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Wagner Moura, el 19 de mayo, en la 78ª edición del Festival de Cine de Cannes.

Foto: Sameer Al-Doumy, AFP

La película brasileña O agente secreto brilla en Cannes

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Destaques y desencantos desde el festival francés, donde Uruguay hizo varios anuncios.

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Leído por Andrés Alba.
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Esta 78ª edición del Festival de Cine de Cannes comenzó con una fuerte carga política, que acarreó esencialmente el gran Robert De Niro en la gala inaugural y apuntalada por la carta firmada por más de 350 personalidades del cine que denuncian el genocidio en Gaza en recuerdo de Fatima Hassouna, fotoperiodista asesinada junto con su familia y que fue parte del documental _Put Your Soul in Your Hand and Walk: que se exhibe en el festival. Curiosamente, la presidenta del jurado este año, Juliette Binoche, pareció inicialmente más preocupada por repartir culpas entre Palestina e Israel, en una actualización en clave Medio Oriente de la teoría de los dos demonios que tan bien conocemos por estos lares, aunque más tarde sumó su rúbrica a la iniciativa.

Cannes apartó la política y al pasar de las estrellas a la pantalla, en estos ya ocho días de festival, la única película verdaderamente consciente del tiempo en que vivimos ha sido la del siempre desafiante director Kleber Mendonça Filho. El cineasta brasileño es habitual del festival: ya participó con Aquarius, Retratos fantasma y Bacurau, que le valió un Premio del Jurado en 2019. Ahora, en O agente secreto se atreve a algo especialmente delicado. Aborda el período histórico de la dictadura militar brasileña pero con una perspectiva distinta de la de Walter Salles, cuando todavía repercute popular y emocionalmente el Oscar obtenido por Ainda estou aquí.

El mecanismo de O agente secreto es una sublimación de la represión salvaje, una huida a toda costa de la romantización del clandestino –interpretado aquí por Wagner Moura, el Pablo Escobar de Netflix– para optar por una narración de a ratos costumbrista y en otros momentos derivada al hiperrealismo, en la que la Policía es chapucera y vaga y los revolucionarios profesionales carecen del aura que casi siempre los acompaña. Mientras Recife celebra su carnaval de 1977 con un saldo de 91 muertos, un cadáver lleva varios días pudriéndose al sol, sin que nadie reporte, investigue o dé cuenta. O agente secreto nos escamotea, incluso, el momento de la detención y muerte del clandestino.

En una elongación hacia el tiempo presente vemos cómo el militante ilegal interpretado por Moura es ya sólo una desvaída foto en un viejo recorte de periódico. Su hijo, que no quiere saber nada de su memoria, encarna muy bien lo que piensa esa mitad reaccionaria del polarizado Brasil donde el bolsonarismo intenta volver.

En un polo opuesto al sentimentalismo de buena ley, pero finalmente manipulador de las emociones del Ainda estou aquí de Walter Salles, el protagonista de O agente secreto no tiene quién le llore o recuerde. Es tan sólo un espectro cuya sombra proyecta la tenebrosa realidad de un país hoy en vilo por su democracia. El signo de los tiempos.

Tres películas relevantes: O agente secreto, Sound of Falling y Sirât

Además de O agente secreto, hay otras dos películas que alcanzan hasta donde hemos visto la categoría de esencial en la sección oficial en lucha por la Palma de Oro de este Cannes 2025. Una es la alemana Sound of Falling, de la hasta ahora casi desconocida Mascha Schilinsky. Proyectada en la primera jornada de la competencia, confirmó los rumores que hablaban de esta obra como una de las tapadas de la edición. Su narrativa es tan singular como la soberbia riqueza plástica del film, que se acerca a cuatro generaciones de una familia que recorren todo el siglo XX y parte del XXI.

Schilinsky se sirve de la fotografía –y muy concretamente de la funeraria– para hilvanar una memoria de los vivos y los muertos no lejana de lo que John Huston planteaba en su adaptación de James Joyce The Dead (Los muertos o Dublineses). Su retablo de emanaciones tanáticas es prodigioso: un espacio de a ratos ajeno a lo puramente material, donde las esencias, las imágenes espectrales, ese espacio que parece propicio para lo fantasmático va conformando una evocación de cine de belleza y personalidad apabullantes.

La otra película que completa el trío de verdaderamente relevantes en el concurso es la española Sirât, del gallego Oliver Laxe. Este aún joven director es un aquilatado hijo de Cannes; allí con sus películas anteriores ganó premios en la Quincena de los Cineastas (Todos vos sodes capitans), en la Semana de la Crítica (Mimosas) y en la sección Un Certain Regard (O que arde). Por eso no cabe hablar de irrupción con su presencia en la sección oficial.

Sirât (que en el Corán es el puente que separa el cielo del infierno) parte de la búsqueda que un hombre –el actor catalán Sergi López– y su hijo pequeño realizan en Marruecos de la hija (y hermana) desaparecida cinco meses antes. Esperan hallarla en una rave que se celebra en las montañas del sur de Marruecos. Cuando han decidido seguir a unos ravers que viajan hacia otra fiesta, cerca de Mauritania, estalla un difuso conflicto global, una guerra de tintes apocalípticos de la que apenas conocemos unos trazos. Desde ese estado de perturbación, Sirât desplaza su eje hacia otros territorios: los de seres humanos interiormente descoyuntados.

Hay en Sirât dos giros de guion tan secos como soberbios que es imprescindible no revelar. Pero una vez que nos atrapan y nos desmadejan, lo que queda es esa imagen de un tren camino a ninguna parte y los ojos de hombre deshabitado de Sergi López mirando al vacío.

Homenaje transatlántico

Entre las 14 películas de la competición vistas hasta hoy –de un total de 22– hay otras obras que superan la categoría de estimables: son los casos de Two Prosecutors, en la que el ucraniano Sergei Loznitsa, veterano especialista en cine político documental, se pasa a la ficción, un género donde hasta ahora se desenvolvía con más torpeza. Sin embargo, en Two Prosecutors logra una narración sobria y precisa de la pugna de un personaje –un hombre justo, un caballero sin espada–, un juez de una provincia empeñado en revisar el caso de uno de los tantos encarcelados en los peores tiempos de las purgas estalinistas, en 1937. La lucha desigual, entre quijotesca y kafkiana, concluye sin que Loznitsa precise mostrar la violencia explícita, que sería redundante. Su trazo dramático es agudo y profundo, como recuerdo de una negra página de la historia del siglo XX.

Es igualmente apreciable –aunque un tanto superficial y complaciente– la evocación del cine francés que intenta el estadounidense Richard Linklater en Nouvelle Vague, que se centra en Jean-Luc Godard en el momento en que se dispone a rodar su seminal ópera prima, À bout de souffle. Es una caricia cinéfila, además de ligera y euforizante, y sortea un intelectualismo que la aleje del espectador.

Algunas decepciones

En lo demás, algunos de los nombres cuyas películas eran esperadas de un modo particular han saldado su participación con sonoros estropicios: es el caso de Ari Aster, un especialista en cine de terror convertido en autor de culto de un modo precipitado, que ambiciona desplegar algo así como un wéstern apocalíptico, agiornado para adaptarse a los tiempos de violencia, populismo y engaños de Donald Trump, pero se estrella junto a su protagonista omnímodo Joaquin Phoenix en Eddington.

También decepcionó la británica Lynne Ramsay, una cultivadora del mejor cine de la crueldad, que pierde el rumbo junto con una desubicada Jennifer Lawrence en Die My Love, basada en Matate, amor, la novela de la argentina Ariana Harwicz.

Y –para no variar–, vuelve a pasar lo mismo con ese Peter Pan con ínfulas de auteur divino llamado Wes Anderson. Sus balbuceos supuestamente humorísticos en The Phoenician Scheme son otro producto de inanidad inaudita. Eso sí: con una docena de estrellas internacionales que se prestan ad honorem a intervenir en esta trama de espionaje coescrita con Roman Coppola.

Aún no se han exhibido películas con el peso de las firmas del iraní Jafar Panahi, el chino Bi Gan, los hermanos Dardenne –poseedores ya de dos Palmas de Oro–, Kelly Reichardt y Carla Simón. De entre estos nombres, sumados a los citados Kleber Mendonça Filho, Mascha Schilinski y Oliver Laxe, debería salir la lista de los cineastas que apunten el palmarés de esta 78ª edición de Cannes.

Uruguay en La Croisette

Con una delegación de más de 40 personas provenientes del sector audiovisual uruguayo, nuestro país volvió a contar con un stand en el Marché du Film en donde los representantes de la Agencia de Cine y Audiovisual de Uruguay (ACAU) y los productores pudieron reunirse con instituciones pares del mundo entero como el British Film Institute, El FFA de Alemania, Canadá y Chile, entre otros, para explorar las posibilidades de acuerdos de coproducción, integración de talentos, y presencia de obras uruguayas en festivales de esos países.

La evaluación de los participantes ha sido muy positiva en todos los sentidos. En estos días se están realizando los últimos acuerdos y ayer se anunció, entre otras cosas, la coorganización de Ventana Sur Río de la Plata, que tendrá lugar en Buenos Aires el próximo diciembre y en Montevideo en diciembre de 2026, entre el Marché du Film de Cannes, la ACAU y el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina.

Además, Sinfonía del silencio, cortometraje dirigido por Victoria Herrera y producido por Kevin Santos, estará presente en el Short Film Corner 2025, sección de cortometrajes del Festival de Cannes. Esta obra, ganadora del 48 Hour Film Project Uruguay 2024, fue seleccionada para participar en el Short Film Corner 2025 del Festival de Cannes en el marco del Filmapalooza que se realizó en marzo en la ciudad de Seattle. Por otra parte, el cortometraje Carlotta, dirigido por Cecilia Moreira Pagés, fue seleccionado en el José Ignacio International Film Festival 2025 para participar en esta sección del Festival de Cannes.

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