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Bull: Oscuro y rabioso como policial británico

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La película, de Paul Andrew Williams, propone un relato de venganza brutal.

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Leído por Mathías Buela.
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Dentro de los muchos subgéneros engendrados a partir del policial, las crook stories o relatos de criminales brillan por derecho propio. Nacidas de la mano del estadounidense William Riley Burnett por la misma época en que Dashiell Hammett redelineaba las historias de detectives, las novelas High Sierra (1941) y La jungla de asfalto (1949) pronto tuvieron su reversión cinematográfica, abriéndole la puerta popular al antihéroe por definición, el criminal profesional, y al esquema del golpe o trabajo a realizar (normalmente un robo, un asalto o incluso un asesinato).

En Reino Unido el subgénero comenzó a desmarcarse con sabor propio luego de la Segunda Guerra Mundial y a partir de películas como The Frightened City (John Lemont, 1961), Get Carter (Mike Hodges, 1972) y The Long Good Friday (John McKenzie,1980). Las crook stories británicas generaron una impronta propia, acaso marcada por una violencia menos censurada para la época, más descarnada, incluso por una brutalidad más visible y una rabia no siempre contenida tanto en sus tramas como en sus personajes, actuaciones y en la forma en que están filmadas.

No es casual recordar los tres ejemplos anteriores a la hora de hablar de Bull: en todos los casos estamos ante historias de criminales traicionados y que buscan invariablemente venganza, tal como ocurre en el reciente estreno de HBO Max. En Bull esta venganza y los métodos para obtenerla resultarán infernalmente violentos.

Como patitos en fila

Luego de diez años, Bull (Neil Maskell) regresa a casa, la barriada de Temple Hill, en Dartford, Kent. Desde la primera secuencia –donde, sin mediar palabra, va y le pega tres tiros a alguien en un garaje mecánico– entendemos que no ha regresado con las mejores intenciones, y eso mismo deducen todos sus antiguos cómplices.

La pandilla local, liderada por Norm (David Hayman), es prácticamente un emprendimiento familiar, al punto de que Bull supo ser su yerno y padre de su nieto, pero algo ocurrió y lo sacaron de en medio. El alejamiento parecía definitivo, pero Bull regresa y no dudará en cobrarse venganza de todos sus cómplices traidores, bajándolos uno a uno mientras averigua qué pasó con su hijo.

No hay más trama que esta, pero lejos está la película de necesitarla. Maskell reluce con una furia contenida y nos recuerda constantemente el gran actor que es, con sus protagónicos desde Kill List, la obra maestra de Ben Wheatley, y el enorme antagonista que encarnó en la serie Utopía.

La narración seca, brutal y contundente termina de transformar a Bull en una de las películas más oscuras de los últimos años. Relato de venganza violento, inmisericorde y despiadado, tiene vueltas que quizás no sean para todo el mundo. La gran mano de su director Paul Andrew Williams, que ya se había destacado –y mucho– con la comedia de horror y humor negro The Cottage, aprovecha las limitaciones de recursos (500.000 libras y apenas 18 días de rodaje) para demostrar una vez más que en esto de narrar películas de venganza criminal y acción violenta los ingleses son los número uno (bueno, quizá empatados con los coreanos).

Bull, de Paul Andrew Williams. 88 minutos. En HBO Max.

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