Mientras dormimos, la vida de la mente no descansa; desconectada del mundanal ruido, continúa elaborando sinuosos derroteros de sentido bajo la forma de sueños que olvidaremos al despertar, o recordaremos en fragmentos o con perturbadora nitidez. Mientras, sumidos en tinieblas, nuestros cuerpos se mecen rítmicamente, arrullados por una respiración tenue, o, en medio de brutales ronquidos, la mente fabrica tramas delirantes que puebla con personajes variados, revive a muertos que hace atravesar por variopintas escenografías e inocula, en lo que luego se convertirá en vigilia, temores, raptos de goce o premoniciones.
En 1916, a los 17 años, mientras se encontraba en la finca familiar en Vyra, 40 kilómetros al sur de San Petersburgo, el escritor ruso Vladimir Nabokov (1899-1977) soñó con su tío Basil, recientemente finado, quien al morir le había legado una suculenta fortuna, de la que nada disfrutaría el sobrino pues los soviets se encargarían de apropiársela para sus arcas. En el confuso lenguaje de los sueños y en medio de una ristra de tonterías que sonaba a los balbuceos de un alcohólico, el tío Basil dijo algo que el futuro autor anotó al otro día en su diario: “Volveré a presentarme como Harry y Kuvyrkin”. 42 años después, viviendo en Estados Unidos y habiendo publicado gran parte de su obra, aquella frase del tío muerto en sueños destelló en pleno sentido cuando la productora Harris-Kubrick le presentó a Nabokov una atractiva oferta económica por los derechos cinematográficos de su novela Lolita (1955). El resto ya se sabe: Stanley Kubrick filmó el entonces polémico libro y Nabokov vio leudar su cuenta bancaria en varios millones. Y desde el limbo donde vagan para siempre los fantasmas, el tío Basil sonrió o eructó, o hizo las dos cosas a la vez en medio de un áurico atoro.
Materia onírica
Sueños de un insomne, el libro recientemente publicado por la editorial española WunderKammer, más allá de llevar en portada el nombre del inmortal autor de Pálido fuego, Ada o el ardor y Cosas transparentes, entre tantos grandes títulos, en realidad es un trabajo del profesor estadounidense Gennady Barabtarlo (1949-2019), un especialista de peso en el universo nabokoviano y traductor al ruso de las últimas novelas del autor de Lolita, por determinación de su hijo Dimitri. Se trata de un libro anómalo, que no desentona en absoluto entre las obras mayores de Nabokov, pero que también dialoga con los volúmenes que la rodean, desde las entrevistas reunidas en Opiniones contundentes (1973) a las clases compiladas de los diversos cursos universitarios que dictó en Estados Unidos (Curso de literatura europea, Curso de literatura rusa, etcétera) o la correspondencia con su esposa, editada póstumamente como Cartas a Vera (2014).
La materia onírica sedimenta toda la obra de Nabokov, quien hizo de la percepción de la realidad y de todo lo que esta oculta un elemento central de su genio creador. Insomne crónico (en su diario llegó a celebrar el hecho de haber dormido siete horas de corrido como “la mejor noche de mi vida”), no es de extrañar que intentara apropiarse del misterio del sueño para develar la maravillosa figura que oculta. Su abordaje siempre es el del artista, sin visos de ningún reduccionismo psicoanalítico (es legendario su cerrado desprecio por Sigmund Freud, al que una y otra vez llamaba “el Curandero vienés”).
La materia onírica se desparrama por importantes momentos de las tramas nabokovianas: el sueño del protagonista de La dádiva (1938) con el padre muerto; el sueño premonitorio del narrador de La verdadera vida de Sebastian Knight (1941) con la llegada de su hermanastro; los brotes de locura en medio del sueño del narrador de ¡Mira los arlequines! (1974) o los lúbricos sueños con el amor perdido que perturban y también reconfortan al protagonista de El original de Laura (novela inconclusa que Nabokov prohibió editar tras su muerte pero que, desoyendo el dictamen paterno y ávido de ganar unos cuantos dólares, Dimitri publicó en 2009).
El experimento
El núcleo de Sueños de un insomne lo conforma el registro de un experimento que Nabokov inició el 14 de octubre de 1964, y que extendió hasta el 3 de enero del año siguiente, cuando vivía junto a su esposa en un gran hotel de Montreax. La base de su experiencia fue el libro Un experimento con el tiempo (1927), del británico John W Dunne, un pionero de la ingeniería aeronáutica que luego de construir un aparato volador con forma de flecha para tareas de reconocimiento militar, y de dedicar años a idear nuevas formas de pesca con mosca seca, publicó esa extraña obra –a instancias de su amigo HG Wells– que causó tremendo revuelo en los círculos filosóficos de su tiempo.
En su libro, una auténtica rareza expositiva que propone la aplicación práctica de la hipótesis antes de enunciar la propia hipótesis, Dunne, partiendo de sus experiencias, afirma que el tiempo puede discurrir también hacia atrás, de tal forma que un acontecimiento futuro puede generar un sueño anterior. El experimento de Nabokov, 37 años más tarde, se ciñe al planteo de Dunne, proponiéndose registrar los sueños nocturnos ni bien se despierta, sin ningún tipo de interpretación. El registro es asombroso pues, leídos a la luz de su propia biografía, muchos sueños anticipan sucesos por venir o son “construidos” sobre materiales vivenciales que, por insospechados caminos, la vida de la mente elabora y pone en escena.
Barabtarlo estructura Sueños de un insomne en cinco partes, con abundancia de notas y de conexiones entre vida y obra del autor, y al registro del experimento en Montreux suma sueños que Nabokov contó en cartas a su esposa, y fragmentos de sueños narrados en algunos de sus cuentos y novelas. El resultado es un libro atrapante para lectores nabokovianos pero, también, para aquellos que se inician en la obra del escritor ruso, uno de los artistas más grandes del siglo XX, que dijo una vez sobre sí mismo: “Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño”.
Sueños de un insomne. Experimentos con el tiempo. De Vladimir Nabokov (edición de Gennady Barabtarlo). Traducción de Valerie Miles y Aurelio Major. Barcelona, WunderKammer, 2019. 216 páginas.