Supongo que tenía más o menos la edad de mis hijos (8 y 10) cuando descubrí en casa un casete de Rita Lee (Saúde, de 1981) que era de mi hermana mayor. A esa voz aterciopelada ya la conocía de la televisión y la radio. Era la de “Lança perfume”, que para mí era como una marchinha de carnaval algo infantil, para niños (¡qué ingenuidad!), pegadiza como un chicle Ploc. Pero lo que había en Saúde parecía más sofisticado, oscuro, moderno y misterioso. “Banho de espuma” era mi favorita. La idea de invitar a otra persona a bañarse resultaba inquietante, pero además el clima de juego que proponía la canción me confundía. ¿A qué juegan? Rita hablaba de amor, pero sin dramas, conflictos, dolores ni saudade. No lo hacía como Roberto Carlos, Joan Manuel Serrat, María Bethânia, o los otros discos serios para adultos que se escuchaban en casa. Había otra cosa, algo cotidiano, mundano, liviano y divertido. Había allí un juego de adultos que desconocía. Los adultos no juegan... ¿o sí?
En aquel momento, claro, no me daba cuenta, pero no sólo la letra tenía combinaciones peculiares con ideas originales: la música también mezclaba muchas cosas diferentes. Algo de eso ya lo había escuchado también en “Lança perfume”. Un ritmo, o más bien un estilo, difícil de catalogar. Brasileño, sí, obvio, pero latino también, más latino que todos los otros artistas brasileños. Y también ecléctico, cosmopolita y moderno. ¿Pop, samba, funk, rock, bolero, new wave, electrónica, mambo? Ritmos bailables y románticos juntos. Caderas y corazón. Bongós y sintetizadores.
También me resultaba difícil interpretar, catalogar, si esas canciones eran para nuestra edad o no Es decir, no era como Sinfonía inconclusa en la mar, el disco de Piero, o A Arca de Noé, de Vinícius de Moraes, que gastábamos en aquella época. Pero tenía algo infantil, para niños. Algo que iba más allá de las letras, la música pop y los arreglos exuberantes. Un espíritu burlón. Chifles, vientos, onomatopeyas, gritos, susurros, suspiros, percusiones exóticas, la variedad de estilos, ¿castañuelas? La fiesta, el cotillón, marimbas, la libertad. Pero entre el jolgorio se escondía siempre algo misterioso y seductor. Algo atrás, a descifrar, que hoy puedo reconocer como un erotismo hedonista. Esa mezcla entre sensualidad juguetona y picardía infantil está en muchas canciones de Rita Lee, y en “Tatibitati”, la segunda canción de Saúde, aparece sin ambigüedades en la frase final: “Sempre fui levada-da-breca, brincar de médico é melhor que boneca”.
El misterio no sólo aparecía disfrazado de sensualidad; la mitología, la fantasía y la ciencia ficción también vivían en sus canciones. Recuerdo la impresión que me causaba “Atlântida”, como una película que no existe pero que vi. Recomiendo escuchar también la preciosa versión en español de este tema que hizo la banda uruguaya Florida en su disco Misterios relevados.
Ya después de grande, al reencontrarme con las canciones de Rita Lee, descubría siempre alguna imagen o frase, algo que no había entendido del todo en las primeras escuchas, ya fuera porque antes era muy chico o por tarambana. Como aquella tía que escuchaste toda la vida y en un momento, tiempo después, te das cuenta de qué habla. La malicia, la ironía, el sarcasmo y el humor son los rasgos de un cancionero que Rita Lee construyó con astucia y elegancia popular. Malandragem na linguagem, pero con refinamiento.
Pasaron los años y casi siempre me gustó lo que escuchaba de sus nuevos discos; en todos encontraba una sorpresa o un nuevo ingrediente. Pero además de sus canciones, por las noticias que iba descubriendo, Rita era amiga de todos los músicos que me gustaban de Brasil. Todos la querían, cantaba con todos: Elis Regina, Jorge Ben, João Gilberto, Erasmo Carlos, Raúl Seixas, Roberto Carlos, Ney Matogrosso, María Bethânia, Gal Costa y decenas de músicos más.
Además de esa popularidad entre colegas, a medida que fui conociendo su historia descubrí también su costado disruptivo e innovador. Su fase glam con Tutti Frutti, su espíritu hippie medieval, la bruja psicodélica de Os Mutantes, su costado gurú de la floresta, poetisa de San Pablo, rockera acústica, clown urbana, crítica de la industria musical, bufón depresivo... Mil mutaciones y cambios, nunca pareciéndose a nadie más que a sí misma.
Desafiando a través del ejemplo y la acción al conservadurismo, el machismo, la censura y la hipocresía, Rita siempre valiente e iconoclasta se fue transformando a cada cambio de piel en una especie única, una referente no sólo del rock o la música sino también un ejemplo de independencia de opinión, valentía en las formas, la acción y el discurso. Rita, en constante lucha contra los dictados y las costumbres, jamás apelando a proclamas o evadiendo conflictos, con esa sonrisa pegadiza que se adivina al escucharla y que hizo a un montón de gente feliz, entre la que me incluyo.