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Para creerles

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Murió la periodista María Esther Gilio.

Nació en 1928 y dejó de existir en la madrugada del sábado. La uruguaya María Esther Gilio marcó el estilo rioplatense de entrevistar, en una carrera que incluyó encuentros con Juan Carlos Onetti, Noam Chomsky y el boxeador Carlos Monzón.

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"Los escritores de todo tipo, intelectuales o artistas, aficionados o profesionales, fueron violentamente reclamados por una curiosidad pública que puso el acento en lo personal y no vaciló en abalanzarse sobre la privacidad. Un género literario, que adquirió repentina boga, lo ilustra, la entrevista literaria. Fue la atención de la nueva prensa la que desarrolló vorazmente la entrevista literaria, fotografió al escritor en su casa, le reclamó dictámenes sobre los sucesos de actualidad". Así se refería Ángel Rama, en "El boom en perspectiva", a uno de los varios cambios culturales que hicieron posible en los 60 el surgimiento de una camada distinta de autores latinoamericanos; aunque no los menciona, describe perfectamente los intercambios que en sus numerosas entrevistas -durante tres décadas- mantuvieron Juan Carlos Onetti y María Esther Gilio.

La relación entre ambos, según escribió ella luego, comenzó un par de décadas antes de que ocurriera su primer reportaje, aparecido en La Mañana, en 1965. Esa larga "entrevista-libro", como ella definió al conjunto de reuniones, fue primero parte de la biografía Construcción de la noche: la vida de Juan Carlos Onetti, escrita en colaboración con Carlos María Domínguez, y luego mereció ser editada en volumen aparte como Estás acá para creerme. El primero de los libros se publicó en 1993, un año antes de la muerte del autor de El pozo, y el segundo cuando se cumplía un siglo de su nacimiento, en 2009. La reelaboración que implicó esta última obra puso de relieve el peculiar vínculo que unía a entrevistadora y entrevistado, en muchos casos cercana a una comedia -algo que supo ver Hiber Conteris, quien adaptó sus diálogos para la obra teatral Onetti en el espejo-, en la que cada cual se empeñaba en representar a un personaje radical.

Bajo esas reglas de juego, que incluían el trato de "usted" entre viejos conocidos, Gilio, desde una pose inocente e insistencia fenomenal, consiguió arrancarle a su esquivo entrevistado algo más que "anécdotas" y confesiones sobre sus "pasiones y sus odios". Por ejemplo, en 1966, ya para Marcha -donde inicialmente escribía sobre artes visuales-, logra que Onetti, un creador con una intensa pero problemática relación con la literatura social, elabore una teoría personal sobre la escritura y el compromiso político: "Ese mundo que yo tengo en mis entrañas, mi querida señora, es una consecuencia de lo que usted llama el mundo exterior, un mundo en el que estoy inserto y acepto. Me reservo el derecho de criticarlo y lo hago en el estilo indirecto y escéptico que usted me conoce".

Si las entrevistas de María Esther Gilio contribuyeron -junto a los perfiles de su compañero de liceo Carlos Maggi y los retratos de Omar Prego- a crear la imagen de Onetti como "cascarrabias tierno", a la que ella le añadió un particular énfasis al tema de su relación con las mujeres, también inauguraron un modo de reportear que ponía en primer plano las propias circunstancias del reportaje, en total sintonía con lo que por aquellos años proponía el "nuevo periodismo" estadounidense (del que el notero de Rolling Stone Hunter S Thompon fue tal vez el exponente más extremo). Un caso: su crónica "Tres veces Troilo", con el legendario bandoneonista (y varios de sus músicos) es todo un ejemplo de cómo el fracaso inicial de una entrevista puede convertirse con el tiempo en su mayor atractivo. Sin abusar de la primera persona, pero dejando en claro su peculiar punto de vista, Gilio construyó a lo largo de los años una voz claramente identificable, ágil y atractiva.

Esa voz fue la que le permitió, durante su exilio en los 70, acercarse a otras áreas de la cultura en las entrevistas que realizó principalmente para medios argentinos como Crisis o La Opinión (y luego para la no menos mítica publicación O Pasquim, de Brasil, donde también residió). Más que su aproximación al mundo del psicoanálisis (que se compiló el año pasado en Cuando los que escuchan hablan), tal vez el hallazgo más notorio de Gilio en este período haya sido su acercamiento a figuras hasta entonces vistas como no merecedoras de un abordaje serio, como el boxeador Carlos Monzón o (más tarde, ya repatriada, para Brecha, donde culminó su carrera) la vedette Moria Casán.

Lo que hay que tener

Gilio debió irse del país en 1972, cuando una bomba estalló en su casa de Pocitos. Además de periodista, era abogada, y había asumido la defensa de presos políticos. Ya era conocida internacionalmente por La guerrilla tupamara (1970), una recopilación de entrevistas a integrantes del MLN, que ganó el premio de Casa de las Américas en la categoría “Testimonio”, inaugurado por los cubanos ese año. “Como yo era abogada, cuando cayeron presos los primeros tupamaros fui con mi carnet y entré a la cárcel para que me contaran las torturas que habían sufrido”, le dijo hace unos años a Alejandro Margulis. La guerrilla tupamara, entre otras cosas, es una buena muestra de que no sólo la frescura como herramienta para desarmar al reporteado distinguió el trabajo de Gilio en aquellos años, sino también su valentía para encarar asuntos de absoluta actualidad y pertinencia periodística.

Esto, entre otras cosas, la distingue de su colega, la italiana Oriana Fallaci, con quien se la ha comparado en ocasiones. Aunque ambas periodistas tuvieron al tesón como una de sus principales virtudes, la uruguaya no solía buscar la confrontación con su entrevistado, especialmente cuando se trataba de figuras vinculadas a la política, que más bien seleccionaba para reafirmar las convicciones de sus lectores (como en el caso del lingüista Noam Chomsky, al que interroga casi exclusivamente sobre su peculiar pensamiento como activista político).

Las últimas páginas de Estás acá para creerme están dedicadas a blanquear en qué estado quedaron las relaciones entre Gilio y Onetti luego de la publicación de Construcción de la noche y, aunque funcionan como despedida, también confirman que el escritor supo incluir la correspondencia entre ambos en su monumental obra final Cuando ya no importe. Pero no hacía falta: sus diálogos eran, desde hacía tiempo, parte fundamental de la literatura de Onetti, ese personaje huidizo.

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