Celebración es un largo poema compuesto por versos y estrofas de irregular extensión. No hay rastros del cuidado de la forma ni de la rima; no obstante, el ritmo parece estar marcado por una flauta de hueso, marfil o piedra que imitara los sonidos de la naturaleza: “Esto es la realidad llena de sonidos y silencios/. Aquí ocurre la vida y comienza el día”.
En este acontecer de la vida, el yo parece realizar una crónica pues narra partículas de hechos cotidianos que no son ubicados en línea temporal alguna; más aún, su realización rutinaria, desde la contemplación, los transforma en rito. En consonancia, recibe y responde al llamado de Walt Whitman, al considerarse en estos fragmentos de existencia estremecida de vida y orgullo. El diálogo con el norteamericano es explícito desde el primer verso, que funciona como santo y seña: “Me celebro cada amanecer”, para ampliarse en cada línea partiendo desde el mismo vocablo que se renueva con cada experiencia sensorial y lo cierra en clara intertextualidad: “Te celebro y canto”.
La mirada del yo sale de sí para detenerse en el paisaje costero y reposar en el tú. Parece tomar aire y luego seguir agrupando versos. El entorno le brinda contornos, colores y texturas a su cuerpo material y se celebra en él siendo ahora con el todo. Ese todo indescifrable inspira la inocencia del hombre en la búsqueda del secreto: “Nazco al día y busco en las raíces de los árboles/ lo que oculta la arena, lo que dicen los pájaros”. Más adelante agrega: “Busco una estrella caída,/ un tesoro./ Ver el fuego que enciende el mar”.
El secreto se percibe fuera del texto, porque en este no hay velos, no se reconocen tropos que vuelvan compleja o exigente la lectura. No hay desafío al lector; por el contrario, en el avance de los versos se constata la invitación a ser parte de aquella celebración whitmaniana. Y en ese punto, la respuesta a los versos que el norteamericano llamó “Poetas futuros”.
La celebración que Del Cerro propone es silenciosa e íntima, son apuntes de sus costumbres que se transforman en ceremonia de lo mínimo cotidiano que, en busca de la llama, encuentra a un yo en plenitud: “Medito con el sonido de las olas/ mis pies se entierran en la arena./ Celebro el silencio”. Y será ese silencio el que le brinde la experiencia de la pequeñez del ser: “Éramos granos de arena con mis animales/, insectos invisibles, bacterias de las algas/”.
El chileno Javier del Cerro (1970) vive en La Paloma. Su recorrido destaca su paso por la Escuela de Expresión y Arte y el estudio de la filosofía. Publicó Perroosovacangufante, Signos de tránsito, Ciudad de invierno, Serpiente, Abisal y Corpus carne, y su nombre figura en varias antologías trasandinas.
Celebración de Javier Del Cerro. Pampa, 2023.