Como aquel personaje del cuento “El cocodrilo”, de Felisberto Hernández, que se preguntaba quién no acaricia hoy una media Ilusión, podemos preguntarnos quién no acaricia hoy en día la idea de escribir un libro confesional, sobre sí mismo, íntimo o memorialístico, para seguir engrosando esa entelequia llamada “literatura del yo”. Sin el corsé de las fórmulas novelísticas ni el despliegue propio de la ficción, la literatura del yo chorrea a través de páginas y más páginas el desglose de circunstancias banales, que sólo pueden interesarle al que las vive, y que terminarán teniendo mayor o menor éxito a partir del estilo de quien las escribe. El sustento biográfico, que alimenta de una u otra forma las obras de los escritores de ficción, por más que muchas veces el punto sea negado o reducido, se vuelve materia única en los libros autobiográficos, enfrentando al lector a las circunstancias reales, concretas, de la vida del autor.
Yoga, el último libro del escritor Emmanuel Carrère (1957), se emparenta con una obra también reciente de otro escritor francés, El colgajo, de Philippe Lançon, comentada algún tiempo atrás en estas páginas, pues ambas se concretan a partir de un episodio específico en la vida de sus autores. En el caso de Lançon es su condición de sobreviviente al atentado en la redacción de la revista Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015, y en el caso de Carrère es una crisis depresiva que lo condujo a la meditación, y a pesar del aparente desfasaje entre ambas situaciones, las dos tienen un elemento común, como quedará explicitado más adelante.
No es necesario presentar acá a Emmanuel Carrère, un celebrado autor de “novelas de no ficción” (delicioso oxímoron que editores y críticos gustan de estampar sobre aquellos libros que escapan a sus etiquetas), algunas de las cuales él mismo ha llevado al cine como guionista y director; éxito de crítica y de ventas, multitraducido y multipremiado, con intereses tan diversos como la mente de Philip K Dick (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos), las andanzas del escritor y líder político Eduard Limónov (Limónov) y las vidas de los primerísimos cristianos Pablo el Converso y su discípulo Lucas el Evangelista (El Reino), entre otros. Yoga se presenta como su libro más personal, protagonizado por un Emmanuel Carrère de casi 60 años, un escritor famoso que ve cómo todo a su alrededor comienza a desmoronarse y que aquellas convicciones alcanzadas con el genio y con el éxito no eran tantas ni tan seguras.
El primer gran logro de Yoga se encuentra en el tono frío, casi quirúrgico, que Carrère adopta para contar sus desgracias cotidianas, cuya suma viene a rematarse en la crisis que lo ha llevado a escribir este libro. O sea que en vez de convertir la obra en una acumulación de lamentos de un cincuentón burgués, con una buena cuenta bancaria y un estimable capital simbólico y social, que baña su espíritu en las aguas servidas de la autoconmiseración, opta por emprender un relato preciso y mesurado, que hilvana una serie de episodios que le ocurrieron en los últimos años. El libro comienza en los primeros días de enero de 2015, cuando Carrère inicia un curso de meditación intensiva en un centro Vipassana, y concluye tres años más tarde, cuando el autor cierra el manuscrito de una suerte de tratado sobre el yoga, originalmente llamado La espiración. Contado así, todo parece nítido y meridiano, pero el plan de Carrère estará indefectiblemente intervenido por los caprichos que le impone la realidad, empezando por la interrupción del curso de meditación al verse obligado a volver a París para consolar a su amiga Hélène Fresnel, cuya pareja, el economista y escritor Bernard Maris, se ha convertido en una de las víctimas mortales del atentado en la redacción de Charlie Hebdo.
De pronto se vuelve difícil la meditación y encontrar un espacio para la paz interior, pues la violencia del mundo circundante ingresa en cada compartimento de la cotidianidad. La llegada de Carrère a la isla griega de Leros, como parte de un postergado periplo por Irak tras la pista del Corán de sangre compuesto por Sadam Husein, para una nota que le encarga la revista XXI, enfrenta al autor al drama de los refugiados, la realidad que viven aquellos que están obligados a huir de su país sometiéndose a las más adversas condiciones de desplazamiento, confinamiento y maltrato para encontrar, finalmente, una nación que los cobije o la muerte en mitad del viaje. Cuando, en la casa de su amiga Érica, Carrère escucha la historia de Atiq, un joven afgano que viaja desde Pakistán a Bruselas, padeciendo los más duros rigores a los que son sometidos los apátridas que buscan un nuevo lugar, no puede evitar sentir –y con él los lectores– que sus propios problemas son naderías, meros devaneos narcisistas y ociosos.
Glosar Yoga en una página es una tarea inútil, que estará siempre condenada a la insuficiencia, pues el libro que ha compuesto Carrère se alimenta, además de una serie larga de vivencias personales, de un sistema magistral, de pura escritura, que las hilvana en la lógica del discurso. La clave está en una imagen que el autor describe, motivado por un video de YouTube que le envía su amiga Érica al celular: una joven pianista –Martha Argerich– ejecuta la “Polonesa heroica N° 6” de Chopin. Entregada a pleno a la intensidad de la pieza, en un mínimo pasaje de los seis minutos con 40 segundos que dura la obra, la pianista sonríe. Es una sonrisa plena, que viene de la infancia, de un tiempo pretérito y perdido, y que al estamparse fugazmente en los labios de la artista exhibe una muestra cabal, y al mismo tiempo efímera, del paraíso. El escritor comprenderá entonces que ninguna meditación le traerá calma a su vida y que el libro que ha venido tecleando por años llega de pronto a su final. Y que un final también puede ser la salvación.
Yoga. De Emmanuel Carrère. Barcelona, Anagrama, 2021. 326 páginas. Traducción de Jaime Zulaika.