2019 fue un año prolífico en noticias sobre la inmigración ilegal en Estados Unidos. Una de las más recordadas fue la constatación de que algunos niños habían sido separados de sus padres al ser apresados; los cadáveres de un padre y su hija ahogados, al cruzar el río Grande, fue una de las postales más tristes del año. Algunos adolescentes llegan solos al otro lado de la frontera y, por distintos motivos, permanecen arrestados en medio de un limbo legal mientras no se concreta su expulsión.
Seth Michelson (Filadelfia, 1975) es un poeta, traductor y profesor universitario que inició su relación con el castellano cuando su padre se fue a trabajar a México. Hace un tiempo, visitó Uruguay y aprovechamos para entrevistarlo por su libro Dreaming America.
Contame sobre tu trabajo en el centro penitenciario Shenandoah Valley Juvenile Center. ¿Cuál era tu función? ¿Cómo conociste el lugar?
Llevo 19 años trabajando en cárceles. Comencé como voluntario dirigiendo talleres de poesía en cárceles de hombres de máxima seguridad en Nueva York. Nos llevábamos bien y la pasábamos bien escribiendo poesía como pretexto para encontrarnos y conocernos. Al salir de Nueva York siempre trataba de buscar formas de extender esa experiencia, de conectarme con más privados de libertad, de ofrecerles más poesía y de apoyarlos. Entonces, comencé un programa epistolar con alumnos universitarios. Recibíamos la poesía de muchos lados de Estados Unidos, de hombres y mujeres presos en centros de máxima seguridad. Los alumnos recibían poesía y tenían la oportunidad de leerla y criticarla, porque muchos querían ser maestros. De modo que también se convirtió en una práctica didáctica, en la que ellos podían ejercitar sus técnicas, al tener que responderles a escritores jóvenes o menos maduros, y ayudarlos a escribir mejor. Esta experiencia les encantó, y apreciaban mucho la oportunidad de compartir poemas y de intercambiar cartas.
¿Como una devolución sobre lo que habían escrito?
Eso es. Y todo, para conectar privados de libertad con alumnos. Al mudarme a Virginia me di cuenta de la existencia del centro de detención de máxima seguridad para chicos indocumentados y sin acompañamiento del gobierno. Es el más restringido del país, con los chicos viviendo en celdas de aislamiento. Un conocido me puso en contacto con la Office of Refugee Resettlement y me presenté al director de la cárcel, al que le ofrecí mis servicios como un recurso gratis. Me dio la oportunidad de comenzar a dar talleres de poesía con la idea de reunirnos para escribir, y, a partir de esto, producir una antología bilingüe de la escritura de estos chicos.
Entonces, desde el inicio tuviste la idea del libro.
Desde el inicio, por razones artísticas y también político-económicas. Es decir, quería aumentar el paisaje literario con las voces poéticas de esos chicos recién llegados, nuevos miembros de la comunidad poética del país. Pero también porque los sitios de ese tipo no son muy conocidos en Estados Unidos, donde la emigración es un tema polémico. Y quería ofrecerles su voz, sus narrativas de emigración, de detención en Estados Unidos, porque hablamos mucho sobre los migrantes y por y para ellos, pero raramente los escuchamos a ellos mismos. Hay un discurso simple o simplista, a nivel político, a nivel nacional, por eso me pareció importante complejizar un poco esos discursos, presentar a estos chicos que, por ejemplo, no tienen derecho a un abogado. O sea que se tienen que representar a sí mismos en la corte de inmigración, que es una corte federal, y defender sus casos. Por Office of Refugee Resettlement sabemos que el promedio educativo de los chicos es segundo grado, es decir, como un niño de siete años, y que la mayoría son huérfanos y no saben inglés. Y al saber que chicos a veces analfabetos, que no saben inglés, sin educación formal, sin acompañamiento, sin abogado, tienen que defenderse en la corte, quise buscar una editorial que nos donara el dinero de la venta del libro para crear un fondo legal para defender a los chicos, para contratarles abogados. Eso es lo que hicimos. Encontramos una editorial que se llama Settlement House, que se especializa en la literatura de los inmigrantes.
¿Sentís que, además, la producción de poesía en sí fue un buen proceso para ellos?
Con el taller pudimos construir conexiones nuevas, es decir, crear comunidad nueva dentro de la cárcel, que es bastante difícil en cualquier circunstancia. No puedo revelar las condiciones específicas de este sitio, pero es obvio lo difícil que es el aislamiento para cualquier preso. Además del carácter punitivo del sistema, tenemos que ofrecerles algo más. Ellos están disciplinados a causa del protocolo de la cárcel y tienen que vivir así la mayoría del tiempo, pero durante el taller es otra cosa. Porque somos un grupo de poetas, somos pares. Y al escribir juntos comenzamos a conocernos, a salir de ese aislamiento, que es brutal psicológica y físicamente. Y a veces podemos desarmar las visiones que tienen unos sobre otros, conectarlos de una forma más íntima, conocer sus historias de migración, sus historias de sufrimiento, sus sueños. Es un modo de explorarse a sí mismo y de conectarse con los demás. Nos ofrece otra forma de pensar. Dejar de vivir ese exilio de la vida del refugiado es muy importante en términos humanos; los va valorizando, dignificando.
¿Lo que incluye el libro es una selección? ¿Qué criterio utilizaste?
El criterio más básico es que cada poema viene de un poeta distinto: niños y niñas encarcelados en este centro de máxima seguridad y que escribieron los poemas en nuestros talleres. No podía incluir todo el material, porque tengo poesía de tres años de trabajo juntos, pero hice mi mayor esfuerzo para ofrecerle al lector cuatro secciones que representaran cuatro paisajes distintos de las complicadas vidas de estos chicos.
Los adolescentes recluidos se expresaban oralmente, construían el poema y tu equipo o tú lo escribían. ¿Esa era la metodología?
A veces estábamos todos juntos y yo dirigía el taller, ofreciéndoles a todos el mismo ejercicio. Leíamos algo juntos y les hacía alguna pregunta, como cuáles son sus sueños. Escribían y después, en parejas, hablaban, intercambiaban.
Pero en el caso de aquellos que eran analfabetos, ¿cómo se llegaba a la escritura?
Por un compañero, o yo mismo escribía con los chicos. A veces se daba un momento muy significativo: un chico encarcelado abandonaba su poema para ayudar al amigo que no podía escribir (casi un tercio de los autores del libro son analfabetos) y se ofrecía como su amanuense, su transcriptor.
¿Tenés textos que sean tus predilectos?
Es difícil para mí, pero hay cosas que me gustan mucho, que revelan su experiencia o qué amorosos y resilientes son, qué mentes maduras tienen a veces. Hay algunos que, con muy pocas palabras, pueden pintar su experiencia existencial, como el poema “Olvido”: “Sin razón de existir / siempre olvido que soy / real y esto hace que / me duela al alma / que no tengo o que / ando por algún lado / y no me encuentra”. Esa idea que trasciende la cárcel, esas preguntas existenciales que nos hacemos hasta hoy. Es fuerte, y con unos pocos versos breves nos está pintando su experiencia. Hay otro texto que me gusta por razones sociopolíticas, vinculadas al racismo en mi país, a la jerarquía de poder racial y a la explotación de gente sin documentos, que tiene sólo cuatro versos y se llama “De la tierra”: “De la tierra creció una fruta, / tan rica, / que me puse a pensar:/ ¿quién cosechó esa fruta?”. Y otro que me gusta mucho es: “Tener un sueño”, porque yo leía con ellos y tenía el privilegio y de estar con ellos y tratar de servir de puente entre culturas. Les daba para leer muchos textos canónicos, muy conocidos en Estados Unidos, porque para la mayoría la cárcel fue su primera experiencia con el país, y nos conocieron por nuestro modo más feroz, punitivo, severo. Después de leer esa visión hermosa de Martin Luther King, este chico arrancó con el título “Tener un sueño” en lugar de “Yo tengo un sueño”. Son sólo tres versos: “Sueño con ser el presidente de mi país. / Sueño con descubrir un mundo donde no importe / nada más que sólo lo que llevas dentro de ti”. Esto es un lema para los chicos que tienen valor. También, en términos materiales y prácticos, por escribir y vender su poesía en la antología, los chicos pueden recaudar dinero para contratar abogados; hoy en día, sin abogados, sólo gana alrededor de 6% de casos, mientras que con abogado gana más de 70%. Es decir que no sólo estamos hablando de la justicia en la corte; también es una cuestión económica.
El título refiere al sueño americano con el que muchos migrantes llegan al país...
Como muchos refugiados, ellos vinieron a cumplir el sueño americano. Son niños buscando la oportunidad de transformar sus vidas luego de soñar que podrían ser distintas. No tener que sufrir en las calles de Honduras, de Guatemala, de México, de El Salvador. Y aunque no tuvieran dinero ni familia, fueran analfabetos y no supieran inglés, sí podían soñar con algo distinto. También yo insistí en eso: nos importa tu poesía, es decir, nos importa tu voz; nos importa tu historia, nos importas tú.