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Militar ucraniano en la ciudad de Kostyantynivka, región de Donetsk.

Foto: Oleg Petrasiuk / AFP

Morir por Donetsk

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Alternativas a la escalada entre la OTAN y Rusia.

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No es raro en los conflictos armados que un gran número de soldados muera por la conquista de territorios insignificantes desde el punto de vista estratégico, como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial. Es lo que ocurre con el control de la región de Donetsk, una exigencia innegociable tanto para Rusia como para Ucrania.

Casi cuatro años después del inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania, el futuro de ambos países, pero también de la seguridad europea y de las relaciones ruso-estadounidenses, depende del destino de un puñado de pequeñas ciudades semidestruidas en el noroeste de la región de Donetsk. Lo que está en juego podría ser aún más grave, teniendo en cuenta el riesgo persistente de una escalada importante que desembocaría en un enfrentamiento directo entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia.

El Kremlin sigue planteando la retirada ucraniana de este territorio como condición previa para cualquier acuerdo de paz. En opinión casi unánime de los rusos, esta exigencia sería estratégicamente imposible de abandonar para el presidente Vladimir Putin, independientemente de las garantías de seguridad ofrecidas por la administración de Donald Trump. Al mismo tiempo, la opinión dominante en Ucrania es que sería igual de impensable que su mandatario Volodímir Zelenski accediera a esta demanda. Casi todos los demás puntos de desacuerdo podrían resolverse mediante negociaciones directas entre Trump y Putin si el primero presentara un conjunto de propuestas concretas. Pero no es así.

¿Cómo explicar este impasse? Si durante la Guerra Fría alguien hubiera dicho que la seguridad de Europa dependía del control del noroeste del Donbás, incluso los halcones más extremistas lo habrían tachado de loco. Recordemos que, en aquella época, los soldados soviéticos estaban estacionados en el corazón de lo que hoy es la Alemania reunificada, en la “brecha de Fulda”, a menos de 200 kilómetros de la frontera francesa. El Donbás se encuentra a 2.000 kilómetros de Fulda. Esto da una idea de la magnitud de la victoria occidental en el enfrentamiento entre el este y el oeste.

Un reto político

En el origen de esta situación hay dos problemas estrechamente entrelazados desde el final de la Guerra Fría, que habrá que desenredar para llegar a un tratado de paz. El primero es puramente geopolítico: con la ampliación de la OTAN y de la Unión Europea, Rusia se ha visto excluida del orden de seguridad europeo y ahora intenta volver con fuerza. El segundo es una lucha poscolonial bastante clásica entre rusos y ucranianos sobre cuestiones de fronteras, territorios, minorías e identidades. Todos los colapsos de imperios en la era moderna han dado lugar a conflictos similares, y la caída de la Unión Soviética no ha sido una excepción.

Decir que la zona en disputa es de interés marginal sería un eufemismo. Para quienes pasan cerca de Kramatorsk o Pokrovsk (antes Krasnoarmiysk), o incluso las atraviesan, estas ciudades no dejan ninguna impresión memorable. Su peso económico ha sido muy sobrevalorado. Esta minúscula región (apenas el uno por ciento de la superficie total de Ucrania) sólo alberga una pequeña parte de las riquezas minerales del país, y la continuación de la guerra obstaculiza su desarrollo. Desde el punto de vista militar, está lejos de ser tan crucial como siguen afirmando las dos partes beligerantes. Los rusos insisten a veces en la necesidad de alejar lo máximo posible al Ejército ucraniano de Donetsk, y lo cierto es que esto tenía una importancia real entre 2014 y 2024, cuando la línea del frente atravesaba prácticamente los suburbios occidentales de la ciudad, lo que la situaba bajo el fuego de los misiles ucranianos de corto alcance.1 Sin embargo, en los últimos dos años, los ucranianos han sido empujados unos 40 kilómetros hacia el oeste, por lo que expulsarlos un poco más lejos, hasta la frontera de la provincia, no supondría una gran diferencia para la seguridad de Donetsk.

Desde el punto de vista ucraniano, la importancia estratégica de Pokrovsk y sus vecinas del norte (Kostiantynivka, Kramatorsk y Sloviansk), cuyas defensas se han reforzado de forma considerable, radica en que abrirían a los rusos el camino hacia el oeste, en dirección a Járkov y el Dniéper.2 Es un temor justificado, pero sólo en el caso de que Rusia se apoderara de ellas en tiempo de guerra. Si Ucrania cediera estas ciudades en el marco de un acuerdo de paz, podría construir (con la ayuda de los europeos) una nueva y formidable línea defensiva ligeramente más al oeste. Ahora bien, las tecnologías militares actuales dan una ventaja decisiva a la defensa. Prueba de ello es que, a pesar de años de esfuerzos, las incursiones del Ejército ruso a lo largo de la frontera norte de Ucrania, que atraviesa territorios mayoritariamente rurales a lo largo de 1.000 kilómetros, han sido mínimas.

En realidad, el noroeste de la región de Donetsk se ha convertido para ambos bandos en un reto sobre todo político, como lo fueron Verdún o Ypres durante la Primera Guerra Mundial. Es difícil imaginar que el gobierno de Kiev se resuelva a entregar a los rusos a unos 250.000 de sus ciudadanos, en especial después de cuatro años de propaganda denunciando los horrores del régimen de Moscú, con mucha exageración, pero también con algo de verdad. Además, en términos morales, es impensable para las fuerzas de Zelenski ceder de modo voluntario las posiciones que aún mantienen, después de haber enviado a la muerte a decenas de miles de soldados para conservar el Donbás. Incluso imaginando que el presidente ucraniano accediera a dar la orden, es casi seguro que el Ejército se negaría a obedecer. Esto daría lugar a una grave crisis política que complicaría las cosas para Trump, ya que no quiere bajo ningún concepto que se lo considere responsable del colapso del gobierno de Kiev o de una repetición a mayor escala de la debacle estadounidense en Afganistán.

Si Putin sigue decidido a apoderarse de todo el Donbás, a pesar de que su Ejército avanza a un ritmo lamentablemente lento (tras 15 meses de sangrientos combates, Pokrovsk aún no ha caído),3 es porque cualquier ganancia territorial inferior a esta le impediría cantar victoria en caso de un acuerdo de paz. Hay que entender que los resultados de esta guerra, a pesar de los sacrificios realizados, están aún muy lejos no sólo de los objetivos fijados al inicio, sino también de lo que lograron los predecesores imperiales de Putin, y él es perfectamente consciente de ello. Rusia no ha sometido a Ucrania, ni ha tomado el control de sus grandes ciudades meridionales, y estas ambiciones parecen hoy inalcanzables. Es sorprendente observar cómo, para muchos rusos, incluidos aquellos que desaprueban la guerra y no desean que se prolongue, la pérdida de Odesa y los ataques del Estado ucraniano contra la lengua y el patrimonio rusos en esta ciudad fundada por Catalina II siguen siendo una profunda herida cultural.4

Las opciones de Putin

En estas circunstancias, Putin tiene todo el interés en mantenerse fiel al objetivo central asignado a la “operación militar especial” en febrero de 2022:5 “liberar” todo el Donbás del control de Kiev y proteger a sus habitantes de los bombardeos ucranianos. El presidente ruso tiene aún menos opciones, ya que lo prometió de forma pública a los gobiernos separatistas de las provincias de Donetsk y Lugansk. Estos últimos, ante una movilización rusa relativamente limitada, han lanzado a la batalla contra Ucrania un número desproporcionado de soldados, y al ver la televisión rusa nos damos cuenta de que también desempeñan un papel decisivo en la propaganda bélica del Kremlin dirigida a su propia población. Si Moscú pusiera fin al conflicto dejando en manos de Ucrania una parte sustancial de sus provincias, no cabe duda de que protestarían a gritos y Putin se encontraría en una situación delicada. En cuanto a los belicistas rusos, muchos abogan por una escalada radical frente a la OTAN, apostando por que los líderes occidentales, presos del pánico, obligarían a Ucrania a capitular.

Una cosa es segura: si continúan los combates por hacerse con este territorio de unos 4.000 kilómetros cuadrados, ambos bandos deben esperar perder todavía decenas de miles de vidas. Es posible que el esfuerzo bélico ucraniano o las subvenciones que recibe de Europa acaben agotándose. Pero el temor a tal eventualidad podría empujar a los gobiernos europeos a intensificar sus acciones contra Rusia, incautando sus mercancías en alta mar6 o derribando sus aviones cuando penetren en el espacio aéreo de la OTAN.7 En tal caso, dada la presión de los halcones nacionalistas y los vacilantes avances de su Ejército sobre el terreno, Putin no tendría más remedio que responder militarmente. Cuando ataque a su vez los aviones y buques de la OTAN, estaremos realmente al borde del abismo.

¿Hay alguna forma de evitarlo? La única solución viable sería desmilitarizar la zona y ponerla bajo la autoridad de una fuerza de paz de las Naciones Unidas sin afectar al régimen civil ucraniano. Según varios altos responsables de la política exterior del Kremlin, Putin podría aceptar tal acuerdo, siempre y cuando Trump le ofrezca importantes concesiones en cuestiones de seguridad más generales. Del mismo modo, algunos ucranianos dan a entender que el gobierno de Zelenski no se opondría necesariamente a esta solución, sobre todo si el Ejército ruso consigue finalmente tomar Pokrovsk. En cuanto al Donbás, su estatus será objeto de negociaciones posteriores, que probablemente se pospondrán de forma indefinida, como se ha visto en el caso del Estado de Chipre del Norte.

A falta de un compromiso, la guerra no sólo continuará, sino que probablemente se agravará, y sólo nos quedará esperar que no nos veamos pronto envueltos en ella.

Anatol Lieven, periodista, coautor, junto con George Beebe y Mark Episkopos, de la nota “Peace Through Strength in Ukraine” (La paz por la fuerza en Ucrania), publicada por el Quincy Institute for International Peace, Washington, DC. Este artículo apareció en inglés en The Nation el 28 de octubre. Traducción del inglés: Élise Roy. Traducción del francés: Redacción Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

Otro giro autoritario

Con Odesa en el ojo

Odesa, capital de la región homónima y célebre por sus inmortalizadas escaleras Potemkin, es la tercera ciudad más grande de Ucrania. Situada sobre las costas del mar Negro, es el principal puerto comercial y naval del país, por donde ingresa la mayoría de sus importaciones y se exportan sus granos. Sin embargo, es también una ciudad con una importancia histórica y cultural fundamental para Rusia. Fundada durante el Imperio ruso en 1794, en el reinado de Catalina la Grande, a partir de 1922 pasó a ser parte de la República Socialista Soviética de Ucrania. Recién con la disolución de la Unión Soviética en 1991 se convirtió en una ciudad del Estado independiente de Ucrania, pese a lo cual siempre conservó una fuerte identidad rusa y rusoparlante.

Esta memoria común no ha impedido que la ciudad haya sido golpeada con dureza por el gobierno ruso desde su invasión a Ucrania en febrero de 2022. Durante casi cuatro años, Odesa ha soportado bombardeos casi diarios, acogió a cientos de miles de refugiados y sacrificó miles de ciudadanos en el frente. A mediados de noviembre, un ataque ruso en la región provocó daños en las instalaciones portuarias y energéticas, en el marco de la determinación del Kremlin de golpear la infraestructura crucial de Kiev antes del invierno. Este comportamiento no sorprende, dada su importancia estratégica para ganar la guerra. Lo que sorprende, en cambio, es que, pese a las sobradas muestras de lealtad hacia Kiev, desde hace unos meses sea el gobierno ucraniano el que se ha tornado en su contra.

Triple ataque

Hacia mediados de octubre, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, lanzó un triple ataque contra Odesa: contra su gobierno electo, su idioma y su historia.

El 14 de octubre anunció la creación de una administración militar para la ciudad y la remoción del cargo y de la ciudadanía ucraniana a su popular alcalde, Gennadiy Trukhanov, electo en tres oportunidades. La decisión, tomada por decreto y sin el debido proceso, se basa en la acusación de que Trukhanov tendría pasaporte ruso, lo que el alcalde ha negado de forma rotunda. Esta medida, que incluso sus oponentes consideran una violación a la voluntad popular, resulta muy oportuna: en un contexto en el que se multiplican los pedidos de celebración de elecciones en Ucrania, Zelenski parece estar despejando el terreno de rivales.

Esa misma semana, el Consejo de Ministros de Ucrania aprobó un proyecto de ley que elimina el ruso y el moldavo de la lista de idiomas minoritarios protegidos, lo que afectará a millones de ucranianos de habla rusa y a muchos habitantes de Odesa. Esta decisión se adopta en el contexto de una serie de leyes impulsadas desde hace años que buscan reforzar la identidad nacional y deshacerse de la memoria rusa. Se las conoce como “leyes de descomunización”, aprobadas en 2015, y reforzadas en 2023 por una Ley de Memoria Nacional.

El tercer golpe cayó directamente sobre la historia y el patrimonio de la ciudad. El Instituto de Memoria Nacional de Kiev ordenó la retirada de figuras “imperialistas”, sumándose al cambio de nombre de calles y plazas que ya venía ocurriendo. Esta situación encendió la batalla cultural, que podría ser, dada la importancia de Odesa, decisiva para la identidad nacional. ¿Ucrania se centrará en las raíces ucranianas y se despojará del legado ruso o abrazará un patrimonio multicultural más amplio?

La situación en Odesa señala un giro en la vida política ucraniana. Un gobierno que se jacta de su defensa de la democracia y la libertad frente a su vecino invasor no deja de atacar el pluralismo y la diversidad. Para Kiev, esta decisión puede ser un error estratégico fatal. Para Moscú, una victoria inesperada.

Redacción Cono Sur.


  1. “Ukraine: widespread use of cluster munitions”, Human Rights Watch, 20-10-2014. 

  2. Tim Zadorozhnyy, “Why does Russia want Donbas? 6 things to know about the region Ukraine is being pressured to give up”, kyivindependent.com, 20-10-2025. 

  3. “Russian offensive campaign assessment, October 20, 2025”, Institute for the Study of War, Washington, DC, 20-10-2025. 

  4. Anastasia Piliavsky, “Zelensky’s attack on Odesa is a step too far”, The Spectator, Londres, 16-10-2025. 

  5. Veronika Melkozerova, “Ukraine’s asks in Alaska: a lasting ceasefire, security guarantees and billions in Russian payments”, www.politico.eu, 12-8-2025. 

  6. Anatol Lieven, “Europe’s risky war on Russia’s ‘shadow fleet’”, Responsible Statecraft, Washington, DC, 16-6-2025. 

  7. Sarah Fortinsky, “NATO chief echoes Trump’s call for member countries to shoot down Russian planes”, thehill.com, 25-9-2025. 

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