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Ricardo Piglia (archivo, agosto de 2010).

Foto: Nicolás Celaya

Biografía de un estilo: sobre Cuentos completos de Ricardo Piglia

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Leído por Andrés Alba.
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Editar

Los libros de cuentos que integran la flamante edición de los Cuentos completos del escritor argentino Ricardo Piglia (1941-2017) fueron redactados a mano, con una máquina de escribir Olivetti Lettera 22 y con una computadora Macintosh, menos el último, pergeñado en sus años finales, que vio la luz a través de un hardware llamado Tobii, que permite escribir con la mirada, y al que el autor debió recurrir cuando la enfermedad degenerativa que acabaría matándolo ya no le permitía mover las extremidades. El dispositivo, al que el mismo Piglia definía como “una máquina telépata”, que le posibilitó escribir sus últimos relatos por intermedio de los párpados, subraya un hecho incuestionable y, al mismo tiempo, admirable y genial: la entrega total de alguien que vivió por y para la literatura.

La flamante edición de los Cuentos completos, ordenados, corregidos y dispuestos para la imprenta por el propio Piglia poco antes de morir, el 6 de enero de 2017, constituye la pieza más destacada de las varias obras póstumas que el autor de Respiración artificial dejó para que se fueran conociendo, con precisión y lentitud de cuentagotas, en los tiempos descafeinados de sentido que vivimos. Así, este pesado volumen que supera las 800 páginas se suma al tercer tomo de Los diarios de Emilio Renzi (Un día en la vida, publicado en 2017), el libro de cuentos Los casos del comisario Croce (2018) y Teoría de la prosa (2019), que reúne las clases sobre las novelas cortas de Juan Carlos Onetti que Piglia dictó en la Universidad de Buenos Aires en 1995. Leer en orden este conjunto de cuentos permite deslizarse por las líneas variadas, ramificadas en algunos casos, truncas en otros, que le dan forma a la biografía de un estilo.

Los cuentos

Cuentos completos de Ricardo Piglia está integrado por los relatos de los libros La invasión (1967), Nombre falso (1975), Prisión perpetua (1988), Cuentos morales (1995) y el ya mencionado Los casos del comisario Croce (que a pesar de su edición póstuma, Piglia data en 2007, el año en que el personaje se le apareció a pleno y craneó sus historias), más un apartado final llamado “Historias personales (2015-2017)”, con cuatro textos que no habían aparecido antes en ningún volumen. Se trata de una suma de 48 piezas, entre las que se encuentran algunos de los “grandes éxitos” del escritor nacido en Adrogué, como “Mata-Hari 55”, “El Laucha Benítez cantaba boleros”, “El fin del viaje” y “Encuentro en Saint-Nazaire”.

Como en todo volumen de textos completos armado por el propio autor, liberado de las eventuales (y siempre cuestionables) decisiones de albaceas, editores, herederos y exégetas, el “corte final” del escritor permite enfrentarse a las versiones definitivas de las obras, tras haber atravesado un proceso de revisión y corrección, así como alguna tijereteada certera que dejó fuera lo que no merecía ser incluido. A diferencia de los cuentos completos armados por alguien que no es el propio autor, que a veces desentierra pecados de juventud sepultados en alguna revista olvidada, o siembra el tomo de yuyos interpretativos bajo la forma de aparatosas notas al pie, los Cuentos completos de Piglia exhiben las versiones finales de cada texto, al tiempo que explicitan las determinaciones que el autor fue adoptando durante el proceso de edición. De esa forma puede verse, por ejemplo, que al temprano volumen La invasión, publicado por Jorge Álvarez, sello en el que el autor trabajaba por aquellos años, Piglia le agregó, además de tres relatos que aparecieron por la misma época en revistas literarias, dos cuentos inéditos –“El joyero” y “Un pez en el hielo” (sobre el que volveré más adelante)– que, según señala en una nota introductoria, “fueron escritos con la misma concepción de la literatura que el resto”. Ese proceso de expansión se vuelve sobre sí mismo, se retrae, al incluir el libro Cuentos morales, una antología personal que Piglia editó a mediados de los 90, con piezas de sus tres libros de cuentos publicados hasta entonces, que acá incluye algunos con nuevos títulos (“La isla”, por ejemplo, pasa a llamarse “La isla de Finnegan”), desaparece el cuento “Los nudos blancos” (que forma parte de la novela La ciudad ausente) y suma un par de relatos que no estaban incluidos en el original: “Hotel Almagro” y “La moneda griega”.

En vez de avanzar en el juego bibliográfico-detectivesco de comparar versiones, recortes y adiciones, se puede ensayar acá un acercamiento al contexto de edición de los libros de cuentos que Ricardo Piglia publicó en vida, como una forma de aprehender su propio trabajo con el género. La clave, como todo en su obra, se encuentra en Los diarios de Emilio Renzi, los tres tomos cuya edición preparó al final de su vida, a partir de los cuadernos manuscritos que comenzó a llevar a los 16 años. En el primer tomo, Años de formación (2015), podemos asistir al febril año 1967 de Piglia, un joven de 26 años que vive de la literatura –prepara antologías, traduce a autores norteamericanos, corrige innúmeras galeradas–, mientras se anoticia de que su libro de cuentos Jaulario ha recibido una mención especial en el concurso de Casa de las Américas, en La Habana, y firma con Jorge Álvarez el contrato para la edición de La invasión (que es el mismo libro premiado en Cuba pero con un relato extra y un orden diferente de los textos). Cuando Andrés Rivera le muestra a Piglia un folleto con la portada de la edición cubana del que sería su primer libro –tapa de color verde, atravesada por líneas amarillas, con un cocodrilo blanco que parece aullar, y el nombre del autor en letras minúsculas y coloradas–, el escritor le hace registrar a Renzi en el diario: “El primer libro es el único que importa, tiene la forma de un rito de iniciación, un pasaje, un cruce de un lado al otro. La importancia del asunto es meramente privada pero nunca se puede olvidar, estoy seguro, la emoción de ver por primera vez un libro impreso con lo que uno ha escrito. Después, hay que tratar de no convertirse en un escritor”.

La lectura de los cuentos de La invasión, a la luz de la obra posterior de Piglia y en el propio conjunto de los Cuentos completos, permite acercarse a su primigenia concepción del relato, construida en base al semillero de lecturas de aquellos años y, especialmente, a la “teoría del iceberg” de Ernest Hemingway. En “En el umbral”, uno de los relatos inéditos incluido en los Cuentos..., Piglia/Renzi describe el shock que le produjo la temprana lectura de En nuestro tiempo (1925), el primer libro de cuentos de Hemingway, leído durante una tarde desfalleciente, alumbrado por la luz que llegaba desde la calle, sin levantarse del asiento a encender una lámpara para no romper el sortilegio de la prosa. En aquel libro inicial del autor de París era una fiesta, Piglia encontraría una de las vetas a explotar en sus ficciones breves, alimentado por lo que el propio Hemingway afirmó sobre la escritura de sus cuentos: “En una historia muy simple llamada ‘Fuera de temporada’ omití el verdadero final en el que el viejo se ahorcaba. Lo omití basándome en mi teoría de que se puede omitir cualquier cosa si se sabe qué omitir y que la parte omitida refuerza la historia y hace al lector sentir algo más de lo que ha comprendido”.

Otro elemento central en los cuentos de La invasión es la recurrencia a la oralidad, no como mero registro de las variantes del idioma o los giros propios de una comunidad de hablantes, sino como motor de la acción. Cuentos como “Mi amigo”, “Una luz que se iba” y “La invasión” se construyen enteramente sobre el plano conversacional, lo que queda especialmente subrayado en “Mata Hari 55”, que se compone por las transcripciones de las voces grabadas en unas cintas. Y finalmente, pero no menos importante, en el primer libro de cuentos de Piglia aparece, casi que de refilón, Emilio Renzi, ese personaje recurrente que será en ocasiones testigo, en ocasiones narrador y a veces, como sucede con algunos relatos de Los casos del comisario Croce, mera comparsa.

La aparición plena de Renzi se produce en el siguiente libro de cuentos, Nombre falso, concretamente en los relatos “El fin del viaje” y “La loca y el relato del crimen”, donde Piglia echa mano a algunos elementos autobiográficos, pasándolos por el tamiz de la relación padre/hijo en el primer caso y por el relato policial en el segundo. “La loca...”, que ganó un concurso de cuentos policiales organizado por una revista y le permitió al autor viajar con el premio a París, presenta una temprana descripción de Emilio Renzi, que irá creciendo en los cuentos y las novelas por venir: “A Emilio Renzi le interesaba la lingüística pero se ganaba la vida haciendo bibliográficas en el diario El Mundo: haber pasado cinco años en la facultad especializándose en la fonología de Trubetzkoy y terminar escribiendo reseñas de media página sobre el desolado panorama nacional era sin duda la causa de su melancolía, de ese aspecto concentrado y un poco metafísico que lo acercaba a los personajes de Arlt”. La referencia al autor de Los lanzallamas no es gratuita, porque el manuscrito de un cuento de Roberto Arlt, escrito en las semanas previas a su muerte, en junio de 1942, se convierte en el centro de la nouvelle “Nombre falso”, cuya estructura híbrida, a medio camino entre el plano conversacional y el registro escrito, sedimenta lo que será la novela Respiración artificial, publicada cinco años más tarde.

Prisión perpetua, que en alguna entrevista Piglia señaló como su libro de cuentos preferido, se integra por dos nouvelles, en la misma senda de “Nombre falso”: “Prisión perpetua” y “Encuentro en Saint-Nazaire”. En este volumen, la argamasa hemingwaiana de los cuentos iniciales desaparece en desmedro de una ficción metaliteraria que sigue los rastros de dos escritores inventados: Steve Ratliff y Stephen Stevensen. Las dos nouvelles se conforman por fragmentos, relatos dentro de relatos, citas y registros de variado tenor, en los que Piglia/Renzi explota el recurso de la escritura personal de sus Diarios. De hecho, varios pasajes de “Prisión perpetua” aparecerán luego dispersos en alguno de los tomos de Los diarios de Emilio Renzi.

La suma de todos los procedimientos empleados por Piglia para escribir sus ficciones breves a lo largo de varias décadas cuaja plena de sentido, retroalimentándose como un mecanismo autónomo y total, en los 12 cuentos que conforman Los casos del comisario Croce. El protagonista, que había aparecido por primera vez en la novela Blanco nocturno (2010), le sirve a Piglia para anudar las diversas vetas de su trabajo en la ficción: está la pesquisa policial pero también el análisis literario, está la inmersión en las aguas profundas de la novela familiar y también la historia argentina de una parte importante del siglo XX. Croce es a veces un comisario de pueblo, a veces un respetado inspector jubilado y a veces un funcionario caído en desgracia, que debe huir de sus superiores, cambiándose de nombre y viviendo en la clandestinidad. En ocasiones es requerido para investigar un crimen, en otras cae de rebote en medio de la trama y en otras, como en “La conferencia”, es llamado para hacer bulto en el salón de actos del club social del pueblo, donde un escritor ciego llegado de la capital se apronta a dictar una conferencia sobre el género policial ante cuatro personas (cinco con Croce).

Marcas

En un pasaje de “En otro país”, que abre la nouvelle “Prisión perpetua”, el narrador relee las primeras anotaciones en el diario que ha llevado durante toda la vida y reflexiona: “Escribía muy bien en esa época, dicho sea de paso, mucho mejor que ahora. Tenía una convicción absoluta y el estilo no es otra cosa que la convicción absoluta de tener un estilo”. Esa convicción absoluta, labrada a la sombra de Hemingway en los primeros cuentos escritos y publicados, encuentra un eje de referencia en la lectura que Piglia realiza de Roberto Arlt, un escritor siempre presente en sus ficciones (y en varios ensayos, clases y conferencias): a la mencionada nouvelle “Nombre falso” (que incluye un cuento inédito del autor de las aguafuertes) hay que sumar las disquisiciones incluidas en la segunda parte de Respiración artificial (“Descartes”), en las que, además de desmenuzar la oposición Arlt/Borges, son puestas en valor las marcas deficientes de la escritura del autor de El juguete rabioso, a saber, su formación con lecturas de malas traducciones y su particular manejo del idioma (“Cualquier maestra de la escuela primaria, incluso mi tía Margarita, dijo Renzi, puede corregir una página de Arlt, pero nadie puede escribirla”), y la apropiación, en uno de sus últimos relatos, del personaje de El Astrólogo (la figura central de Los siete locos y Los lanzallamas), al que el comisario Croce encontrará bajo la forma de un conductor radial, con la voz falsamente abrasilerada, bajando línea política mientras habla sobre astrología numérica, y al que enfrentará con las armas de su astucia.

Pero si Ernest Hemingway es la figura tutelar en los albores de la escritura de ficción de Piglia, y Roberto Arlt, por sus circunstancias vitales y la rareza de su obra (“Es el único escritor verdaderamente moderno que produjo la literatura argentina del siglo XX”, dice Renzi), acompaña su proceso de consolidación como autor de ficciones, hay un tercer nombre para agregar, cuya marca indeleble está en la base de su propio proyecto de escritura. Se trata del escritor italiano Cesare Pavese, que todos aquellos lectores que transitaron las páginas de los tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi se habrán encontrado con persistente frecuencia. La clave se encuentra en la inclusión que realiza Piglia en los Cuentos completos del relato “Un pez en el hielo”, escrito a principios de 1970, y que había permanecido inédito.

Además de una de las gratas sorpresas que depara el volumen, “Un pez en el hielo” es un cuento bisagra en el proceso de escritura de ficciones breves de Piglia, pues marca el salto evidente del estilo y el material narrativo de los relatos incluidos en La invasión al tipo de construcción metaliteraria que comenzará a aflorar a partir del libro Nombre falso. El cuento comienza con Emilio Renzi en la terraza de un bar en la plaza Carlo Felice, frente a la estación de Turín, ciudad a la que ha llegado para reconstruir los últimos días de Pavese, previo a su suicidio en una habitación del hotel Roma, el 27 de agosto de 1950. La imprevista aparición de una mujer del pasado en Turín (“Inés estaba ahí, en una mesa cercana, con el tipo de pelo blanco. Con el canalla de pelo blanco que la había traído a Europa. Llevaba el vestido azul que Emilio le había regalado y sonreía, hermosísima, en la claridad del verano”), se conecta con las semanas finales del autor de La luna y las fogatas, de la mano de los últimos registros realizados por Pavese en su diario, que se publicaría como El oficio de vivir, dos años después de la muerte del escritor. Desde el hotel Roma, Pavese le envía la última carta a su hermana. “Me he acomodado en un hotel que me cuesta muy poco y duermo perfectamente. La camisa y los trajes me los limpian en el hotel. No es necesario que regreses el lunes 21. Yo estoy bien, como un pez en el hielo”, escribe. La transcripción de Renzi dispara la reflexión sobre el diálogo que un escritor establece con su diario, alumbrando así su propio trabajo de toda una vida con los 327 cuadernos manuscritos que editó por la misma época en que trabajaba en estos Cuentos completos.

Una vez muerto el escritor, y a pesar del odioso lugar común, la obra continúa el diálogo con los lectores, que siempre son un único lector. “Cuánto puede sobrevivir el pez en el hielo. Los ojos atentos a la blancura transparente; la inmovilidad total”, escribe Renzi/Piglia en la terraza del bar turinés. La buena literatura, que no se agota en el chisporroteo fugaz del inmediato presente, se empeña en persistir a pesar de todo, venciendo incluso a la contingencia inevitable de la total inmovilidad. Libros como estos son la prueba.

Cuentos completos. De Ricardo Piglia. Barcelona, Anagrama, 2021. 830 páginas.

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