Libros Ingresá
Libros

Dan Fante.

Foto: Sin dato de autor

Vivir, escribir y morir en Los Ángeles

11 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

La intensa saga de los Fante.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Este audio es una característica exclusiva de la suscripción digital.
Escuchá este artículo

Tu navegador no soporta audios HTML5.

Tu navegador no soporta audios HTML5.

Leído por Abril Mederos.
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

La historia de la literatura está atravesada por innúmeros casos de padres e hijos escritores, que labraron sus propias obras bajo la tensión intrafamiliar o desentendiéndose de ella, pero cargando siempre, como un sello o una cruz, el peso del apellido compartido. Manteniéndonos dentro de las heteróclitas aguas de la ficción narrativa en inglés del último siglo pueden mencionarse, a modo de ejemplo, los nombres de Roald y Tessa Dahl, Kingsley y Martin Amis, William y Aram Saroyan, William y William (III) Burroughs, y John y Susan Cheever. A esa lista debe sumarse, como modelo que tensa el conflicto parental/filial, los nombres de John y Dan Fante, que vivieron, escribieron y murieron en la ciudad de Los Ángeles, esa “flor triste enterrada en la arena”, como la definió uno de los alter ego del primero.

El reciente desembarco de la editorial salmantina Sajalín Editores en las librerías locales permite a los lectores de estas tolderías entrar en contacto con una parte importante de la obra de Dan Fante (1944-2015), un novelista tardío al que le llevó mucho tiempo desprenderse de la carga de la compleja figura paterna y que comenzó a redactar su primer libro varios años después de la muerte del progenitor, en la misma máquina de escribir de aquel. Las dos primeras novelas de Dan Fante ‒Chump Change y Mooch, publicadas en 1998 y 2001 respectivamente‒ presentan a un escritor bastante alejado de la estética y el estilo de su padre, más allá de compartir algunos temas en común, como la persistencia de sus protagonistas en la escritura y la dependencia del alcohol. Pero la gran novedad de la llegada de Dan Fante a las librerías locales la constituye el libro Fante. Un legado de escritura, alcohol y supervivencia, una intensa biografía de más de 400 páginas sobre su padre y sobre él mismo, visceral e iconoclasta tanto en su redacción como en la estructura (capítulos breves, desconcertantes saltos temporales, tendencia a la sordidez y nula concesión al relato descafeinado o hagiográfico), que incluye una importante serie de fotografías familiares y redimensiona y complementa a la exhaustiva Full of Life: A Biography of John Fante, publicada por el profesor Stephen Cooper en 2001, sin traducción a nuestro idioma.

Novelista/Guionista

Un posible inicio de la saga de los Fante puede fijarse en el año 1901, cuando el albañil Nicola Fante abandonó la pequeña población de Torricella Peligna, en la zona de los Abruzos italianos, y desembarcó en el puerto de Ellis Island, en Nueva York. Los problemas ya empezaron en el control de inmigración, donde los funcionarios irlandeses se divertían desfigurando los apellidos extranjeros de los que llegaban para asimilarlos a una sonoridad anglófona. Así, Horowitz se convertía en Harris, Petracca en Peters y Sporato en Stevens ante la impotencia de los recién llegados, que ni siquiera disponían de los rudimentos del idioma para defenderse. Cuando los aduaneros quisieron trocar el apellido Fante por Foy, el joven albañil de los Abruzos se negó rotundamente, y cuando los pocos vocablos que conocía en inglés no alcanzaron para darle la razón, la emprendió a trompadas contra los funcionarios del puerto hasta que el capitán a cargo, imposibilitado de poner orden, aceptó que se mantuviera el apellido original.

La impetuosa llegada del padre de John Fante a América del Norte iluminó los relatos familiares en los años por venir, convirtiéndose en una suerte de leyenda. Muchos años después, un Dan Fante niño escucharía de boca del abuelo albañil una infinidad de historias sobre sus paisanos de los Abruzos: “Con cada nueva versión de un heroico relato, las historias del abuelo Nick se volvían más épicas. La villanía de sus villanos se volvía más infame y sus traiciones más diabólicas. Para chicos como yo y mi hermano mayor, aquello era magia”.

John, el primer hijo del matrimonio de Nicola Fante y Mary Capolungo, nació el 8 de abril de 1909, en una zona de Denver poblada por familias italianas, muchas de cuyas casas y parroquias habían sido levantadas por el albañil de Torricella Peligna. De igual forma a lo que ocurriría algunas décadas más tarde con su propio hijo, la relación de John Fante con su progenitor fue complicada desde la más tierna infancia. Cuando John tenía 18 años, su padre abandonó a la familia para irse a vivir con una viuda a otro estado, y el hijo mayor, munido de un bate de béisbol, le siguió el rastro hasta un hotel de mala muerte en las afueras de Sacramento. Cuando se inclinó sobre el viejo para golpearlo, al descubrirlo tan sucio y rotoso, borracho y sin un centavo, a John Fante lo invadió una pena infinita. La referencia a esta patética escena no es gratuita, ya que ayuda a comprender algunos elementos que, posteriormente, aparecerían en la obra de John Fante. Al igual que Nicola Fante, el padre de Arturo Bandini abandona a la familia para irse a vivir con otra mujer en Espera la primavera, Bandini (1938) y su hijo le sigue el rastro, y también, al igual que aquel, el personaje de Nick Molise en La hermandad de la uva (1977) es un albañil alcohólico e irascible que mantiene con su hijo Henry, el narrador de la historia, una relación tensa que tiende a ablandarse en sus últimos días. Pero la escena del hijo apenado ante la figura del padre sedimenta diversas situaciones que pueblan las obras de John Fante, momentos iluminadores y epifánicos que redimensionan a los personajes y tensan las cuerdas de un humanismo tan profundo como devastador. El ejemplo más acabado de ese sentimiento, auténtica marca del estilo de John Fante, ocurre cerca del final de Pregúntale al polvo (1939), cuando el personaje de Arturo Bandini, tras leer el manuscrito que le ha enviado un hombre moribundo, le escribe una carta furibunda, en la que lo insta a quemar “toda la basura que has cometido” y a que en lo sucesivo se mantenga “al margen de todo sacrilegio literario”. Con la carta ensobrada en la mano, camina de madrugada para meterla en el buzón y de pronto lo sorprende la magnificencia del universo, con el blanco y el azul de las estrellas reflejando el color del desierto cercano. “Todo lo bueno que había en mí se me estremeció en el corazón en aquel instante, y con ello todo cuanto esperaba del sentido profundo y misterioso de mi existencia”, escribe, al tiempo que entiende que no puede enviarle aquella carta a un semejante “a quien sin duda engulliría el desierto antes que a mí”, y luego de llorar por su soberbia apoyado en el buzón, regresa a su pieza y escribe una nueva carta, más amistosa y sincera.

John Fante.

Foto: Sin dato de autor

John Fante se convirtió en escritor a los 20 años, cuando trabajaba en San Pedro, Los Ángeles, y paraba en la casa de un tío materno, donde en las horas libres se dedicaba a leer con voracidad. A instancias de su profesora de Literatura en el instituto, le envió sus primeros relatos a HL Mencken, el director de la prestigiosa revista The American Mercury. Durante dos o tres años, Fante le mandó varias cartas mensuales a Mencken sin obtener respuesta, hasta que un día el legendario editor le escribió: “Estimado señor Fante: ¿Qué tiene usted en contra de las máquinas de escribir? Si transcribe este relato en forma manuscrita tendré mucho gusto en adquirirlo. Sinceramente, HL Mencken”. El contenido de la carta y el propio Mencken, bajo el nombre de JC Hackmuth, pasarían luego a formar parte de Pregúntale al polvo, cuando Arturo Bandini publique su primer cuento en una revista y atomice a todo el mundo para que lo lea.

El ciclo de novelas protagonizadas por Arturo Bandini se conforma con las ya mencionadas Espera a la primavera, Bandini y Pregúntale al polvo, así como con Sueños de Bunker Hill, publicada en 1982, un año antes de la muerte de Fante, y El camino a Los Ángeles, que si bien fue la primera que escribió, vería la luz póstumamente, en 1985. Las peripecias vitales del protagonista incorporan diversos episodios biográficos de John Fante, al tiempo que se convierten en una suerte de canto de amor y odio a la ciudad de Los Ángeles, en un movimiento similar al que, varias décadas más tarde, practicaría su hijo con la serie de novelas protagonizadas por su alter ego Bruno Dante.

En un momento de su ascendente carrera literaria, con el propósito de darle un mejor pasar a su familia, John Fante se convirtió en guionista para los grandes estudios de Hollywood, en un giro del que en sus últimos años se arrepentiría, señalando que había malgastado su talento al servicio de productores mediocres y directores que sólo planeaban crear divertimentos para el gran público, aunque nunca dejó de recibir cuantiosos cheques por la labor. El pasaje de Fante por Hollywood se inscribe en ese extraño matrimonio celebrado entre autores de renombre y la industria cinematográfica durante las décadas del 30, 40 y 50 del pasado siglo, y que incluyó a escritores como F Scott Fitzgerald, William Faulkner, Nathaniel West y Raymond Chandler.

El tiempo dedicado por John Fante a su trabajo en el cine lo fue alejando gradualmente de la escritura literaria. Dan Fante cuenta que cuando, en 1964, su padre envió a varias editoriales el manuscrito de la novela Un año pésimo (publicada póstumamente en 1985), las cartas de rechazo incluían un machacante juicio en común: “Está usted desfasado, Fante. Deje de escribir sobre su pasado y su familia”. Los años finales de John Fante, en los que el alcoholismo le pasó factura de forma impiadosa, provocándole la pérdida gradual de la movilidad de los miembros, la posterior amputación de sus piernas y, finalmente, la ceguera, hasta su fallecimiento, ocurrido el 8 de mayo de 1983, no lo alejaron de la escritura, que siguió practicando como podía, incluso dictándole los textos a su esposa Joyce. “Mi padre era artista por los cuatro costados. Aparcó su pasión durante períodos largos pero nunca renunció a ella. A lo largo de una vida de anonimato casi total, se aferró a su don. La mayoría de sus novelas las escribió porque sí, no por la fama ni por el reconocimiento. Escribía porque era escritor. Su ejemplo imperecedero hizo que yo, su segundo hijo, un inútil, un tarado y un alcohólico, lo quisiera de todo corazón”, escribe con radical franqueza Dan Fante en el libro en el que, definitivamente, hizo las paces con el padre muerto.

Poeta/Novelista

Publicada en Francia en 1998, luego de que 30 editoriales de Estados Unidos la rechazaran, Chump Change, la primera novela de Dan Fante, sigue los pasos de su alter ego Bruno Dante, pero la figura que ocupa el centro del relato es el padre del protagonista, el otrora famoso novelista Jonathan Dante, que agoniza en la habitación de un hospital de Los Ángeles. Tanto en su primera novela como en la siguiente, Mooch, publicada tres años más tarde, Dan Fante canibaliza su propia biografía con especial saña, de tal forma que la lectura de las dos obras de ficción junto al libro dedicado a contar la historia propia y de su padre termina confundiendo los hechos y volviendo más inquietante todo el trasfondo vital.

Al igual que Dan Fante, Bruno Dante es un alcohólico empedernido, un amante violento y un empleado irascible, que entra y sale de diversos trabajos con la misma velocidad que entra y sale de las clínicas de desintoxicación, mientras intenta escribir poesía. La crudeza de Chump Change queda evidenciada a pleno en el primer capítulo, cuando Bruno Dante vuela desde Nueva York a Los Ángeles para despedirse de su padre moribundo. El protagonista acaba de salir de una clínica psiquiátrica tras un nuevo intento de suicidio y viaja en compañía de su exesposa, que además de detestarlo, con el objetivo de no aguantarlo se ha tomado varios somníferos y duerme plácidamente a su lado. Bruno Dante comienza a coquetear con la azafata y a beber whisky ni bien sube al avión. En un momento del viaje, luego de varios tragos y en plena crisis existencial, se masturba cubriéndose con un abrigo mientras observa a la azafata trajinar por el pasillo. Luego de eyacular, limpia el semen en una servilleta y, al advertir un sobrante entre los dedos, lo distribuye entre los labios de su exesposa que, entre sueños, se relame.

Chump Change está poblada de momentos salvajes, desenfrenados, en los que Bruno Dante mantiene una guerra perpetua contra las circunstancias que lo rodean: se atiborra de comida chatarra y de un vino barato, conduce imprudentemente por Los Ángeles, intenta introducir a un perro moribundo y apestoso en un hospital, se relaciona con una prostituta de 15 años y es amenazado, golpeado y hasta orinado varias veces. Sobre el final, el protagonista entra a una pequeña librería en Marina del Rey con el propósito de encontrar un ejemplar de segunda mano de una de las primeras novelas de su padre, Jonathan Dante, que, en una traslación precisa de la realidad al ámbito de la ficción, se llama Pregúntale al polvo: “Empecé a leer. Leí acerca de la muchacha mejicana, de sus sandalias y del escritor sin blanca que intenta impresionarla, ansioso por enamorarse… y de cómo el joven vierte intencionadamente su café sobre la moneda de cinco centavos con la que ha pagado. Página tras página, cada frase resonaba como los cantos de una misa mayor en latín”.

En Mooch, la segunda novela del ciclo de Bruno Dante, los episodios se desarrollan 11 meses después del final de Chump Change y encuentran al protagonista algo más sosegado, situado a pleno en el mercado laboral, dedicándose a la venta telefónica de tóner y tinta para impresoras (actividad de la que Dan Fante vivió durante muchos años, además de ser limpiador de ventanas, vendedor puerta a puerta, taxista y empresario de un servicio de limusinas). El protagonista está inmerso, además, en plena desintoxicación de la bebida, por lo que muchas secuencias tienen como escenario las reuniones de Alcohólicos Anónimos, que Dan Fante conoció de primera mano durante los años que vivió en Nueva York y también en Los Ángeles. Todo comienza a perturbarse a partir de la retorcida relación amorosa que Bruno Dante vive con Jimmi, una compañera vendedora, dándole pie a una espiral de degradación que refleja, y por momentos trasciende en patetismo, el vínculo entre Arturo Bandini y Camila López en Pregúntale al polvo. Y como en las mejores páginas de su padre, Dan Fante describe en Mooch la belleza y la fealdad de la ciudad junto al desierto que cobijó a los dos escritores: “El poderoso sol del Océano Pacífico había trepado hasta lo alto de los edificios y me cegaba. Una docena de tejados aledaños se habían convertido en mezquitas brutalmente relucientes, vengativos dioses de fuego brillaban desdeñando todo aquello que no fuera joven, bronceado e imbuido del frenético optimismo televisivo de Los Ángeles”.

Cuando Dan Fante murió, el 23 de noviembre de 2015, a los 71 años y en su ciudad natal, había publicado varios libros de poesía y un puñado de novelas, dejando atrás los excesos de sus años disolutos y reconciliándose, al fin, con el fantasma omnipresente de su padre. En el epílogo de su libro biográfico, escribe: “No hay dos personas más distintas que John Fante y yo, y sin embargo, en unos cuantos aspectos fundamentales éramos iguales. Mi padre fue un artista de gran rabia y pasión, quizás producto de su tiempo. Un tipo simpático no era. Borracho de tercera generación, legó a sus hijos lo que le habían legado a él. No obstante, su pasión arrolladora por su trabajo y su amor por la literatura han sobrevivido intactos, y esa pasión se convirtió en mi herencia, en mi legado”. Habiendo ingresado John y Dan Fante en los arcanos del silencio final, definitivo, sus libros permanecen en este plano de las cosas, aguardando la llegada de nuevos lectores para mantener encendida la llama que ilumina a la buena literatura, tan misteriosa e inexplicable como el vínculo entre padres e hijos.

Títulos

Bandini (incluye las novelas Camino de Los Ángeles, Espera a la primavera, Bandini, Pregúntale al polvo y Sueños de Bunker Hill)
De John Fante
2016, 672 páginas
Traducción de Antonio-Prometeo Moya

La hermandad de la uva
De John Fante
España, Anagrama, 2004, 208 páginas
Traducción de Antonio-Prometeo Moya

Al oeste de Roma
De John Fante
España, Anagrama, 2007, 200 páginas
Traducción de Antonio-Prometeo Moya

Un año pésimo
De John Fante
España, Anagrama, 2018, 144 páginas
Traducción de Antonio-Prometeo Moya

Chump Change
De Dan Fante
España, Sajalín, 2011, 240 páginas
Traducción de Claudio Molinari Dassatti

Mooch
De Dan Fante
España, Sajalín, 2011, 224 páginas
Traducción de Claudio Molinari Dassatti

Fante. Un legado de escritura, alcohol y supervivencia
De Dan Fante
España, Sajalín, 2012, 430 páginas
Traducción de Federico Corriente

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesan los libros?
None
Suscribite
¿Te interesan los libros?
Recibí cada dos martes novedades en lanzamientos de libros, recomendaciones y entrevistas.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura