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Ventana al alma de un documentalista: Ospina Cali Colombia

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Ética creativa y tragedia colectiva en el film del portugués Jorge de Carvalho.

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¿Habían escuchado hablar de Luis Ospina? Yo tampoco. Bueno, quizá estoy presuponiendo demasiado, pues algunos cinéfilos memoriosos pueden haber guardado el recuerdo de Pura sangre y Soplo de vida, estrenadas en Uruguay respectivamente en 1984 y 2003 en Cinemateca, o de Tigre de papel y Todo comenzó por el fin, que estuvieron en el Festival de Cinemateca en 2006 y 2016.

En todo caso, Ospina Cali Colombia va a ayudar a fijarlo en nuestra memoria. Es un retrato vívido de ese director colombiano (1949-2019) y funciona como repaso (o, para nosotros, presentación) de su obra. A través de este documental, aprendemos sobre cine, sobre Colombia, y quedamos con muchas ganas de ver más obras de ese autor.

El director portugués Jorge de Carvalho tampoco había escuchado hablar de Ospina. Por encargo del festival DocLisboa, durante una retrospectiva de la obra del colombiano en 2018, Carvalho se puso a investigar y se terminó convirtiendo, según dijo en la presentación de la película el sábado 13, en un ospiniano.

Carvalho realizó la película con un equipo de estudiantes de su curso de cine documental. Tuvieron la ocurrencia de filmar a Ospina en un jardín de invierno que lo coloca en un marco medio tropical, alusivo a su país de origen. Ospina cuenta su formación y habla de su entorno, de sus gustos, de sus premisas ético-estéticas y de su obra. Aparte de la entrevista, vemos en pantalla fragmentos de la mayoría de sus películas, así como de otras que él menciona entre sus influencias, junto a imágenes de archivo que ilustran los aspectos de su país que él va mencionando en la conversación. Hay unos momentos muy ingeniosos en polipantalla, en los que vemos a Ospina en una mitad del encuadre y las imágenes de archivo en la otra.

Ospina nació en Cali e hizo cine desde niño, porque su padre tenía una cámara de 16 milímetros. Se formó en cine por la UCLA, en Los Ángeles, entre 1968 y 1972 –momento efervescente si los hubo en la vida estudiantil estadounidense–. Luego regresó a su ciudad natal y, junto con sus compañeros Carlos Mayolo y Andrés Caicedo, hicieron películas y fundaron un cineclub y una revista de cine. Los tres son considerados los principales exponentes del llamado Grupo de Cali.

Probablemente su obra más célebre, y una de las más controvertidas, es Agarrando pueblo (1978, codirigida con Mayolo), falso documental sobre el rodaje de una película de pornomiseria, es decir, de las que buscan enfatizar aspectos de la pobreza extrema en Colombia para conmover a los críticos europeos con conciencia social. En 1982 hizo su más conocido largo de ficción, Pura sangre, una película de vampiros, posibilitada por un breve lapso de fuerte apoyo estatal al cine colombiano, que se terminó a fines de la década. Si bien hoy día es una película de culto, el fracaso de público y crítica en su momento convenció a Ospina a concentrarse en el cine de no ficción –documentales, falsos documentales y algunas cosas inclasificables– realizados en su mayoría con cámaras de video de baja definición. En ese contexto, trabajó sin cesar y acumuló una filmografía extensa y muy variada.

Dejarse filmar como acto de generosidad

Ospina cuenta que todo el Grupo de Cali se vio afectado por la sobreabundancia de cocaína de excelente calidad y relativamente barata, a partir de los años 80, pautando una etapa de euforia creativa, hiperactividad y mucha fiesta. Da cuenta también de la manera en que el narcotráfico terminó afectando a todos los aspectos de la sociedad colombiana, en su combinación de una opulencia faraónica con la tragedia de la violencia extrema. Cuenta también la forma en que esa violencia fue una extensión más de un estado bélico que duró toda su vida: en 1948, un año antes de su nacimiento, empezó la cruenta guerra civil entre liberales y conservadores, que luego derivó en la guerrilla y su represión, que luego se entreveraron con la violencia asociada al narcotráfico. Cali fue uno de los epicentros de esa violencia y muchas de sus películas captan, directa o indirectamente, ese clima: hay que oír, a este propósito, las palabras escalofriantes del escritor Fernando Vallejo en La desazón suprema (2003).

Mucho más motivado por el montaje que por el rodaje, solía filmar sin guion y disfrutaba del proceso de construir el sentido de sus películas esencialmente en la posproducción. Ospina tenía 68 o 69 cuando hizo la entrevista, y sus referencias son mayormente las de su juventud: westerns clásicos, Carl Theodor Dreyer, Michelangelo Antonioni, Jean-Luc Godard, François Truffaut, actualizados luego con influjos del underground de Stan Brakhage y Andy Warhol y por cierto sabor clase B motivado por George A Romero. Sus reflexiones incluyen algunos tópicos habituales en los cursos de iniciación al cine de no ficción (que la imagen documental no garantiza algo que se pueda decir “la verdad”, como lo ilustran casos emblemáticos de documentales considerados grandes obras maestras del cine –de los hermanos Lumière, de Robert J Flaherty y de Dziga Viértov– y cuyas imágenes fueron armadas para la cámara).

Pero hay también ideas más personales referidas a una ética del documental, dichas con la seguridad de quien sabe que hizo mucho y bien, pero también con una sencillez muy amable. Consideraba que “uno de los actos de generosidad más grandes que pueda tener un ser humano es dejarse filmar”, y trataba de que la vampirización inherente a robarle la imagen a la persona filmada tuviera como contrapartida un marco de dignidad y respeto. Esas palabras del cineasta suenan casi al inicio de la película sobre imágenes de Ospina callado, casi como si fueran un desafío para los propios realizadores: ¿será que Ospina Cali Colombia logra ser una “ventana al alma” de Luis Ospina, como pretendía el propio Ospina con las personas que elegía filmar y aceptaban ser filmadas por él?

Se puede imaginar el fuerte sentido de responsabilidad de los realizadores, una vez que Ospina falleció un año después del rodaje, sin haber tenido la oportunidad de ver ninguno de esos materiales. Diría que sí, que es un retrato sumamente cálido, respetuoso, curioso y cautivante de un relevante cineasta latinoamericano activo en el último medio siglo.

Ospina Cali Colombia. 81 minutos. Portugal, 2023. En Cinemateca.

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