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Alberto Gallo.

Foto: Alessandro Maradei

Alberto Gallo: “Nadie quiere una clase de historia; lo que pedimos a gritos es un cuento”

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El ganador del premio Bartolomé Hidalgo en narrativa habla de su novela Simioinglés

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“¡Simioinglés!, ¡Simioinglés!”: con ese aullido reciben cientos de habitantes de Tierra del Fuego al capitán Robert Fitzroy cuando retorna al lugar de donde seis años antes se había llevado a cuatro pobladores y a donde hace pocos meses devolvió a tres de ellos. En la escena hay una alusión burlesca a las teorías evolutivas de Charles Darwin, quien años después resultaría ser el más famoso de los pasajeros del HMS Beagle, el barco imperial británico que llegó hasta el sur del sur de América, y también un rechazo a la concepción europea de civilización, que en este caso ha implicado el rapto y maltrato de indígenas. Especialmente, el de una niña a la que los ingleses han bautizado Fuegia Basket, abusada por parte de la tripulación.

El episodio ocurre cerca del final de la última novela del escritor y periodista cultural Alberto Gallo, que narra varios acontecimientos ocurridos en el bergantín que entre 1831 y 1836 recorrió el mundo y, aunque no era su cometido principal, posibilitó el “trabajo de campo” que décadas después tomaría forma con la publicación de El origen de las especies. Gallo dispone sucesos y consecuencias de ese viaje de manera no cronológica, apelando a la seducción de las tramas detectivescas, tal como hiciera hace cuatro décadas Umberto Eco en El nombre de la rosa. De ese libro, pero sobre todo de Simioinglés, que hace pocos días se llevó el premio que otorga la Cámara Uruguaya del Libro en la categoría narrativa1, dialogamos con él.

¿Cuánto tiempo estuviste preparando Simioinglés? Hay abundante documentación sobre el viaje del Beagle, y además, mucha ficción. Y pasaron más de diez años desde la publicación de Nunca acaricies a un perro en llamas, tu anterior novela.

Bueno, para mí escribir es jugar, volver a mis juegos de la infancia, panza abajo en la alfombra de la sala, armando historias, poniéndoles voces a los personajes; por lo tanto, lo primero que no tengo es apuro. Aquello era el placer total. Creo que los niños tendrían que darnos clases de recuperación del juego a los adultos, porque nos hemos vuelto demasiado solemnes. No sólo jugamos poco con nuestras hijas e hijos, sino que no jugamos nosotros solos. Crecí en dictadura y estoy harto de la solemnidad y, ahora, del apuro. Todo empezó con otra de mis novelas, Ángeles entre nosotros [2005], una saga familiar uruguaya a lo largo de 200 años, en la que uno de esos familiares es un tripulante del HMS Beagle que se queda en Montevideo. Una de las líneas narrativas de aquella novela fue el recorrido de Charles Darwin por Uruguay. A partir de ahí me di cuenta de que aquel tema era demasiado importante como para pasarlo por alto.

Pensá en esto: Copérnico nos dijo dónde estamos parados en el Sistema Solar, Freud nos dijo cómo es nuestro universo interior, y Darwin nos dijo de dónde venimos y hacia dónde vamos. ¡Nada menos! Era muy tentadora la idea, de manera que seguí leyendo sobre el viaje completo del HMS Beagle, en libros y en fuentes universitarias, con la idea de escribirlo algún día, algo que, por supuesto, me parecía una locura, pero me encantan las locuras porque no tengo apuro. En mi biblioteca hay unos cien libros sobre el tema, sin contar los documentos oficiales que consulté, porque varios tripulantes dejaron sus diarios sobre ese viaje de cinco años que cambió el mundo para siempre. Y eso era precisamente lo complicado de escribir ficción, porque hay demasiados datos, y yo, como novelista, solamente tengo que contar un “cuentito”. Y este cuentito me llevó 20 años de investigación (investigué hasta último momento), y 12 de escritura desde que terminé mi novela japonesa Nunca acaricies a un perro en llamas.

Me llamó la atención que ningún nombre está escrito en mayúsculas, excepto el de Fuegia Basquet, que además está “españolizado” (en inglés es Basket). ¿Es una forma de señalar que ella es el centro moral de la historia y la única que merece nombrarse así?

Claramente, sí. El otro día me hicieron ver que ese único nombre en mayúsculas funciona como el vestidito rojo de la niña de La lista de Schindler, y tienen razón, los lectores poseen una sabiduría que supera con creces el conocimiento de los escritores. Lo cierto es que el último acto de justicia con Fuegia ocurrió en la pandemia, que fue cuando saqué todas las mayúsculas de la novela, porque me di cuenta de que ella no sólo es el centro moral de la historia, sino que la novela es un homenaje a Fuegia Basquet. Lloré mucho mientras escribía algunas de sus escenas, y el nombre castellanizado es un acto de resistencia de esta zona del mundo, acaso la única rebelión posible ante la dominación arrolladora de un imperio salvaje, engañoso, manipulador, impune. Como todos.

Alberto Gallo.

Foto: Alessandro Maradei

En tu historia, Darwin y Niels Pinkerton –supongo que es una guiñada a Allan Pinkerton, el fundador de la primera agencia privada de seguridad– actúan como detectives. ¿Por qué te pareció que la historia precisaba una subtrama policial?

Porque, como dije, quería contar un cuento y no tanto esa historia que ya fue contada mil veces. Escribir es entretener, no dar clases de nada, y mucho menos de historia. Ahora, la verdad es que el viaje sucedió tal cual, por lo tanto, yo diría que esta novela es 100% verdadera salvo el 100% que no lo es. De verdad hubo cuatro muertes a bordo, hubo enfermos un poco inexplicables, hubo locura, peleas furiosas, latigazos, y en medio de todo eso y de 70 marinos, una niña (que, para peor, al regreso ya era una adolescente) que se mantenía en pie sobre la cubierta. Los historiadores se detienen ahí, al menos dos de ellos, y dicen “aquí tuvo que pasar algo, y no fue nada bueno”. Y por esas brechas entramos los escritores. Entonces, imaginate que si a bordo tenía un policía (sí, es una guiñada), un médico, un dibujante que casi era el “fotógrafo” de toda la expedición, y al mayor observador que haya tenido la humanidad, Charles Darwin con su microscopio, era cuestión de mandarse nomás a tratar de resolver el puzle y, sobre todo, los motivos que están ocultos bajo la línea de flotación. Los motivos, no tanto quién o quiénes.

¿Pensaste en Maluco, seguramente la más famosa “novela naval” salida de Uruguay, cuando preparabas Simioinglés?

No, no pensé en Maluco. La leí cuando era muy muy joven y no tenía ningún interés en estos temas de mar, aunque me gustó mucho. Parecen temas muy cercanos, pero son épocas y contextos tan diferentes que no pensé en ella. Y pensándolo bien, creo que habría sido un error porque me hubiera confundido, precisamente por la temática tan cercana y la época tan diferente.

Pero te digo en la que sí pensé, y ya verás que no es un pensamiento lineal porque realmente no tiene nada que ver con Simioinglés, no pertenece a la época y tampoco es marítima, pero lo que se convierte en un faro para el escritor es un misterio. Esa novela la rescaté y siempre la tuve a mi lado, y volví a leerla, y cuando me bloqueaba o perdía la esperanza en esta aventura victoriana que por momentos me parecía desmesurada, volvía a ella: El nombre de la rosa y, sobre todo, las Apostillas al nombre de la rosa. Esa fue una novela que realmente me impactó en mi vida como antes me había impactado Rayuela y ahora Solenoide, de Mircea Cãrtãrescu. ¿De verdad la literatura podía hacer algo así? Con El nombre de la rosa yo mismo me sentí un personaje medieval, y no me recupero fácilmente de esos impactos. Por otro lado, las Apostillas fueron toda una enseñanza sobre la rigurosidad del detalle de época y la investigación y de cómo hacer literatura con todo eso, porque nadie quiere una clase sobre el Medioevo, lo que queremos y pedimos a gritos es un cuento. También volví a ver la película, pero me pareció muy lenta y envejecida.

Igual que en Nunca acaricies a un perro en llamas, que, como aclaraste, es una historia ambientada en Japón, en esta novela, más allá de algunas referencias puntuales a Montevideo y Maldonado, te metés con asuntos no necesariamente ligados a lo uruguayo. ¿Es una liberación, un camino?

No, no es una liberación, pero sí un camino que siempre estuvo presente: el camino de escribir sobre lo que me dé la gana, que casi siempre es lo que me obsesiona, y me obsesiona siempre lo mismo: la injusticia, la impunidad, la reafirmación de que somos animales ligeramente humanos que hacemos desmanes, pero que con ese 1% que nos diferencia genéticamente del chimpancé también hacemos maravillas. Aquí tengo que hacer un pequeño recorrido, porque no todas mis novelas transcurren afuera. En mi primera novela, Las palomas no matan [1987], un torturado persigue a un torturador por todo Montevideo, pero solamente para observarlo en democracia desde cierta distancia. En la segunda, Juegos de altillo [1993], los mellizos repasan y arman el relato de una historia familiar que empieza en el campo uruguayo, y lo hacen desde la barriga de su madre, antes de nacer, con la información genética que van recibiendo. El narrador de Los pelagatos [1996], que curiosamente se llama como yo, odia El Quijote hasta que descubre que el escribano de cámara que certificó la obra se llama Juan Gallo, y aquí aparecen unas cartas entre ese escribano y el propio Cervantes (autoficción de los 90, digamos).

Alberto Gallo.

Foto: Alessandro Maradei

En Ángeles entre nosotros lo importante son las personas anónimas que hacemos la historia todos los días y nunca figuraremos en los libros, por eso, aunque reconocibles (como Artigas y otros), no aparecen los nombres de próceres de la historia uruguaya, pero sí los nombres de todos los que en ese relato dejan de ser anónimos. En Nunca acaricies a un perro en llamas, un grupo de personajes deambula por Hiroshima tratando de averiguar si están vivos o muertos. El animal humano: nunca he escrito sobre otra cosa, pero lo he hecho jugando, con humor, sin solemnidad ni en la temática ni en la técnica. Mi viejo era mago y relojero, y se tomaba las dos cosas muy en serio, pero con los años me di cuenta de que la literatura es la mezcla perfecta de un poco de magia con un mecanismo de relojería y unas gotitas de amor (mi madre hacía vestidos de novia).

Decís que te obsesiona el tema de la impunidad. Esta novela se propone como parte de una trilogía de la impunidad. ¿De qué se trata?

Para empezar, que quede claro que no se trata de la continuación de Simioinglés. Son tres historias diferentes que sólo se relacionan entre sí por la cuestión de la impunidad, que nunca se menciona pero queda flotando en el aire. En el caso de Simioinglés hay un imperio que hizo desmanes y dejó un tendal, arrasó con todo y se apropió de todo. ¿Quién paga ese abuso? Lamentablemente, otra vez, la gente común y corriente, la que todos los días hacemos la historia sin saberlo, los anónimos de este mundo. Del otro lado no hay responsables de nada. Con las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, murieron casi 200.000 civiles y seguirían muriendo miles y miles, a través de las generaciones siguientes, por la radiación. Y sólo hubo festejos. ¿Quién paga por esa destrucción genética del alma civil humana? ¿No hay algo que anda mal? ¿Qué me perdí? Esa fue la furia de un imperio atacado en Pearl Harbor que decide probar dos bombas para ver cómo funcionan y son los primeros sorprendidos por su letalidad. A partir de ahí sí que consolidan su poder hasta nuestros días. Y siguen haciendo lo mismo, ellos y los de todo el espectro o los bloques políticos, pero hay que saber que los anónimos de este mundo no somos tontos, solamente somos anónimos, y algún día tendremos nombre. Y esas “bombas” que nos caen una y otra y otra y otra vez más desde todos lados algún día simplemente dejarán de caer por dos motivos: o habremos aprendido cómo pararlas, o ya no habrá nadie a quien atacar. Tal vez ni siquiera habrá planeta.

Y, sin embargo, soy optimista, aunque, como me dice un colega, no haya datos objetivos para serlo. Yo creo que vamos a aprender, que vamos a detener esta locura, pero lo creo porque ya hay datos que lo dicen, porque con ese 1% al que antes hacía referencia ya empezamos a estabilizar ciertos problemas. Las nuevas tecnologías, por poner un ejemplo, son capaces de vender grandes toneladas de mentiras, pero al mismo tiempo tienen la capacidad de generar gigantescas redes solidarias a nivel planetario, redes prácticas que solucionan problemas puntuales y generan un avance. En Dignos de ser humanos, el nuevo libro de Rutger Bregman (autor de Utopía para realistas), se plantea, reafirmado en datos y experiencias concretas de la humanidad, que, al contrario de lo que pensamos, el ser humano tiende más a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar. Sólo creo que no hay que dormirse. Hay que estar informado y actuar en consecuencia y presionar, por supuesto que a través de mecanismos legales.

Simioinglés, de Alberto Gallo. Tusquets, 2021. 310 páginas.


  1. El jurado estuvo integrado por Alicia Torres, Emanuel Bremermann y quien firma. 

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