Ver una obra que es un canto a la libertad exige, en cierta medida, responder con una escritura capaz de correrse de los parámetros convencionales que suele tener la crítica. Para eso es necesario jugar con el análisis de la propuesta de tal forma que, con suerte, logremos impregnarlo de esa energía revoltosa que despliega Angie Oña en escena, sumando potencia y belleza.
La obra atraviesa momentos importantes de la vida de Emma Goldman, anarquista lituana de origen judío conocida como “la mujer más peligrosa de América”. Llegada a Estados Unidos en 1886, con 16 años, escapando de un matrimonio que su padre quería imponerle, Goldman comienza a trabajar en una fábrica textil. Su llegada coincide con los conocidos sucesos en los que un grupo de obreros defiende la jornada laboral de ocho horas con movilizaciones y huelgas, que acabarán en la condena de algunos de esos trabajadores, que pasarán a ser conocidos como “los mártires de Chicago”.
En esa pretensión de salirnos de los márgenes esperados de una crítica, sería apropiado subrayar que las conquistas de eso que hoy consideramos nuestros derechos laborales se debieron a un proceso de reclamos, de lucha y de dolor. Esas circunstancias impactan sobre Goldman, quien ve en los incidentes la semilla de lo que podría ser una verdadera transformación social. La joven comprende que la historia se hace en las calles, con la palabra como arma, y se transforma en una de las activistas más importantes de su época.
El trabajo de Oña en este unipersonal tiene la sensible inteligencia de mostrar ese recorrido que lleva a una mujer simple a ser la voz de los más vulnerados. Onírika se vuelve así una oportunidad para que el espectador se asome por la ventana del tiempo y se convierta en testigo de un momento paradigmático en el que se desarrollaron ideas que fueron la simiente de muchos de los cambios sociales que hoy gozamos.
La dramaturgia es excelente; el texto va hilando con humor momentos clave de la vida de Goldman a través de situaciones históricas reconocibles. La actriz logra un pacto con el público: nos involucra en el análisis crítico que realiza y hace de nosotros el coro de su gran teatro griego. Somos lo que ella necesita que seamos: público, pueblo, invitados, testigos.
La puesta en escena es inteligente porque conoce las necesidades de una actriz como Oña, que impacta sobre cada rincón y hace que juegue a su favor. El marco escénico se define con el color negro –con elementos específicos– para desplegar en tiempos distintos todas las acciones, sin dar un minuto de tregua. La capacidad lúdica de Oña atraviesa el espacio por completo, lo llena de personajes, levanta situaciones que vemos como si todos los protagonistas estuvieran ahí. Ella ha comprendido el sentido del teatro, habita la historia de Goldman de tal manera que logra un acto de transmutación. La actriz desaparece para dejar ante nosotros a la anarquista.
Goldman habla de teatro cuando no le es posible hablar de política explícitamente y Oña, en un magnífico guiño a su personaje, demuestra hasta qué punto el teatro puede ser un verdadero acto político capaz de convulsionar todas las ideas. Las dos están vivas en escena. Las dos levantan la voz, bailan y cantan para desmontar el circo que nos rodea, para alentarnos a abandonar el lugar de muñecos del cuento que otros construyen y ser, entonces, artífices de nuestra existencia. Cuando Goldman habla en Oña, volvemos a esos tiempos en que la revuelta era una señal de resistencia y transformación, cuando la utopía de libertad parecía alcanzable sólo si éramos parte de un proyecto colectivo. Angie Oña explota en la escena, proponiendo algo que va más allá del teatro. Nos exige una atención permanente, porque la obra está compuesta por una multiplicidad de signos que forman parte de una construcción mayor, en la que nace el discurso que tiene los elementos necesarios para despertar las ideas que podrían hacer del mundo un lugar mejor.
No estamos viendo teatro: estamos asistiendo a un meeting en el que los espectadores dejamos de ser sólo público, para compartir un acto mayúsculo de amor y libertad en el que una mujer con una idea en escena lo sacude todo.
Onírika. Dirigida por Freddy González. Dramaturgia y actuación de Angie Oña. Unipersonal basado en la vida de Emma Goldman. Jueves y viernes a las 21.00 en el teatro Victoria (Río Negro 1479). Reservas por Whatsapp al 091 364 072.