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Tamara Tenenbaum.

Foto: Alejandro Guyot

Tamara Tenenbaum: “Chicas, tenemos que estar hablando de otras cosas. Ya no quiero hablar del amor”

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La autora de El fin del amor conversa sobre ficción, feminismos, religión y política.

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El impacto de su ensayo El fin del amor: querer y coger en el siglo XXI llegó, en forma de serie, hasta la plataforma de Amazon, y son decenas de miles quienes cada fin de semana leen sus columnas y escuchan sus podcast en eldiario.ar. Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) vino en julio a Montevideo a presentar su novela La última actriz, en la que la memoria, el arte y los forcejeos académicos ocupan un lugar central.

¿La presencia del feminismo en tu literatura como una cuestión política y estética sale sola o es premeditado?

Ni siquiera sé si está tan presente. Me parece que a veces aparece y a veces no. No caracterizaría mis libros como literatura feminista. En un ensayo puede estar más presente, dentro de la ficción seguro que no. No sé si existe algo así como “literatura feminista”. Sí podemos decir que hay literatura machista, pero no sé si literatura feminista. Hay literatura así, y no estoy hablando de los clásicos, estoy hablando de mala literatura. Cuando estoy escribiendo ficción, no estoy pensando en ninguna militancia ni en ningún activismo. Sí pienso en que hay unos conflictos que parecen interesantes para el feminismo, pero son los conflictos que a la literatura siempre le interesaron: los conflictos entre una pareja, qué significa tener una vida, qué significa tener una identidad, qué significa ocupar un lugar en la sociedad. Son conflictos que van mucho más allá.

Luego de varias ediciones de El fin del amor y la posterior serie, ¿considerás que el pasaje al audiovisual te acercó más a la gente?

Supongo que sí, pero no lo sé. Porque en realidad mucha gente a la que le gustó la serie no necesariamente fue a buscar el libro. Creo que en un sentido sí, por supuesto, son audiencias muy distintas. Me acercó porque yo escribí el guion, vieron algo que yo escribí aunque después no hayan leído un libro mío.

¿Y dónde considerás que está la fibra que llevó a ese libro al éxito?

Creo que justo el tema estaba de moda y el libro está bien, no es un mal libro, a mí me gusta. Creo que un best seller, o cuando un libro se vende mucho, tiene que ver justo con estar en sintonía con algo que se está conversando. Hay libros igual de buenos que pueden ser escritos por mí o por cualquier otro y que si no están en el calendario de esa manera y no pegan con un tema de moda, no depende de la calidad del libro. Igual un libro que no tiene nada que ofrecer en general se corta antes su demanda. Pasa eso con el libro de un político o de un famoso. Tiene dos meses de éxito, y si el libro no está bueno, después de esos dos meses no se vende más. Tiene que tener una escritura interesante, o una investigación interesante, pero sobre todo sintonizar con una época. A veces te va a pasar y a veces no. No hay que ser esclavo de eso. Para mí hay que ser esclavo de las propias decisiones y nada más. Y de casualidad, cada tanto, vas a pegarle a alguna porque vivís en este mundo, entonces tu obsesión va a ser la de otro montón de gente. No hay que estar pensando en esto, no sólo por el tema del éxito, sino porque no hay que estar esclavizado por la novedad, por lo que parece importante en un momento y después no va a ser tan importante. Yo no quiero hablar del amor para siempre, de hecho no lo volví a hacer ni lo volveré a hacer. Ya está, está bien, ya lo hice, y es más: si hoy tuviera un activismo sería “no seguir hablando de esto”. La gracia de El fin del amor es: chicas, tenemos que estar hablando de otra cosa. Ya está, ya nos pusimos de acuerdo en que todo está influido por factores políticos y económicos, listo, tengamos trabajos y dediquémonos a otra cosa.

Tanto en ese ensayo como en la novela La última actriz la presencia del judaísmo es central. ¿Su aparición tiene que ver con cómo la religión moldea los afectos?

Hoy ya no pasa eso. Hoy son otras cosas las que moldean los afectos. En el caso de La última actriz me pareció que era como una especie de tradición, la tradición del teatro judío era como desenterrar un pasado que era súper reciente del que nadie sabía casi nada. Eso sí me parece interesante. Cipe Lincovsky es una actriz judía emblemática de Argentina que se murió hace poco. Y todos la conocíamos porque era una figura graciosa y era lo poquito que se conocía de ese mundo. Y a la vez es un mundo que cuando uno se pone a leer, influyó mucho en obras y actores que sí conocemos. El premio más importante de dramaturgia hoy en Argentina es el Rozenmacher y él [Germán Rozenmacher] era un dramaturgo judío que se formó en ese teatro y después hizo un teatro que nosotros entendemos como teatro argentino, porque efectivamente el teatro judío desapareció cuando se fusionó en el teatro argentino. No es porque se muera, sino porque ya los actores quieren hacer teatro y punto. Lo que me gustaba era eso. Las religiones están teniendo mucha importancia en el mundo, pero por razones que no habíamos sospechado. Los fundamentalismos vuelven, en el catolicismo también. Estamos viviendo un mundo en el cual los conservadurismos vuelven y eso implica que las religiones también vuelvan. Me interesa verlo como una tradición, una tradición migrante, una tradición de gente que armó su cultura llevando y trayendo cosas de otras culturas. Como una tradición que se puede reivindicar un poco impura, contaminada siempre de otros lugares.

¿Qué cosas te da el teatro que no te da la narrativa y viceversa?

Tanto el teatro como el guion te dan la posibilidad de trabajar con otra gente, y eso no te lo dan los libros. En los libros trabajás con un editor, pero el editor no firma, y que no firme hace que la obra sea tuya. Estás muy solo en ese sentido. En cambio, en el teatro todos firman. Y eso implica que todos son artistas y que todo el mundo tiene derecho a imprimir su visión ahí. Entonces, no es que se ponen en función solamente de tu visión, tienen que hacer su propia obra, y eso para mí es un aprendizaje espectacular. A mí a veces me preguntan si me molesta la idea del autor soberano, y para mí es al revés. Es la posibilidad de hacer una obra colectiva. Eso es invaluable. Y también es invaluable la posibilidad de estar sola con tu propio libro. Son dos placeres muy distintos.

¿Te trajo problemas hablar de religión?

Ahora con el tema de la guerra me trajo un poco más de problemas. Más que nada comentarios. Conversaciones con gente ultrasionista. No les gusta el lugar de alguien que es al mismo tiempo visiblemente judía y visiblemente crítica del Estado de Israel en un momento en el que ellos juzgan que no hay que ser crítico. Yo creo que es al revés, este es el momento de ser más críticos que nunca. Hay algo importante en salvar el judaísmo del escarnio público que implica la asociación con lo que está pasando en Gaza, que es terrible. Entiendo que mucha gente que piensa que eso no es así piensa que vos deberías ser militante de [Benjamin] Netanyahu porque sos judío. Yo no lo comparto, lo combato. A la vez son discusiones que no tienen por qué gustarles a todos. Nunca tuve una situación ni de censura ni de protesta. Sí muchos insultos, pero son cosas que uno se tiene que bancar por tener un trabajo público.

En Argentina el vínculo entre literatura y política es más estrecho que en otras regiones, ¿cómo percibís la literatura argentina ante esta nueva coyuntura?

Todavía no salieron las novelas del mileísmo. Veremos qué pasa. Es todo muy joven. Escribir un libro toma un tiempo, entonces hasta que salgan esos libros quizá ya cambió la época. Sí pienso que hay escritores que están reflexionando sobre la actualidad, sobre todo en columnas, que son los mismos que ya lo estaban haciendo. Todavía está por verse cómo va a llegar el nuevo clima de época a la literatura.

Tamara Tenenbaum.

Foto: Alejandro Guyot

En Sabrina, la protagonista de La última actriz, noté algo común con la protagonista de tu obra teatral Una casa llena de agua: el desamparo de ambas. ¿Te interesó reflejar algún aspecto particular del ser mujer en esta época?

Me re gusta lo que decís porque estoy de acuerdo. Tanto Sabrina como Milena, de Una casa llena de agua, tienen en común esa cosa de que las ves y decís: esta mina es re inteligente, re elocuente, parece que se las banca todas, sin embargo su vida se le viene encima. Eso es lo que me sorprende. Es la vida de todas las mujeres geniales que yo conozco. Pueden llevar a cabo unas obras increíbles, hacer cosas espectaculares, ser la más inteligente en una conferencia, ser la más talentosa en una película, y después un día se ponen a llorar porque no pudieron terminar un trámite. Hay algo de eso que me lleva a preguntar: ¿qué pasa? Me parece que es eso. Esa cosa de gente que siente que tiene todo bajo control y las cosas se le van escapando porque son personajes muy conectados con su deseo. Entonces el descontrol necesariamente termina entrando en la vida como lo que uno no calculó por más que sean personas que las ves elocuentes. Tiene que ver con mostrar la fragilidad desde otro lugar, no desde el lugar de quien está apocada. La gente que está bien plantada en su vida también es frágil.

¿Qué hay de la Tamara académica en la ficción? ¿Te contribuye a la hora de escribir o puede ser una jueza?

Cuando empecé estaba muy ocupada en no usar nada de lo académico en la ficción porque efectivamente te limita. Sobre todo al principio. Tenés como una obsesión con la prolijidad conceptual, con cosas que en la literatura restan. Te contamina un poco lo lúdico, lo bello, te impide contactarte con ello, pero yo creo que parte de la maduración de uno es encontrar la manera de traer esas cosas y que tenés control de tu propio instrumento. Puedo jugar con esto sin sentir que se apodera de la obra. Hoy lo uso mucho más. Mis personajes en general hablan de cosas que leen y hay muchas ideas e investigaciones en la ficción. Hoy me siento mucho más tranquila usándolas, sintiendo que no se comen ni a la trama, ni a los personajes, ni a la poesía. Al principio me costaba mucho más, incluso lo dejaba más afuera. Ahora siento que puedo usarlo con cuidado y responsabilidad.

Justamente, un elemento que hace única a tu novela es que mostrás la interna del mundo académico, que se caracteriza por las desigualdades. ¿Qué te interesó reflejar de ese mundo al público que tal vez se encuentre alejado de él?

Me parece que es un mundo interesante como cualquier otro. De hecho, me parece que esa interna es tan simpática como la que tiene el personaje Jana atendiendo el teléfono en una institución. Es una oficina como cualquier otra. Cuando yo estudiaba, todos se daban unos aires de importancia que no se dan en otras oficinas, te cuesta entender que es una oficina más. Con sus internas, como cuando llegás a otra oficina y te dicen “ese es el que entrega los permisos, entonces tenés que llevarte bien”. Esto es igual. Me gusta entrar a una oficina y ver quién es el capo y quién no. Me parece divertido y este era un mundo que no sólo era el que yo conocía, sino que me permitía que el personaje de Sabrina explicara cosas que de otra manera es muy difícil poner a un personaje a explicar. Después el absurdo que tienen los mundos de oficina. Como la gente no está acostumbra a verlo como una oficina cualquiera, está cubierto de un halo de respeto y prestigio donde esas cosas no pasan. Y pasan las mismas cosas que pasan en los demás trabajos. Eso me parecía divertido de ver.

El poder masculino y la academia aparecen en la figura del director de tesis de Sabrina. ¿Hay algo de denuncia allí?

No lo pensé en términos de denuncia, porque de hecho me parece que el vínculo entre ellos es bastante ambiguo, en el sentido de que ella no es una víctima de él. Ella va y lo conquista con mucha decisión y no queda claro que él tenga un poder sobre ella. Hay situaciones institucionales en las que él sí lo tiene. Cuando él la desprestigia, el tipo tiene que pedir perdón. Hay algo ahí circulando, que habla de un poder y de una asimetría, pero no es un vínculo de víctima y victimario. En la novela ves que él está mucho más enamorado de ella que ella de él. Un libro que me gusta mucho es Asimetry, de Lisa Halliday, que fue discípula y amante de Philip Roth. Es una chica que le gusta escribir y se enamora de un escritor viejo. No es una situación de abuso la que ella cuenta, es una relación asimétrica donde hay de todo. Donde ella consigue cosas por ser la novia de Philip Roth, y por otro lado el tipo ningunea las cosas que ella hace, pero también la corrige y ayuda. Ella obtiene y también pierde. A mí me interesa mucho mirar esos vínculos de poder. Esto es otra cosa, donde todos sacan algo, y a la vez no es sólo lo que sacan, se trata también de cierto misterio donde esta gente también está enamorada. Me gustaba que hiciera como de espejo de la relación de Jana con su director de teatro, donde ella está perdidamente enamorada y él no le da ni la hora. Me gusta el tema de las mujeres enamoradas de tipos poderosos, siempre me parece interesante. A la vez, lo gracioso es que ninguno de los dos es muy poderoso. Uno es un doctorando que debe tener dos mangos y el otro es un director de teatro judío. Son situaciones en las que una misma infla ese poder de los tipos, que en el fondo no son nadie. Esos son los vínculos que me interesan en la literatura, no aquellos en que es obvio el abuso, sino donde hay asimetrías que juegan para un lado y para otro todo el tiempo.

También se menciona en la novela la idea de que el teatro judío es como de segundo orden.

El teatro judío no existe más. Después de los 60 efectivamente ya no existe más. Tuvo un momento muy profesional, que es antes de la época de Jana. Ella llega para la decadencia, donde había compañías más amateurs, no había plata y quienes querían dedicarse al teatro se dedicaban al teatro y punto. Está en un lugar subalterno en ese momento. En otro momento sí tenía su propio star system, otros recursos, compañías que venían de Nueva York a hacer sus giras.

La última actriz tiene además un aspecto documental con relación a la investigación y el trabajo de archivo, porque mostrás las dificultades de investigar teatro. ¿Te interesó mostrar ese trabajo de artesano que tienen las humanidades?

Me encanta. Sobre todo la investigación sobre teatro. Es muy difícil contar lo que se veía en una puesta de los años 50, tenés que buscar gente que la vio porque no hay registros fílmicos y eso lo que puede producir es que la gente tenga como una idea de que recuperar el teatro es recuperar los textos, porque es lo que nos llegó. Cualquiera que ama el teatro sabe que el texto es una cosa entre mil. El teatro es una cosa que pasa cuando se está en una sala de teatro, entonces es algo que es muy difícil de estudiar. Esa también es la magia que tiene y también a mí me gusta, porque en una época que sentimos que todo es reproducible, todo es reemplazable, el teatro lo ves o no lo ves. Hace años en Argentina se murió una actriz muy joven, Julieta Vallina, una gran actriz de teatro, hizo películas y tele, pero fue una gran actriz de teatro. Yo pensaba en qué privilegio haberla visto y qué tremendo que mucha otra gente nunca la va a ver, porque era una actriz de teatro. También pensaba en las obras de ella que yo me perdí porque era joven o no las vi por alguna razón. Eso pasa con los actores de teatro, los podés ver en un momento y en un lugar. Es una suerte absoluta.

¿Introducir el archivo de la AMIA como parte de la investigación de la protagonista es una forma de justicia poética? Porque el trabajo de archivo tiene eso de hablar con los muertos...

Puede ser. Yo nunca había pensado en nada de esto hasta que hablé con la chica que había hecho su tesis sobre el tema. No había pensado en los documentos que se habían perdido, pero me gusta eso que decís de la justicia poética porque creo que estamos muy acostumbrados a pensar en el atentado y nada más, pero no muchas veces en las mil tareas y mil misiones que lleva a cabo una comunidad. Como en lo que te decía de la guerra, podría sencillamente dejar de hablar de judaísmo y de que me tengan que reclamar que yo tome tal o cual posición por judía, y en realidad yo no lo dejo de hacer porque hay algo muy valioso en quienes preservan la memoria. Para mí esta novela es una manera de preservar la memoria de quienes trabajaban ahí y se ocupaban de que todo esto funcionara y de que ese archivo existiera, y también de que fueron a rescatar ese archivo. Yo pongo en la novela: a nadie le importan los papeles cuando se mueren personas, pero eso es mentira. Fue mucha gente a buscar los papeles. Cuando saqué la novela me escribió mucha gente de la academia que ayudó en el rescate de los papeles. Es muy valioso eso, porque eso es lo importante en una cultura. No si la gente sigue casándose entre judíos y preservando los apellidos, que es lo que le importa a otra gente. A mí no me interesa eso, la gente tiene que hacer lo que quiera de su vida, sí seguir preservando tradiciones que nos ayuden a seguir pensando cosas. Eso es lo que tiene de valioso la tradición del teatro judío, que piensa problemas, y eso es lo que hay que preservar. Pensar problemas, no en la sangre o en el apellido.

Yo creo que la escritura es una forma de búsqueda con una misma, así como Sabrina busca a la última actriz del teatro judío, que es una forma de encontrarse a sí misma. ¿Encontrás algo de vos en Sabrina y en esa actriz?

Sí, entre los dos personajes Sabrina es el que más se parece a mí y Jana el que tuve que ir buscando para que tuviera como un verosímil de otra época, pero a la vez no infantilizado, porque a veces siento que los retratos de mujeres de otra época son súper infantilizados, como si ellas no tuvieran sexualidad ni preguntas sobre eso, por más que tuvieran otro vocabulario y otras posibilidades. Vos ves obras sobre mujeres de los 60 y las ves súper infantilizadas. Y las mujeres de otra época son Victoria Ocampo y Alejandra Pizarnik. No digo que todas las mujeres fueran así, pero esta chica estudiaba teatro, era progre, no era una mina que no pudiera pensar, entonces me interesaba que estuviera eso. Así y todo había que marcar una diferencia con Sabrina. Sabrina se parece más a mí por el acceso que tuvo a la universidad, que Jana no tuvo, y por otro lado esa capa de cinismo que es una marca de nuestra época, todo se hizo, y lo que venimos a hacer nosotros es tratar de seguir en un mundo donde lo importante ya pasó. A la vez me gusta la idea de que Sabrina, a pesar de su cinismo, encuentra el diario de Jana y se entusiasma genuinamente y se pasa al bando de los entusiastas y encuentra su pasión ahí. De hecho me gustaba esa idea, donde ella empieza en la novela como una actriz frustrada pero encuentra una pasión que le interesaba mucho más que la actuación. Dejó la actuación, y el diario de Jana no lo pudo dejar. Tuvo que darle su vida a eso. Ahí hay algo sobre los caminos de nuestra generación que son muy angustiantes: yo quería hacer una cosa y esa cosa que yo quería hacer ya no existe más, o no se puede hacer o no se me dio porque este mundo es muy cruel y encontré este laburo, pero bueno, en ese laburo podés encontrar algo que le dé más sentido a tu vida. En ese sentido me hace acordar a mí. Yo quise hacer mil cosas cuando era chica, pero esa sensación de ir encontrando el camino medio de a poco y a pesar del propio cinismo me representa mucho.

La última actriz, de Tamara Tenenbaum. 200 páginas. Seix Barral, 2024.

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