A quienes disfrutan de su obra cotidianamente –desde hace siete años como encargado de arte y diseño de la diaria y Le Monde diplomatique, antes en El Observador y La Hora Popular, entre otros muchos medios– les podrá sorprender que la que se inaugura este viernes sea la primera muestra individual de Ramiro Alonso.
Sorprende porque debe haber pocos casos en nuestro medio de un ilustrador con un trabajo tan sostenido –comenzó a publicar en 1983, cuando no había cumplido la mayoría de edad– y tan claramente vinculado a la tradición de las artes visuales. Elegante, reflexivo, ni caprichoso ni pragmático, su aporte a la página –sea dibujo, pintura o digital– siempre suma sentidos y buenas dosis de refinamiento y belleza.
La exposición se llama Guerra Grande y consta de cinco piezas gran tamaño: óleos sobre mdf entelado y tinta china sobre papel. Abre este viernes a las 19.00 en el museo Spikerman de la ciudad de Canelones, donde Alonso reside desde hace un par de años. Lo que sigue se parece un poco a los intercambios que tenemos el privilegio de compartir en la redacción.
¿Por qué elegiste el tema de la Guerra Grande en este año en que se cumple medio siglo del inicio de la dictadura cívico-militar? ¿Qué se jugó ahí que se sigue jugando ahora?
El acto de dibujar y pintar es mi modo de dar la respuesta política. La guerra es la raíz de la épica, el canto de la cólera, pero yo prefiero mostrarla como un estado violento de dominación consumada. La Guerra Grande fue la clausura definitiva del proyecto artiguista, fue el último clavo en el ataúd de la Federación; el golpe de 1973 aspiraba también a eso, a erradicar otro proyecto, el de la izquierda. No se les permitía trabajar, reunirse, existir o permanecer en la memoria; fueron destituidos, torturados, asesinados y desaparecidos.
La dictadura cívico-militar fue un acto de guerra perpetrado por parte de las fuerzas conjuntas, con el entrenamiento y la logística del imperio de turno en favor de unos pocos beneficiarios que no han dado la cara.
Hace unos días recibí una invitación a un evento del Ministerio de Educación y Cultura en el que en vez de "Guerra Grande" (o "la Defensa", como decían los colorados) se menciona "el conflicto que vivió Uruguay entre 1839 y 1851". Supongo que será una manera de atenuar que la guerra civil enfrentó a blancos y colorados, hoy más cercanos que nunca...
No es honesto, parece una recomendación desde el storytelling para anular la historia. En mi liceo aprendí que se trató de una guerra entre dos naciones, dos gobiernos, con dos modelos productivos enfrentados en un mismo territorio. En ella se fundaron dos sensibilidades poco reconciliables hasta fines del siglo XX.
Una guerra estimada en 10.000 caídos que ninguno ganó, o sí: salieron triunfadores los imperios extranjeros que operaban en la región, sobre todo el imperio de Brasil. Como ejemplo, el tratado de 1851 liberó de impuestos el ganado que los estancieros brasileños enviaban desde Uruguay a los saladeros de Río Grande. Hoy un poco más de la mitad de la faena está en manos de una empresa de capitales brasileños.
Los conflictos del siglo XIX no han sido resueltos, permanecen las disputas por la navegación por la hidrovía, la disputa por el control del tráfico portuario.
En el texto de presentación se distingue la postura disidente, que reivindicás, de la desertora. ¿Qué implica la disidencia frente a un evento histórico?
Cuando no se acepta el consenso de lo dado, se disiente, se rompe sin abandonar el lugar, ni el tiempo, sin escamotear el trabajo sobre ellos; cuando se fractura, es para iniciar, explorar y crear otro modo. Ese es el intento de hacer piezas que muestren otras miradas o las provoquen.
Me imagino que debe haber más de una guiñada a Goya en la muestra. ¿Qué lugar tiene entre tus referencias estéticas? ¿Te acercaste para la muestra al trabajo de artistas de guerra como Cándido López, o de los más idealistas, como Blanes?
Goya es carne casi cruda, enlentece al estómago y nunca terminamos de digerirlo. Goya es la pintura como cuchilla, nunca terminamos de recorrerla, de conocer todas sus grutas o saltos de agua. Blanes son los ojos de la patria.
De todas maneras, la clave de esta muestra está en el museo Spikerman. Estar durante julio dibujando y pintando en la sala donde ahora expongo me obligó a enfrentar el afeite y la farsa en mis dibujos. La farsa es tramposa, utiliza a los cuerpos como metáfora de la violencia y nos permite disfrutarla sin sufrir sus consecuencias. Era combatir esa farsa o desertar. La fortuna, en definitiva, fue encontrarme con lo que habitaba en Canelones.
Guerra Grande, de Ramiro Alonso. En el museo Spikerman de la ciudad de Canelones. Desde el viernes 6 de octubre al 31 de octubre.