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Mircea Caraterescu.

Foto: Mara Quintero

Mircea Cărtărescu, lector de Dumas

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El curtido aspirante rumano al Nobel de Literatura estuvo en Montevideo.

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Dialogó con periodistas y lectores, fue escuchado por una multitud en una entrevista pública en el teatro Solís, recibió de regalo una primera edición de La vida breve y fue nombrado ciudadano ilustre. El celebrado novelista Mircea Cărtărescu, nacido en Bucarest en 1956, estuvo unas horas en Montevideo entre el último día de setiembre y el primero de octubre.

Autor de una obra densa y arborescente, compuesta en su mayoría por pesados volúmenes de escritura torrencial, un poco arisca a la disposición espacial del punto y aparte –Solenoide, los tres tomos de la novela Cegador (El ala izquierda, El cuerpo y El ala derecha), el volumen de cuentos Nostalgia y una Poesía esencial de más de 500 páginas, que recopila los frutos de una práctica abandonada hace varias décadas–, la proliferación de lectores que lo rodea constituye un extraño fenómeno popular en épocas en que las claves del éxito parecen ir por otros lados.

Sobre la manualidad de la escritura, la redacción permanente de un diario, las primeras lecturas, la traducción y el desconcierto ante la vida y el mundo de la mirada adolescente habló Cărtărescu con la diaria.

Empecemos por el aspecto más material del oficio. Escribiste casi toda tu obra a mano, lápiz sobre papel, y sólo en los últimos tiempos comenzaste a hacerlo en la computadora. ¿Cómo incide esa determinación práctica en la propia obra?

Es una historia bastante graciosa. Yo empecé a escribir a mano mi diario a los 17 años, luego seguí escribiendo mis poemas con una máquina de escribir, y lo que me ocurría es que apretaba muy fuerte las teclas, entonces cuando me pasé a la computadora hacía lo mismo y, por lo tanto, las teclas saltaban para cualquier lado y terminaban tiradas en el piso. Escribí cinco o seis libros de poesía en una máquina de escribir. Era una máquina de Alemania del Este, Érika, de la que estaba enamorado. Pero siempre escribía mis historias, los cuentos y las novelas, a mano. De hecho, en mi casa tengo una biblioteca completa con diarios y cuadernos manuscritos con mis novelas porque adoro escribir a mano. Me parece un gesto más humano, que me ayuda mucho a concentrarme, a pensar mejor y a ir más lento.

Comenzaste a publicar poesía y te labraste un nombre como poeta antes de saltar a la narrativa. Y aunque el fraseo poético está siempre presente en tu prosa, en un determinado momento ya no escribiste más poesía, o al menos no aparecieron más libros de poemas con tu firma. ¿Por qué?

Al principio de mi carrera se me conocía como poeta porque comencé publicando poesía. Pertenezco a la generación de los 80, la de los blue jeans, porque nos rehusábamos a seguir vistiéndonos con traje y corbata, pues parecíamos disfrazados. Yo adoraba escribir poesía, pero en un momento me aburrió, me pareció que ya no daba para más y tampoco quería compartir el destino de todos esos poetas mayores, que habían escrito 20, 30 o 40 libros y se terminaban repitiendo, escribiendo siempre lo mismo. Yo quería hacer algo diferente, así que más o menos a los 26 años empecé a escribir historias, comencé a integrarme a un círculo literario de escritores de prosa que yo admiraba, para demostrarles que yo también podía escribir prosa. Fue así que empecé a escribir no para publicar sino para leérselo a mis amigos. La primera historia que escribí fue “El ruletista”, que sería el primer cuento de mi libro Nostalgia. Luego escribí los otros cuatro cuentos que integrarían ese libro, quise publicarlo pero era la época en que aún estaba la dictadura de Ceaușescu, había censura y el volumen estuvo durante cuatro años en una biblioteca, siendo leído por funcionarios del Ministerio de Cultura. Lo leían y lo leían para ver si cumplía con los criterios de la dictadura, hasta que finalmente se publicó, pero no completo, sino una versión mutilada.

Desde hace muchas décadas llevás adelante la escritura de un diario. Los lectores en español aún no conocemos ese material. ¿Qué podés contar de ese diario y, más en general, de la escritura autobiográfica?

Hace pocos días mi diario cumplió 50 años, o sea que hay 50 años de mi vida escritos. Lo escribo desde los 17 años, por lo que constituye el trabajo más grande de mi vida. Es como si me hiciera una entrevista a mí mismo durante medio siglo. En un momento pensé que quizá sería interesante que otras personas leyeran lo que yo iba escribiendo, y algunos amigos que habían leído fragmentos del diario me impulsaron a que lo publicara. Decidí primero publicarlo en rumano y tuve éxito. Mi idea es publicarlo en bloques de siete años de mi vida; cada volumen ocupa ese período. Hasta el momento se han publicado cuatro tomos grandes, por lo que puede decirse que hay 28 años de mi vida abiertos al público. Hay una parte que ha sido traducida al sueco, ahora se está negociando su traducción al catalán y espero que pueda llegar a otros idiomas.

Hay en tus libros una especial predisposición por la infancia y la primera juventud, tanto sea por los personajes en sí o por la evocación que remite hacia esas épocas de la existencia. ¿Por qué?

Ya el primer libro de prosa que escribí estaba dominado por personajes niños. ¿Por qué? Realmente no lo sé. Siempre me han parecido interesantes los niños. Son seres hermosos y llenos de gracia pero también muy complejos. Son como pequeñas personas a las que los adultos no les prestan atención; no se dan cuenta de que son similares a ellos mismos pero más interesantes. Lo mismo me ocurre con los adolescentes, que conforman personajes muy interesantes. La adolescencia es una edad muy dolorosa. Los adolescentes no disfrutan esa juventud que tienen, sino que sufren por todos los cambios que atraviesan, porque pasan de ser niños a adultos y están como levitando entre esos dos estados, siendo muy difícil para ellos entender la vida, las relaciones; les resulta muy difícil encontrar alguien cercano con quien hablar, hallar el amor, descubrir su orientación sexual. Es una edad realmente terrible. Yo lo que intento es expresar esa belleza y ese terror de la edad, especialmente en mi novela Travesti, que en español apareció como Lulu.

¿Cuáles fueron las primeras lecturas que te marcaron?

Mis padres pertenecían a un sector social poco privilegiado y cuando yo era niño no podían comprarme libros. Los primeros diez o 15 libros que tuve, de hecho, los compré yo cuando era estudiante. Cuando niño encontré libros para adolescentes, libros de aventuras, que me marcaron una huella muy grande. El primer libro que leí con mucha pasión fue El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. Es un libro que me costó mucho leer porque es muy grande y entonces yo era muy chico, pero es una obra fantástica, que trata una temática arquetípica, en la que el personaje principal, Edmond Dantès, es una persona común y corriente (de hecho, cuando comienza la historia, él está durmiendo la siesta) y termina preso en un castillo. Allí cambia, cuando conoce al abate Faria, que le da todo su conocimiento, escapa finalmente de la prisión y se convierte en otra persona para terminar vengándose de quien lo encarceló. Para mí es como si fuera un capullo que se convierte en crisálida y luego en mariposa.

Has traducido al rumano a Bob Dylan y Leonard Cohen, entre otros autores. Hablame de esa experiencia...

He traducido mucho para mí mismo. Además de Dylan y Cohen, he traducido a algunos poetas beatniks como Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, a EE Cummings, la lírica de Georges Brassens e incluso un libro completo de Charles Simic. Pero siempre he traducido para mí mismo. Valoro mucho el trabajo de los traductores. Creo que la traducción es un gran arte y me parece que hoy en día es como la cenicienta de la literatura. Un buen traductor te puede recrear en otra lengua y un mal traductor te puede destruir. En las culturas pequeñas, con lenguas habladas por pocas personas, dependemos muchísimo de los traductores. Yo me considero un escritor muy afortunado porque tengo a los mejores traductores en todas las lenguas en las que ha aparecido mi obra. De hecho, soy muy amigo de muchos de ellos.

Desde hace tiempo tu nombre suena como un candidato de peso para el Premio Nobel de Literatura. ¿Cómo te llevás con esa posibilidad? ¿Gravita de alguna forma en tu literatura o no te mueve un pelo?

Cada año, cuando llega octubre, para mí es un momento triste, porque en Rumania todo el mundo espera que lo gane, y cuando no lo gano, todos se ríen de mí, dicen que nunca lo voy a ganar, que soy un candidato eterno. La verdad es que a mí no me importa el premio, yo estoy feliz de escribir. Es sólo un premio, nada más, así que no me hago ilusiones y no pienso en eso.

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