Desde el intimidante despliegue de naves de guerra frente a Venezuela hasta el desenfadado condicionamiento del rescate financiero argentino, el mandatario estadounidense, Donald Trump, reordena la región mediante coerción militar, sanciones económicas y presión diplomática. Y lo hace sin máscaras, con un lenguaje casi mafioso.
El despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe se ha convertido en la expresión más visible de un giro doctrinario. Durante tres meses, Washington incrementó de manera sostenida su presencia frente a las costas venezolanas, con unidades navales y aéreas que operan bajo el rótulo de la lucha contra el “narcoterrorismo”.1 La movida de cambio de régimen podría o no implicar una invasión a Venezuela; la lógica, en todo caso, es disciplinaria. El resultado, inequívoco: 83 ejecuciones extrajudiciales en operaciones presentadas como interdicción antidrogas.2
Pero el frente militar no opera en soledad. El gobierno de Trump suma opciones y lo acompaña con intervenciones abiertas en procesos políticos internos: en Argentina, vinculó la asistencia financiera al resultado electoral y reivindicó públicamente su influencia en la victoria de Javier Milei [presidente de la Nación]. Ese doble movimiento –coerción militar y presión política– es lo que la prensa internacional ha denominado “doctrina Donroe”, una combinación de “doctrina Monroe” con la “D” de Donald Trump, una actualización personalista y performativa del viejo principio de esferas de influencia.
Lo que emerge es un patrón: una política exterior que combina demostraciones de fuerza con condicionamientos directos y que ya no recurre a la retórica del “bien mayor”. El carácter explícito del método y su dimensión escénica marcan una ruptura con las formas tradicionales de la política estadounidense hacia América Latina.
De Monroe a Donroe
La doctrina Monroe proclamó en el siglo XIX la autonomía hemisférica de las Américas recién independizadas de Europa. A inicios del siglo XX, el “corolario” de Theodore Roosevelt convirtió el gesto defensivo en garrote: el derecho de Washington a ejercer un “poder de policía internacional” frente a cualquier “conducta crónicamente incorrecta” en el hemisferio. Durante la Guerra Fría, ese principio derivó en cruzada ideológica; tras la caída del Muro de Berlín mutó en receta económica, el Consenso de Washington.
John Kerry, secretario de Estado de Barack Obama, la dio por muerta en 2013, etapa en la que Estados Unidos redujo su involucramiento regional.3 Pero la doctrina Monroe resucitó en el lenguaje de Trump y su gabinete, que hablan de defender el “barrio”4 y el “patio trasero”,5 específicamente contra China.6 La importancia de la región se advierte en el gabinete fuertemente latinoamericanista de Trump, que incluye a Marco Rubio, primer secretario de Estado de origen latino.
Trump retoma el principio monroeista de esferas de influencia, pero amalgama la ambición imperial con la política del espectáculo. Prescinde de la ficción del “intervencionismo benévolo” que utilizó Washington históricamente para justificar su injerencia, apelando a un “bien mayor” definido en clave estadounidense.
“Puedo afirmar, con mi experiencia de los últimos 30 años, que todos los gobiernos anteriores de Estados Unidos creían en el discurso y el diálogo para realizar la prosperidad y la seguridad compartidas con los países de las Américas, aunque reconozco que la realidad no siempre estuvo a la altura del sentimiento”, señala John Feeley, diplomático de carrera estadounidense que renunció como embajador en Panamá durante el primer gobierno de Trump. “Los gobiernos creían sinceramente en la narrativa de los acuerdos beneficiosos, en las responsabilidades compartidas y en el respeto mutuo entre las partes, porque así era como veían las cosas, y me refiero tanto a George W Bush como a Barack Obama”, señala Feeley. Y agrega: “Donald Trump rompe radicalmente con esa visión. Él ve la región como si fuera un jefe de la mafia. ¿Cómo los capos ganan dinero para ellos y sus familias? Extorsionan, brindan protección, ofrecen ‘negocios que no se pueden rechazar’. Si eso es lo que él hace en casa con los estadounidenses no debería sorprender que trate a los pueblos y a los gobiernos de las Américas de igual forma”.
La diplomacia de Trump es personal, transaccional, vengativa. Está guiada por obsesiones propias –detener la migración, contener a China, internacionalizar el Movimiento MAGA [Hacer a Estados Unidos grande de nuevo, por sus siglas en inglés]– que se juegan en la región y la reordenan entre aliados obedientes y enemigos ideológicos.
“La noción de Estados Unidos como un actor con influencia benigna en el orden mundial queda reemplazada por una idea de guerra permanente en la que el mundo doméstico de Trump se mezcla con el de afuera –cuenta Ernesto Semán, consultado para este artículo–. Esta es la primera vez que la forma política y militar más expansiva de la presencia estadounidense en la región coincide con una influencia económica declinante. Algo interesante de esto último es que expone más crudamente las dinámicas políticas e ideológicas con las que se concibe el control sobre América Latina”.
La economía del alineamiento
Las recompensas por la obediencia de los aliados ideológicos en la región son tangibles. En El Salvador, Nayib Bukele obtuvo la repatriación de jefes de pandillas cuyos testimonios lo comprometían, a cambio de aceptar y encarcelar deportados venezolanos, que fueron sometidos a torturas sistemáticas por las autoridades.7 En Ecuador, Daniel Noboa recibió asistencia directa en materia de seguridad.
Argentina constituye el caso más acabado de esta política del favor. El rescate financiero no fue un gesto técnico sino un premio a la fidelidad. En la misma línea, Trump eliminó aranceles para ciertas exportaciones de Argentina, Ecuador, El Salvador y Guatemala: gobiernos afines o dispuestos a colaborar con sus políticas de deportación. El mensaje es inequívoco: en Centroamérica, los gobiernos canjean deportados por favores políticos.
Quienes se resisten se exponen al castigo. Brasil sufrió sanciones comerciales y medidas –congelamiento de activos y cancelación de visas– contra los integrantes del Supremo Tribunal Federal (STF) por juzgar a Jair Bolsonaro [expresidente], condenado por intento de golpe de Estado. En Colombia, [el presidente] Gustavo Petro vio suspendida la asistencia y revocada su visa; él y su familia fueron sancionados bajo la acusación de favorecer al narcotráfico.
El narcoterrorismo como dispositivo
El caso venezolano expone el filo militar de la nueva doctrina. Lanchas salidas de Venezuela fueron hundidas sin más trámite, mientras un despliegue creciente permitía anticipar operaciones de mayor escala. La amenaza contra un régimen autoritario no se formula en nombre de la democracia, sino bajo el rótulo de la lucha contra el “narcoterrorismo”. El término amalgama dos tradiciones de excepcionalidad intervencionista –la guerra contra las drogas y la guerra contra el terrorismo del período de George W Bush– y marca un desplazamiento estructural: el vocabulario de la justicia es sustituido por el de la seguridad, un lenguaje que habilita la expansión del uso de la fuerza al margen de las normas internacionales. El mensaje es inequívoco: Washington premia la obediencia y castiga la disidencia, empleando recursos financieros y capacidad militar como instrumentos de disciplina ideológica.
Más allá del eventual reemplazo de Maduro, la etiqueta de “narcoterrorismo” se presenta como un dispositivo replicable a cualquier adversario del “patio trasero”. El Tren de Aragua, una banda carcelaria sin vínculos comprobados con el gobierno venezolano, fue catalogada como organización terrorista para reforzar la legitimación de la intervención. Luego, el Cártel de los Soles, una supuesta organización integrada por militares venezolanos y liderada por Maduro, también fue incluida en esta lista.
La misma lógica podría aplicarse a México o Colombia, donde múltiples grupos ya figuran en las listas estadounidenses de terrorismo. En noviembre, Trump declaró estar dispuesto a bombardear unilateralmente a los carteles mexicanos y afirmó que vería con buenos ojos un ataque contra las “fábricas” de cocaína en territorio colombiano.8
El mensaje de Trump se replica. El gobernador bolsonarista de Río de Janeiro, Cláudio Castro, justificó como operación “antinarcoterrorista” la redada policial más letal de la historia del estado, que en la última semana de octubre dejó 121 muertos. El encuadre es revelador: el lenguaje securitario promovido por Trump no sólo legitima la intervención externa, sino que reconfigura los márgenes internos de violencia estatal en la región.9
El eclipse del antiimperialismo
Durante gran parte del siglo XX, el antiimperialismo constituyó el núcleo moral de la izquierda latinoamericana, que leyó la dependencia como forma de dominación. Hace apenas dos décadas, la resistencia a la hegemonía estadounidense funcionaba como eje articulador. En Mar del Plata, Lula da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez [entonces presidentes de Brasil, Argentina y Venezuela, respectivamente] rechazaron el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) de George W Bush y definieron la orientación internacional del giro a la izquierda, iniciando un ciclo de menor involucramiento regional de Estados Unidos.
Hoy, con los cañones apuntando hacia Venezuela, la mayoría de los gobiernos guarda silencio. La cumbre Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac)-Unión Europea de noviembre contó con una asistencia reducida y condenó de manera muy indirecta la militarización promovida por Trump.10 La Cumbre de las Américas, prevista para diciembre en República Dominicana, fue cancelada. La línea de demarcación regional se ha desplazado: una encuesta de Bloomberg/Atlas indica que el 53 por ciento de los latinoamericanos aprobaría una intervención militar estadounidense para derrocar a Maduro.11
El trumpismo opera como política exterior del nuevo conservadurismo hemisférico. Se alimenta del desencanto frente a la corrupción, la inseguridad y el estancamiento institucional, y ofrece un repertorio –orden, autoridad, acción– que resulta más verosímil para amplios sectores sociales que los llamados a la inclusión o la solidaridad, percibidos como insuficientes frente a realidades de violencia criminal y deterioro económico.
Resistencia pragmática
Ese desplazamiento del clima político regional no sólo debilita el viejo reflejo antiimperialista, sino que dificulta articular posiciones comunes frente a la escalada en Venezuela. En este sentido, uno de los grandes aciertos del gobierno estadounidense ha sido seleccionar casos que le permiten ampliar de forma gradual el margen de excepción: poblaciones marginales donde la reacción internacional es limitada, países parias. En el plano interno, transformó a los migrantes en una categoría de personas situadas fuera de las garantías legales, luego trasladó esa lógica al ámbito internacional mediante deportaciones a terceros países,12 y finalmente la extendió con ataques contra supuestos narcotraficantes en aguas internacionales.
En el caso de Venezuela, esta dinámica adquiere forma diplomática: las operaciones son ilegales, pero se dirigen contra un actor aislado en términos internacionales, porque son pocos los gobiernos dispuestos a defender a Maduro. Es incierto qué ocurriría ante una incursión militar directa en territorio soberano, pero la reacción condenatoria frente a decenas de muertes en los últimos meses ha sido mínima. La situación fragmentada de América Latina impide articular una oposición colectiva, y el silencio relativo de Lula y su par mexicana, Claudia Sheinbaum, ante los bombardeos en el Caribe puede leerse como pragmatismo defensivo. Por ahora, no hay señal de un “No al Donroe” equivalente al “No al ALCA” de 2005.
En este contexto, la resistencia más eficaz a las políticas de Trump ha sido nacional y diplomática, antes que regional. De hecho, los únicos países que lograron un rechazo parcialmente exitoso a las políticas de Trump son Brasil y México. Sus líderes, Luiz Inácio Lula da Silva y Claudia Sheinbaum, enemigos ideológicos de Trump, ejercen una resistencia pragmática: sin ruptura abierta, pero sin alineamiento.
Tras meses sin lograr doblegar al sistema judicial brasileño en su presión para liberar a Bolsonaro, Trump se vio obligado a sentarse con Lula a negociar, e incluso podría revisar algunos aranceles a Sheinbaum, quien, al frente de una economía estrechamente vinculada a la estadounidense, cultiva el perfil de “Trump Whisperer”: combina cooperación migratoria con gestos simbólicos en materia de drogas y una oposición firme a cualquier intervención en la soberanía mexicana, evitando los ataques ad hominem que clausuran canales diplomáticos. Estas estrategias funcionales contrastan con el enfrentamiento estéril librado por Petro.
Restauración imperial
La política exterior de Trump combina escaladas rápidas con negociaciones discretas. En el Caribe, mientras incrementa el despliegue militar, el presidente estadounidense admite contactos con el entorno de Maduro. Algunos analistas leen esta dinámica como una “escalada para negociar”.13 Trump evita precisar sus objetivos y conserva margen para cantar “victoria” en distintos escenarios. Esa ambigüedad no sólo le otorga flexibilidad táctica: expresa un modo de ejercer poder que desecha cualquier pretensión moral y se ampara en un pragmatismo de conveniencia.
En ese marco, la restauración imperial prescinde de la narrativa del “bien mayor” que durante décadas buscó legitimar las acciones estadounidenses en la región. Su doctrina opera abiertamente como un régimen disciplinario, basado en la transacción y la amenaza, coherente con el giro político que redefine las reglas de la influencia hemisférica.
Jordana Timerman, periodista argentina, editora del Latin America Daily Briefing. Artículo publicado por Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.
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“These are the U.S. ships and aircraft massing off Venezuela”, The Washington Post, 16-11-2025. ↩
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U.S. Escalation in the Caribbean and Latin America – Live Updates, CEPR, 19-11-2025. ↩
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U.S. Secretary of State Declares, “The Monroe Doctrine is Dead”, Americas Quarterly, 19-11-2013. ↩
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Secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, X, 13-11-2025. ↩
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The “Donroe Doctrine”: Trump’s power play in Latin America, Financial Times, 19-11-2025. ↩
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The U.S. is trying to drive a wedge between Argentina and China, The Wall Street Journal, 21-10-2025. ↩
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“Trump vowed to dismantle MS-13. His deal with Bukele threatens that effort”, The New York Times, 30-6-2025. ↩
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Trump dice que estaría “orgulloso” de atacar instalaciones de drogas en México y Colombia, CNN, 17-11-2025. ↩
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“Relatório entregue a governo Trump por Castro pede sanções antiterrorismo contra Comando Vermelho”, O Globo, 3-11-2025. ↩
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Sin nombrar a Estados Unidos o a Trump, la cumbre Celac-UE puso el foco en la tensión en el Caribe, CNN, 10-11-2025. ↩
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Ver Juan Negri, “La externalización de la frontera”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, setiembre de 2025. ↩
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“A Grand Bargain with Venezuela”, Francisco Rodríguez, Foreign Affairs, 17-11-2025. ↩