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Julio Ríos: “Cuando algunos pensaban que por estar en radios muy chicas la tenía complicada, yo me sentía espectacular”

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El comunicador recuerda su infancia y repasa los momentos que marcaron su carrera en el periodismo deportivo.

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Entre la opulencia de la sede del multimedio Magnolio, el equipo del célebre magazine deportivo Las voces del fútbol transita con la prestancia y las credenciales del Halcón Milenario de La guerra de las galaxias en una supuesta disputa por los derechos del fútbol uruguayo que tendría a Tenfield en el bando contrario.

Cuando termina el programa, el eficiente Óscar Cros retira del estudio, con cuidado, una botella de grappamiel, un vaso de vidrio y una bandeja; a sus espaldas, Edgardo Buggiano continúa enfocando sus lentes de grueso aumento en papeles de estadísticas mientras Alberto Pérez, también conocido por su imitación de Mickey Mouse, saluda risueño y gentil a los transeúntes en los pasillos de la radio. “Ya viene”, avisa una community manager que reparte sus servicios entre las diferentes emisoras del conglomerado empresarial.

“¿Cómo están, muchachos?”, saluda el periodista Julio Ríos, director y responsable del show más popular en el ambiente futbolero y alarmista titular de Polémica en el bar, en Canal 10.

“Es muy fuerte. En dos años alcanzamos los 60.000 suscriptores y 23 millones de vistas. Además, yo arreglé con la empresa: salgo por el canal de acá, pero también por el mío”, arranca, en referencia a Las voces del fútbol y su emisión independiente por su propio canal digital. “Siempre fui muy fiel a la radio, pero hoy puedo decirte que comparto mi amor entre la radio y Youtube. Al principio me costó el formato, pero ya me acostumbré a las cámaras. Había un público cautivo al que no estábamos llegando; además, te permite un intercambio con la gente de todas partes del mundo, que se da de manera muy fluida”, cuenta con evidente entusiasmo, en diálogo con la diaria, el histriónico comunicador, que tal vez no tenga nada de personaje.

¿Cuál fue el momento más difícil de Las voces del fútbol?

Cuando arranqué en CX 30. Yo venía de trabajar en la televisión de Estados Unidos, renuncié y me vine para acá. En aquel momento la 30 tenía un solo teléfono para toda la radio y nos teníamos que dar maña para sacar las notas al aire y seguir con la producción. Arranqué en octubre de 2001, me comí toda la crisis y me morfé el dinero que traje de Estados Unidos. Me iba caminando todos los días desde un apartamento que tenía en Cordón hasta la radio, que estaba en el Palacio Salvo, pero siempre fue maravilloso porque la vida me fue enseñando que detrás de cosas negativas hay cosas espectaculares. Hacía todo el camino por 18 de Julio y me paraba en los quioscos de diarios, conversaba con la gente, con los comerciantes.

Fue un momento muy duro, 2002, 2003, 2004, durísimo. Tenía dos niños chicos y yo me entrenaba en el dormitorio de mi casa relatando fútbol frente a la televisión. Durante un año y ocho meses no llevé un mango. Me comí todo lo que había traído. En más de una oportunidad me pregunté: “¿Qué estoy haciendo?”

¿Y cómo saliste?

Luchando, peleando, creyendo mucho en Dios. La gente también fue muy importante. A veces estuve peleado con el poder, con medios muy fuertes, muy complicados, y, sin embargo, creo que lo que me salvó fue ser muy contestatario, muy rebelde. Eso me hizo mal en determinados momentos, pero también me sacó adelante. La virtud es el defecto y el defecto la virtud. Me acuerdo de que en esa época llegó un momento en el que charlé con mi señora en el living, porque ya no nos quedaban más préstamos por sacar.

Pero seguí creyendo y seguí apostando. Empezamos a crecer, conseguimos aquella nota con el exarquero Fernando Baleato y el programa empezó a tener un nivel de audiencia muy pero muy importante.

¿Alguna vez pensaste en dejar el periodismo?

Nunca, jamás en mi vida. Ni siquiera en Estados Unidos, cuando llegué por primera vez y trabajaba de ayudante de cocinero en un restaurante cubano-nicaragüense. En uno de los días libres que tuve me fui a los estudios de la cadena Telemundo y me puse a conversar con la recepcionista. Se ve que le di lástima o alguna fibra le toqué. Le pregunté: “¿Quién manda acá?”, y me nombró a Alfredo Durán. Lo esperé tres horas y media en el estacionamiento. Cuando apareció, lo encaré al costado del auto. El tipo no me entendía, ni siquiera el español que yo hablaba. Le metí un VHS con lo que yo había hecho en Telenoche 4 y después agarré y le di el book que tenía, con unas notas que había hecho allá. El tipo me dice: “No le puedo prometer absolutamente nada”, y le respondí: “Que alguien vea lo que hago ya me alcanza como incentivo para seguir luchando”. Si dejaba el VHS en la recepción no lo iba a ver nadie. Eso fue un viernes. El martes de noche me llamaron a mi casa, el miércoles de mañana fui a dar una prueba y terminé trabajando en la cadena Telemundo.

Hoy miro para atrás y digo: “¿Cómo hice?”. Había que tener un grado de inconsciencia muy grande. Por eso siempre digo que los jugadores, por ejemplo, tienen que ser inconscientes y que los seres humanos deben tener una cuota de inconsciencia a los 20, a los 30 y durante toda la vida para animarse a hacer aquello que anhelan.

Fuiste muy amigo de Abel Duarte, incluso te había puesto un apodo. ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo era ese apodo?

Nos conocimos porque entramos el mismo día a la radio: el 1º de mayo de 1984. Él a radio Oriental y yo a Monte Carlo, que estaban en el mismo lugar. El apodo que me había puesto era El Bala.

En ese entonces yo vivía en una pensión y un día me dijo: “Julio, venite para casa”. Y ahí me dio una mano grande, Abel. Y también María, su madre, quien realmente se portó como si fuera mi abuela, que fue la que me crio. Viví ocho o nueve meses con ellos. Me acuerdo de que ella antes de irse a dormir me iba a tapar. Siempre nos hacía milanesas con puré de papa. Y con el Negro –como le decían a Abel– nos quedábamos mano a mano divagando.

Se te reconoce como alguien que cuida mucho su imagen. ¿Te acordás de dónde compraste tu primera ropa importante?

Fue cuando trabajaba en radio Monte Carlo. Me acuerdo como si fuera hoy. Yo no era que me compraba una camisa y después, al tiempo, un pantalón. Esperaba a tener el dinero y me compraba la camisa, la campera y el pantalón a la vez. En aquel momento te daban créditos de la casa. No recuerdo el nombre del comercio, pero sé que estaba cerca de la Onda.

¿Habrá fotos de esa época?

Yo creo que sí. En los últimos tiempos me he vuelto un poco más sensible con mi pasado y he tratado de recopilar determinadas cosas. Nunca fui de detenerme demasiado en el pasado, porque siento que cuando uno se detiene mucho en el pasado es como que alguien te tira de una cuerda y no te permite ir hacia el futuro. Tenés que disfrutar del presente.

Foto: Ernesto Ryan

¿Te definís ideológicamente de alguna manera?

No, me defino... ¿Sabés lo que quiero? Gente ejecutiva. Yo creo que el debate de la derecha y la izquierda está absolutamente perimido. Sirve para dividir las aguas y tenerte a vos de este lado y a este otro de este lado. Entonces, los políticos, muy sabiamente, en el mundo entero generaron la grieta, la propiciaron y la alimentaron. ¿Para qué? Para que hoy gobiernes vos y mañana yo. Es más fácil tener únicamente dos alternativas que cinco. Al ser humano lo complicás cuando le das cinco posibilidades. Yo lo que quiero es gente que sepa gestionar. No quiero gente que llegue a un ministerio de Transporte y no tenga ni idea de dónde está.

Defendiste públicamente la gestión del gobierno de coalición. ¿Cuál es tu balance de los cinco años que pasaron?

Yo defendí cuando creí que tenía que defender y fui crítico cuando lo entendí pertinente. Nunca me consideré vocero. No le debo nada a la política, nunca tuve un aviso ni sentí que tuviese ningún privilegio, ni tampoco lo pedí.

Durante toda mi vida deambulé por diferentes radios, algunas muy pequeñas, pagando el espacio, incluso con 40 años de periodismo. Él [Luis Lacalle Pou] tuvo la delicadeza de invitarme un día a la Torre Ejecutiva, en plena pandemia. Me llamó por teléfono para tener una entrevista personal con él. Y ahí tuvimos una charla de una hora y media más o menos.

¿Y qué te dijo?

Hablamos de diferentes cosas, algunas me las guardo. Hablamos del futuro y de cosas que a mí me podían interesar, pero a mí lo que siempre me interesó fue el periodismo. Yo creo que él hizo, en términos generales, un buen gobierno, con cosas que yo no compartí. Me hubiese gustado un mayor compromiso contra el narcotráfico. Como elemento positivo, creo que manejó bien el tema de la pandemia y la creación del GACH [Grupo Asesor Científico Honorario] fue un gran hallazgo.

Estableció la reforma previsional y la reforma educativa, y aunque algunos digan que no es la adecuada, también la llevó adelante. Hubo capítulos como el de los pasaportes y lo de [Alejandro] Astesiano en la Torre Ejecutiva, que yo cuestioné. No me gustó ni el apoyo a [Gustavo] Penadés en determinado momento ni la conferencia de prensa de Penadés en el Parlamento. Vos podés tener tu amigo, pero cuando además tenés nada más ni nada menos que la responsabilidad de ser presidente de la República, tenés que pensar como presidente de la República. No podés pensar como cualquier ciudadano de este país.

Antes de arrancar la nota comentabas que te gusta mucho caminar y ver qué dice la gente. ¿Qué podés apreciar sobre sus preocupaciones?

Veo mucha gente en la calle, y aquí hay un gran tema que también es una deuda pendiente del gobierno, que es la salud mental. Hay mucha gente culta en situación de calle, pero que ha tenido una mente débil y no ha podido superar diferentes aspectos. Y no hay desde el gobierno un apoyo suficiente para esas personas, no solamente para ayudar en esa situación urgente, sino para hacer un seguimiento. Porque vos no solucionás el tema de una persona con una sola consulta con un psiquiatra. El seguimiento es fundamental, y Uruguay no ha sabido cómo implementar ese tipo de respuestas.

Otro tema que el país también tiene absolutamente debajo de la alfombra es el del suicidio. Somos, prácticamente, el país con la mayor tasa de suicidio en toda América. ¿A vos te parece normal? Me parece perfecto que se hagan campañas contra la violencia de género, en contra de manejar alcoholizado, pero ¿cómo puede ser que no haya una campaña informativa cuando en un país como el nuestro mueren por suicidio 700 personas por año, en promedio, desde 2001 hasta acá?

¿Vos pasaste por algún momento de depresión?

Por supuesto que he tenido bajones en mi vida y me he tenido que reinventar. Siempre tuve un sistema: supongamos que hoy me echan de un trabajo. Llego a mi casa y digo: “Bueno, tengo que hacer el duelo”. Me tomo sábado y domingo, por decirte algo, y me quedo solo en la habitación y sé que el lunes la tengo que salir a pelear de nuevo. No hay misterio. ¿Por qué? Porque ese es un tema mío con mi cabeza.

Hay gente que te juzga por tu forma de vestir, que me parece lo más superfluo que puede haber. Yo pagué todos los precios habidos y por haber por cada una de las cosas que hice. A los 19 años me fui de mochilero a Europa. Una vez, en Polémica en el bar se tomaron para la broma mi situación, con un desconocimiento total. Esa etapa en Europa fue de gran aprendizaje, pero también de muchas dificultades.

Había escuchado esa historia. Es muy claro que fue un momento que te marcó mucho en tu vida, el primero en el que te separás de tu familia.

Me marcó terriblemente. A mí me crio mi abuela paterna, que vivió hasta los 97 años. Cuando yo era un niño, frente a un juez, tomé la decisión de vivir con ella.

¿Por qué?

Porque mis padres se separaron cuando yo tenía dos años. Se llevaban espectacularmente entre ellos. Tuve el mejor padrastro que puede haber en Uruguay y estaba muy bien económicamente, pero yo vivía con mi abuela en el barrio más humilde de Minas. Ella me bañaba con un balde. Mi sueño en ese momento era tener un chuveiro.

¿Y por qué quisiste quedarte con tu abuela?

Me había venido a Montevideo con mi mamá, que trabajaba todo el día, y me tocó vivir con la madre de mi madre. Mi abuela paterna me había regalado un muñequito y cuando yo vine para acá, mi abuela materna me dijo: “Los varones no usan muñecos” y me lo tiró. Entonces, establecí claramente que quería volver a Minas y vivir con mi abuela paterna.

Mi abuela Cecilia fue maravillosa, pero siempre tuvo que remarla. Era empleada de la Casa de la Cultura en Minas; yo me crie ahí, impregnado de toda la cultura. Mi abuela era más respetada que la gerenta del lugar, por los valores que tenía. A los diez años me compraba el diario El País, que yo leía todos los días.

A los 11 dividí el barrio, a los 15 dividí Minas y a los 22 dividí Montevideo.

¿Me explicás eso?

Siempre estaban los que me amaban y los que me odiaban, pero siempre dije lo mismo: “Los que te aman y los que te odian ponelos en el mismo frasco, porque viven en la misma casa, sólo que duermen en habitaciones separadas. Preocupate por los indiferentes”. ¿Cómo salí del barrio más carenciado de Minas? Con rebeldía, siendo contestatario; si no, era imposible. Las ciudades del interior son muy clasistas.

Ahora que te va bien, tanto en la radio como en la televisión y en Youtube, ¿cómo te sentís en esa especie de estabilidad?

He aprendido con los golpes. Antes era más impulsivo, pero es cierto que siempre me sentí muy cómodo en la anarquía laboral. Por eso, cuando algunos pensaban que por estar en radios muy chicas la tenía complicada, yo me sentía espectacular.

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