Fue un proceso de más de dos años a partir de un texto base de Sandra Massera, titulado Kafka, que desembocó en el espectáculo que con dirección de Iván Solarich y un elenco joven ve la luz en estos días. En este tiempo le tomaron cariño, dice el director, y han encontrado “una resonancia muy grande” en el autor de La metamorfosis.
La obra, que tras los aportes de una troupe dispuesta a investigar y ensayar, se extendió media hora más y se llama Camino a Kafka. Transcurre en el hospital de Kierling, en las afueras de Viena, la víspera del 3 de junio de 1924, es decir, la noche previa a la muerte de Franz Kafka. En medio de su agonía y rodeado por su familia y amigos, la mente afiebrada del escritor permite que aparezcan ante él algunos de los personajes de sus relatos.
¿Cómo fue que encontraron un tono para que entraran estos perfiles tan diversos? “Le corresponde enteramente a Sandra Massera”, aclara Solarich. Massera había ido a ver la puesta que Solarich hizo de La tierra baldía en 2020 y le pidió que leyera un texto que ella acababa de escribir acerca de las últimas horas del autor checo, diez escenas en las que, por medio de pesadillas, sus personajes lo interpelan. “Me gustó muchísimo, básicamente porque te das cuenta de que hay un conocimiento frondoso de sus cuentos, de su vida. Es docente desde hace años, directora y alcanza una sencillez expositiva, pero a su vez es hondo”, dice el director.
Inició el trabajo con cinco actores de aquel elenco y empezó a convocar a una generación a la que venía acompañando en sus egresos de escuelas teatrales. Les interesaba ahondar en la preexistencia de los personajes. “Fuimos encontrando también la dimensión política de Kafka, de la que a veces no se habla demasiado porque se lo ubica más en un contubernio psicológico, de oscuridad, y salteamos muchas veces el contexto histórico, sus preanuncios, su clarividencia frente a la opresión del aparato del Estado, de la burocracia, de los totalitarismos, en ese período entre guerras, el ascenso del nazismo. Sandra lo incorpora; logró, con gran puntería, una dimensión no sólo introspectiva del hombre tortuoso, con su fantasma, con sus imposibilidades, pero sobre la base de una enorme sensibilidad sufriente”.
Del monumento a la musicalidad
Incluso quien permanece ajeno a la literatura de Kafka puede llegar a intercalar el adjetivo kafkiano en una conversación: kafkiano por burocrático o por retorcidas demandas institucionales. Eso está presente en el prólogo que fueron adosando al espectáculo. “Hay un conjunto de cuestiones que rozan a Franz y nuestra vida cotidiana, porque esa también fue una preocupación, un deseo: uno no quiere hacer un teatro que sea un museo, una biblioteca literaria culta, si no lo puedo ligar con la contemporaneidad”, adelanta Solarich. Por eso cree que todo lo que fueron agregándole al texto de Massera funciona a modo de soporte, para que “estuviera más acolchonada, que ese universo onírico tan fuerte pudiera entrar con mayor naturalidad. Después hay cuestiones que tienen mucho que ver con el trabajo con Diego Mutiuzábal, el músico, que fue el compañero maravilloso de las bandas sonoras de Pogled, de 2011, que es director de murga y es un exquisito. Trabajamos mucho tiempo con los chicos, entonces hay un universo vocal coral también muy importante y toques divertidos, momentos disfrutables que sería difícil asociar a priori. Hay algo en lo esperpéntico también, hay algo en ciertos grotescos, sobre todo”, explica.
Ensayaban una vez por semana, sin una meta precisa de estreno, cuando se dieron cuenta de que este junio se cumplía el centenario de la muerte de Kafka. Solarich admite que tenía temor de que quien no hubiera leído parte de su literatura pudiera quedar descolgado de la pieza: “Salvo La metamorfosis, que es lo que más le suena a la gente por el liceo”.
“Una noche de vigilia me vino claro lo monumental de la biblioteca, los pasillos, las escaleras, el templo del libro, esa arquitectura que parece que te oprime, esa visión de Kafka del ser humano, tan indefenso frente a poderes de todo orden que son en escala mucho mayores. Hablé con Mariana Wainstein y me presentó a Valentín Trujillo, director de la Biblioteca Nacional”, explica.
Los habilitaron a trabajar en la tardecita, sin horario de finalización. Solarich relata que el respeto por ese monumento nacional se ha instalado en el equipo, desde cuidar las sillas hasta ni tocar los ficheros y aun así ocupar su arquitectura con libertad: “Pudimos apropiarnos del espacio, transitarlo de acuerdo a las necesidades. Pasamos por cinco o seis lugares y, por supuesto, hay momentos centrales y la gente está sentada visionando las escenas de modo frontal”. La disposición logra que entren 80 personas por función.
Desde la dirección, pensó que si colocaba demasiados dispositivos lumínicos la biblioteca ya no sería la biblioteca sino un teatro. Por eso, en un porcentaje altísimo se valen de la luz natural de la biblioteca, los plafones, las lamparitas, hasta los contraluces que entran de 18 de Julio en la oscuridad; es decir, utilizan lo que ya estaba allí, salvo tres cuarzos. “La apuesta era al texto, los personajes, la actuación, la oralidad, la arquitectura, y lo vocal se tuvo que trabajar fuerte”, cuenta el director. “Logramos con la voz apropiarnos de ese eco, de esa magnificencia, porque no es un lugar pensado para hablar, obvio. Era un lugar pensado para leer, entonces en ese silencio, en general, la voz retumba, pero produce también un eco muy kafkiano, muy extraño y eso lo tratamos de utilizar a favor”.
Kafka, Goitiño y la máquina infernal
En 2022 se estrenó Mono, una versión de Informe a la academia a cargo de Marcos Valls. Solarich recuerda además otra puesta en escena muy anterior, en el Anglo, a cargo de Julio de León. Pero hay una memoria más personal de Kafka. Nelly Goitiño, a quien Solarich evoca como “una de las maestras, una gran intelectual y una gran inspiradora”, hacia 2003 le dijo que quería hacer algo con él. Pero el actor venía de hacer un solo, El cerdo, durante cuatro años, y le respondió que sí a todo, menos un unipersonal. “Me propuso En la colonia penitenciaria y ahí trabajamos con Walter Rey, que hacía el oficial, y estaban Fernando Gallego y Sergio Mautone, y una maravillosa escenografía que manejaba Alejandro Curzio, una descomunal máquina: bajar al sótano de Puerto Luna y sólo encontrarse con la máquina era medio espectáculo. Trabajamos ese universo, por supuesto opresivo”, apunta sobre un espectáculo que obtuvo nominaciones y premios. “Fue un laburo lindo, profundo, y ahí obviamente me quedé con un gusto enorme por Kafka”.
Camino a Kafka, en la Biblioteca Nacional (18 de Julio 1790) los jueves, viernes y sábados a las 20.30. Actúan Alejandro Sosa (Franz Kafka), Vital Menéndez (Hermann Kafka), Analía Troche (Julie Löwy), Maia Cayrús (Ottilie), Florencia González (Dora Diamant), Claudio López (Max Brod), María Eugenia Margalef (Felice Bauer), Mariano Solarich (Josef K, de El proceso), Tomás de Urquiza (Peter el Rojo, de Informe para una academia), Maite Guerrero (guardián de Ante la ley), Joaquín Álvez (gerente de La metamorfosis), Mateo Rebollo (oficial de En la colonia penitenciaria) y Candelaria Acosta (Josefina la cantora). Entradas a $ 600. 2x1 con la diaria Beneficios en Redtickets.