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Un libro para entender la política y la izquierda argentinas.

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En Uruguay es un lugar común hablar de lo difícil que es entender la política argentina, al punto de que intelectuales, políticos y militantes llegan a vanagloriarse de lo poco que la entienden. Al mismo tiempo, y sin que les haga ruido, ellos mismos suelen tener opiniones vehementes y lapidarias sobre el tema, especialmente cuando se habla sobre el kirchnerismo. Vida de perro, a pesar de no haber sido escrito para educar a uruguayos con consumo problemático de TN, puede cumplir perfectamente esta función, al discutir la política y la izquierda argentinas sin escatimar complejidades.

Se trata de un libro estructurado en torno a una serie de entrevistas al periodista y militante por los derechos humanos Horacio Verbitsky, hechas por el filósofo y militante Diego Sztulwark, intercaladas con textos de este último, que van reflexionando y agregando información a las entrevistas. El subtítulo “Balance político de un país intenso del 55 a Macri” adelanta el objetivo del libro: observar hacia atrás con una mirada política, desde dentro de las disputas.

Verbitsky fue muchos años columnista de Página 12; hoy escribe en un nuevo medio, El cohete a la luna, y preside el Centro de Estudios Legales y Sociales, una de las principales organizaciones argentinas de derechos humanos. Desde allí, fue una importante figura pública de los últimos años, con una postura cercana a los gobiernos kirchneristas, aunque marcando críticas y diferencias. Según Sztulwark, “lo que vuelve peculiar a Verbitsky” es “el hecho de haber adquirido vigencia en las diferentes etapas de la llamada democracia sin arrepentirse ni desdecirse del proyecto revolucionario tal y como se dio en nuestra historia reciente”. Verbitsky lo dice de una manera más gráfica: “Me alegro de no haberme convertido en un gorila asqueroso, y podría perfectamente porque, además, es un curso fantástico: te pagan muy buena guita, mucho prestigio”.

El diálogo entre Verbistky y Sztulwark es un diálogo entre generaciones (el primero nació en 1942 y el segundo en 1971), pero también entre posturas políticas. Mientras que el entrevistado simpatizó con el kirchnerismo, el entrevistador fue crítico de esta experiencia desde una postura autonomista. Estas diferentes formas de entender la política habilitan –en el libro– una conversación desde el supuesto de que ambas aspiran a transformaciones radicales y apuestan al combate del poder del capital.

La dimensión generacional de este diálogo podría pensarse como una preservación de la memoria, pero en este caso más bien se trata de la transferencia y la actualización de técnicas de investigación militante, de conocimientos sobre las tácticas de los adversarios, de claridades sobre quién estuvo de qué lado en cada pelea, de pensamientos sobre cómo se ganó y por qué se perdió, y de explicitación de los desacuerdos a tramitar.

Esta conversación es especialmente importante en este momento de la política argentina y latinoamericana, en la que la experiencia de los gobiernos populares de la última década está siendo revisada, y se hacen necesarias nuevas alianzas y formas de disputa contra nuevos y viejos adversarios.

Desde Uruguay, este libro es una herramienta para entender la política y la izquierda argentinas, pero también para pensar en la disputa política uruguaya y para imaginar qué conversaciones necesitamos tener acá para lograr ese tipo de cruces entre generaciones y posturas políticas de la izquierda. Podríamos preguntarnos quiénes son los Verbitsky que necesitamos ir a buscar para reflexionar sobre las últimas décadas, y quiénes podrían ser los Sztulwark que piensen qué preguntas hacerles para pensar y actuar en la situación actual.

La historia

El libro contiene una cantidad acalambrante de información. El índice onomástico ocupa diez páginas y es un verdadero quién es quién de la política argentina reciente. Por momentos, para los que no estamos tan interiorizados, se hace necesario acompañar la lectura con búsquedas en Google para poder entender el mapa que van trazando las entrevistas.

Este nivel de detalle habilita que las discusiones no ahorren la complejidad y la ambigüedad. En los primeros capítulos, dedicados al peronismo (el libro sigue una línea básicamente temporal), Verbitsky habla del antisemitismo y las patotas, del empleo por parte del peronismo de un criminal de guerra filonazi croata, de José López Rega, pero al mismo tiempo entendiendo el lugar que tiene el peronismo en cualquier lucha popular argentina. Para Verbitsky está claro que “el peronismo sigue siendo la posibilidad de transformación de la sociedad argentina y, al mismo tiempo, vemos cómo una y otra vez actúa desarmando esas mismas transformaciones, esas mismas posibilidades”.

El libro va tematizando estas ambigüedades y explicando a los diferentes peronismos, sus conflictos y sus complejas (pero no incomprensibles) relaciones con la izquierda y la lucha popular, entre burocracias sindicales, organizaciones revolucionarias como Montoneros, Descamisados, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Fuerzas Armadas Peronistas, Ejército Revolucionario del Pueblo y las derechas peronistas.

La narración se desarrolla lentamente y nos ofrece una forma de ver las raíces profundas de las disputas políticas de la Argentina de la última década, con sus continuidades y sus cambios. Recorremos la historia de la Confederación General del Trabajo (CGT) a la CGT de los Argentinos, a la CTA y los piqueteros, paralelamente a la historia de la iglesia católica (con especial atención a la trayectoria de Jorge Bergoglio) y a la de la derecha argentina, desde el antiperonismo hasta la dictadura, el menemismo y el macrismo.

Se discute permanentemente la relación entre el pasado y el presente, pero sin que esto implique postular a la historia como una serie de repeticiones (Verbitsky discute con fuerza contra la idea de que Mauricio Macri es la dictadura). Dice Sztulwark: “Si un imperativo late en Verbitsky es el de evitar la desconexión entre períodos históricos. Su escritura remite a un acto único en defensa de la intimidad –siempre en peligro– entre pasado y presente. Para que las luchas no empiecen siempre desde cero”.

A lo largo del libro van apareciendo menciones a otros textos, en particular de la obra de Verbitsky, pero también otros que juntos pueden formar una suerte de canon de cierta izquierda argentina. Podemos tomar nota de Operación masacre, de Rodolfo Walsh (1957), o Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida, de Juan Gelman (1987), junto con la obra de Paco Urondo, Eduardo Luis Duhalde y Eduardo Basualdo para seguir pensando a Argentina y América Latina desde la izquierda.

La segunda mitad del libro está dedicada al balance del proceso que se abre con la crisis de 2001, que es señalado como punto de inflexión: “Para analizar estas tres décadas de democracia es necesario distinguir las primeras dos de la tercera, que es la del kirchnerismo. La democracia se libera de la tutela del miedo con la crisis de 2001. Recién en ese momento se pierde el miedo. En parte, porque qué miedo podés tener si ya estás en el horno, y para las grandes masas el 2001 fue el infierno. Pero, al mismo tiempo, aparece una nueva generación que no había vivido el terror militar y no estaba paralizada por el miedo”.

Discutir de política

A partir de allí, la conversación continúa tematizando las luchas que se desplegaron durante la crisis, la aparición del kircherismo, su asunción de la agenda del movimiento de derechos humanos, su relación con las organizaciones sociales, y sus conflictos con Clarín y los terratenientes. También discute en profundidad las acusaciones de corrupción y las complejidades de la relación entre el dinero, la política, las mafias, el Estado y las organizaciones sociales.

La forma en que estos temas se discuten es refrescante, ya que no se cae ni en una defensa cerrada de lo hecho por los gobiernos kirchneristas ni en un moralismo horrorizado por todo lo que no sea una limpia gestión empresarial. Verbitsky pasa por la realpolitik (“conducir al conjunto porque con muy poquitos no se llega” o “para construir un rancho además de barro también hay que usar bosta”, “Frases que me parecen legítimas, aunque el problema está en la proporción”) para plantear el problema: “Es un tema que se repite una y otra vez en la política. Cómo hacés para conducir, o para ir con muchos sin contaminarte. Qué grado de contaminación es admisible a los efectos de avanzar con un proyecto político popular y qué grado es incompatible. Esas son preguntas eternas, aquí y en cualquier otro lugar del mundo. El que resuelva esa ecuación va a tener una fórmula imbatible”.

Se aprecia el intento de discutir de manera politizada y con buena fe los temas que suelen ser discutidos desde la demonización, especialmente los relacionados con la corrupción y la violencia. Verbitsky intenta entender los argumentos de los enemigos más radicales y buscar las razones incluso de los bombardeos de Plaza de Mayo en 1955 y de Jorge Rafael Videla. Esta desdemonización permite pensar sobre tácticas y contratácticas, y sobre sus ideas subyacentes, movilizando siempre a la historia para pensar la lucha del presente (un presente macrista al que se le dedica la parte final del libro).

En particular, es interesantísimo el abordaje de la lucha por los derechos humanos, que, lejos de ser presentada como un asunto etéreo y abstracto, es pensada como un movimiento creativo y lleno de historicidad, capaz de crear interpretaciones, organización y movilización. En este punto particular, resulta muy interesante pensar desde el espejo argentino las frustraciones de la experiencia uruguaya en torno a la impunidad.

Investigación política

Vida de perro es, en parte, una reflexión sobre el rol de la investigación en la lucha política. Si bien se aclara que Verbitsky no se identifica como marxista, “más por falta de lecturas que por falta de afinidad”, la lucha de clases y el antiimperialismo permean todos los análisis, así como un estricto materialismo en el que las ideas están todo el tiempo discutidas desde la práctica. No hay una noción liberal de autonomía de la política, pero sí una gran atención a la acción, la contingencia y las agrupaciones, sin necesidad de que todo encaje en un prolijo esquema estructural, pero tampoco olvidando la forma en que los grandes movimientos de la historia del capitalismo enmarcan las luchas.

Dice Sztulwark: “La investigación política forma parte de las estrategias que las luchas sociales activan y transmiten entre generaciones [...] La tarea de investigación militante pretende comprender los modos en que se reproducen los poderes para saber cómo enfrentarlos y, a la vez, cartografiar nuevos poderes posibles que muy rara vez la academia y la política convencional generan por su cuenta. Quizás preguntarse por la formación afectiva e intelectual del investigador político pase por comprender, en cada época, no sólo los enlaces vitales que ligan un destino individual con una historia más amplia, sino también el adiestramiento en la combinación del rigor lógico, el manejo de datos y la implicación histórica activa”.

La tradicional pregunta sobre la relación entre los intelectuales y la política aparece invertida, replanteada desde un lugar mucho más potente: ya no se trata de cómo tienen que relacionarse los investigadores con la militancia, sino de cómo tiene que investigar la militancia desde sus propias necesidades. Por esto, se trata de un libro importante para pensar la relación entre cultura y política, entre escritura e investigación, entre lucha y pensamiento.

Quizá aquí esté lo más interesante de este libro. No es necesario comprar todo lo que dicen Verbitsky y Sztulwark para empatizar con su vocación de diálogo entre generaciones y posturas, con la necesidad de meterse en las complejidades de los diferentes momentos, con la socialización de información, análisis y técnicas. Por esto, creo que se puede dedicar a este libro un halago que raramente reciben los libros de política: es útil.

Vida de perro: Balance político de un país intenso, del 55 a Macri | Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark. Buenos Aires, Siglo XXI, 2018. 432 páginas.

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