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Ensayo general de Constante en Sala Verdi.

Foto: Santiago Mazzarovich, Intendencia de Montevideo

Un duelo entre tiempos: reponen Constante, de Calderón, Calderón, Calderón

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Sobre una obra de Calderón de la Barca de 1629, el chileno Guillermo Calderón y el uruguayo Gabriel Calderón vuelven a plantear el problema de la tortura y de la verdad teatral.

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El apellido es una divertida excusa que termina en el encuentro de tres “calderones” a través del tiempo y la escritura. Partiendo de la pieza del Siglo de Oro español El príncipe constante, de Pedro Calderón de la Barca, escrita en 1629, los dramaturgos Guillermo Calderón (chileno) y Gabriel Calderón (uruguayo, actual director de la Comedia Nacional) proponen una historia policial y de misterio en la que una cama se convierte en eje del conflicto.

El plano escénico principal describe una habitación de alquiler temporal en la que se encuentra esa cama, que tiene una extraña inscripción. Esto derivará en un relato sobre su origen y el inusual vínculo entre una obra de teatro y un crimen. La dramaturgia concentra toda la atención sobre ese objeto, que es el denominador común de distintos tiempos, espacios y situaciones. En primer lugar, como relato del pasado, es escenografía de una fracasada puesta en escena rusa de El príncipe constante, en la que se tortura al personaje –representado por una actriz–, capturado en la ciudad de Ceuta. “El teatro es peligroso”, dirá el personaje, jugando, en la ficción, con lo que exige “el método del actor” en el proceso creativo –por ejemplo, perder siete dientes en un ensayo–, pero remitiendo a lo que el contenido es capaz de provocar en las ideas de los espectadores. En segundo lugar, en el presente de la historia, la cama es un mueble de uso práctico en un hostel de Montevideo. Temida y deseada, la cama interviene la vida de los personajes provocando un juego de enredos y confusiones relacionados con el tema de la violencia.

Como un goteo recurrente, en distintos momentos se recita parte de la obra original de Calderón de la Barca, a veces para mostrar un ensayo, otras para señalar que el texto podría ser evidencia de un crimen. Las referencias a la torpeza policial, que busca en un texto del siglo XVII las pistas de un asesinato ocurrido en el presente, son, también, un guiño que recuerda aquella idea de que, durante las últimas dictaduras en esta región, los militares buscaban en piezas artísticas indicios de actividades subversivas. El texto del siglo XVII es, visto así, un trampolín que permite el salto hacia una polifonía de sentidos a partir de la línea de acción determinada por la tortura (en la obra de 1629, de Fernando de Portugal), que aquí se vuelve el nudo del conflicto.

“No se puede cancelar la memoria como se cancela una tarjeta de crédito”, dirá un personaje sobre la posibilidad de borrar el problema de la cama anulando el pago de la habitación.

En la puesta la escenografía es clave, hasta tal punto que la cama parece preexistir a la obra, y al final será un personaje central. Ese objeto es el espacio que define toda la acción, y a través de ella se transita una olvidada historia de teatro que llega al presente para volverse un negocio lucrativo. Es también la señal de que algo no está resuelto. La cama, creada para el sueño de montar en Rusia la obra de Calderón de la Barca, se convierte en la pesadilla de un crimen. Los tiempos se unen cuando la inscripción de la cama se vincula con el asesinato. Si la violación de los derechos humanos parece ser una constante, la cama interviene para restaurar el orden quebrado y hacer justicia.

El elenco realiza un trabajo impecable. Hay que destacar la actuación asombrosa de Jimena Pérez, que pone todo en el asador al servicio de su personaje. Stefanie Neukirch lleva el papel de la actriz con gran habilidad y delicadeza, y Luis Martínez, en el personaje de Opa, logra convocar en el imaginario del público al perfecto policía de serie norteamericana.

Tres Calderones y un texto

Al finalizar la función del domingo hubo una instancia de reflexión sobre la obra a cargo del director y María Esther Burgueño, directora de la Escuela de Espectadores del Uruguay y experimentada crítica que no sólo conoce los textos involucrados sino también el proceso formativo de Gabriel Calderón. Ambos fueron transitando por los distintos momentos del teatro uruguayo que definieron a quien hoy dirige la Comedia Nacional hasta llegar a esta realización con la que, una vez más, se “quema la biblioteca”, como indica el programa. En línea con esa idea, Burgueño observaba que, en la medida en que el clásico es un fósil, los autores contemporáneos, al margen del canon, tienen libertad para explotar las posibilidades de sentido de esos textos que no están sellados. La propuesta de los dos dramaturgos latinoamericanos expone, a su juicio, dos asuntos centrales: por un lado, la tortura, y por el otro, el aparato teatral en sí. La obra se vuelve un discurso metateatral que muestra los caminos de la creación de un actor a través del famoso método de Stanislavski, para discutir la cuestión de cómo se alcanza la verdad en escena.

Constante es una alternativa al método. Surge de un texto de 1629 al que se suman elementos de la puesta de Jerzy Grotowsky de 1965, y se reescribe en 2022 con un tema que se nos hace reconocible: la tortura. Dos Calderones del sur de América toman el texto del Calderón de España y lo reformulan, desnudando el original, como diría Grotowsky, “con la intención de profanarlo y devolverle su verdad”.

Constante. Escrita por Guillermo Calderón y Gabriel Calderón con base en El príncipe constante, de Pedro Calderón de la Barca. Dirigida por Gabriel Calderón. En Sala Verdi. Jueves a sábados a las 21.00. Domingos a las 17.00.

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