
Como carnavalero y hombre de izquierda, ¿qué opinión te merece la crítica que se suele hacer desde la derecha, de que las murgas son casi un comité de base en el que se hace apología?
Eso forma parte de lo que llamo la “temporada de caza de murgas”, que curiosamente la ejercen voces de derecha a las cuales, con todo derecho –valga la aliteración–, no les interesa el carnaval ni la murga. Pero, curiosamente, cada vez que empieza el carnaval se enojan con una expresión que no viven, no sienten ni comparten. Imaginemos que cada vez que empieza una temporada de ópera, personas que no van a la ópera se pongan frente al Sodre o al Solís con pancartas o sean inevitablemente invitadas por todos los canales de televisión para decir “abajo Mozart” o “Verdi, siempre con sus vulgaridades”. Ni hablar que tienen derecho, pero es curioso, y lo más curioso es que esas personas, en nombre de la libertad, están implícitamente –y a veces explícitamente– sugiriendo a los artistas del carnaval qué cosas deben o no decir. Es muy gracioso. En nombre de la libertad te dicen lo que tenés que decir. ¿Pero qué tiene que ver eso con la libertad? Y si alguien entiende que hay un bache, que hay cosas que no se están diciendo desde la perspectiva artística, sería maravilloso que desarrollara una expresión artística en esa dirección, para llenar ese vacío. Es como que vayas al cine y que parte del público que no suele ir al cine se enoje por las películas que hay, sugiriendo que no deberían tener ese contenido sino otro. Y bueno, haga su propia película.
Martin Scorsese se queja de las películas de Marvel pero alguna que otra hizo.
Claro, y tienen derecho Marvel y Scorsese, y el público después verá cuál tiene más ganas de ver.
A veces quienes critican al carnaval por el contenido también se quejan de que el evento sea apoyado por la Intendencia de Montevideo (IM).
Pero lo organiza la IM gobernada por el Frente Amplio, lo organizó la IM gobernada ilegítimamente por la dictadura y lo organizaron durante décadas los colorados. Es más, se equivocaría una intendencia, cualquiera sea, que como política de Estado no ayude a desarrollar una expresión artística popular. Acá volvemos a la discusión del rol del Estado. ¿Qué tipo de Estado sería? Y después algunas empresas públicas ponen dinero en el marco de la publicidad, porque por allí pasan muchas personas.
Como actor, hace casi una década que formás parte del elenco de la versión local de la obra de teatro Toc-toc, del francés Laurent Baffie. ¿A qué se debe su éxito?
En alguna medida, a que está bien dirigida y bien interpretada. Si estuviera mal dirigida y mal interpretada, seguramente no hubiera tenido éxito. Pero como ha tenido éxito en todos lados, creo que la gran nobleza radica en el texto, que pone en formato de comedia un trastorno obsesivo compulsivo en un extremo tan extremo que hace que esté lo suficientemente lejos de cualquiera como para que nadie se sienta agredido u ofendido, pero que está lo suficientemente cerca de todos para que nos sintamos reconocidos. Entonces, habla de nosotros sin ser nosotros.
¿Tenés algún pequeño toc?
Te diría que sí, pero no sé si aplica: me lavo las manos muchas veces al día –precovid, ahora no tiene gracia–. El alcoholcito ese para ponerse... ¿De qué me están hablando? ¿Cuál es la novedad? Y me cambio de ropa cuando llego a mi casa, por el famoso mandato “chiquilines, hay que sacarse la ropa de salir”, pero no por una cuestión higiénica, sino porque la ropa de salir es la que hay que cuidar, entonces, hay que ponerse ropa de entrecasa. Eso me quedó: llego y me tengo que poner una cosa más zaparrastrosa. Y acumulo libros.
Pero ¿los leés?
No habría ser en el mundo con esa capacidad de lectura. Leo bastante, pero mucho menos de lo que debería. Deben ser miles ya los libros que tengo. El tema es que la biblioteca está desarmada, entonces, es como no tenerlos, porque no tengo acceso. Tengo que hacerme una biblioteca.
A fines de los 90 estuviste al frente del programa de televisión Sote, por Canal 10, que era de juegos, preguntas, respuestas y afines. Hoy la mayoría de los programas nacionales de horario central son de entretenimiento de ese estilo. ¿Cómo ves la televisión actual?
Acá hay una lógica que desconozco, que tiene que ver con los nuevos comportamientos del público y las nuevas plataformas en las que la gente ve producción audiovisual. Me da la impresión de que los jóvenes ya no ven tanta televisión como antes y eligen otras formas. También es cierto que muchos de los productos televisivos que se ven en otras plataformas fueron hechos para televisión. A mí me pasa: veo muchas de las cosas que se hacen en televisión y cuando me quiero acordar no las vi en la pantalla tradicional sino en Facebook o Youtube. Por ejemplo, parte del informativo lo veo en el celular, pero es de la televisión.
¿Te gustaría volver a hacer un programa como Sote?
No lo descarto. De todas maneras, siento que la opción de la comunicación ciudadana, periodística y también entretenida es lo que, en caso de que se pudiese, más me gustaría hacer.
¿Qué te dejó conducir El club de Tom y Jerry, que fue tu primer programa?
Fue mi puerta de entrada al gran público. En esa época no era tan chico como luzco, porque empezó en 1993, tenía 28 años, y se hizo hasta 1995, todos los días, de lunes a sábados. Fue una linda experiencia porque contaba con dos puntas maravillosos como Tom y Jerry, que les han hecho goles a todos y durante décadas, por eso el programa era intergeneracional, era muy común que lo viera la abuela con el nieto. También nos las ingeniábamos para meter algunos contenidos. Recuerdo que armé un ciclo de entrevistas, por ejemplo, con Laura Canoura, Carlos Muñoz y el líder de Paralamas [Herbert Vianna]. Los entrevistaba como niños, me contestaban como el niño que fueron. Me parece muy hermoso lo que me ocurre constantemente, que los niños de aquel entonces, ya hombres y mujeres, padres y madres, vengan con sus hijos, que tienen la edad de ellos cuando veían el programa, para saludarme.
Ese tipo de programa hoy sí que ya no tiene razón de ser, porque los niños agarran el celular y ven lo que quieren.
Claro, tienen la posibilidad de elegir. Ya en buena medida ocurrió eso con el cable, que durante 24 horas pasan dibujitos. Yo soy de la generación de que cuando venía el dibujito había que verlo, así fuera horrendo y no te gustase, como me pasaba a mí, porque era lo único que había. Hago una confesión que me pone en el banquillo de los malos para muchos: a mí nunca me gustaron Los tres chiflados. Siempre me pareció muy agresivo que se pegaran entre ellos, que fueran tontos y que otros se aprovecharan de eso.
Pero Tom y Jerry también se pegan.
Sí, lo que pasa es que es un producto que cuando yo era niño no era tanto de la televisión sino más del cine, con los cortos; después sí, estuvo en televisión. Además, me acuerdo de las entrevistas que me hacían en la época, cuando me preguntaban qué capítulo prefería, yo siempre decía “me gustan más los capítulos en los que son amigos”, porque había algunos en los que eran aliados.
¿Extrañás el pelo largo?
Preferiría tener más pelo, del mismo modo que preferiría tener más centímetros y menos kilos. La última está en mis manos, en mi boca, las otras no.
Esa boca es tuya.
Cerrala.