Antes de asistir al estreno de Póstuma tenía mucha curiosidad sobre cómo sería la puesta en escena. No sólo por su temática oscura, sino también para descubrir cómo Carolina Silveira, su creadora, combinaría los diversos saberes que propone. En este caso, Silveira articula disciplinas como la literatura, la filosofía, el teatro y la danza para fabular otros encuentros con los afectos y jugar con el tiempo a través del ritual de la muerte. Y, de hecho, Póstuma es también un libro editado por ella.
Al entrar al teatro Victoria me encontré con la escritora y bailarina Mariana Casares, que oficia de productora de Póstuma. La imagen de su sonrisa juvenil y su cabello color naranja contrastaba con la solemnidad del entorno. La ambientación del hall era muy simple, casi minimalista, sobria. En ese momento, ella se encargaba de la venta del libro, un tríptico en tonalidades blanco y negro, cosido a mano, que funciona en cierta forma como un guion de la obra en cinco actos.
Los libros estaban dispuestos sobre una mesa cubierta por un mantel negro. A su alrededor, pequeños cantos rodados adornaban el espacio; permanecían inertes y vivos a la vez. Al girar hacia mi izquierda observé algo llamativo. En un rincón del teatro había otra mesa igualmente decorada con un mantel negro que contrastaba con el blanco de la pared. Sobre él había un gran libro que me transportó a una imagen conocida y triste. Un escalofrío corrió sobre mí, pero no de miedo. Comprendí lo global de la puesta y me ericé. Había comenzado el desfasaje temporal antes de entrar, pensé, pues asistimos a la obra Póstuma y no hay cuerpo muerto, o aún no.
Mientras el público ingresaba al teatro, Mariana obsequiaba, sonriendo y sin mediar palabra, una pequeña piedra gris a los presentes. ¿Una gentileza o un tramo de la obra?
Mi ansiedad aumentó al notar que el comienzo se retrasaba, un poco como en todo estreno.
Al fin adentro, ya en mi asiento, cerca de la escena se presenta una imagen bellísima tanto a nivel visual como sonoro. Se impone la capacidad expresiva representada en su máximo esplendor, generada únicamente por el movimiento del cuerpo. La composición escenográfica nos induce a pensar y sentir muchas cosas que, poco a poco, se irán aclarando.
Más adelante, sobreviene la muerte y lo hace en forma generosa. Su representación teatral es clara y bella a la vez. Mientras sucede y permanece en la oscuridad de la escena, el concepto temporal se va diluyendo poco a poco e induce a concebir la construcción mental de lo finito.
Me encontré con un musical sentido, en la acepción más amplia del término: es conmovedor y profundamente emotivo. La obra se aleja del concepto sonoro habitual de los musicales al estar fuera del tiempo convencional. En este espacio coexisten el canto, la voz hablada, el lúgubre sonido ambiente y la música en vivo compuesta para la obra por Salvador García. El piano acompaña momentos sublimes y tiene una presencia duradera, mientras que la guitarra aparece de manera breve. El único tema que suena, en forma muy atinada, es un fragmento de “Like a Rolling Stone” (“Como un canto rodado”), de Bob Dylan.
La performance es ejecutada por tres bailarines que exploran todas las áreas de un teatro vacío y oscuro, reforzando la idea minimalista de la obra. La iluminación, escasa pero eficaz, proyecta las sombras de los bailarines sobre el telón, creando efectos visuales que intensifican la atmósfera aterradora de la escena.
En uno de los últimos actos, surge clara la referencia al teatro isabelino y su ruptura de las unidades aristotélicas de tiempo, lugar y acción. El vestuario cambia y refleja el contexto histórico, mientras que los diálogos poderosos e insolentes tonifican y conectan con el flujo vital.
Póstuma es una pieza original y audaz que combina momentos inesperados de risa y desconcierto con otros de profunda reflexión. Su avance es lento: requiere sintonizar con una frecuencia suave y pausada que no todos acostumbran a experimentar. Esta frecuencia invita a una inmersión profunda, aunque a veces pueda incomodar.
Póstuma. Jueves 29 y viernes 30 de agosto a las 20.30. En el teatro Victoria (Río Negro 1477). Entradas en Redtickets a $ 200. El libro cuesta $ 300.