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All the Beauty and the Bloodshed, de Nan Goldin.

El documental All the Beauty and the Bloodshed, de Nan Goldin, ganó el León de Oro en la 79 edición de la Muestra de Cine de Venecia

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El jurado premió al único largometraje de no ficción, contra varias ficciones destacadas, como la argentina Trenque Lauquen

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Leído por Mathías Buela.
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Fueron 23 películas a competencia en esta 79 Mostra del Cinema por el León de Oro: 22 ficciones y un documental. El jurado, presidido por la actriz estadounidense Julianne Moore, acompañada por representantes señalados del más puro cine mainstream (como el español Rodrigo Sorogoyen o el argentino Mariano Cohn), optó por entregar el premio grande a la única no ficción. ¿Se está perdiendo, en el panorama del cine de este tiempo, la capacidad narrativa, la escritura del cine como construcción de dramas, de mitos, de fábulas, de recapitulaciones de la historia? No parece, a tenor del abanico amplísimo de propuestas argumentales que conforman el mural de los murales de este festival, con ideaciones cuasi fantásticas como la de los jóvenes caníbales natos de Bones and All, del italiano Luca Guadagnino, o la del hombre-cetáceo de la adaptación de la obra teatral The Whale por Darren Aronofsky. Emanaciones de mitos del siglo XX como la ritualización personalísima que Andrew Dominik dibuja del tormento de Marilyn Monroe en Blonde. O las rememoraciones de los hechos históricos que tanto hicieron por consolidar la democracia en Argentina, 1985, de Santiago Mitre (El estudiante, 2011; Paulina, 2015; La cordillera, 2017), en la que, en torno al fiscal Julio César Strassera, se perfila una poderosa reivindicación del héroe civil que desmonta las fanfarrias militares de la dictadura.

Pero, al final, un jurado en el que priman directores de cine muy comercial, actrices de Hollywood o un novelista del prestigio de Kazuo Ishiguro, premio Nobel en 2017, decidió que la mejor película de la competencia fuera All the Beauty and the Bloodshed, documental que nada inventa ni idealiza ni melodramatiza, aunque la vida de Nan Goldin, epicentro de la película, recorra tantos vericuetos que a ratos parezca una novela-río. Porque Goldin vadeó todas las corrientes y los remolinos de la Nueva York de la contracultura, buceó en el estanque de los más duros años del sida y logró salir a flote mientras casi toda su camaradería se quedaba abajo, después de la fanfarria y la bacanal. Me interesa mucho esa Nan Goldin que fotografió para la inmortalidad esos años de la peste seropositiva. Y antes, los de la Factory de Warhol o el Provincetown de John Waters. Pero este documental es un pastiche por momentos anodino y amorfo, aunque ahora haya tomado la forma de un león hecho de oro.

Un palmarés con certezas como Cate Blanchett o Colin Farrell

Del palmarés de esta Mostra habría que destacar lo inatacable de sus dos copas Volpi: los premios de interpretación para Cate Blanchett (formidable directora de orquesta egocéntrica y womanizer en Tàr, película a la que la eminencia de Blanchett engrandece) y Colin Farrell, irreconocible en su caracterización de señor triste de la Irlanda profunda y pobre para Almas en pena de Irisherin, film de Martin McDonaugh que se llevó, además, un excesivo premio para el guion que firma su director.

El Gran Premio del Jurado para la francesa Saint-Omer, de Alice Diop, reconoce los aciertos de casi teatralizar la violencia institucional que sufre la mujer migrante, a partir de la construcción de un proceso judicial en el que una madre senegalesa es acusada de asesinar a su pequeña hija en una playa cercana a la ciudad del título. Sobrevuela el mito de Medea, narrado por el personaje protagónico, y la directora aprovecha para insertar unas imágenes de la versión de Pasolini con Maria Callas que funcionan como homenaje.

Que se haya considerado el trabajo de Luca Guadagnino en su road movie de vampiritos centennials Bones and All para etiquetarlo como Mejor director se explica por la necesidad de evitar que la amplia representación italiana en la competencia se fuese sin premio. Porque no era italiano, pero sí más merecido, el premio Marcello Mastroianni como actriz revelación a Taylor Rusell por su papel en ese film.

El jurado otorga un Premio del Jurado al iraní Jafar Panahi. La situación de Panahi, encarcelado por el régimen iraní, parece que fuerza a darle siempre algún premio, en cada uno de los festivales en que sus películas, sin él, participan. Pero cuando lo que presenta Panahi es algo tan brillante como No Bears, no es necesario forzar nada.

De todo lo que quedó fuera del palmarés es necesario destacar las injustificables ausencias del brillante ejercicio de metaficción espectral de la británica Joanna Hogg en The Eternal Daughter. Quizás también la exclusión de White Noise, de Noah Baumbach, una profecía de un pequeño apocalipsis en versión de Don DeLillo. Y el menosprecio a la fuerza como cine de la memoria histórica recuperada de Argentina, 1985, que maneja con autoconciencia algunas de las fórmulas y registros de cine para público amplio y funciona como arma de rearme emotivo de un país tan necesitado de recuperación de la autoestima. Argentina, 1985 se estrenará en pocos días en salas uruguayas: sepan que es impecable en su narración de los hechos y perfecta en su realización.

Merecidamente fuera del palmarés quedaron las radicales decisiones de estilo de Andrew Dominik en su adaptación de Blonde, la soberbia novela sobre Marilyn Monroe de Joyce Carol Oates. (Hubiera apostado que le iban a disculpar esas ideas pérfidas, como el feto que le habla a la actriz desde su vientre –algo que sólo puede entenderse como activismo antiabortista–, por el momento que vive Estados Unidos, y lo iban a premiar por su sentido del riesgo). Incluso el mexicano Alejandro González Iñárritu ofrece, en la irregularidad de su egotrip piramidal Bardo, momentos de desatada grandiosidad estética que hubieran podido seducir al jurado.

Trenque Lauquen, de Laura Citarella.

Dejo para el final un destaque: presentada en la sección Orizzonti, Trenque Lauquen, de Laura Citarella con producción de El Pampero Cine, es pura alquimia de la narración como juego dentro de un juego. O como salto o crossover entre géneros. O como matrioshka impredecible y libérrima. Sus cuatro horas son de lo mejor visto en toda esta Mostra. Te reconcilian con el cine como cuento de los cuentos. O como hilo narrativo desenredándose con pasmoso virtuosismo de la madeja narrativa de los miedos, las confluencias o las soledades en formato panorámico de las que estamos hechos.

Alejandra Trelles, desde Venecia.

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