El 2023 encontró a Micaela Larroca con muchísima actividad: se la pudo ver interpretando a Doña Ramona en La Cretina, dirigiendo un espectáculo íntimo como Todo se está muriendo en La Madriguera e integrando el elenco de Peter Pan en el Stella. Los trabajos más alternativos también fueron abordados por esta polifacética teatrista, y alcanza con recordar el escupitajo punk llamado Mentiras en tu puta cara, en Espacio Vacío, o esa bellísima comunión de espectros que en La Madriguera se consumó bajo el nombre Sueño de la procesión de sus muertos.
Pero la vocación escénica de Larroca maduró lentamente. El primer acercamiento fue a los 16 años, cuando participó en el concurso para Reina de Carnaval y llegó a ser primera vicerreina, lo que le permitió desfilar en corsos de barrio y en el desfile principal por 18 de Julio. Según cuenta, tuvo que vencer su timidez para participar en el concurso y lo hizo por su amor al carnaval. “Mi mamá y mi abuela estaban todo el tiempo acercándonos a los tablados, así que lo hice un poco por el empuje familiar, pero más por el carnaval que por la exposición”. Por esos años empezó a ir al taller de teatro del centro comunal de su barrio, cerca de lo que hoy es la plaza Seregni. “Fue para seguir a mi hermano más grande, que se anotó en el taller, y no tenía ni idea de que quería dedicarme a esto. A partir de ahí empecé con la danza, que fue mi primer acercamiento al arte escénico, y después hice un año de comedia musical, al terminar el liceo. No me interesó mucho y me decidí por estudiar actuación, y ahí fue que entré al IAM [Instituto de Actuación de Montevideo], cuando tenía 20, 21 años”.
Siendo estudiante participás en el reestreno de El club de los idiotas, en 2016.
Mirá, en verdad, cuando estaba en segundo año de la carrera falleció mi mamá y hubo un momento en que tuve que enfocarme en mi vida personal, porque no estaba pudiendo con la vorágine de lo que es una carrera ni con la entrega que eso requiere para los compañeros y las compañeras. Así que en ese momento decidí alejarme, me tomé un año sabático y no tenía la idea de volver porque significaba volver a enfrentar muchas cosas que me daban mucho miedo después de esa pérdida. Pero un día recibí un mensaje por Facebook de Jimena Márquez en el que me contaba que iban a hacer la segunda temporada de El club de los idiotas, que había una suplencia y que al hablarlo con el colectivo pensaron que les gustaría que la hiciera yo. Y claro, yo trabajaba en el rubro gastronómico, los sábados de mañana y de noche, y pensé ¿qué hago? Tuve una jefa que me apoyó muchísimo con la decisión y a partir de aceptar la invitación me reenganché. El club de los idiotas era una obra de egreso del IAM, que luego tuvo temporadas independientes. Después trabajé en El tesoro olvidado de la familia RTMFRJMK [2016, también de Jimena Márquez], en Neso [2016], de Marcel Sawchik, y a partir de ahí como que no paré, por suerte.
Por esos años trabajaste en el programa Teatro en el Aula, que, más allá de lo laboral, imagino que debe ser un ámbito que genera un gran entrenamiento para el oficio.
Creo que Teatro en el Aula fue una de las grandes escuelas que tuve, además del IAM. Y también creo que fue una de las primeras experiencias que me hizo correrme un poco del ego que uno tiene naturalmente por esta profesión. Uno trabaja siempre con mucho amor, pero también espera recibir ciertas reacciones del público, mientras que el teatro en el aula te hace actuar pensando en algo más motivacional, en hacer reflexionar a los adolescentes y las adolescentes que te están mirando. Montábamos las obras en cualquier espacio, en un salón de clase, en el gimnasio, en la cantina. Fue una experiencia híper linda que te hacía repensar mucho la valorización del arte desde otro lugar.
Nadie es la patria fue uno de los primeros espectáculos que se estrenaron luego de la pandemia, en 2021. ¿Cómo fue ese proceso?
Yo llegué un poco de rebote a Nadie es la patria. Iván [Solarich] primero le propone a Gustavo [Kreiman, director del espectáculo] investigar sobre el concepto de identidad y de patria, y en el proceso Gustavo empieza a cuestionarse qué pasa con las mujeres, por qué siempre la carga de los símbolos patrios está sobre entidades masculinas. Empieza a pensar en una actriz y nos pusimos a intercambiar, pero como amigos. Al momento de empezar a ensayar me dice: “¿Te animás a empezar a trabajar con Iván a modo de laboratorio, y después capaz que convocamos a una actriz?”. Y claro, cuando empezamos la investigación se generó una comunión de trabajo que definió que fuera yo. Y si bien nos agarró la pandemia, creo que nunca lo sufrimos, porque nos dio la posibilidad de investigar más y nos sirvió para la creación del vínculo escénico. Cuando estás arriba del escenario es muy difícil mentirle a la persona que te está viendo. Todos sabemos que es ficción, obviamente, pero me parece que se nota mucho mi yo actriz o el yo actor que alguien puede tener. Y creo que con Iván logramos entregar mucha veracidad, y mucha vulnerabilidad también. Y al ser de las primeras obras que se estrenaron después de la pandemia, el grado de exposición de la obra fue mucho mayor. Hoy por hoy, la hacemos con Óscar Pernas y siento que es una obra a la que todavía se le puede encontrar matices nuevos, preguntas nuevas. Porque la identidad es algo que todo el tiempo se está modificando.
En 2022 se estrenó Doña Ramona, obra que ha tenido diversas lecturas según el contexto pero que tiene como una de sus claves las diferencias de clase. Sin embargo, también tiene una perspectiva de género implícita que hoy quizá es mucho más fácil de ver. ¿Cómo ves a tu personaje?
En las creaciones siempre tengo una pulsión sensible y física muy grande a la hora de componer los personajes, y Fer [Amaral, director de Doña Ramona] me dejó seguir por ese lado para la construcción del personaje. Más allá de los prejuicios, o de estudiar la historia y cuestionarla –que eso siempre se hace–, a él lo que le interesaba de Doña Ramona y de todos los personajes era que trabajáramos la pulsión o el deseo frente al raciocinio. Eso me permitió conectarme con un yo mío particular y con la forma en que el exterior coarta y reprime el deseo o las pulsiones de las mujeres, incluso con la autorrepresión de la propia Doña Ramona. Porque lo interesante es que no sólo el exterior la reprime o la adoctrina, sino que ella misma está todo el tiempo tratando de frenar sus propios deseos. Creo que el desenlace tiene que ver con el engaño que la lleva a entregarse a esa pulsión, y de ahí se deriva lo trágico. Pero son historias que hoy por hoy siguen sucediendo, quizás en otros contextos o bajo otras miradas, pero siguen sucediendo.
En la escena final el público sólo oye lo que le pasa a Doña Ramona, que está del otro lado de la cortina. Pero es un final que impacta. ¿Cómo vivís la respuesta del público en ese momento?
Tengo una mirada entre la abstracción y la realidad, porque no veo directamente al público, pero las reacciones han sido de lo más diversas. Muchos quedan con la sensación de que podrían haber hecho algo y sin embargo no intervinieron. Me parece que es una contradicción para llevar a la vida. Cuando estamos cerca de situaciones que tienen ese riesgo o menor incluso, ¿somos simples espectadores o podemos incidir en algo para cambiar la situación? Es un final que hasta el día de hoy me conmueve. Cuando atravieso la cortina siento ese aire que de repente se va entrecortando. Más allá de las risas que hubo antes, más allá de la diversión o de la angustia, llega ese final y es una manera muy sutil pero a la vez muy precisa y muy intensa de presentar lo que acaba de vivir Doña Ramona.
Hablemos un poco de La Madriguera, el espacio cultural en el que también vivís.
Mirá, con mi compañero, Tomás [de Urquiza], que también es actor, estábamos militando y trabajando en Ensayo Abierto, que es otro espacio de características similares. Después de dos años en que vivimos ahí, como militancia para cuidar el espacio durante la pandemia, sentimos que se había cumplido un ciclo. Nos pusimos a buscar algo para vivir pero queríamos que fuera cerca, y buscando aparecieron estas casas, que hacía diez años que estaban abandonadas. Frente a la inmensidad de la casa [al principio alquilaron sólo una], nos cambió un poco la perspectiva y pensamos en recuperarla, y ahí nació la idea de La Madriguera. La idea era primero refaccionarla y después que se habitara desde lo artístico, pero nos pasó que ya en el primer año el espacio se empezó a usar por la necesidad de distintos colectivos de encontrar lugares para ensayar o trabajar.
El primer espectáculo que recuerdo es Hay algo (2021).
Cuando empezamos a trabajar en Hay algo la idea no era estrenar acá, pero claro, el espacio empieza a ser un lugar de residencia y la estructura empieza a condicionar la obra hasta que en un momento decís “no puedo sacar la obra del lugar”. Y fue muy lindo porque gran parte de lo que hoy tiene la sala está gracias a la construcción de la obra. Nosotros no cobramos un fijo, es aporte voluntario, entonces muchas veces el trabajo que se hace para una obra termina quedando a favor del espacio, ese es el intercambio también.
En 2022 se estrenó Sueño de la procesión de sus muertos, de Animalismo Teatro, una propuesta de teatro físico en la que la casa misma se convertía en personaje. ¿Cómo fue ese proceso?
Fue un proceso súper largo porque, al igual que Nadie es la patria, atravesó la pandemia. En el proyecto original el colectivo de Animalismo tenía la idea de invitar a diez diseñadores y diez actores para hacer un laboratorio de un año y generar una obra. Esa idea inicial, entre la pandemia y la baja de personas, terminó transformándose. Durante el proceso pasamos por muchos espacios y terminamos ensayando acá arriba [en el espacio en donde se hizo Hay algo]. En ese momento teníamos muchas escenas sueltas, y sabíamos que los personajes iban atravesando patios, como si fueran etapas que se van trascendiendo. Justo coincidió que recién habíamos alquilado la parte de abajo del edificio, que tenía dos patios, y charlando con Santiago [Lans, uno de los directores] dijimos: “¿Y si es abajo?”. Así que un día bajamos, a partir de una dinámica con velas, y había una energía en la casa que nos llevó a hacerla ahí. Después hubo que limpiar, rasquetear, romper pisos, construir. Fue una locura, pero creo que nos dio una lección de trabajo colectivo tan grande y tan fuerte que es lo que mantiene a la obra hoy. Y también fue importante la elección de que el quinto personaje sea la casa, jugar con todas las posibilidades que nos dio ese espacio.
Es interesante cómo señalás de forma recurrente el rol del trabajo militante y colectivo para generar espacios y propuestas artísticas.
Me parece que es parte de mi identidad, no me veo trabajando desde otro lugar. Yo puedo ser convocada para hacer obras y demás, y lo disfruto muchísimo, pero también hay algo de esa búsqueda de lo colectivo que me parece que es lo que más me motiva. Espacios como Ensayo Abierto, entre otros, son una puntita de luz en un medio que nos forja para ir hacia otros lugares. Espacios pensados para el barrio también, no sólo para nosotros como artistas, sino que sean espacios en continuo desarrollo, comunicación, retroalimentación con el barrio. Espacios que puedan continuar independientemente de las personas que los generaron. Como hablábamos de Teatro en el Aula, me parece que también en este sostén de espacios hay algo de soltar el ego y pensar en algo más colectivo, que para mí es la manera de que el teatro resista o de que el arte resista. Si no nos pensamos en colectivo, tenemos muy pocas chances de subsistir.
Este año, además de actuar, dirigiste Todo se está muriendo, un espectáculo con actrices jóvenes en otro espacio de La Madriguera.
Era un proceso que habían comenzado Irene Brusoni y Camila Rizzo a partir de un texto de Camila, en el que se autodirigían. Durante el proceso sintieron la necesidad de una mirada externa y ahí me llegó la invitación. Cuando decidimos hacerla acá me pareció que la casa te obliga a tratar de no repetirte, así que buscamos y decidimos hacerla en ese espacio que viste de los dos cuartos. Fue un proceso que me acercó de vuelta a mis años más jóvenes, cuando escribía y dirigía para Movida Joven. Y la verdad es que me quedé con ganas de volver a dirigir y escribir, me reservé el segundo semestre de 2024 para intentar volver a eso.
¿Y para el primer semestre cuáles son los planes?
En enero tenemos funciones de Doña Ramona para Fortalecimiento de las Artes. En febrero estreno una obra nueva, que se llama De dioses, personitas y policías, con la dirección de Marina Rodríguez en la sala Atahualpa de El Galpón. En marzo vuelve Sueño de la procesión de sus muertos, y con Animalismo también vamos a empezar un proceso inspirado, al menos al principio del laboratorio, en El rey Lear de Shakespeare. Y después estamos pensando en el reestreno de Metáforas en tu puta cara, de Gerónimo Pizzanelli. Y en paralelo está la docencia, algo que no tenía pensando pero me llegó la propuesta y voy a estar en el IAM con la cátedra de Brecht.