A la barbarie no se la ignora, se la combate. Con esa premisa, quizás bajo el influjo de Theodor Adorno y su no poética de Auschwitz, la literatura se ha ensañado en revisar y revisitar la guerra y la miseria humana. Alumbrarla, ponerle foco desde distintos ángulos, ha sido un modo de humanizar lo bárbaro y desmitificar la condición inhumana de la guerra: quizás aceptarla sea el modo primero de erradicarla. No es la excepción. No necesariamente.
Hay literatura sobre la guerra de Malvinas, hay solemnidad y hay, también, ese monumento literario que fue Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, obra que narra el lenguaje de los combatientes en la trinchera, en las cuevas, en los pozos. Y que lo hizo en tiempo real, mientras la guerra se producía. Y si había humor –y mitología en torno a su escritura: que si fue en una noche de merca o no–, hubo también un legado: escribir sobre Malvinas para desmalvinizar –en el sentido de quitarle lo solemne y lo indecible– esa guerra. Desde entonces, 40 años y decenas de libros han pasado. Iluminaron e hicieron foco en elementos ficticios y de no ficción. Patricia Ratto abordó el submarino y la distancia; Carlos Godoy, lo radiactivo y absurdo; Carlos Gamerro, la continuación de la guerra por otros medios o modos; y Ovejas, la novela de Sebastián Ávila, parece retomar de todos ellos una idea: sacar la guerra del lugar común de la guerra, de lo que sabemos o presumimos saber.
El último gran libro sobre Malvinas –en la no ficción– fue el de Leila Guerriero, La otra guerra, en el que narró los intentos y esfuerzos y peleas entre familiares para identificar los huesos de los NN que yacen en las islas y darles una sepultura –cuando pudieran– fuera de ese lugar. Poco antes de esa no ficción se publicó esta ficción precisa, de relojería, que es la que escribió Ávila, que ganó el premio de novela Futuröck en 2021 (con decisión unánime de Claudia Piñeiro, Fabián Casas y Sergio Bizzio), y que se presenta este jueves en Montevideo. Ovejas es una novela de precisión porque aun en su recorrido enteramente ficticio está narrado con la certidumbre de lo posible: Ávila es historiador, y después de escribir este libro y viajar a las Malvinas es también investigador académico sobre esa guerra, y se nutrió de conversaciones con excombatientes, con especialistas en minas antipersonales y demás.
Eligió salir del foco central (los combates, el hundimiento de un barco, el desembarco, etcétera) para situar la trama en otra parte: en la convivencia de una patrulla de conscriptos –no soldados de carrera– para sostener bajo dominio argentino un faro en una zona de la Gran Malvina, que queda lejísimos de donde se desarrolló la mayor parte de la guerra. Ese corrimiento permite poner el foco en otras cosas del día a día, en salir de lo que pensamos y hemos solidificado en nuestro conocimiento sobre la guerra o sobre ese símbolo que es Malvinas.
En Ovejas lo más humano y lo más inhumano conviven: la experiencia a través de una patrulla que ha sido enviada a proteger un faro en una zona donde no ocurren combates, donde la guerra es un ruido permanente, un rumor cercano pero lo suficientemente lejano como para estar relativamente a salvo. Tienen que sobrevivir allí, con poco, con frío, con cada vez menos, y con la incertidumbre de cuándo irán por ellos. Tienen algunas latas de carne, algunas latas de fideos, unas cartas, algunas bromas comunes y las ganas de no ser sólo soldados en guerra. En el proceso despedazan muchas ovejas y se las comen –oh, qué bárbaros–, pero también adoptan un pingüino y lo domestican –oh, qué tiernos–.
La ternura, el humor y la solidaridad emergen en las peores condiciones, a la vez que emergen la locura, la codicia y la desconfianza mutua. Ovejas no es sólo una novela de la guerra, aunque aparecen combates, algunos imaginarios y algunos reales, aparece el silbido de las balas, el olor de la carne quemada y, claro, el miedo en toda su expresión. Ovejas es una novela divertida, incluso –herética, en cierto modo–, que expone los sueños que pueden soñarse en medio de una guerra, las bromas que pueden hacerse, los juegos que pueden jugarse y las lágrimas que salen igual, aunque no se las fuerce.
Ovejas. De Sebastián Ávila. Argentina, Futuröck, 2021, 152 páginas. Presentación: jueves 16 a las 20.00 en librería Amazonia, Maldonado 1775 (Montevideo).