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Gustavo Fripp.

Foto: Alessandro Maradei

El diccionario que traduce el habla de Uruguay para los argentinos

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Segunda edición de ¿Qué es boniato, maestro?

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A fines de 2019 salió de imprenta, flamante, ¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños, de Gustavo Fripp. El autor, que entonces tenía un restaurante en Colonia del Sacramento, pergeñó la idea a partir de su experiencia en el contacto frecuente con argentinos: siempre surgía la necesidad de explicar el significado de ciertas palabras de uso cotidiano.

Aunque como periodista Fripp ha escrito muchas cosas –ha sido colaborador de la diaria como corresponsal en Colonia y en la sección Humor; colaboró con la revista Lento con varias notas, entre otras una sobre la revista Humor; obtuvo el tercer premio en la edición 2022 del premio Julio Castro con una investigación sobre la cobertura en la prensa de los cuerpos que aparecían en las costas uruguayas entre 1975 y 1979; desde 2009 a 2015 sacó la revista de sátira Oligarca Puto! y, durante la pandemia, Ay, Carmela–, este es su primer libro.

“Una amiga de Colonia, que es argentina, de Pigüé, y que vive en Colonia hace años y frecuentaba un bolichito que yo tenía allá, Qué lo Parió Mendieta, me vino con la idea de un librillo para darles a los visitantes argentinos, que explicara algunos modismos uruguayos. Una cosa muy sencilla: ‘lampazo’, ‘caldera’, ‘boniato’. Algo chiquito como para darle a la gente”, cuenta Fripp sobre el germen de su libro. Esa idea inicial fue tomando forma en la medida en que Fripp se fue “enroscando” y se dio cuenta de que daba para algo más que un folleto para regalarles a los visitantes.

“Me puse como desafío escribir un libro. Empecé a consultar con gente conocida en Argentina, a averiguar cómo se dice tal o cual palabra allá… La gente se enteró de que estaba haciendo eso, así que uruguayos que se fueron a vivir allá me sugerían cosas. Por ejemplo: ‘El otro día fui a buscar perfumol al almacén y no existe’. Así estuve unos cuantos meses, con una libretita, anotando. Todo lo que se me ocurría que me generaba la duda ‘¿esto se dirá así allá?’, preguntaba”, cuenta el autor.

Comenzó entonces una búsqueda de casi dos años tanto en fuentes documentales –desde diccionarios de lunfardo, de americanismos y de uruguayismos hasta variadas páginas sobre el tema en internet– como en la consulta constante a decenas de hablantes de ambas márgenes del Plata y a especialistas en la materia –en los agradecimientos Fripp menciona a la lingüista Cecilia Bértola, quien ayudó en consultas puntuales, y la lingüista y docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Yamila Montenegro figura en los créditos por haber brindado asesoramiento–.

“En internet podés encontrar desde páginas de Facebook hasta trabajos académicos de distinta índole: este medio me ayudó mucho para lo que no encontraba físicamente. Un amigo de Colonia me había conseguido un diccionario de uruguayismos que era de la década del 70 que nunca más lo vi y no me acuerdo de cómo se llama. Consulté un diccionario de americanismos de varios tomos, entre ellos uno específico de uruguayismos, que conseguí en la biblioteca del liceo de Colonia. Y el Diccionario del Español del Uruguay de la Academia Nacional de Letras, que extrañamente no tiene la palabra ‘bo’, es famoso por eso. A mí me llamó mucho la atención”, comenta el autor.

Colonia está en la frontera

Un elemento fundamental en el surgimiento de la idea de hacer este libro es geográfico: el autor estaba instalado en la ciudad de Colonia, a la que Fripp define como fronteriza y argentinodependiente. “Los argentinos a veces cruzan incluso por el día. El contacto era tan cotidiano que los colonienses hablan de una manera distinta que los montevideanos”, una variedad que él define –tomando el concepto acuñado por una amiga montevideana que trabajaba de moza en su local– como “canario porteño”, es decir, una variedad mestiza que mantiene el tono, la cadencia y la pronunciación que los montevideanos llamamos “canaria” pero abunda en un florido léxico proveniente del otro lado del río.

“La gente que cruza acá es de Buenos Aires capital federal o de la provincia, capaz que alguno de Rosario o de Entre Ríos, pero esa diversidad gigante que es la Argentina no es la que uno veía en la cotidianidad, más allá de que uno después le diga ‘porteño’ a cualquier argentino, aunque sea de Tierra del Fuego”.

La otra característica, la que hace depender a Colonia de la afluencia de argentinos, es la que trajo a Fripp de regreso a Montevideo: “La perspectiva era que el peso argentino no se recuperara nunca más, y por más brasileños, franceses o belgas que vayan, si no hay argentinos se nota mucho porque es un pueblo chiquito con 200 restoranes. Y el argentino que va a Colonia no es el que va a Punta del Este: va un profesor, un laburante, un taxista, un obrero de la construcción, gente que se toma un fin de semana largo. No va Susana Giménez y esa gente que tiene millones para gastar y la diferencia de cambio no le hace mella. Porque es cruzar simplemente, estás más cerca de Colonia que de cualquier otro lugar en Argentina”.

Alter entra en escena

“En realidad, yo estuve un año y pico o dos escribiendo y, mientras tanto, pensaba: ‘Voy a tener que hacer algo con esto’. Imaginate que John Kennedy Toole se murió habiendo pasado años llevando su libro [La conjura de los necios] a las editoriales y todos lo escupían, hay cantidad de gente que hace cosas que están buenas y nadie les da pelota y capaz que no salen a la luz. Tuve la buena fortuna de ir a mostrarle el trabajo a Alter. Conocía a Manuel desde hace años, así que me vine a Montevideo, nos sentamos en un boliche a tomar una cerveza, le mostré lo que estaba haciendo y él me ofreció editarme el libro o ayudarme a editarlo por mi cuenta. Le dije que lo editara, quedamos en contacto, empezamos a trabajar y nos juntamos con Ana de León. El libro fue cambiando a medida que Alter trajo sus ideas, para que realmente terminara teniendo el formato de un diccionario. Ese es un aporte de ellos”, cuenta Fripp.

El resultado es “un diccionario atípico: irreverente, polémico e hilarante”, según se define en la “Nota de los editores”. El hecho de que se mantenga el formato de los diccionarios que estamos habituados a consultar –incluido el guiño de que la tapa refiera de manera bastante explícita a las publicaciones de la Real Academia Española, incluyendo un escudo y manteniendo los mismos colores y tipografía– le da fuerza al efecto de extrañeza ante las definiciones, que apelan al humor e instalan las voces reales de una comunidad de hablantes de ambos lados del Plata que colaboraron con sus ideas, preguntas, diálogos. Al mismo tiempo, hace justicia al trabajo minucioso y concienzudo de autor y editores en esta empresa, que llevó a innumerables consultas a hablantes y una búsqueda documental intensa.

A esas palabras que se incluían solas, como “caldera” o el “boniato” del título, se suman cientos que conforman un corpus de la uruguayez lingüística: “bañadera”, “chaucha”, “morta”, “paloma”, “tenaza” y el maravilloso “vejiga”, por mencionar sólo un puñadito de ejemplos. Impresiona, teniendo en cuenta la solidez del concepto de variedad rioplatense del español, el volumen que alcanza este registro de diferencias léxicas, y causa sorpresa que del otro lado del charco no se usen “pizarrear”, “bajón” o las bellísimas “fisura” y “terraja”. Son términos en los que los lectores nos reconoceremos en alguna de las consabidas discusiones sobre cómo se le llama a tal o cual objeto, porque las conversaciones sobre el habla son tan atractivas como apasionadas. Pero hay, antes que nada, como destacan los editores, un diccionario hecho y derecho que rezuma trabajo de investigación y de escritura, un “primer noble esfuerzo de arrimar a los porteños (y no porteños) explicaciones sobre cómo hablamos los uruguayos. Y más, incluso: sobre quiénes somos”.

El humor como herramienta

Un elemento que caracteriza a ¿Qué es boniato, maestro? es el humor, al que en cada entrada se apela no sólo en la definición sino también en los ejemplos, que reproducen diálogos, muchas veces desopilantes. Vaya, a modo de muestra, un botón: “en pila loc. adv. Mucho, a rolete, a lo bobo. ‘De comer no traigas nada, mirá que hay guiso en pila; en todo caso traé un vinito”.

“Cuando el proyecto era algunas palabras locas para hacer un folletito, escribí ‘boniato: tubérculo, etcétera; lampazo...’ y me pareció aburridísimo. Hice varios, pero cuando los leía no les encontraba la gracia. No sé cómo se dio, pero empecé a soltarme, en vez de estar rígido en ‘tengo que dar la descripción de un boniato para que los argentinos entiendan lo que es un boniato’, empecé a dejar que me saliera el humor, la sátira, que me sale solo, me gusta y es natural para mí”, cuenta Fripp.

“Es un modo de decir ‘estas son las palabras que usamos nosotros y quieren decir esto’, y después, a medida que integrás situaciones del ridículo, de la sátira, del humor, agarrás amigos y los ponés de ejemplo. Todas esas personas que aparecen nombradas existen de verdad, me pareció un guiño lindo con ellos y también un modo de presentarlos”, agrega. Esa sensación de inmersión en una comunidad que encuentra el lector al recorrer las páginas es uno de los puntos altos del libro: la lengua se presenta en funcionamiento, en boca de alguien con cierta encarnadura.

En esta apuesta por el humor y la búsqueda de crear un universo cercano y rico en situaciones, la novedad, en la segunda edición, de las viñetas del ilustrador argentino Gustavo Sala –a quien, en palabras de Fripp, “lo contactaron y enseguida dijo que sí y se entusiasmó, porque el loco también es medio uruguayófilo”– viene como anillo al dedo: más que sorpresa genera la sensación de que su inclusión es la decisión más natural.

Addenda et corrigenda

Pero las ilustraciones no son lo único distinto en esta segunda edición. La primera debió enfrentar varios avatares, entre ellos la pandemia ni bien salió de imprenta, y, con ella, de la mano de la crisis económica y la diferencia en el tipo de cambio, el vaciamiento de argentinos en Colonia.

“Cuando salió el libro vino la pandemia: se presentó en diciembre de 2019. Así que si cruzó el charco lo hizo con cuentagotas porque alguno lo llevó para algún amigo o familiar, pero no circuló allá. Y acá, extrañamente –no sé para qué quiere un uruguayo un libro de uruguayismos si ya sabe lo que quiere decir ‘lampazo’ y lo que quiere decir ‘boniato’–, la gente lo compró. Mucha gente para regalar allá, o brasileños, chilenos..., pero en su mayoría lo compraron uruguayos para hablar uruguayo”.

La segunda edición es también una oportunidad para hacer correcciones y agregados: un diccionario es un proyecto abierto e inevitablemente incompleto, por lo que siempre va a haber palabras para sumar. Algunas de las entradas nuevas, cuenta Fripp, son “peludo”, en alusión a los cañeros de Bella Unión, “afeitabic”, “zanguango”, “maracanazo”, “pichicomiento”, “vecepé”, “bagashopping”, “petacular”.

“Hay correcciones porque algunas cosas quedaron desactualizadas: personajes que murieron, cosas que pasaron. Yo no lo había vuelto a leer, estuve mucho tiempo sin tocarlo. Me di cuenta de que había cosas que empezaban a quedar viejas, cosas que no me gustaban, cosas muy temporales que había que corregir para que vos lo puedas agarrar en cualquier momento y que no hayan cambiado. Y en ese lapso, obviamente, surgieron cosas nuevas”, dice Fripp.

Ese juego infinito de cambios que supone el habla cotidiana, la lengua en funcionamiento en una comunidad, esa imposibilidad que supone consignar palabras en un diccionario, que siempre se va a definir por lo que incluye pero también por lo que quedó afuera, es una de las cosas que alimentan la curiosidad del lector.

“El día que entró el libro a la imprenta, en ese mismo momento, me dije: me olvidé de poner esto y esto otro... La gente me decía ‘no pusiste tal cosa’. Así que agarré un cuadernito y empecé a anotar, y cuando no encontraba el cuadernito agarraba otro cuadernito, y cuando no encontraba el otro cuadernito agarraba una libretita. Pero cuando vino el momento de sacar la segunda edición, que fue de golpe, porque le ofrecieron un stand a Alter en la Feria del Libro de Buenos Aires y era el momento porque la primera edición estaba agotada, hubo que hacerlo a toda velocidad y no encontré los cuadernitos y libretitas, encontré sólo uno. Y, por supuesto, me pasó lo mismo: cuando entró a la imprenta me di cuenta de que no había puesto esto y lo otro. El día que encuentre esas libretitas saco un tomo dos”, bromea.

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