Un río de aguavivas es, posiblemente, la más divertida novela uruguaya publicada el año pasado. Su título recoge la deformación humorística de una expresión del Nuevo Testamento, pero no hay nada de religioso en el texto: se trata del relato de una noche de actuaciones del conjunto de cumbia Tensión 2000 en el año del inicio del siglo.
En realidad, el punto cero de la narración es ese, pero las historias se ramifican casi tanto como los protagonistas. Una de las características de la escritura de Agustín Acevedo Kanopa es la profusión de relatos que conducen a un detalle clave, iluminador; es el mecanismo de muchos de los cuentos de Eucaliptus (2013) e Historia de nuestros perros (2016), y aquí lo utiliza para entrar y salir de las cabezas de músicos, empresarios, quinceañeras, estancieros, financistas y hasta algún futbolista en préstamo.
Otra de las marcas de sus textos es la lacaniana proliferación de asociaciones, muchas veces puesta al servicio de comparaciones novedosas con las que intenta explicar desde un nuevo ángulo un proceso mental, una imagen o una simple ocurrencia (esto lo habrán notado si siguen sus reseñas de cine aquí en la diaria o leyeron alguna de sus crónicas para las revistas Lento, Quiroga o Vice).
En todo caso, aquí hay música, pero no el jazz de la primera novela de Acevedo, Antes del crepúsculo (2009), protagonizada por un saxofonista existencialista radicado en París (entre otros clichés cortazarianos), sino el tipo de pop ecuménico uruguayo que hizo posible el hit “Mayonesa”, antes del advenimiento de la cumbia cheta. De hecho, aquí los instrumentistas son más bien extras –aunque, casi como todos los personajes, cada uno de ellos merece al menos dos páginas de atención tomográfica– y quienes monopolizan la primera parte del relato son los cantantes de la banda, especialistas en playback y pasos de baile, es decir, figuras absolutamente distantes, casi negativos, del padeciente Dexter Dawn de Antes del crepúsculo.
En esas primeras páginas cuesta un poco entender a quién pertenece el discurso sobre perros y gansos guardianes, violencia en el Cerro montevideano y consejos para triunfar a los empujones; bien podría tratarse de un capo narco, pero pronto entendemos que quien habla, whiscola en mano, es Roberto, el mánager de Tensión 2000, que arenga a sus pupilos parado en la parte de atrás de la camioneta que los lleva raudamente de actuación en actuación.
Si la historia quedara entre la fiesta privada de la que salen a los golpes y la disco donde toca luego la banda, la idea que dejaría el libro sería muy distinta, porque la acumulación de observaciones e invenciones sobre el entorno cumbiero está narrada desde la superioridad: lo llamativo, lo novedoso de esta parte del texto, si la tomamos como registro, es lo grotesco y lo patético del entorno de cierto género de música popular. Hasta acá, Acevedo podría encarnar a un anti Recoba, maravillado como un etnólogo por la ordinariez y el exotismo del circuito cumbiero, que, de todos modos, y como consta en la novela, ya había empezado a seducir a buena parte de las clases medias.
Sin embargo, la historia sigue, y la última parte de esta pequeña road-novel transcurre en el cumpleaños de 15 organizado por una familia adinerada y algo patricia. En este ambiente también abundan el desborde y la terrajez, ahora amplificados por la disponibilidad de mayores recursos económicos. Las posibilidades de ridículo y crueldad atribuibles a los poderosos se desparraman en este tramo final con nuevas dosis de ficción y no ficción: estamos en los preparativos de la crisis de 2002 y nos movemos entre personajes peiranescos y conexiones ganaderas.
Como en pocas historias recientes, en Un río de aguavivas el movimiento es parejamente intenso en las dos dimensiones del relato: nos movemos hacia adelante en esa noche de recitales, pero también avanzamos hacia adentro de los pensamientos de los personajes, para luego saltar repentinamente. Se suele ponderar la capacidad de cambiar el foco que poseen muchos grandes narradores canónicos, y aquí esa habilidad se despliega no como una sutil linterna, sino como luces estroboscópicas, que pueden tanto advertir de un peligro como adornar una noche bailable.
Un río de aguavivas, de Agustín Acevedo Kanopa. 212 páginas. Estuario, 2023.