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Enrique Dussell.

Foto: Nicolás Celaya

Enrique Dussel: por la desconolización mental

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Entrevista de 2010 al propulsor de la filosofía de la liberación fallecido el lunes.

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La emancipación de los modos de pensar eurocéntricos y la construcción de un sistema conceptual predominantemente latinoamericano son algunas de las tareas que el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel (Mendoza, 1934) ha emprendido desde hace casi medio siglo. La semana pasada estuvo en Montevideo para dar un curso sobre política de la liberación y una serie de conferencias en distintos foros sobre los bicentenarios de la independencia organizados por la Facultad de Humanidades (Udelar), el Museo Histórico y la Unión Latina.

Frente a la conmemoración de los 200 años de independencia en nuestro continente, ¿qué significa tener una visión crítica?

En distintas regiones y en distintos países la historia ha sido diferente, no es lo mismo en México, en Perú, en Brasil en el Caribe o en el Plata. 1810 es un momento clave, pero no en todas partes hubo una declaración de independencia y la toma de conciencia en algunos países se dio en 1808. Ahora en algunas partes, sobre todo en México, lanzan las campanas al vuelo y de una manera muy extraña, porque España está gastando muchos euros para también un poco inmiscuirse en el proceso de la emancipación. ¿Qué tiene que hacer España en la liberación nuestra, si justamente nosotros nos liberamos de España y de su rey? Entonces creo que en primer lugar habría que tomar muy en serio que esto no es un aniversario y que España no tiene nada que ver. Protesto contra este inmiscuirse de España en casi cualquier cosa. Han formado un súper comité internacional y gastado mucho para que nosotros estemos muy contentos. Ser crítico ante el proceso es primero decirle a España: “Nos independizamos de ustedes”, y en segundo lugar, no es nuestra madre patria, en último caso una patria hermana. Luego hay que ver que muchos de los grandes de la emancipación se vieron muy frustrados al terminar la primera parte de ese proceso. El mismo Artigas aquí: toda su lucha para la organización federal de un país se le frustró completamente bajo la hegemonía de Buenos Aires, y Uruguay terminó por emanciparse ya no de España sino del Río de la Plata, porque no se hizo lugar a las provincias. Nuestro proceso de emancipación fracasó en gran parte. Lo que dejó en el poder fue una oligarquía criolla que despreció profundamente a las culturas originarias. ¿Qué fue lo que pasó con un proyecto que no fue de independencia sino neocolonial, qué nos sigue pesando hoy en día? Tendría que ser un festejo con muchas preguntas.

Usted cuestiona la división tradicional de la historia en época antigua, medieval, moderna. ¿Qué quiere decir que esa división es un invento ideológico?

No es la división de la historia, la historia siempre se ha periodizado. La historia siempre es interpretación, no es la realidad inmediatamente evidenciada porque es infinita e imposible de comprender. Entonces está en la periodización en donde se racionaliza el pasado. Podemos ver, por ejemplo en el siglo XVII, que la gran cultura clásica era Egipto, no Grecia. La aparición del milagro griego y de la importancia de Grecia es posterior y es fruto de la Ilustración, pero ya no francesa sino alemana. Entonces, se conceptualiza la historia desde el presente en vista de un proyecto futuro. La historia concebida por Europa nos niega y no tenemos lugar en ella. América Latina no tiene lugar en las historias de vertiente europea, pero es la que nosotros enseñamos. Tenemos que tener una visión completamente distinta para descubrir nuestro lugar.

¿En qué sentido una nueva periodización de la historia puede aportar a lo que usted denomina “giro descolonizador”?

Ser colonial es de alguna manera ser no humano. Y eso hay que vivirlo en carne propia, porque solamente el que conoce muy bien al europeo o norteamericano sabe que cuando uno llega a esos lugares, dicen: “¡Ah! Usted viene de América Latina, qué simpático. ¡Mi amigo latinoamericano!”. Y nos tratan muy bien, como indígenas. Ser colonial es un modo de no ser humano pleno, entonces esto contamina toda la cultura y todas las ciencias. Nosotros mismos aplicamos categorías que los europeos usan para categorizar al mundo colonial y nosotros cuando las usamos nos tapamos a nosotros mismos. Tenemos que descolonizarnos epistemológicamente, periodizando la historia de otra manera, inventando nuevas categorías. Romper este eurocentrismo epistemológico en todas las ciencias pero sobre todo en la filosofía. La filosofía es casi el centro incontaminado del eurocentrismo porque es donde se fundamenta toda la ciencia y donde han ido surgiendo todas las ciencias humanas, aun las ciencias físicas, matemáticas, y todo fue surgiendo de un amor a la sabiduría que era la filosofía. Descolonizar el eurocentrismo que tenemos tan metido en nuestra cultura y especialmente en el Plata, es decir, Buenos Aires, Montevideo, es muy difícil.

¿Cuáles son los postulados principales de una “política de la liberación”?

Es realmente filosofía política, porque trata ciertos temas que la ciencia política no puede tratar. Por ejemplo, cuestiones como los principios normativos de la política, que sería, para decirlo de manera inexacta pero más entendible, los principios éticos de la política. Yo pienso que no hay principios éticos en la política, sino que los principios éticos son subsumidos en la política y se transforman en normativos. Son problemas que el hombre de ciencias políticas no estudia, no tiene instrumentos para hacerlo y, es más, muchas veces piensa que no hay principios universales para la política porque es contingente, no ha pensado el tema. Pero ahí viene una contribución del diálogo entre la filosofía política, la ciencia política y el político que ejerce y el ciudadano cotidiano que va a participar y elegir a los representantes. Y a diferencia del teórico de la filosofía política, que muchas veces discute o presenta las novedades de los grandes filósofos de Europa o de Estados Unidos y discute con ellos teóricamente, la actitud de la política de la liberación es partir de nuestra realidad. Estamos en un proceso de profundos cambios donde la izquierda -si se puede llamar así, ¿qué será eso?- ha comenzado a ejercer el poder en la amplia mayoría de nuestros países. Es una política filosófica pensada en un momento de gran cambio político en América Latina, haciendo una teoría que ayude a los actores a realizar esa acción política.

¿Qué significa “mandar obedeciendo”?

El mandar obedeciendo y el poder obedencial va por el lado de la representación y de la participación. En realidad, el que manda se obedece a sí mismo porque participa. Pero el representante debe mandar obedeciendo al pueblo. La institución política es el lugar del ejercicio de un poder delegado nunca de la sede del poder, porque la sede del poder es la comunidad política o el pueblo exclusivamente. El estado no es soberano, el único soberano es la comunidad política. Cuando se cree que es el estado el que tiene soberanía y el pueblo es obediente eso es la fetichización del poder.

En nuestro país hay una ley de caducidad de las penas frente a los crímenes cometidos en la dictadura. Se realizaron dos instancias de voto popular para anularla y no se logró. Hoy se busca eliminarla por vías jurídicas. Algunas voces del grupo político del presidente rechazan esta posibilidad basándose en el respeto a la voluntad del pueblo, es decir, “mandan obedeciendo”. ¿Siempre la voluntad de los pueblos es justa? ¿No es necesario un criterio normativo allende el poder popular?

El pueblo, en aquello que se llama opinión pública, puede equivocarse. El pueblo como pueblo, como actor, no puede equivocarse, pero en concreto hay muchos instrumentos y muchas maneras de confundir al pueblo, de manejarlo, de manipularlo. Y la manera más evidente es todo el sistema de propaganda y de lo que llamaríamos la mediocracia. Entonces la opinión pública hoy ya no es un referente último. Se produce la opinión pública. A un pueblo se lo confunde. El asunto es cómo es que un pueblo puede expresar aquello que es su bien, su bien común más profundo, y no dejarse confundir. La única manera es un crecimiento de su participación. El pueblo es la última referencia pero el pueblo puede fetichizarse, lo pueden alienar los medios de comunicación. En este momento, quizás tener una televisión es tanto o más importante que un partido político. Mucho es manipulación de los medios, entonces significa que el pueblo va a tener que crecer en cuanto a saber descubrir realmente la verdad y tiene que tener criterios que sean universales y superiores a la pura opinión cotidiana. También hay que formar la actitud crítica de un pueblo, que significa que participe, que aprenda a discutir, que aprenda a argumentar y pueda de motu proprio tener un juicio. Eso supone democratizar los medios de comunicación.

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