Primero la confesión: yo a Fontanarrosa lo he disfrutado casi por completo (casi 100%) como creador de historietas. Para mí, decir Fontanarrosa es decir, en primer lugar, Inodoro Pereyra. En esa historia personal que nos construye a cada uno de nosotros en base a hechos fortuitos, recuerdo leer de niño las recopilaciones de mi viejo de su renegáu, aquellas que se editaban en un formato cuadrado espantoso y que recién de grande descubrí a página entera, como el Negro las había pensado originalmente. Como se trataba de sus primeras aventuras, eran aquellas de trazo más realista (o menos humorístico) en las que se enfrentaba, por ejemplo, al malísimo Escorpión Resolana. Pero siempre llegaba la risa.
Decir Fontanarrosa, más adelante, fue decir Boogie el Aceitoso, aquella caricatura del matón bobo, el mercenario que cambiaba de patria según quién firmara los cheques. Un personaje desagradable, sin nada que lo redimiera, que su propio autor llegó a despreciar por la forma en que algunos lectores se lo tomaban en serio. Para los que dicen que la literalidad llegó con las redes sociales.
También estaba el Fontanarrosa del humor gráfico, el del dibujo único y algún corto globito de diálogo, pero en casa también estaban los libros recopilatorios de Quino, del mejor Quino, aquel que ya había llegado a la calidad máxima en sus dibujos y todavía no era tan verboso ni tribunero (que me disculpe el maestro, pero incluso estando de acuerdo al 100% con su pensamiento sus dibujos al final se volvieron monsergas). En definitiva, el Negro como escritor no me llegaba tanto, en especial porque lo que no llegaban tanto eran sus libros.
El tiempo fue acercándome al Fontanarrosa escritor, aunque confieso (esto ya parece un confesionario) que sigue estando en el debe. Será por eso que la publicación de una nueva colección de textos inéditos, la tercera desde que el hombre falleció en 2007, me permitió disfrutarla sin estar haciendo comparaciones odiosas. Porque gran parte de su obra sigue siendo inédita para mí (en su definición de “desconocida”). Leí 100% Negro y ahora tengo más ganas de seguir leyendo sus escritos, lo que podría considerarse como un éxito para el libro.
La cosa arranca con varios textos relativamente cortos, que no llegan a las cuatro carillas. Allí asoma la cabeza una de sus locas pasiones: Rosario. Ese tipo especial de argentino que se pone a crear porque allí no hay mucho para hacer (seguro los montevideanos tenemos algo de eso). “El que le gusta tocar la guitarra, toca la guitarra. El que le gusta escribir, escribe. El que le gusta dibujar, dibuja. Tranquilo. Sabiendo que nadie va a venir a importunar para invitarlo a ir a esquiar, o a pescar pez espada, o a jugarse unas fichitas en el casino”.
Con el correr de las páginas, el Negro se pone un poco más reflexivo. O al menos así parece de acuerdo al orden arbitrario en el que son presentados los textos. Habla de su obra y se identifica como un escritor fatalista, que cree que todo lo que ha publicado ya estaba escrito. Y, sin embargo, a cada pequeña anécdota, a cada pensamiento sobre las mujeres, el fútbol o la vida, le agrega ese componente 100% suyo, que hace que incluso estas obras que nunca habían merecido estar en un libro merezcan que les dediquemos unos minutos de nuestro tiempo.
Y si mencioné al fútbol es porque, como muchas personas sabrán, era parte fundamental de la identidad del autor. “El fútbol es sagrado”, dice en medio de una de sus historias, pero quizás sea la frase más redundante de todo el volumen, porque no hay forma de leer a Fontanarrosa hablando de fútbol y no captar lo sagrado que ese deporte es para su vida. Ni que hablar que cuando se refiere a Diego Maradona uno imagina los dedos volando en un teclado y los ojos húmedos: “Diego fue el 10 que no nos sacamos en otras materias”, dice, y uno le cree más allá de lo que después uno vaya creyendo por ahí.
Claro que podés pelearte dialécticamente con el autor. Su forma de ver el fútbol, igual de sincera que las formas que tiene de ver otro montón de cosas en el libro, es demasiado apasionada. En sus textos se habla de las mejores formas de ganar (en la hora y de forma injusta), de si importa solamente el resultado... Hasta de películas de fútbol se habla. Todo con esa mezcla de academia llana y oralidad de cafetín que podemos encontrar en algunos textos de Alejandro Dolina (otro Negro).
Hay anécdotas de sus interacciones con otros genios (incluyendo a Quino), experimentos de autoficción que lo colocan a bordo de un portaaviones, coqueteos sutiles con el machismo y hasta dos o tres poesías llenas de melancolía. Y también se habla del pedo, porque sabemos lo que le gustaba adentrarse y jugar en el mundo de las malas palabras.
Por supuesto que el libro no es perfecto: hay comparaciones y citas que se repiten en diferentes lugares, quizás porque el autor jamás se imaginó a ese par de textos compartiendo el mismo espacio. Pero lo que no puede decirse es que Fontanarrosa no esté en cada una de las oraciones, en cada uno de los párrafos y en cada uno de los textos. Claro, capaz que aquellos que lo conocen en un 99% no se van a llevar nada nuevo. Para el resto, se recomienda.
100% Negro: cuentos inéditos, de Roberto Fontanarrosa. 224 páginas. Planeta, 2023.