En La notte (Michelangelo Antonioni, 1961) el adulterio funciona como un ingrediente liviano y burbujeante que no desentona con el comienzo de una década de amor libre y una banda sonora de música lounge; en Match point (2005) no es más que el artilugio narrativo predilecto de Woody Allen, en otro de sus ensayos políticos, presentado como un thriller sofisticado que se torna en una novela negra. En Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987) se lo funde en moral cristiana para que Glenn Close se pueda lucir en el desarrollo de su demoníaca locura obsesiva, y en Whisky (Rebella y Stoll, 2004) es una chispa sugerente y convenientemente extraviada de una telenovela de la que aún seguimos hablando.
Como sea, el engaño afectivo, el de un matrimonio, una pareja o los socios de una ferretería, ligado a las más antiguas tradiciones de la literatura y el cine, sigue ubicado en el primer puesto entre los más efectivos de los desajustes vinculares capaces de encender la atención del espectador menos atento y de sostenerlo por más de una hora en su butaca, mientras las piezas vuelven a su lugar o se ordenan de una manera distinta.
En El aroma del pasto recién cortado (2024) la aventura adúltera es tan constitutiva de la historia como anecdótica. Es cierto que a su guionista y directora, la argentina Celina Murga, le interesó además y especialmente relatar este drama desde la perspectiva de género, y que entre esas dos dimensiones –la del adulterio y la de género– se construye la trama de la película.
El largometraje, una coproducción de Argentina, Estados Unidos, México, Alemania y la uruguaya Nadador Cine, con Martin Scorsese (mentor de la cineasta) como célebre llamador promocional en la lista de sus productores asociados, pudo verse por primera vez por aquí en la 27ª edición del Festival de Cine de Punta del Este y viene precedida de su galardón a mejor guion, obtenido en 2024 en el Festival de Tribeca, en Nueva York.
“Pablo (el argentino Joaquín Furriel) es un profesor universitario casado y con dos hijos. Comienza un romance secreto con una estudiante, sin imaginar las consecuencias. Al mismo tiempo, Natalia, profesora universitaria, casada y con dos hijas, se lanza a un romance secreto con un estudiante. Dos historias que se intercalan y reflejan; una protagonizada por un hombre, la otra por una mujer”, dice una sinopsis semejante a la que podríamos escuchar desde un teléfono de volumen amplificado en un viaje de ómnibus rumbo a casa. Eso lo sabemos de antemano.
En cambio, sorprende que Natalia, interpretada por la actriz mexicana Marina de Tavira –Sofía en Roma (Alfonso Cuarón, 2018)–, parezca muerta en vida frente al espejo y que su inquietud mental la atormente con oleadas de serenidad. La minucia gestual, las buenas actuaciones y los diálogos verosímiles son el gran hallazgo de la película.
Pero ¿alcanza con una foto fidedigna de la cotidianidad de un matrimonio de clase media en un país tercermundista (Argentina) asentado en las ruinas de sus crisis para que un personaje de Capusotto exclame “es tal cual”? El cine de Celina Murga vuelve a ofrecer mucho más. Como en Ana y los otros (2003) y en la premiada La tercera orilla (2014), dos películas en las que ya se exploraban los universos del engaño, las disputas generacionales y los lazos familiares, lo que vemos tiene la belleza de un naturalismo levemente intervenido.
Esa construcción poética y de noble cine tiene colores indefinidos, aunque de pronto resaltan los amarillos; tiene formas definidas de gran fotografía obtenida con astucia y sin estridencias. ¿Una escena preferida para el caso?: “¿No querés hablar, no querés escuchar?”, pregunta Natalia, sentada a los pies de la cama junto a Hernán (el uruguayo Alfonso Tort), el único replicado en un pequeño espejo redondo.
Vale la pena seguir al eterno Marmota Chico de 25 watts, al Eleuterio de La noche de 12 años (Álvaro Brechner, 2018) y al fantástico Alfonso de Las olas (Adrián Biniez, 2017). Aquí prende y apaga sus mejores y peores humores mientras se encarga de las tareas de su casa. Su reflejo femenino es Romina Peluffo: Carla también está desempleada y, como Hernán, alterna la negación con el pragmatismo para afrontar la continuidad de los días, en otra actuación asombrosamente brillante de la actriz uruguaya.
Las dos horas de película fluyen con gran ritmo sin la necesidad de dejar al espectador a la espera de una resolución (nadie dijo que no la haya). La vida de los personajes transcurre, la mayoría del tiempo odiosamente, con una incomodidad que traspasa la pantalla, igual que otras sensaciones más gratas para los sentidos, como las que se perciben en escenas de mayor oxígeno y pasto recién cortado.
"El absurdo nace cuando el ser humano busca sentido en un universo indiferente. Pero de ese absurdo surgen tres fuerzas: la rebeldía, la libertad y la pasión”, dejó escrito Albert Camus para explicar la fuga de los dos victimarios de turno. De esta cita Celina Murga también rescata la primera parte y construye otro mundo, sin irse muy lejos.
El aroma del pasto recién cortado. 112 minutos. En Cinemateca, Life Cinemas 21 y Movie Montevideo.